Exaltación, necrosis y propaganda de la guerra en la pluma enferma

>Por Carlos Alberto Ruiz

1. La prensa apunta y calla
Cuando se abre un domingo de diciembre la página del poderoso diario El Tiempo, marcado en su historia por su condición de altavoz de los intereses de las castas políticas y empresariales colombianas, manoseado y usado por capitales extranjeros, si bien se espera que no se haya convertido de la noche a la mañana en prensa democrática, una vaga ilusión siempre queda de que una última reflexión y apuesta de cordura haya sido decidida como gesto navideño por sus jefes redactores: que en medio de la pobreza extrema de un país, de la miseria aterradora, de la agonía de millones a quienes embarga el dolor y la carencia, un periódico de prehistórica estirpe liberal fije un poco sus ojos y su tinta en la esperanza de una salida racional al conflicto, no en la jactancia o pedantería de la muerte.
No es ya sorpresa que la periodista Jineth Bedoya Lima, quien se ha parapetado de varias formas, encamine sus crónicas a favor de resaltar el supuesto valor de unas fuerzas militares que se benefician así de una preparada imagen de ídolos en la secuencia de un país decadente. Sin embargo, leer su nota esta vez produce más repulsión (http://www.eltiempo.com/justicia/los-heroes-anonimos-del-conflicto-colombiano_10909099-4). Está dedicada a 214 mil “hombres de las Fuerzas Especiales y Contraguerrilla del Ejército”. Escribe ella, en nombre de la empresa para la que trabaja: “para EL TIEMPO, el personaje del año es ese soldado desconocido”.
En la misma edición se reseña, por mera fuerza de gravedad de los hechos inocultables, cómo hacen falta 11 billones de pesos para reparar un poco apenas las consecuencias más catastróficas de la ola invernal, en el país que es el más desigual del planeta junto con Angola y Haití, según cifras de recientes informes internacionales.
No se duda del sufrimiento vivido en decenas de miles de soldados de las fuerzas armadas estatales, en la carne y el alma de cada uno de ellos y de sus familias; no se duda que la ignorancia y la necesidad de sobrevivencia o de ganarse dizque dignamente un salario, ha conducido a esos miles a servir enrolados como vasallos de estructuras anti-democráticas y genocidas, establecidas en Colombia por una oligarquía y otros estamentos que no mandan sus hijos a la guerra. Hijos que, como el actual presidente Santos, de la familia del diario El Tiempo, se blindan en los altos destinos políticos y empresariales desde los cuales ven desde muy lejos los campos de batalla. Tal como desde ahí ven la misión de matar otros quinta columnistas que la fortifican en ese diario. José Obdulio Gaviria, Plinio Apuleyo Mendoza, Fernando Londoño o la española Salud Hernández Mora, por ejemplo, que han esgrimido líneas dictadas en la periferia y la perfidia paramilitar.
No se duda, en fin, que el dolor ha sido sembrado por una guerra fratricida. Como la viven también los combatientes del otro lado y sus familias, así como las poblaciones pobres estigmatizadas y castigadas por convivir y dar sustento vital a los rebeldes (entre otras razones porque de allí provienen los insurgentes en su mayoría; ¡¡no han nacido del aire!!), en el ya casi medio siglo de conflicto armado incesante.
Es fácil explicar las razones del triunfalismo y en consecuencia la pretensión y el apremio de presentar los trofeos. Una vez caído el comandante Cano de las FARC y desarrolladas otras operaciones militares de alto valor estratégico contra mandos y frentes guerrilleros, no sólo en la modalidad de la guerra asimétrica contra la insurgencia sino en la guerra sucia contra los sectores sociales reivindicativos que han perdido también cientos de dirigentes y activistas este año, es fácil deducir que la borrachera de esa celebración antes que insinuarse en los campamentos militares, se acuartela en las oficinas de políticos y empresarios, así como de sus empleados: los periodistas asalariados embriagados por tanto éxito.
¿No podrían haber sido las y los defensores de los derechos humanos, quienes merecieran una mención especial?; ¿no podrían haber sido las víctimas de los grupos paramilitares?, que bien conoce la periodista Bedoya; ¿no podían ser los periodistas amenazados? O las mujeres desplazadas que lideran procesos de retorno de sus comunidades; o que organizan el sustento básico de familias para no caer en la indigencia que sí viven nueve millones de colombianas y colombianos. ¿No podían haber sido las y los estudiantes de la MANE? Los mismos que luchan por el derecho a la educación pública de ahora y del futuro, para que las muchachas y los muchachos que sobreviven a la penuria puedan seguir estudiando y tenga más caminos que irse por mero analfabetismo, manipulación, arribismo o inopia a engrosar las filas de las fuerzas armadas o de la policía.
No. Este año 2011, cual reinado de belleza, como en otros años anteriores, el guiño y el laurel no son para la posibilidad de la paz desde esfuerzos civilistas, sino para el oficio de la guerra. Porque bien se sabe que su cometido durará todavía muchos años y que es preciso buscar adhesiones, hacer propaganda, premiar simbólicamente, cuando aparecen, precisamente, un día sí y otro también, algunas noticias de los militares que han dejado pistas de su labor, y que hoy responden ante jueces atemorizados, por violaciones sexuales a niñas y niños, como en el caso de Arauca, a los que luego mataron con sevicia, o por decenas de los denominados casos de “falsos positivos”, a los que el diario El Tiempo dedica poco tiempo y espacio, cuando se trata nada menos y nada más que del abultamiento de cifras de “guerrilleros abatidos”, es decir ejecuciones de civiles por parte de las fuerzas armadas del Estado colombiano, cuya más alta tasa se registró siendo Ministro de Defensa el actual Presidente de la República, Juan Manuel Santos.
Estamos ante la pluma enferma que funestamente se reconstituye como veneno inoculado a toda la sociedad, para que también toda ella no se vea en el espejo; para que no se palpe con la miseria de millones y con la descomunal concentración de riqueza en pocas manos; para que se siga distrayendo con los “sucesos” de comercio, moda, chismes, servicios sexuales y demás, que aumentan las páginas de El Tiempo y sus ganancias. Un famoso diario que sabe que la guerra lucra y se prolonga. Para ello cumple una función.

2. Un requisito clave en el camino de la paz
En la hipótesis del escenario opuesto, el papel de la prensa en un proceso de paz es fundamental. Es definitivo. Es crucial. Por eso, mientras sobresalgan con tal presunción los reportes de la guerra por encima de las crónicas de la paz y la justicia, dicho proceso de paz en Colombia será no sólo débil sino falso. Estará amenazado cada día. Bien lo señala el compañero Javier Giraldo M., SJ. Lo que tardaría años de construcción en aproximaciones, diálogos y negociación para la paz, puede hacerse explotar en horas por los poderosos medios de comunicación, con un titular cualquiera. Puede ser peor que una bomba.
El sacerdote Giraldo reflexiona sobre ello: “Hay una opinión pública envenenada. Quien sintonice cualquier emisora radial o televisiva, o lea cualquier periódico o revista, es consciente de que tiene que prepararse para un remezón emocional. Pero ya son casi nulos los mensajes indicativos de a quién se debe amar, pues casi todos indican a quién se debe odiar. Ya sólo los muy ingenuos asimilarán todo esto como “informaciones” sobre la realidad. Uno sabe que lo están forzando a tomar partido mediante técnicas inconfesables, canonizando o demonizando desvergonzadamente a los protagonistas de cada “noticia”… / Los emisores de los mensajes son también cuidadosamente seleccionados. Están en primera fila los altos mandos militares, así como parlamentarios, presidentes de gremios, líderes políticos, eclesiásticos y comunicadores que se les asimilan, que son los que acuñan los clichés del momento, cargados de imágenes bélicas que reivindican sangres y sudores, mientras respiran odio y llaman a cerrar filas frente al “mal” y al “error”, al mejor estilo de las Cruzadas. Frente a ellos se plantan reporteros ingenuos, o estúpidos, o amordazados, que fingen “ignorar” lo que gran parte del país conoce o sospecha, para eximirse de contra-interrogar al emisor desde las verdades de dominio público, o al menos desde la otra parte de la verdad que es la de las víctimas y de los silenciados, o incluso desde la verdad de la otra orilla de la guerra.” (http://www.javiergiraldo.org/spip.php?article18).
Concluye Javier Giraldo que es un requisito esencial la adopción de un experimento audaz de democratización de la información y de la comunicación para hacer viable un proceso de paz. Eso podría comenzar por cada periodista en su residual espacio, si la ética de la renuncia a ser mercantilizado se impusiera en ese margen profesional, informando y reconociendo integralmente sobre causas y consecuencias del conflicto armado y social, para todos. Como lo indicó recientemente Danilo Rueda, el periodista y defensor de derechos humanos, miembro de Colombianas y Colombianos por la Paz, de nuevo amenazado este año 2011.
De ahí que valga resaltar que en esa escasa franja del periodismo es posible preguntar de otro modo, con otro horizonte, como esta misma semana lo hacía otra periodista: “¿Con cuáles parámetros reales de conducta son entrenados, de puertas hacia dentro de los cuarteles, nuestros soldados? Es una pregunta que nunca ha tenido cabal respuesta porque en esta Colombia de hoy, intolerante y bélica hasta el paroxismo, se considera insolidaria y subversiva. Lean, si no sufren de escalofrío, los casi 900 mensajes con deseos de muerte la mayoría de ellos, contra Piedad Córdoba, en el foro virtual de elespectador.com por expresar dudas sobre un tema ciertamente espinoso pero no por ello incuestionable en un país que dizque “garantiza” la libertad de opinión, aunque ésta parezca descabellada. Relean la frase llena de desprecio hacia la exsenadora, del propio mandatario. Examinen el repudio que padece el arzobispo de Cali, quien plantea la “proterrorista” teoría de que las naciones firmantes de los tratados sobre derecho de guerra capturan al enemigo desarmado en vez de acribillarlo” (Cecilia Orozco Tascón, en http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-315373-permisividad-perdon-y-olvido).

3. ¿Más necrosis o la vida?
Contraria a la idea común de que las plumas sobran o no tienen vida, se nos revela una enfermedad viral que las ataca, es el mal del pico y las plumas de las psitaciformes (PBFD), la acción de un virus que afecta sobre todo a los loros, incluyendo los más conocidos de Suramérica. Se dirige contra células del crecimiento de los folículos de las plumas , del pico y también de las garras , causando progresiva malformación y necrosis . El símil en su plenitud no es accidental.
Malformación y necrosis es la exaltación, aprendida y repetida, como hace un loro, que El Tiempo y otros acaudalados medios efectúan de los instrumentos no sólo directos de acciones de muerte sino sobre los que se sostiene la defensa del statu quo, la apología de unos aparatos que salvaguardan la injusticia estructural.
Necrosis es lo que hace tres días expresó el presidente Santos con orgullo: “Yo recordaba el otro día que recién nombrado Ministro de Defensa, cuando el Presidente Uribe me dijo: Ministro, llevamos 40 años, más de 40 años, tratando de ubicar y neutralizar a los miembros del secretariado de las Farc y a sus objetivos más importantes, los que controlan el tráfico de drogas, el tráfico de armas, y no hemos podido. ‘Le encomiendo, Ministro – me dijo el Presidente Uribe – que usted me dé esa satisfacción”. Eso fue en julio del 2006… hicimos los cambios y miren ustedes el resultado: ha venido cayendo uno detrás de otro. Ya llevamos, de los siete miembros del secretariado, están bajo tierra cuatro” (http://wsp.presidencia.gov.co/Prensa/2011/Diciembre).
Vida, por el contrario, es la que se reclama desde otra ética superior. Vida y libertad para los prisioneros de guerra cautivos en poder de la insurgencia, y que el grupo de Colombianas y Colombianos por la Paz está presto a recibir, si ninguna operación militar gubernamental aborta de nuevo esa iniciativa; vida y libertad para los cerca de 8.000 presos políticos, de guerra y de conciencia en las cárceles que administra el Gobierno de Santos; vida y dignidad para millones de colombianas y colombianos sumidos en la miseria, mientras se aplaude y certifica a unas fuerzas armadas sumisas al poder de una plutocracia, que se llevan una gran tajada del presupuesto nacional en un país harapiento y saqueado.
Necrosis es seguir cerrando la puerta y botar “la llave” al fango, como lo hace el presidente Santos, al negar posibilidades reales a un proceso de solución política al conflicto armado con reformas para la justicia social, teniendo clarísima y expresa la voluntad del ELN (http://www.eln-voces.com/) y de las FARC (http://www.resistencia-colombia.org/), como lo acaban de manifestar en cartas a la recién creada CELAC, de estar ya dispuestas estas organizaciones a conversar para una salida negociada. La necrosis no es total. La vida, no obstante, es la que al final se rebela.


(*) Carlos Alberto Ruiz es Doctor en Derecho, autor de “La rebelión de los límites. Quimeras y porvenir de derechos y resistencias ante la opresión” (Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2008).