La derecha y sus lecciones de moral

Demetrio Iramain
Tiempo Argentino


¿Dónde entra la moral de La Nación, que sigue sin pagar sus deudas al Estado, o la de Clarín, sucio de sangre?

Los que vaciaron el país pretenden darle clases de moral al kirchnerismo. Creíamos haberlo visto todo en esta sufrida Argentina, pero no. Faltaba todavía. La crisis económica del capitalismo global queriendo ser convertida por el tren fantasma de la derecha en su última oportunidad sobre la tierra, trampolín para su loca aventura de intentar retrasar el reloj de la historia y regresar el país a las cavernas de donde salió hace diez años. Peor el jefe de gobierno porteño, queriendo convertirse en el garante de la libertad de prensa. Justo él, que golpea a médicos, pacientes y periodistas que informan sobre esos golpes a pacientes y médicos. Así estamos.

No es nueva la ambición de la vieja derecha: alarmar a la población, trabajar la subjetividad a la baja de la sociedad, cambiar el eje de la discusión y desviar la disputa de fondo. En un obvio acto de victimización, Clarín cerca la entrada a su edificio. Lo mismo hizo con las instalaciones de Cablevisión hace más de dos años, esperando en vano el asalto comando de las fuerzas conjuntas K. El mensaje subliminal es, sin embargo, peligroso: la ley no entra, dice Magnetto. La ley, la justicia, soy yo. La libertad de prensa es la libertad de los accionistas de mi capital. Y más peligroso aun por cuanto el sistema judicial ha sido hasta ahora perfectamente incapaz de desmentirlo.  

Visto desde lejos, con cierta distancia, el contorno que dibuja el mapa político argentino es claro: ante la tendencia mundial hacia la depresión económica, grandes actores financieros recurren a la especulación cambiaria y su consecuencia en los precios; respuesta gubernamental a esa feroz presión sobre la moneda nacional; y, tras el previsible y siempre relativo éxito del blanqueo, otra vez la operación política y mediática sobre el avance del irracional "autoritarismo oficial". ¿Quién puede creerle a las denuncias de corrupción en bandada, tan sincronizadas y escalonadas, justo cuando el país entra en campaña electoral? ¿Es que no se dan cuenta que todos ya nos dimos cuenta? Qué pena dan los dirigentes opositores teniendo que esperar un programa de televisión dominical para decidir su libreto político. 

La presentación del equipo económico para anunciar los alcances de las medidas de exteriorización voluntaria de recursos en dólares mostró la solidez del plantel y el abordaje integral, complejo, de las variables. Diez, once, trece años atrás esto era impensado. Imposible. Y lo que es peor: hubiese estado mal visto. La política tenía vedada su injerencia en la economía. Las variables microeconómicas no debían ser encaradas por los gobiernos. Los mercados se regían perfectamente solos. Así como ahora están los talibanes de la "independencia judicial", ayer estaban los de la "no injerencia de la política en la economía". Son los mismos. La recaudación tributaria era destinada sólo para pagar deuda, el presidente del Banco Central tenía atadas las manos, los tecnócratas del Ministerio de Economía ejercían la presidencia de la república, y la república no llegaba ni a colonia. 

Naturalmente, la derecha volvió a leer otra cosa. Negligencia, dicen ahora. Lo que para la oposición es "imprevisión", como le llaman, para el kirchnerismo es heterodoxia. Pero para seguir manuales y recetas preconcebidas están los viejos consejos del FMI y los mamotretos del Consenso de Washington, que aguardan su oportunidad para cuando haya otro gobierno. Bajo el liderazgo de la actual presidenta tendrán que seguir participando. Como en tantas otras áreas durante estos años, el equipo económico está obligado por las circunstancias a ensayar una respuesta diferente. Una solución nueva para un problema viejo en una contingencia del mundo y de su capítulo argentino distinta. 

Justo ahí es donde entran las objeciones morales de las que hablábamos al comienzo. Los que descontaron el 13% al salario de trabajadores públicos y jubilados, los que plantean la conveniencia de desfinanciar al Estado y llaman a la desobediencia fiscal, los que como única estrategia de campaña le prenden velas a la crisis económica, tienen el tupé de señalarle a Guillermo Moreno incompatibilidades éticas en su propuesta económica. Justo ellos, que bregan denodadamente por la versión más extrema, injusta y desigual del capitalismo. 

No hay indecencia más grande que el capitalismo, senador Morales. ¿Dónde entra la moral de La Nación, que sigue sin pagar sus deudas al Estado, o la de Clarín, sucio de sangre? Sin dudas son más crueles e inmorales la inequidad social, la pobreza, el atraso, la desocupación, y la miserable especulación financiera que priva de posibilidades económicas a quienes viven de un salario o un subsidio estatal, que el borrón y cuenta nueva para los tenedores de capital en negro. 

La moralidad que construyó el kirchnerismo se sostiene en otro concepto, fundante de su experiencia histórica. Intrínseco a ella. Se basa en la inclusión social. En estos años los argentinos aprendimos que la moral sólo puede ir de la mano de la igualdad y la épica transformadora. Su huella en la historia apunta a una batalla cultural: no hay moral posible mientras un niño tenga hambre, su padre esté desocupado, su madre viva en la calle y sus hermanos no vayan a la escuela. Desde 2003, el kirchnerismo tiene un método para perseguir un objetivo: buscar por todos los caminos conocidos y otros aun sin explorar, la felicidad relativa del trabajo en blanco, la obra social, el salario decente, el acceso a bienes culturales, el ascenso en los niveles de educación formal de los hijos, la pluralización de la palabra, la libertad para expresarla y, esencialmente, la igualdad en la posibilidad de amplificar esa expresión. Esa y no otra es su noción de la política. Básica, sí. Pero vital. Viva. Palpitante. 

Para que quede claro: esa nueva moralidad en ciernes, aún en construcción, todavía pendiente en su definición y formulación definitivas, sólo podrá ser juzgada por la historia, y no por los magistrados del viejo sistema de dominación, ex garantes de la impudicia neoliberal, y que hoy insisten en tutelar el nuevo proceso con patrones de ordenamiento social ya superados. Democratización del Poder Judicial, que se dice. Reforma de la Constitución, digamos.