El origen del poder en el mundo indiano colonial

Prof. Mauro Aguirre

Documento elaborado por el Prof. Mauro Aguirre, donde a partir de la conocida polémica entre André Gunder Frank y Rodolfo Puiggros sobre los modos de producción en la América Latina, en el período pre-independentista, se desprende el análisis de la conformación del poder político y económico de las clases sociales y, en consecuencia, las tareas políticas pendientes en la actualidad. 

Como es sabido, la disputa internacional entre las grandes potencias de la época que competían con España por la dominación de lo que hoy llamamos América Latina construyó sobre la base de hechos reales, tan reales como su propia bestialidad, la leyenda negra de la conquista y colonización de nuestra América. La leyenda rosa, versión oficial de tales episodios, no aclara los “por qué” más profundos que explican aún hoy la dependiente situación de los países latinoamericanos y sus pertinaces enfrentamientos y divisones. Pero todo tiene un “por qué” y estas evidencias se encuentran en tanto que comprendemos cómo, quiénes y qué producían en el período pre-independentista en estas tierras y quiénes y cómo se repartían sus beneficios y a partir de qué tipo de relaciones económico, sociales, culturales y políticas.
Indagar sobre el modo de producción de los distintos momentos y lugares de nuestra América colonial puede facilitarnos el escabroso camino a la comprensión de la división de esa inmensa región predominantemente hispano-lusitanoparlante[1], que antes de las independencias fue una.
La lectura de las polémicas de la década del ’60 entre Rodolfo Puiggros[2] y André Gunder Frank[3] publicadas en la revista “El Gallo Ilustrado” y las críticas a ambas posiciones formulada por Jorge Abelardo Ramos nos ayudan a entender quiénes somos, puesto que nos acercamos a la comprensión del “de dónde venimos”.
Sintéticamente, basado en una serie de razones, Rodolfo Puiggros plantea que nuestra América habría sido conquistada y colonizada por españoles (sin hacer demasiada referencia a los portugueses) que emergían de un modo de producción feudal, de tal modo que las relaciones sociales de producción y de cambio se establecieron en el “Nuevo Mundo” en términos feudales. No fue una clase burguesa la que conquistó y colonizó. Fueron los señores feudales españoles quienes a partir de una mano de obra servil representada por los habitantes de América, y aún esclava, produjeron mercancías provenientes del cultivo de la tierra en la mayoría de los casos y en algunos otros, conforme a las facilidades que brindaba la geología de la región, una actividad extractiva también a partir del aprovechamiento brutal de mano de obra servil y, en muchos casos, despiadadamente esclava.
La producción minera en Bolivia pareciera darle gran parte de la razón a estas afirmaciones, conocida que fueron luego las formas inhumanas en que se produjo tal actividad extractiva.
Si esto es verdad (el feudalismo desarrolló ese modo de producción) lo que tendríamos que haber hecho los argentinos desde la independencia, pasando por el Siglo XX y lo que va del XXI, es desarrollar el capitalismo. Puesto que, hasta el momento de la independencia, la transición del sistema feudal hacia el capitalismo no se habría dado y los 200 años de independencia subsiguientes serían una lucha irresuelta entre feudalismo (particularmente ubicado en el interior de nuestro país) y el capitalismo (solamente firme en las grandes ciudades, especialmente en la Ciudad de Buenos Aires). La demostración de que no habría capitalismo en el período colonial, según este autor, se verifica a partir de la falta de reinversión del capital generado por los intercambios internacionales y, por lo tanto, la absoluta improbabilidad de acumulación primitiva. Traspolando las categorías de Marx de “acumulación primitiva” a nuestra América, a Puiggros se le ocurría que al no haberse desarrollado la industria (por falta de acumulación primitiva) y sin generar por esto las posibilidades de desarrollo de la clase obrera en forma masiva, estaría palmariamente demostrado que no fue el capitalismo, sino el feudalismo, el modo de producción dominante en la colonia. Las consecuencias políticas son obvias: se debe imponer la necesariedad de la transición al régimen capitalista. Su discusión con el Partido Comunista, de donde fue expulsado en 1947, es que la consecuencia no apuntaba al socialismo sino a un régimen burgués y tal régimen bien podía ser el peronismo.
En realidad el feudalismo en la España colonizadora era un régimen desvalido, a punto de desaparecer en los siglos en que los españoles y portugueses llevan adelante la tarea de colonizar Iberoamérica. La apropiación de tierra por parte de los colonizadores y a través del régimen, por ejemplo, de la Encomienda, permitía que el encomendero tomase a nuestros paisanos los indios como encomendados a su custodia para “hacerles conocer la palabra de Dios e incorporarlos a la civilización” (Es sabido que los civilizadores jamás civilizan).
Ordenanzas reales permitían esta forma jurídica. Lo que ocurría realmente era que a partir de ese momento se producía un aprovechamiento servil tanto de la mano de obra como los de los productos que surgían de aquel valor agregado. Los propietarios se incorporaban, en la medida de sus posibilidades, a un régimen capitalista mundial en expansión movido por el comercio internacional. Luego, el régimen económico-político gobernante se construía a partir de una clase social dominante vinculada al comercio internacional (con España en forma obligada, o a través del contrabando particularmente con Gran Bretaña).
Con el tiempo, según demuestra Alberto Gago en su libro “Acumulación, poder y conflictividad en la región de Cuyo” “Hacia mediados del siglo XVII se detecta por los oficios y bandos la existencia de relaciones claramente salariales. En 1760 se prohíbe hacer anticipos de salarios a los peones. Al mismo tiempo era común el abuso de los jueces sobre la fuerza de trabajo, al colocar hombres y mujeres de las Indias en casa de parientes y amigos españoles sin paga alguna.” [4] Esto nos lleva a pensar que convivía con la explotación servil semiesclava un régimen de asalariados, en su caso también semiesclavos (sin paga alguna), que era usufructuado en todos los casos por esta clase social de propietarios que, en definitiva, lo eran de bienes, servicios y personas. Pero el poder económico de allí surgido terminaba, conforme a su magnitud, en el comercio internacional, actividad de los puertos de la región en donde se sitúa la cúspide de la pirámide social, económica y política.
Las formas de ejercer este poder variarán según el momento de la expansión comercial capitalista a escala mundial y de las visicitudes por las que atraviesa la corona española o, en su caso, la corona portuguesa y las conflictivas relaciones que estas monarquías establecen con el papado que para entonces gozaba de un poder político, religioso y económico descomunal.
Como dice Ramos en su libro “Historia de la Nación Latinoamericana” en el capítulo “¿Capitalismo o feudalismo?” “Si realmente la colonización hispanoportuguesa revistió un carácter feudal, cabría discutir cuándo América Latina perdió ese carácter, pues es obvio que hoy no lo tiene”.[5]
Frente a esta posición de Puiggros, hecha pública a través de la revista que ya hemos citado, Gunder Frank plantea que “el enfoque preciso para solucionar la problemática latinoamericana tiene que partir del sistema mundial que la crea y salir de la autoimpuesta ilusión óptica y mental, del marco iberoamericano y nacional.”[6] Tenemos que advertir que la izquierda cosmopolita en toda América Latina se ha educado siempre con este disparate, haciendo caso omiso precisamente a las relaciones de producción y cambio concretas que se dan en la región.
Sería lógico, si Gunder Frank tuviera razón, que desarrolladas las características capitalistas en la construcción de América Latina, y habiendo cumplido su destino histórico el capitalismo, la clase obrera iberoamericana se diese a la lucha por el socialismo conjuntamente con el resto de la clase obrera del sistema capitalista mundial. Es lógico que con este pensamiento gran parte de la izquierda argentina combatiese al peronismo en sus mejores momentos, en nombre de la clase obrera y el socialismo. Se les escapaba a estos progresistas, que mezclan lecturas mal leídas de Gunder Frank, Marx y Foucault, que los movimientos nacionales en el siglo XX de América Latina, incluido el peronismo, significaban aún dentro de un régimen capitalista una perspectiva autónoma tendiente, según el lenguaje de Samir Amin, a la desconexión. Toda autonomización o la construcción de sistemas autocentrados, emergiente de los países coloniales o semicoloniales, sean del tercero o cuarto mundo o cualquier otro, tendiente a desconectar con las metrópolis dominantes generan una relación de fuerza favorable a tales países (oprimidos) y por lo tanto a sus clases sociales vinculadas a la producción concreta de bienes y servicios y al mercado interno. No es casualidad que todos estos regímenes hayan sido perseguidos, boicoteados, invadidos durante toda la segunda mitad del siglo XX, por la CIA.
Es de reciente conocimiento (10 de diciembre de 2014) una resolución de Naciones Unidas que obliga a la Central de Inteligencia Norteamericana a explicar y reconocer las violaciones a los Derechos Humanos perpetradas en todos aquellos países a los que han invadido; que no por casualidad son aquellos que sin pretender instalar el socialismo buscaban cierto grado de autonomía o desconexión respecto de las potencias y, por lo tanto, un intento de integración con los países de su mismo rango. Se conoce también, al más alto nivel dirigencial mundial, los auxilios prestados por países europeos a la Central de Inteligencia Norteamericana para trasladar vía aérea sus presos políticos a los efectos de ser torturados con tranquilidad en cárceles apropiadas para estas actividades, a sabiendas de cuál era la carga de aquellas máquinas que “violaban” su espacio aéreo soberano.
Lo esencial de esta polémica no está centrado, aunque lo tiene, en su aspecto académico o teórico sino en la posibilidad de entender cómo se fue formando a partir de la conquista y colonización un sistema capitalista que ponía en evidencia una psicología capitalista-rentística en sus clases más poderosas, combinada con un salvajismo casi inhumano en la obtención del beneficio expropiado a sus clases trabajadoras; sea a través de la mita, el yanaconazgo, el pongo boliviano, etc; o en su momento, con salarios de hambre o salarios nunca pagados.
Decimos “capitalista rentística” no reinversora, puesto que su negocio consistía en vender prácticamente sin valor agregado (productos agropecuarios, materias extractivas) a nivel internacional, independientemente de los pequeños intercambios a nivel regional, y comprando en el exterior toda forma de manufactura; lo cual no impedía que se fuese formando a pesar de este sistema mercantil mundial un artesanado local pre-industrial. Pero mientras, producto de la apropiación (diría Marx) de la plusvalía a sus propios trabajadores, los ingleses sumaban la extracción de la plusvalía de su mundo colonial comercial mundial, transformando ese capital en poderosas industrias.
Las clases pudientes de Iberoamérica (algo así como comisionistas integrados a este sistema mundial) no utilizaban sus grandes beneficios en el desarrollo industrial o manufacturero. Construían lujosísimas mansiones, con una cantidad exorbitante de sirvientes, viviendo en un estado de vagancia permanente, gozando de los más insólitos y sibaríticos lujos. Ésto les permitía vivir vidas, si bien moralmente degradantes, materialmente muy cómodas y no ponían en tela de juicio el poder que les permitía vivir a costa de los demás. Siguiendo este criterio entendemos claramente por qué fue alrededor de los puertos de Iberoamérica donde cristalizaron estas formaciones sociales que psicológicamente podían ser considerados feudales en ejercicio (un presunto respeto a un Dios justo que no les impedía matar, torturar, y llevar adelante las peores vejaciones; todo esto en nombre del Rey o de Dios) y sin desmedro de lo anterior, manejarse como cualquier burgués comerciante de Venecia o de Londres.
Derrumbada la corona española con un resurgimiento indigno a partir de los hechos de 1808 en adelante, el antiguo continente con ya 300 años de dominación y colonización, lograba su independencia dada la debilidad irreversible de aquélla (la monarquía), pero perdía su unidad; constituyéndose países-estado portuarios alrededor de los puertos más importantes de Iberoamérica. Aplicado este criterio a la Argentina los latifundistas de provincia de Buenos Aires y los comerciantes del puerto en una alianza en permanente inestabilidad, encontraron las fórmulas para más temprano que tarde buscar puntos de coincidencia de sus intereses que estaban, por cierto, enfrentados con el resto de los habitantes, primero del Virreinato y después de las Provincias Unidas.
Veamos: el puerto de Buenos Aires permitió la separación de la Banda Oriental del Uruguay, permitió la separación del Paraguay, y permitió la separación de la actual Bolivia. Luego, permitió la separación de Buenos Aires de lo que es hoy la República Argentina. En todos los casos, se podrá decir que más que permitirlo, alentó la pérdida de nuestro territorio. Y quien así piense, quizás tenga razón.
Ni el modo de producción feudal determinó el rumbo histórico de la colonia para luego dejar de existir, por lo tanto no es ni ha sido tarea de los argentinos terminar con los restos de feudalismo en nuestro territorio, ni el capitalismo en Iberoamérica y en la Argentina se puede identificar con el desarrollo capitalista de la Europa avanzada. Por el contrario: ha sido un capitalismo no reinversor, no industrialista, no independiente, parasitario, aunque capitalista al fin y pone a la orden del día terminar con los vestigios de capitalismo dependiente, causante de nuestro fraccionamiento y de la inviabilidad histórica de sociedades más justas para impulsar todas formas de integración de la región a través de mecanismos económicos, sociales, culturales y políticos autocentrados.
La principalísima tarea que se nos plantea es la de un Pensamiento Autocentrado, o dicho en los términos de Alberto Buela[7], un “pensamiento situado” que nos permita indagar (como hacía Puiggros, aunque equivocadamente) los modos de producción en Iberoamérica, y en este caso acertar para encontrar el mejor camino a transitar y no un pensamiento “descentrado” o exógeno, como el del alemán Gunder Frank que pensaba a la Argentina e Iberoamérica como un alemán.

Notas:

[1] Decimos “predominantemente hispano-lusitanoparlante” puesto que pervivieron a estas lenguas a través de las cuales se entendieron millones de latinoamericanos las lenguas de los pueblos que habitaban estas tierras antes de la conquista. Ocurre que la dominación impuso el lenguaje de los dominadores.
[2] Puiggros, Rodolfo José (1906−1980) Escritor y político argentino, antiguo militante del Partido Comunista y se incorporó al peronismo en 1947.
[3] Gunder Frank, André (1929−2005) Economista y sociólogo alemán, neomarxista adherido a la teoría de la dependencia.
[4] Gago, Alberto: “Acumulación, poder y conflictividad en la Región de Cuyo”, ed. 2013. El licenciado Gago es docente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCuyo.
[5] Ramos, Jorge Abelardo: “Historia de la Nación Latinoamericana” 2º ed, Buenos Aires: Senado de la Nación. pág 79.
[6] Gunder Frank, André: “A propósito del feudalismo”
[7] Buela, Alberto (1946): Filósofo argentino, conocido por su teoría del disenso y su insistencia en la necesidad de un “pensamiento situado”

Fuente