54%: Latinoamérica para los latinoamericanos
Daniel Gonzalez Almandoz
APAS
Las
elecciones presidenciales en Venezuela fueron más que un ejercicio de
democracia. Estos comicios constituyeron una confrontación clave para el
recorrido social y cultural de los próximos años en Sudamérica.
En 1958, el periodista Jorge Ricardo Masetti publicó una muy
interesante crónica (definición insuficiente, aún cuando sea propuesta por el
mismo autor) del proceso de lucha cubana que derivaría en la revolución de
1959.
Esa obra tomó el título de “Los que luchan y los
que lloran”, y es un incipiente tratado de práctica política revolucionaria
popular latinoamericana.
Allí, Masetti planteó que el interés por
adentrarse en Sierra Maestra durante el conflicto armado se debió a que
“queríamos saber si las balas que se disparaban contra Batista eran pagadas en
dólares, o en rublos o en libras esterlinas. O si se daba en Latinoamérica la
desconcertante excepción de que una revolución en marcha hacia el triunfo,
fuese financiada por el propio pueblo”.
Aún cuando los momentos históricos no son
trasladables de manera lineal y directa; y desde la comprensión de que cada
proceso es resultado de articulaciones distintas, complejas y hasta
contradictorias entre factores y sujetos coyunturales y memoria histórica, la
reflexión masettiana sirve para pensar distintos aspectos de lo que se puso en
juego en las elecciones venezolanas del 7/O.
El resultado de los comicios implicaba la
revalidación -o suspensión si hubiese ganado Henrique Capriles- de la faceta
gubernamental de la revolución bolivariana, elemento vital para el avance
latinoamericanista y latinoamericanizante en la región.
Si en algo acertaron los centros de conocimiento
de la lógica neoclásica que hegemonizó el pensamiento económico dominante a
fines del Siglo XX fue en sostener que Latinoamérica estaba llamada a ser una
región con fuerte protagonismo en el Siglo XXI.
Pero si en el pensamiento capitalista más
exacerbado el protagonismo estaba dado por la capacidad productora de riquezas
pasibles de insertarse en el sistema extractivo del esquema centro-periferia;
las vueltas imprevisibles de la historia, como afirma el intelectual
argentinoRicardo Forster, en confluencia con la unión y organización de sujetos
decididos a ser artífices de su propio destino, condujeron a que el abandono
del papel de actor de reparto en el escenario geopolítico mundial se diera por
la frontal ruptura política y económica, primero, y cultural, después, con lo
que se creía era el destino final de la humanidad.
Este último aspecto es, sin dudas, el que se
puso en mayor medida en juego en estas elecciones; y no sólo por el diseño que
pueda adoptar la sociedad venezolana, sino porque en él se encierra la
posibilidad de consolidación de una Latinoamérica unida, soberna,
autodeterminada y autoafirmada.
Si bien en la cotidiana realidad de la
materialidad, los modelos políticos post neoliberales aún presentan objetivos
por cumplir, sobre todo en lo que atañe a profundizar las prácticas de
redistribución de la riqueza, disminuir las situaciones de concentración
económica y afianzar la consolidación de prácticas económicas y mercantiles no
capitalistas; es innegable que en el último decenio las condiciones de vida de
los sectores populares o subalternos mejoraron de manera sustancial; y aún con
insuficiencias y necesidades por cubrir, la condición tiene condimentos
esperanzadores, sobre todo en la comparatoria con la última parte del siglo XX.
Sin embargo, las posibilidades de profundizar el
camino obligan hoy a disputar e imponerse en el campo de lo cultural, pensado
desde la integralidad de las prácticas abstractas y concretas sociales,
políticas y simbólicas en general.
Venezuela no dirimió este 7 de octubre la
continuidad de Chávez o la emergencia de Capriles. Venezuela se estableció como
laboratorio político en el cual se realiza la primera prueba de la identidad
latinoamericana.
Sin cumplir con la ineludible obligación de
modificar los planos éticos y morales de nuestras sociedades, los cambios que
aún se requieren serán poco probables de lograr.
No es Chávez quien estaba en juego. Chávez
trascendió a Chávez, y parafraseando al Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales, “Hartos Chávez aquí hay”. No, no es el Comandante: es el Poder
Popular, el ejercicio de una democracia plena e integral, la capacidad para
pensarnos y definirnos, y el derecho a darnos un orden social lo que este
domingo de octubre tuvo una prueba vital.