EE.UU.: la campaña presidencial después de las convenciones
Gabriel Puricelli
Diario BAE
![]() |
Mitt Romney, candidato a presidente de EE.UU. por el Partido Republicano |
“El que ríe último,
ríe mejor”. Eso parecen decir los sondeos que se hicieron después del cierre,
hace hoy una semana, de la convención que formalizó la candidatura de Barack
Obama por el Partido Demócrata. Después de meses en los que éste y su
contrincante republicano Mitt Romney aparecieron sistemáticamente empatados, el
presidente de los EE.UU. parece estar gozando del rebote post-convención que
los estrategas de su campaña fueron a buscar, adelantándose a su rival apenas
más allá del margen de error de las encuestas, unos cuatro o cinco puntos
porcentuales.
Las
convenciones cuatrienales en EE.UU. son megaeventos más parecidos a un Mundial
de fútbol o a unos Juegos Olímpicos que a congresos partidarios como los que se
realizan en las otras democracias del mundo. Cuando está ausente el suspenso
acerca de quién será el candidato, como fue el caso hace dos semanas con los
republicanos en Tampa y hace una semana con los demócratas en Charlotte, lo
único que se espera es que las coreografías sean tan perfectas y los guiones
tan convincentes como para darle a los simpatizantes de cada partido toda la
energía necesaria para perseverar en el esfuerzo de campaña en los dos meses
finales de ésta y a los ciudadanos en general, un motivo para no desistir de ir
a votar y para identificar aquello que hace distinto a un candidato de otro.
Los
republicanos hicieron de su encuentro en Tampa la ocasión para reafirmar su fe
en dos cosas: en que la situación económica es tan mala que la victoria
electoral es un fruto que sólo resta recoger el 6 de noviembre y en que menos
estado es la poción mágica que liberará la energía y la creatividad de los
individuos para progresar. Los activistas que se dieron cita en Florida
salieron convencidos de eso, pero los pocos indecisos que están en disputa no
parecieron inmediatamente movilizados por un mensaje que invita a esperar algo
que se considera inevitable.
Los
demócratas, por el contrario, hallaron en Bill Clinton al exorcista que les
sacó del alma el peso de no haber cumplido con las expectativas, con la Esperanza , con
mayúscula, que había sido el poco modesto slogan de campaña de Obama en 2008.
Estratégicamente ubicado al promediar la reunión para nominar al presidente
para su reelección, el discurso de Clinton fue precedido por el de Michelle
Obama, que hizo el elogio de la personalidad y el carácter de su marido, y
sucedido por el del propio mandatario, quien definió los desafíos que
justifican darle cuatro años más de tiempo. Con esos tres discursos se hilvanó
con claridad un concepto, al que cada alocución le aportó un elemento. La
primera dama mostró que una expresión práctica del “sueño americano” es la
posibilidad que tuvo “un hijo de madre soltera con problemas para pagar las
cuentas” de llegar a la
Casa Blanca. Clinton apabulló con cifras y detalles para
demostrar que en cincuenta años de administraciones demócratas y republicanas,
el saldo aportado por los primeros se medía en millones de puestos de trabajo y
bienestar creados. Obama se reservó para sí la tarea de advertir que ese sueño
de una nación y esos logros caminan por el abismo del precipicio republicano y
que sólo su partido puede guiar a los estadounidenses hacia pasturas que
tardarán en reverdecer.
Ese
manejo del tempo de la convención es en parte el secreto de por qué hay un
impacto inicial favorable en la opinión pública. El día después de que los
demócratas levantaran campamento en Charlotte, había comentaristas
conservadores clamando por que la campaña republicana tomara nota de cómo el
discurso de Clinton cambiaba la naturaleza del juego. El partido del presidente
hizo un gran trabajo en dibujar al Republicano como el partido de un extremismo
de alto riesgo.
Así
como Dios está en los detalles, la victoria electoral en EE.UU. se juega en un
sector angostísimo del electorado que está repartido en pocos estados. Ninguno
de los dos partidos sacará menos del 45% de los votos. El 10% en disputa es
elusivo y se lleva toda la atención de ambas campañas. Todo el país sabe que
puede votar el primer martes de noviembre, pero sólo Florida,Ohio, Wisconsin,
Virginia, Carolina del Norte y un puñado más de estados está viviendo una
campaña electoral propiamente dicha, con reuniones comunitarias, actos de masas
y propaganda televisiva a repetición. Ninguno de los dos partidos duda de que
California y Nueva York serán demócratas, ni de que Alabama y Tennessee serán
republicanas. Por eso las convenciones se hicieron donde se hicieron: en
territorios en disputa. Por eso el candidato a vice de Romney es Paul Ryan, de
Wisconsin.
Las
mentes de esos pocos estadounidenses que se han vuelto el centro de atención de
dos poderosas maquinarias electorales son el campo de batalla donde las
imágenes y las palabras de la convención demócrata de Charlotte parecen haber
pegado primero y mejor. Resta por verse quién ríe último en noviembre.
Puricelli es presidente del Laboratorio de Políticas Públicas y observador de la Convención Demócrata en Carolina del Norte.