El ascenso de un fanático de derechas

Lance Selfa y Alan Maass
Socialist Worker 

Una de las portadas recientes más sonadas de la edición impresa del Socialist Worker mostraba a Leatherface, el asesino de la película de terror The Texas Chain Saw Massacre (La masacre de la sierra mecánica en Texas, de 1974), pero vestido con traje y corbata y blandiendo su arma preferida delante del Capitolio de EE UU. El número salió en enero de 2011, cuando se estrenó la nueva mayoría republicana en la Cámara de Representantes, y el titular rezaba: “Los republicanos talapresupuestos entran en el Congreso”. Si este Leatherface real hubiera llevado un cartel con su nombre, leeríamos: Paul Ryan. Este ideólogo seguidor de Ayn Rand era presidente de la Comisión de Presupuestos de la Cámara y arquitecto del programa que orientó la campaña electoral republicana de 2010: un programa propio del Tea Party que preveía eliminar partes enteras del Estado federal y desmembrar la Seguridad Social y los sistemas sanitarios Medicare y Medicaid, prometiendo al mismo tiempo nuevas reducciones de impuestos para los más ricos.

Ya entonces, el ascenso de Ryan –con ideas que una década o dos antes le habrían valido el calificativo de chalado– simbolizaba hasta qué punto la política oficial de EE UU se había desplazado a la derecha. Y ahora, para que todo el mundo se dé por enterado, Ryan ha sido elegido candidato a la vicepresidencia por el Partido Republicano. Mitt Romney no podía haber elegido a un compañero de candidatura más adecuado: el buitre capitalista multimillonario, vástago de una dinastía empresarial que hizo grandes negocios en Wall Street, concurriendo junto con otro ricachón, conocido por su voluntad de estrangular el Estado federal en nombre de la reducción del déficit y por su apoyo a las reducciones de impuestos para los ricos y al rescate de Wall Street que amplió masivamente el déficit.
Los grupos socialdemócratas y las publicaciones próximas pusieron el grito en el cielo tan pronto se hizo pública la decisión de Romney, con el mensaje que estaremos escuchando desde ahora hasta noviembre: mirad lo que nos espera si Obama no gana. “Ahí lo tenéis,” dice uno de los correos electrónicos que hemos recibido el pasado fin de semana. “¿queréis un Gobierno Romney-Ryan que deje que los bancos de Wall Street se vayan de rositas a pesar de su comportamiento destructivo, que acabe con las prioridades de la clase media como Medicare y la enseñanza y premie a las empresas que se llevan a otros países nuestros puestos de trabajo?” Sin duda oiremos muchos más comentarios sobre la política despiadada y destructiva de Ryan y Romney si llegan a la Casa Blanca. Pero una cosa que no oiremos –aunque deberíamos, pues es del todo cierto y sumamente importante para comprender la política de Washington– es hasta qué punto Barack Obama y los demócratas han seguido a Ryan y a los republicanos por el camino de la austeridad y el neoliberalismo.
¿Dejar que los bancos se vayan de rositas?” Obama asumió el rescate de Wall Street ideado por el Gobierno de Bush, y tanto él como Ryan votaron en el Congreso a favor de la propuesta, casi sin cambio alguno, ayudando así a los grandes bancos volver a obtener beneficios récord. Dos días antes de que Romney presentara a Ryan como compañero de candidatura, el Ministerio de Justicia del Gobierno de Obama declaró que no iba a procesar a Goldman Sachs por vender títulos que sabía que iban a perder valor, un fraude que se denunció en las audiencias del Congreso en 2011.
¿Acabar con las prioridades de la clase media como Medicare y la enseñanza?” Obama ha sido más agresivo en varios aspectos que los republicanos del Congreso a la hora de impulsar recortes de billones de dólares de los programas de inclusión en la Seguridad Social y Medicare, y su Gobierno ha avanzado más en la privatización de la escuela pública que lo que podía soñar cualquier Republicano.
¿Premiar a las empresas?” El rescate que lanzó Obama de la industria automovilística impuso a los sindicatos del sector nuevas concesiones históricas, y la disposición fundamental de su ley de sanidad obligará a millones de personas a adquirir los productos deficientes de las compañías de seguros médicos privadas.

Demócratas y republicanos, todos recortan

Ambos partidos proclaman ahora que las elecciones de 2012 van a dirimir “grandes diferencias” y “cuestiones cruciales”, pero lo que resulta verdaderamente chocante es hasta qué punto Obama-Biden y Romney-Ryan tienen cosas en común, y esto incluye lo que ha llevado a Ryan a la fama: su firme decisión de recortar el gasto del Estado. Volviendo al mes de febrero, Jeffrey Sachs, el antaño campeón del neoliberalismo convertido en un crítico acérrimo del mismo, tiró de calculadora y descubrió que el presupuesto presentado por Obama reduciría el gasto federal primario (sin incluir el pago de intereses de la deuda) al 19,3 % del producto interior bruto (PIB) de EE UU, frente al 17 % del PIB que supondría el plan de Ryan. Como escribió Sachs, “la diferencia es modesta, pero lo importante es que ambas partes se comprometen a aplicar recortes significativos de los programas públicos en proporción al PIB. Estos recortes serán especialmente [duros] en los programas discrecionales relativos a la enseñanza, la protección ambiental, la alimentación infantil, la formación para el empleo, la transición a la energía baja en carbono y las infraestructuras.
Paul Ryan pasa por ser un político con credibilidad en EE UU, y no un chiflado marginal que repite los dogmas de sus ideólogos de referencia; si ha llegado tan lejos es porque Washington se ha desplazado en dirección a él, no al revés. Todos debemos estar alarmados ante Ryan y su programa extremista, pero también ante el grado en que el sistema político bipartidista ha hecho suyo y adoptado ese programa, a pesar de algunas diferencias de detalle. Como la mayoría de republicanos, Ryan trata de presentarse como un “tipo normal” que está sinceramente preocupado por la “clase media”. Como en el caso de la mayoría de republicanos, eso es mentira. Ryan es multimillionario, vástago de una gran empresa de construcción, Ryan Incorporated Central, fundada en 1884 por su bisabuelo. Curiosamente, vista su fanática voluntad de reducir el tamaño del Estado, Ryan Incorporated ha ganado millones con contratos públicos de construcción de carreteras y aeropuertos y de limpieza de vertederos de materias peligrosas.
Cuando Ryan se preparaba para presentar su candidatura al Congreso a finales de la década de 1990, la empresa familiar lo contrató temporalmente como “consultor de marketing”, una iniciativa que el corresponsal del New Yorker en Washington calificó de “parche que le proporcionó la única experiencia en el sector privado.” En otras palabras, como muchos de sus compañeros conservadores que se quejan de los políticos profesionales y ensalzan la experiencia empresarial en el “mundo real”, Ryan se ha pasado la mayor parte de su vida adulta trabajando en Washington, como empleado del Capitolio bajo las órdenes de republicanos conservadores como Jack Kemp y Sam Brownback, como escritor de discursos en el derechista instituto de estudios Empower America y como diputado al Congreso, elegido a la edad de 28 años.
Ryan se ha forjado un nombre como “intelectual” en círculos políticos de derechas. Se inspira en los propagandistas austriacos del libre mercado a ultranza de mediados del siglo xx, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, así como en la gurú objetivista Ayn Rand, escritora de novelas de extrema derecha que propugna el egoísmo y el elitismo. En una conferencia pronunciada en 2005 para conmemorar el centenario del nacimiento de Rand, Ryan contó a los discípulos reunidos que “el motivo por el que me he dedicado al servicio público, si tuviera que atribuirlo a un pensador, a una persona, esta sería Ayn Rand. Y la lucha en que estamos metidos, no os equivoquéis, es una lucha del individualismo contra el colectivismo.” En el mundo cerrado de la intelectualidad conservadora, von Mises, Hayek y Rand son referencias comunes. Los austriacos están ahí para aportar peso intelectual y un sentido de urgencia apocalíptica –Hayek calificó el Estado de bienestar moderno de “ruta a la esclavitud”– a una política neoliberal que por lo demás está concebida a todas luces para castigar a los pobres y premiar a los ricos.

Objetivo: privatizar la Seguridad Social

Sin embargo, siendo diputado al Congreso, Ryan estuvo dispuesto a llevar a EE UU por el camino de la esclavitud cuando le convenía políticamente. Durante la presidencia de George W. Bush, prestó lealmente su voto a todas las políticas del Gobierno que multiplicaron el déficit público federal: los masivos recortes de impuestos para los ricos, el pago de los medicamentos con receta a cargo de Medicare, las guerras de Iraq y Afganistán, e incluso el odiado programa de ayuda para paliar los activos tóxicos con el fin de rescatar a los bancos de Wall Street. Y ni que decir tiene que el fervor de Ryan por la “libertad” no incluye la libertad de las mujeres para controlar su vida reproductiva o la libertad de las personas LGBT para casarse con quien quieran. En estas y muchas otras cuestiones sociales, Ryan se alinea totalmente con los fanáticos del Partido Republicano, pero es más conocido por sus posiciones en temas económicos, como “tiburón del déficit” y defensor del poder empresarial.
En 2005, Ryan se alió con el entonces senador John E. Sununu, de New Hampshire, para impulsar un plan de privatización de la Seguridad Social. Su propuesta era desviar a cuentas particulares la mitad de los impuestos federales sobre la renta destinados a financiar el sistema público de pensiones. Por lo visto, poner ese dinero en manos de Wall Street era más importante para los supuestos “tiburones del déficit” que los dos billones de dólares que tendría que gastar el Estado para financiar la transición. El plan era tan descabellado que George W. Bush –quien había declarado que utilizaría el “capital político” de su reelección en 2004 para privatizar la Seguridad Social– lo calificó de “irresponsable” y optó por una versión menos costosa. Ninguna de las dos propuestas prosperó: el plan de Bush se hizo tanto más impopular cuanto más trataba de venderlo. La privatización de la Seguridad Social quedó en letra muerta ese mismo año, siendo el primer revés político del Gobierno de Bush que inició su declive a lo largo de su segundo mandato.
En las distintas versiones del presupuesto propugnadas por Ryan desde entonces, la privatización de la Seguridad Social se ha quedado en segundo plano. No así los sueños de Ryan de “reformar” –léase liquidar– el programa de salud Medicare para la tercera edad. A comienzos de 2011, todos los diputados de la nueva mayoría republicana menos dos votaron a favor de la propuesta de presupuesto elaborada por Ryan, cuyo elemento central era el plan de convertir Medicare en un sistema de vales para subsidiar la suscripción por los ancianos de costosas pólizas de seguro de enfermedad privado. Esto tampoco le fue mejor que con el plan de privatización de la Seguridad Social. Finalmente, Ryan readaptó su plan sobre Medicare para incluir un periodo de implantación paulatina que empezaría por las personas de 55 años de edad o menos, y una opción para permanecer en el sistema tradicional. Sin embargo, esto no cambia lo esencial de lo que está buscando: el desmantelamiento de un programa estatal que goza de gran popularidad.
Los planes de “reforma de la ayuda social” pretenden eliminar el gasto público en cualquier programa que no sea la defensa. Las cartillas de alimentos, las becas para la enseñanza universitaria, el apoyo estatal a los parques nacionales, todo ello quedaría recortado si alguna vez se impusiera el presupuesto de Ryan. Además de anular la ley de Obama sobre la asistencia sanitaria, el presupuesto de Ryan plantea nuevos recortes del programa Medicaid de asistencia sanitaria a los más pobres, que de acuerdo con un estudio del Urban Institute ampara nada menos que a 27 millones de personas que carecen de cobertura sanitaria. A largo plazo, el proyecto presupuestario de Ryan reduciría el volumen del gasto estatal al 15 % del PIB de EE UU de aquí a 2050, con lo que volveríamos a la situación de 1950. Pero ni siquiera este dato estadístico refleja cabalmente la locura de la propuesta de Ryan. En 1950 no existían Medicare ni Medicaid, y la recién creada Seguridad Social no suponía más que una parte pequeña del gasto público. En el futuro Estado según Paul Ryan, todo lo que no sea la Seguridad Social, Medicare y Medicaid quedaría reducido al 3,75 % del PIB.
Y esto incluye al Pentágono. Mitt Romney ha declarado que está a favor de mantener el gasto militar en alrededor del 4 % del PIB. Ryan, a su vez, se muestra más estricto con el Pentágono y desea rebajar el gasto militar al 3 % del PIB, lo que dejaría menos del 1 %, o unos 100.000 millones de dólares, para todo lo demás. Los recortes inmediatos que propone Ryan ya son suficientemente contundentes; por ejemplo, según elWashington Post, el gasto federal en transporte, que incluye todo desde el control del tráfico aéreo hasta la reconstrucción de puentes y autopistas “estructuralmente deficientes”, sería con el plan presupuestario de Ryan un 26,1 % inferior en 2014 que ahora. A largo plazo, Ryan plantea un gasto público federal un 91 % inferior al actual en todo lo que no sea la Seguridad Social, Medicare, Medicaid y la defensa.
Por supuesto, en el mundo según Ryan no hay otra opción que aplicar estos recortes, ya que desea desmantelar gran parte del sistema tributario que genera ingresos para el Estado. Aparentemente insatisfecho con los recortes de la era Bush, que redujo la carga fiscal de la franja de las rentas más altas del 39,6 % al 35 %, Ryan pretende limitar el tipo del impuesto sobre la renta al 25 %. Asimismo, quiere reducir el impuesto mínimo alternativo y el impuesto sobre los rendimientos del capital, que se paga principalmente por los réditos de las inversiones. Hace unos meses, Mitt Romney fue objeto de muchas críticas cuando reveló que en su declaración de la renta correspondiente a 2010 (se niega a revelar los datos de cualquier otro año) tuvo que pagar impuestos del 13,9 % sobre sus ingresos, menos de lo que pagan muchos hogares de renta media. Si estuviera vigente el plan tributario de Ryan, Romney –cuyos ingresos proceden sobre todo de rendimientos del capital– pagaría un tipo fiscal efectivo del 0,82 %.

De chalado marginal a personaje central

Ryan y los republicanos dicen que sus propuestas son necesarias para mantener bajo control el déficit, pero sus planes no apuntan en este sentido. Sus rebajas de impuestos por sí solas ya añadirían al déficit un importe estimado de 9,6 billones de dólares a lo largo de la década que viene, según el Centro de Prioridades Presupuestarias y Políticas (CBPP). Robert Greenstein, del CBPP, situó hace unos meses el presupuesto de Ryan en contexto: el nuevo presupuesto de Ryan es un documento notable, que en la mayor parte de la segunda mitad del siglo pasado habría quedado marginado del debate oficial debido a su extremismo. En esencia, este presupuesto es como la historia de Robin Hood, pero al revés. Probablemente comportaría la mayor redistribución de las rentas de abajo arriba de la historia reciente de EE UU e incrementaría seguramente la pobreza y la desigualdad en mayor medida que cualquier otro presupuesto de los últimos tiempos (por no decir de la historia del país).
¿Cómo un político cuya principal aportación habría sido marginada “del debate oficial” tiene ahora posibilidades de convertirse en vicepresidente de EE UU? El ascenso de Ryan dice mucho de la situación de la política oficial en este país. No solo los republicanos se han desplazado tanto a la derecha que probablemente Richard Nixon sería expulsado del partido por izquierdista, sino que los mismos demócratas podrían considerar a Nixon demasiado alejado del centro por la izquierda como para atraer a los “votantes fluctuantes”. El nombramiento de Ryan como candidato republicano a la vicepresidencia hará que los demócratas vean las próximas elecciones con más apremio que nunca. El veterano columnista delWashington Post, E. J. Dionne, es un buen ejemplo: “El resultado de estas elecciones tendrá enormes consecuencias. Si gana el tándem Romney-Ryan, los conservadores reclamarán la aplicación de las ideas radicales de Ryan en materia presupuestaria. Pero si gana Obama, los conservadores ya no podrán argumentar que los votantes no tenían más que una tibia alternativa con un Romney filosóficamente inconstante. Un rechazo de Romney-Ryan sería un enorme golpe para el proyecto conservador.
Sin embargo, esta posición no tiene en cuenta el hecho de que Obama ha estado cediendo una y otra vez ante este proyecto, como refleja su apoyo declarado a la política de Paul Ryan, aunque sea en forma menos extrema. Por ejemplo, los seguidores de Obama afirman que una victoria de Romney-Ryan en noviembre “abriría la puerta” al desmantelamiento de la Seguridad Social, Medicare y Medicaid. Pero no dicen que esa puerta está abierta de par en par desde que Obama asumió la presidencia. Incluso cuando hizo aprobar un amplio estímulo económico al comienzo de su mandato, Obama insistió en que también pretendía “tender la mano” para negociar la “reforma de la ayuda social”. Cuando el Congreso no se puso de acuerdo para nombrar una comisión sobre la reducción del déficit con poderes para recomendar fuertes recortes, Obama lo hizo por su cuenta, designando copresidentes al derechista Alan Simpson y al demócrata conservador Erskine Bowles.
La comisión Simpson-Bowles no obtuvo los 14 votos necesarios de sus 18 miembros para someter sus recomendaciones al Congreso. No obstante, su propuesta –que prevé una reducción del déficit de unos 4 billones de dólares en 10 años, de los que tres cuartas partes se basarán en recortes del gasto y de las prestaciones, y cambios importantes de la Seguridad Social y Medicare– sigue siendo considerada un objetivo por la Casa Blanca. Cuando ésta y los congresistas republicanos batallaron en torno al aumento del tope de la deuda en verano de 2011, Obama ofreció un “gran acuerdo” que incluía recortes masivos de la Seguridad Social, Medicare y Medicaid. Así resumió el New York Times la oferta del presidente: “La Casa Blanca acepta recortar al menos 250.000 millones de dólares de Medicare en los próximos diez años y otros 800.000 millones en la década siguiente, en parte aumentando la edad límite para acceder a sus prestaciones. El Gobierno aprobaría otro recorte de 110.000 millones de dólares en Medicaid y otros programas sanitarios, con 250.000 millones más en la segunda década. Y con una iniciativa que sin duda provocaría la rebelión en las filas demócratas, Obama estaba dispuesto a aplicar una nueva fórmula menos generosa para calcular las prestaciones de la Seguridad Social a partir de 2015.
No pensemos ni por un momento que esta ha sido la última de las propuestas de este tipo de los demócratas; si Obama gana en noviembre, lo intentará de nuevo. Como ha señalado Ryan Lizza en The New Yorker, el segundo mandato de Obama probablemente no comenzará con alguno de los programas destinados a ayudar a los trabajadores que los socialdemócratas pregonan ahora a diestro y siniestro, sino con “importantes reducciones del déficit y profundas reformas de los impuestos y las ayudas sociales”. E.J. Dionne dice que “esta elección es realmente importante”, y muchas personas que temen con razón las políticas que representa Paul Ryan verán en su nombramiento el motivo para votar a favor de Obama, por muy decepcionadas que estén de su política.
Pero lo cierto es que el programa de Ryan está actualmente en el meollo del debate oficial porque la totalidad del espectro político se ha desplazado a la derecha, republicanos y demócratas incluidos. El plan presupuestario de Ryan hace que las propuestas demócratas de recorte de la Seguridad Social, Medicare y otros programas parezcan comparativamente razonables y moderadas. Pero los recortes demócratas siguen siendo recortes, y no se pueden aceptar como “todo lo que podemos hacer”. Quienes desean construir un movimiento obrero combativo no deben batallar por una versión menos extrema de la austeridad y del neoliberalismo. Necesitamos construir una alternativa al sistema bipartidista que invierta las prioridades y movilice el potencial de los trabajadores en la lucha fuera de las urnas.
14/8/2012

TraducciónVIENTO SUR