La lección de Nicosia

Serge Halimi
Le Monde diplomatique


Todo se había vuelto imposible. Aumentar los impuestos desanimaba a los “empresarios”. Protegerse del dumping comercial de los países con salarios bajos contravenía los acuerdos de librecomercio. Imponer una tasa (minúscula) a las transacciones financieras exigía que la mayoría de los Estados lo aprobaran previamente. Bajar el impuesto al valor agregado (IVA) requería el aval de Bruselas… El sábado 16 de marzo de 2013 todo cambió. Instituciones tan irreprochables como el Banco Central Europeo (BCE), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Eurogrupo y el gobierno alemán de Angela Merkel le doblaron el brazo (débil) a las autoridades chipriotas, con el fin de que ejecutaran una medida que, si hubiese sido decidida por Hugo Chávez, habría sido considerada liberticida, dictatorial, tiránica,y habría costado al jefe de Estado venezolano kilómetros de editoriales indignados: la punción automática de los depósitos bancarios. Inicialmente escalonada entre el 6,75% y el 9,90%, la tasa de confiscación correspondía a cerca de mil veces el monto de la Tasa Tobin de la que se habla desde hace quince años. Se pudo comprobar: ¡en Europa, cuando se quiere, se puede! Pero a condición de saber escoger sus blancos: ni los accionistas, ni los acreedores de los bancos endeudados, pero sí sus cuentacorrentistas. Es más liberal expoliar a un jubilado chipriota, pretextando que se golpea a través suyo a un mafioso ruso refugiado en un paraíso fiscal, que obligar a pagar a un banquero alemán, a un armador griego, a una empresa multinacional que protege sus dividendos en Irlanda, en Suiza o en Luxemburgo.


La señora Merkel, el FMI y el BCE no han dejado de repetir que sólo el restablecimiento imperativo de la “confianza” de los acreedores impedía a la vez el aumento de los gastos públicos y la renegociación de la deuda soberana de los Estados. Los mercados financieros -prevenían- sancionarían toda desviación en la materia. ¿Pero qué”confianza” se puede conceder a la moneda única y a su sacrosanta garantía de los depósitos bancarios si cualquier cliente de un banco europeo puede despertarse una mañana con un ahorro amputado durante la noche?

Los diecisiete Estados miembros del Eurogrupo se atrevieron así a lo impensable. Y volverán a hacerlo. Ningún ciudadano de la Unión Europea puede desde ahora ignorar que será el blanco privilegiado de una política financiera decidida a despojarlo del fruto de su trabajo con el pretexto de equilibrar las cuentas. En Roma, Atenas o Nicosia, marionetas locales parecen ya haberse resignado a aplicar las consignas dadas, en este sentido, por Bruselas, Francfort o Berlín, con el riesgo de encontrarse después con el rechazo de sus pueblos.

La ciudadanía debería sacar de este episodio chipriota más que una simple molestia. El saber emancipador que para ellos también todo es posible. Al día siguiente de su tentativa de abuso de autoridad, la confusión de ciertos ministros europeos traicionaba también su temor a haber desmentido exactamente treinta años de una “pedagogía” neoliberal que hizo de la impotencia pública una teoría de gobierno. Legitimaron así, por anticipado, otras duras medidas, que un día podrían desagradar a Alemania. Y referirse a blancos más prósperos que los pequeños cuentacorrentistas de Nicosia.

*Director de Le Monde Diplomatique.