Brasil: No hay un “movimiento” en lucha, sino una multitud secuestrada por fascistas

Marco Aurélio Weissheimer
Carta Maior

Una multitud sin representantes, cuya dirección parece haber sido secuestrada por grupos de extrema-derecha y ataca instituciones públicas, partidos políticos y manifestantes de izquierda, no solo no me representa sino que es algo que debe ser combatido políticamente.
 
Lo que comenzó como una gran movilización social contra el aumento de las tarifas del autobús y en defensa de un transporte público de calidad se está desviando a ojos vista hacia un experimento social incontrolable con características fascistas que no pueden ser despreciadas.

¿A quien le interesa una masa deforme en la calle, “contra todo lo que está ahí”, sin representantes, que dice no tener dirección, en confrontación permanente con la policía, infiltrada por grupos interesados en promover destrozos, saqueos, ataques a edificios públicos y privados, ataques contra sedes de partidos políticos y a militantes de partidos, sindicatos y otros movimientos sociales?
 
 
Ciertamente no le interesa a la aún frágil e imperfecta democracia brasileira. Frágil e imperfecta, pero democracia. En este momento, no es demasiado recordar lo que eso significa.

Una democracia, entre otras cosas, significa existencia de partidos, de representantes elegidos por voto popular, de debate político como espacio de articulación y mediación de las  demandas de la sociedad, del derecho de libre expresión, de libre manifestación, de ir y venir. En la noche del jueves, todos esos trazos constitutivos de la democracia fueron amenazados y atacados, de diversas formas, en varias ciudades del país. ¿Hubo violencia policial? Hubo. Pero sucedieron muchas otras cosas, no menos graves y potenciadoras de esa violencia: ataques y expulsión de militantes de izquierda de las manifestaciones, ataques a sedes de partidos políticos, a instituciones públicas.

Una imagen distintiva de esa onda de irracionalidad: los focos de incendio en la sede del Itamaraty, en Brasilia (Ministerio de Relaciones Exteriores). Esa imagen basta para ilustrar la gravedad de la situación.

No fueron sólo militantes del PT* los que fueron agredidos y expulsados de las manifestaciones. Lo mismo se repitió, en varias ciudades del país con militantes del PSOL*, del PSTU*, del MST* y personas que apenas se representaban a sí mismas y portaban alguna bandera o camiseta de su partido u organización.

En Porto Alegre, fueron atacadas las sedes del PT y del PMDB. En Recife, cerca de 200 personas fueron expulsadas de la manifestación. Militantes del MST y otros partidos fueron detenidos. El edificio de la Alcaldía de la ciudad fue atacado. Militantes del MST fueron detenidos también en São Paulo y en Rio de Janeiro, entre otras ciudades. En São Paulo, algunas de esas agresiones fueron perpetradas por personas armadas con cuchillos. ¿Quién promovió todas esas agresiones y ataques? Nadie lo sabe a ciencia cierta, porque los agresores actuaron bajo el manto del anonimato que procura la multitud.

Conocemos la identidad de quien fue detenido, pero no la de quienes golpearon.
Desde luego, cabe reconocer que los dirigentes de los partidos, de los gobiernos y de los medios de comunicación tienen una gran dosis de responsabilidad por lo que está sucediendo. Tenemos ahí dos fenómenos que se retro-alimentan: el rebajamiento de la política a la esfera del pragmatismo más rastrero y la criminalización mediática de la política que coloca todo y a todos en el mismo saco, ocultándole a la población los beneficios cotidianos que son el resultado de políticas públicas de calidad que mejoran la vida de las personas.

Hay una gran dosis de responsabilidad compartida por esos agentes. La eternamente postergada Reforma Política no puede esperar más. En un momento grave y difícil de la historia del país, el Congreso Nacional no está funcionando. Es sintomático que no se la haya ocurrido a ninguno de nuestros representantes elegidos por el voto convocar una sesión extraordinaria o algo de ese tipo para debatir sobre lo que está ocurriendo.

Dicho esto, es necesario tener claridad con relación a que todos los problemas sólo podrán ser resueltos con más democracia y no con menos. El rebajamiento de la política a la esfera del pragmatismo rastrero exige mejores partidos y un voto más lúcido. La criminalización de la política, de los partidos, sindicatos e movimientos sociales exige medios de comunicación más responsables y menos comprometidos con los grandes intereses privados.

No son sólo “los partidos” y “los políticos” los que están siendo confrontados en las calles. Es la institucionalidad brasileña como un todo y los medios de comunicación forman parte indisociable de esa institucionalidad. No es de extrañar que periodistas, equipamiento y edificios de medios de comunicación también estén siendo blancos de ataques. Pero no tendremos mejores medios de comunicación agrediendo a los periodistas, incendiando vehículos de las emisoras o atacando edificios de empresas periodísticas.

Una cierta onda de irracionalidad atraviesa ese conjunto de amenazas y agresiones, afectando incluso a militantes, dirigentes políticos y experimentados activistas sociales que tardaron en reconocer el monstruo informe que se estaba formando. Y muchos aún no lo perciben. Después de las primeras grandes manifestaciones que comenzaron a aparecer en todo el país, se alimentó la ilusión de que había un “movimiento en lucha” en las calles.

Lo que sucedió en la noche del jueves muestra claramente que no hay “un movimiento en lucha”. Lo que hay es una multitud deforme, sin control, arrastrándose por las calles con blancos bien definidos: instituciones públicas, edificios públicos, equipamientos públicos, sedes de partidos, periodistas, medios de comunicación. Los militantes y activistas de las organizaciones que intentaron comenzar a luchar en la noche del jueves fueron repelidos, expulsados y agredidos. Tal vez esto ayude a despejar la mente y a calmar los espíritus con relación a lo que está sucediendo.

No es sólo la democracia, en general, la que está amenazada. Hay algo llamado lucha de clases –que muchos juran que no existe– que está en curso. No es por nada que ayer militantes del PT, del PSOL, del PSTU, del MST y de otras organizaciones fueron detenidos y expulsados de diferentes manifestaciones. Con todas sus imperfecciones, errores, límites y contradicciones, el ciclo de gobiernos de la última década, incluyendo otros países de América Latina, provocó muchos cambios en la estructura de poder. No todos los necesarios y ese es, desafortunadamente, uno de los factores que alimentan la actual explosión social. Pero muchos intereses de clase fueron dañados y esos intereses no desisten de volver al poder. Tienen delante de ellos una oportunidad de oro.

Como periodista, militante político de izquierda y ciudadano, ya me hice una convicción con relación a lo que está ocurriendo. Una multitud cuya dirección es atacar instituciones públicas, sin representantes, secuestrada por grupos de extrema derecha, que rechaza los partidos políticos y hostiliza a los manifestantes de izquierda no sólo no me representa sino que es algo que hay que combatir políticamente. ¿O alguien estima que sectores de las FFAA y de la derecha brasileña asisten a todo esto con los brazos cruzados?
 
Notas:

* PT: Partido de los Trabajadores, al poder
PSOL: Partido Socialismo y Libertad, fundado en el 2004 por varios dirigentes expulsados del PT
PSTU: Partido Socialista de los Trabajadores Unificado, grupo trotskista fundado en el 1994 por disidentes del PT
MST: Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra
PMDB: Partido del Movimiento Democrático Brasileño, hace parte de la coalición en el poder federal con el PT