Lo que se juega en Siria
Angel Guerra Cabrera
La Jornada
La alharaca de los insufribles líderes de la OTAN, los
petroreyezuelos del golfo Pérsico y sus bocinas mediáticas sobre el supuesto
bombardeo del presidente Bashar Assad
contra su propio pueblo, evoca reminiscencias no tan lejanas. ¿Recuerdan Libia? Otra vez el desgarro de vestiduras no tiene nada que ver con la preocupación por los derechos humanos. Carecen de moral para ello los genocidas de Hiroshima y Nagasaki, verdugos de India y Argelia, masacradores de Vietnam y asesinos de más de un millón de iraquíes, por sólo mencionar algunos hitos notables del prontuario criminal de las democracias occidentales. Sin olvidar, claro, las democráticas palizas contra los indignados.
Otra vez se trata de justificar la intervención militar y el cambio de
régimen, esta vez en Damasco. Intervención que ya está en curso mediante las
bárbaras acciones contra civiles y militares de grupos violentos, armados desde
Líbano, Turquía y Jordania, y reforzados desde allí por militantes de Al Quaeda
de distintas latitudes. En los recientes atentados terroristas con coches bomba
en la ciudad de Alepo se observa la inconfundible marca de fábrica de la
nebulosa red. Al igual que ya ocurrió en Libia, el financiamiento de las
acciones subversivas y desestabilizadoras corre por cuenta de esos modelos de
enternecedor desvelo por los derechos humanos, las reaccionarias monarquías de
Arabia Saudita y Qatar y demás emiratos integrantes del Consejo de Cooperación
del Golfo, con el apoyo de sus viejos compinches de los servicios secretos
británicos y de la CIA.
El cambio del actual régimen en Siria debilitaría seriamente a Irán, núcleo
del polo de resistencia contra el imperialismo y el sionismo en la región
medioriental, acosado por eso y no por su programa nuclear pacífico. A la vez,
dejaría en una situación muy precaria a Hezbolá, artífice y articulador de la
alianza patriótica libanesa, que ya ha propinado fuertes golpes a Israel. Siria
ha sido uno de los tres pilares de este polo, firme aliado de Irán y Hezbolá,
refugio de líderes palestinos y otros revolucionarios árabes y sede de sus
organizaciones, opuesta a los acuerdos de paz por separado con Israel. Hay que
reconocerlo en honor a la verdad, por más defectos que tenga el régimen de
Assad. Por cierto, éste ha accedido durante meses, en diálogo con la oposición
pacífica, a realizar reformas hasta ahora obstaculizadas por la creciente
subversión. El mismo obstáculo puede frustrar el referendo convocado para el
próximo 26 de febrero donde se votaría una nueva Constitución de régimen
multipartidista, que tanto han pedido Estados Unidos y su comparsa
anglofrancesa. Pero es evidente que no se conforman con nada menos que el
regime change, para lo cual empujan a Siria a la guerra civil y al
desmembramiento de su mosaico confesional y étnico con la complicidad del
Consejo Nacional Sirio, presunto liderazgo opositor.
Es significativo que la presidencia qatarí de la Liga Árabe, suerte de OEA
medioriental, se haya negado a publicar el informe redactado por su propia
misión de observadores en Siria (globalresearch.ca/),
que muestra un cuadro de situación completamente distinto del que nos quieren
hacer creer los pulpos mediáticos.
Pero lo que está en juego en Siria va más allá de su importantísimo papel en
la ecuación de poder meramente medioriental. Es de mayor envergadura geopolítica
aún, como lo demuestra el doble veto ruso-chino en el Consejo de Seguridad de la
ONU. La instauración de un régimen pro imperialista en Damasco significaría
cruzar la línea roja del círculo de defensa ruso, afectar los intereses chinos
en ese país y facilitar el ataque que se prepara hace años contra Irán. No hay
que ser experto en geopolítica. Basta observar con cuidado el mapa de Medio
Oriente y sur de Asia, los yacimientos de petróleo, la posición del estrecho de
Ormuz y el mar Rojo, el trazado de los oleo/gasoductos y la ubicación de las
bases de Estados Unidos en el área para darse cuenta que la destrucción de Siria
e Irán harían muy vulnerables a Moscú y Pekín frente a Washington.
Pero en caso de agresión a Irán el fatídico uso de armas nucleares parece
inevitable y la consiguiente extensión del conflicto a Rusia y China, pues
Washington y Tel Aviv no pueden reducir a la nación persa con medios
convencionales. Irán es mucho más duro de roer que Irak y Afganistán, donde los
yanquis han sido humillados por la resistencia.