Todo sobre la masacre de los curas palotinos
4 de julio de 1976
"Los cinco eran distintos el uno del otro
como los dedos de una mano, pero todos tenian un compromiso total para vivir y
ejemplificar el mensaje del Evangelio. Todos querian hacer del
mundo un lugar mejor. Nadie puede decir que el mundo es mejor sin
ellos."
EL CASO
¿POR QUE LOS MATARON?
TESTIMONIOS EN EL ANIVERSARIO DE LA MASACRE EN
BELGRANO
Por Laura Vales
ENTREVISTA CON EDUARDO KIMEL, AUTOR DEL LIBRO
"LA MASACRE DE SAN PATRICIO"
Por Daniel
Marcovecchio
LEON GIECCO EN LA IGLESIA SAN PATRICIO, DONDE MATARON A
LOS CINCO CURAS PALOTINOS
Por Hugo Soriani y Luis Bruschtein-La
Fogata
LA IGLESIA, CÓMPLICE DE GOLPISTAS Y
ASESINOS
Por Eduardo Kimel -Argenpress/La
Fogata
EL CASO KIMEL, UNA MASACRE CONTRA LA LIBERTAD DE
EXPRESIÓN
Por Eduardo Rimel
"EL HONOR DE DIOS"
Por Gabriel
Seisdedos
INFORME DE LA COMISIÓN INTERAMERICANA DE DERECHOS
HUMANOS
DENUNCIAR A UN JUEZ PUEDE SALIR CARO
Por Carlos Alberto López De
Belva
LA RESPONSABILIDAD DE LOS JUECES, LA DEMOCRACIA Y
LA IMPUNIDAD
Por Carlos Alberto López De
Belva
LOS SANTOS MÁRTIRES DE LA MASACRE DE SAN
PATRICIO
NUESTROS MÁRTIRES DE AMÉRICA
LATINA
¿MUERTOS POR CAUSAS SOCIALES Y
POLÍTICAS?
Por Primo Corbelli
EL CASO DE LOS PADRES PALOTINOS
LA MASACRE DE SAN PATRICIO, OTRA VEZ LA
CENSURA
Por Pablo Rodríguez
Leirado
EDUARDO G. KIMEL, LA PERSECUCIÓN
TESTIMONIOS PALOTINOS
Por el Padre Cornelio
Ryan

………………………..
ALFREDO
LEADEN
Nacido el 23 de mayo de 1919 en Buenos
Aires, Capital Federal
ALFREDO JOSÉ
KELLY
Nacido el 5 de mayo de 1933 en Suipacha,
Bs. As.
PEDRO EDUARDO
DUFAU
Nacido el 13 de octubre de 1908 en
Mercedes, Bs, As
SALVADOR
BARBEITO DOVAL
Seminarista, nacido el 01/09/51 en
Pontevedra, España
EMILIO JOSÉ
BARLETTI
Seminarista, nacido el 22/11/52 en San
Antonio de Areco, Bs. As.
PRESENTES
El domingo 4 de
julio de 1976, Rolando Savino llego a la iglesia de San Patricio para tocar el
organo en la misa de las 8:00 horas.
El habitual grupo
de madrugadores se habia congregado fuera de la parroquia.
Celia Harper, la
dama que usualmente ayudaba a los sacerdotes a prepararse para la ceremonia, le
dijo a Rolando que no los habia visto.
La iglesia
todavia estaba cerrada.
Habia tocado el
timbre de la casa varias veces pero nadia habia bajado a abrirle.
Rolando decido
investigar por su cuenta.
Fue a la puerta
principal y la encontro cerrada, por lo que decidio trepar por una ventana de la
parte trasera y buscar las llaves.
Penso que los
sacerdotes se habian dormido y los llamo en voz alta.
Nadie
respondio.
Inca, la perra
del Padre Kelly, vino a su encuentro, pero permanecio misteriosamente en
silencio.
Rolando subio las
escaleras, donde vio frases escritas con tiza en la puerta de un
dormitorio.
La casa estaba en
total desorden, como si la hubieran saqueado.
Muebles, libros,
papeles y ropa dispersos por los pisos y las camas.
La puerta del
living estaba entornada. La empujo para abrirla.
Los cuerpos sin
vida de los cinco religiosos yacian en un enorme charco de sangre sobre la
alfombra roja.
Habia balas y
sangre impactados en las paredes.
Las manos del
Padre Dufau estaban atadas por detras de su espalda. Un posted de
"Mafalda" habia sido depositado sobre el cuerpo de Salvador Barbeito.
Rolando se dio
media vuelta y trato de bajar las escaleras corriendo, pero sus piernas no se
movieron. Volvio al living y miro una vez mas la horrenda
escena.
"Llame a Celia y
le pedi que viniera arriba conmigo porque los habian robado.
Cuando llegamos a
unos pasos del living le rogue que se detuviera y que se diera vuelta.
Le dije que
teniamos que ira a la policia y preguntar por que nadie estaba en la
casa. Tuve miedo de que se muriera de un ataque cardiaco si veia
los cuerpos." Rolando Savino tenia solo 16 años.
Mucha gente que
lo conocia asegura que desde ese dia su juvenil sonrisa desaparecio para
siempre.
La noticia
llega a San Antonio de Areco
A las 3.50 de la
madrugada Elida Hernandez de Barletti se desperto sobresaltada en el dormitorio
de su casa de la calle Mitre en San Antonio de Areco, unos segundos antes habia
visto caer al suelo el cuerpo de su hijo Emilio, el pantalon gris, el saco azul,
la bufanda blanca, todo le conferia al sueno un horroroso realismo.
Se dirigio a la
cocina para tomar un poco de agua, poco despues se encontro con su hijo Gaston,
quien preparaba todo lo necesario para una partida de caza junto a algunos
amigos.
Nata quedo sola
en la casa sin poder conciliar el sueno, cerca de las siete sus vecinos la
vieron barrer obsesivamente la vereda de su casa.
A las ocho,
envuelta en malos presagios llamo por telefono a San Patricio en Belgrano.
Ocupado. Volvio a intentar la comunicacion sin exito.
Mas tarde a la
salida de la misa de las diez de la manana, una amiga se acerco a ella, en la
vereda de la parroquia de San Antonio a unos pocos metros de su casa.
-- Nata, te
enteraste? Mataron a todos en San Patricio.
La pared de la
casa parroquial la sostuvo evitando la caida.
El padre Kevin
O'Neill a ocho cuadras de alli, terminaba de celebrar la primera misa del
domingo, se dirigio a la secretaria en donde se dedico a trabajar en sus papeles
y a organizar la salida hacia Campana en donde participaria junto a feligreses
de Areco de los actos organizados para celebrar la creacion del Nuevo
Arzobispado de Zarate-Campana.
Sin duda seria un
dia de fiesta para la Iglesia Catolica de Argentina.
A las diez de la
manana la voz del padre John O'Connor desde la parroquia palotina de Castelar le
comunicaba atropelladamente que debia suspender el viaje a Campana, que algo
terrible habia ocurrido en San Patricio, le hablo de cadaveres hallados en
"nuestra parroquia de Belgrano", O'Neill intentaba comprender, penso que su
interlocutor le hablaba de cadaveres arrojados en los jardines de San Patricio,
pero el padre O'Connor preciso: "han matado a la comunidad, parece que a cinco
personas, entre ellas los tres padres".
Hacia el mediodia
otras comunicaciones telefonicas desde Belgrano confirmaban lo ocurrido y
exigian su presencia. O'Neill era el sucesor del padre Alfredo Leaden en caso de
ausencia de este al frente de la congregacion palotina.
El ultimo llamado
confirmo la identidad de los restantes cuerpos. Salvador Barbeito y Emilio
Barletti.
El padre O'Neill
reconfortado por un grupo de feligreses se dirigio a la casa de una tradicional
familia arequera, los Egan, alli se habia refugiado la senora de Barletti.
Al ver entrar al
sacerdote, comprendio.
-- Emilio
tambien?
_________
EL CASO
En Argentina,
según los informes de CONADEP y del Servicio Fe y Solidaridad del MEDH de Chile
y otros estudios, se han contabilizado 18 sacerdotes, 10 seminaristas, 2
religiosas y 39 laicos asesinados.
También un
obispo, mons. Enrique Angelelli, de La Rioja, resultó asesinado en un accidente
simulado y en el caso de mons. Ponce de León, de S. Nicolás existen sospechas
firmes de que el accidente automovilístico que le costó la vida, también haya
sido provocado (viajaba a Buenos Aires llevando una carpeta con graves denuncias
de desparecidos en Villa Constitución).
Todas estas
personas se jugaron en tiempos difíciles y ofrecieron su vida por amor a Cristo
y a los pobres, en la línea de las opciones de la Iglesia después del Concilio y
Medellín.
Estos datos son
sin embargo muy limitados ya que se trata de mártires olvidados y la lista de
los laicos se refiere casi sólo a Buenos Aires y muy pocas comunidades.
Se trata en
general de catequistas como Mónica María Mignone, hija del autor de "Iglesia y
Dictadura" secuestrada con todo el grupo pastoral que trabajaba en el Bajo
Flores con el padre Orlando Iorio y el padre Francisco Jalics, o de Daniel
Esquivel del Equipo de Pastoral de Paraguayos (EPPA) defendido públicamente en
carta pastoral por el obispo de Lomas de Zamora mons. Desiderio Collino, o de
María del Carmen Maggi, decana de Humanidades de la Universidad Católica de Mar
del Plata...
En la madrugada
del 4 de julio de 1976, grupos de tareas de la dictadura militar penetraron en
la comunidad de los Padres Palotinos en la Parroquia San Patricio del Barrio
Belgrano de Buenos Aires, maniataron a los religiosos (3 sacerdotes y 2
seminaristas) uno junto al otro, los golpearon y los fusilaron por la espalda.
Dos días antes
había estallado una bomba en la Superintendencia de Seguridad Federal matando a
15 policías.
Se dijo que este
asesinato y otros eran la respuesta de la fuerza de seguridad.
Pero... ¿por qué
una comunidad religiosa?
Dichos religiosos
se destacaban por su gran sensibilidad social y el párroco, padre Kelly, había
sabido mover a la juventud hasta llegar a formalizar 9 grupos juveniles.
Los religiosos
eran todos argentinos, excepto Barbeito que a los 3 años de edad había venido de
España.
La predicación
dominical reflejaba las ansias de justicia social y de respeto de los derechos
humanos que enseñaba la Iglesia; y esto, justamente en un barrio donde se
concentraba gran parte de la oligarquía porteña.
En el caso de los
palotinos, el terrorismo de estado golpeó con saña a los que no tenían nada que
ver con las organizaciones armadas, movido por la ideología de la seguridad
nacional.
El padre Favre,
en nombre de la Conferencia de Religiosos, durante la Misa de cuerpo presente
concelebrada por 150 sacerdotes y presidida por el obispo auxiliar de Buenos
Aires, monseñor Guillermo Leaden, hermano de uno de las víctimas, denunció "las
innumerables muertes y desapariciones de las que nadie sabe dar razón y que
constituyen una injuria a Dios y a la Humanidad".
El 7 de junio de
1976 el cardenal Aramburu y el nuncio, mons. Pío Laghi visitaron la Junta
Militar pidiendo explicaciones.
El gobierno, que
había acusado en un primer momento a "elementos subversivos" por la masacre,
llegó a admitir tan sólo que se trataba de grupos militares salidos de control.
En aquella
oportunidad el cardenal y el nuncio llevaron una carta de la Conferencia
Episcopal: "Nos preguntamos, o mejor dicho la gente se pregunta a veces sólo en
la intimidad del hogar o del círculo de amigos, porque el temor también cunde:
-qué fuerzas tan poderosas son las que con total impunidad y con todo anonimato
pueden obrar así a su arbitrio? -Qué garantía, qué derecho le queda a los
ciudadanos?"
Fuente:
www.chasque.apc.org
_________________________________
¿POR QUE LOS MATARON?
Conjetura 1:
La Bomba en el
Departamento Central de Policia
El crimen podria
tener relacion con otro tragico incidente ocurrido 48 horas antes.
El viernes 2 de
julio de 1976, una poderosa bomba exploto en el comedor del Departamento de
Seguridad Federal de Buenos Aires, matando a 18 policias e hiriendo a 66
personas.
La bomba fue
colocada por un policia perteneciente al grupo terrorista "Montoneros" de
apellido Salgado, posteriormente ejecutado.
Las Fuerzas
Armadas respondieron con extrema dureza a traves del accionar de diversos grupos
de tareas.
El Jefe de
Policia, General Arturo Corbetta, trato de contenerlos proponiendo a cambio el
uso de procedimientos legales.
Al dia siguiente,
15 personas desarmadas fueron ejecutadas en diversas areas de la ciudad. Entre
ellas se encontraban los sacerdotes palotinos.
En el termino de
72 horas fueron ejecutadas 103 personas. Esta "vendetta" entre fuerzas
represivas logro su objetivo.
La posicion del
General Corbetta se volvio insostenible y fue reemplazado por un representante
de la linea dura, el General Edmundo Ojeda luego de solo 11 dias en el poder.
La "guerra sucia"
acumulaba asi sus 30,000 victimas, tras solo dos meses y medio de dictadura
militar.
De acuerdo al
Premio Nobel de la Paz, Adolfo Perez Esquivel, la masacre de los palotinos fue
una operacion eficientemente planeada y ejecutada.
Matando a cinco
religiosos lograron dispersar a cientos de disidentes, en lo que es, luego de 20
anos la mayor tragedia de los 400 anos de historia de la Iglesia Catolica
argentina.
Conjetura
2:
Emilio Barletti
era Montonero
Emilio Barletti
estaba conectado con los Montoneros, el grupo armado revolucionario que luchaba
clandestinamente contra las Fuerzas Armadas.
Emilio sabia que
su afiliacion ponia en peligro a todos en San Patricio, por lo que habia
decidido alejarse de la Comunidad Palotina a mediados de julio, con el fin de
afianzar su compromiso politico.
Los Palotinos no
permitian a sus alumnos tener ninguna conexion politica mientras estudiaban para
ser sacerdotes.
Emilio habia
participado en manifestaciones, distribuido panfletos y facilitado reuniones de
algunos de los lideres de Montoneros. Sus amigos y maestros en San
Patricio no tenian ningun conocimiento de esto.
Dentro de
Montoneros, pertenecia a la Columna Sur, y su superior era Elbio Alverione, un
ex-sacerdote.
Debido a su valor
estrategico, Emilio tenia asignadas funciones de propaganda.
Era un
"miliciano," no un guerrillero armado.
Su funcion era
considerada marginal, a pesar de que se lo hubiera promovido a la funcion
superior de estratega debido a su capacidad.
Gabriel Seisdedos
investigo a fondo la posible conexion entre la masacre y la militancia de
Emilio.
Alverione mismo
guio a Seisdedos durante su investigacion y clarifico que Barletti no habia
tenido asignada ninguna operacion militar. En reuniones con
ex-jefes de Montoneros de alto rango (hoy en dia hombres de negociso, ejecutivos
y politicos), Seisdedos confirmo que ningun otro miembro de la comunidad de San
Patricio habia estado envuelto en Montoneros o habia tenido conocimiento del rol
de Emilio.
Todos estos datos
se encuentran en el libro "El Honor de Dios" y en el documental para TV del
mismo nombre.
Conjetura
3:
La
participacion de los vecinos de San Patricio
Varios vecinos
que vivian en un rango de 200 metros de San Patricio (aun en la misma manzana),
eran oficiales de alto rango de las Fuerzas Armadas. Desde el
comienzo del plan de eliminacion sistematica que habia comenzado en marzo del
'76, estos oficiales tenian ordenes de reportar actividades "sospechosas" a sus
superiores.
Uno de los
vecinos de la misma manzana de la iglesia tenia estrechos lazos con organismos
de ultraderecha.
Se presume que
esta persona habia encabezado la solicitud de firmas para echar al Padre Kelly
de la parroquia, a causa del tono de sus sermones.
En varias
ocasiones, el padre Kelly habia sido visitado por personal militar y vecinos
considerados "conservadores" para que no hablara sobre los pobres, la injusticia
y los desaparecidos.
Un grupo selecto
de Comisarios de Policia con orientacion claramente fascista se reunian
regularmente en el barrio de Belgrano.
Se llamaban a si
mismos "El grupo de las Caras Felices."
Estos individuos
tenian acceso a informacion de inteligencia y operaban en forma autonoma, a
pesar de que respondian al comando del General Suarez Mason, quien controlaba
los operativos en Buenos Aires.
Algunas de las
"damas" que colaboraban en San Patricio en actividades de caridad estaban
casadas con personal militar, ejecutivos de empresas multinacionales y
politicos.
En los meses
previos a la masacre se sintieron desplazadas por la llegada de gente joven y el
cambio en las actividades caritativas propuesto por estudiantes como Barletti y
Barbeito.
Mientras esto
ocurria, la escuela de los Palotinos perdia dinero.
Esta escuela,
adosada a la parroquia, habia sido fundada para instruir a los hijos de las
mucamas de la zona, muchas de las cuales trabajaban en las casas de las "damas
de caridad."
Otra escuela,
tambien subvencionada por estas familias de clase media y clase media alta
alojaba solamente a sus hijos, no los de sus mucamas.
Esta gente se
sintio agredida cuando el Padre Kelly advertia sobre la diferencia de clases en
sus sermones evangelicos.
Al poco tiempo,
comenzaron las amenazas para que "hubiera cambios," o de lo contrario
desapareceria la ayuda financiera.
El dinero era la
soga al cuello, sus lenguas fue el primer arma que se disparo en la
parroquia.
Conjetura 4:
Los sermones
del Padre Nelly
Los palotinos son
una comunidad religiosa creada por San Vicente Pallotti en Italia, que luego se
extendio hacia Inglaterra, Alemania e Irlanda.
En la Argentina
se establecieron en 1886 y hacia 1970 la comunidad tenia 17 casas y 50
sacerdotes en distintas ciudades. Alfredo Kelly, el parroco de San Patricio de
Belgrano, habia logrado atraer una gran cantidad de jóvenes que participaban en
los diversos grupos.
Luego del golpe
del 24 de marzo de 1976, varios de sus sermones opusieron el mensaje del
Evangelio a los abusos del poder militar. Esto provoco que algunos miembros
influyentes de la parroquia lo tildaran de "comunista" y solicitaran firmas para
echarlo.
La
responsabilidad de estos feligreses en la masacre y su posterior difamacion de
las victimas constituye uno de los aspectos mas reprochables de esta tragedia.
Desde ese
momento, muchos sacerdotes pagaron con sus vidas y fueron torturados por su
denuncia de la injusticia, la pobreza y crimenes como el de San Patricio.
La represion
sistematica aborto toda posibilidad de protesta proveniente de la juventud
catolica comprometida.
Asimismo, hizo
llegar un mensaje claro y contundente a la jerarquia eclesiastica, quien
prefirio guardar silencio para evitar mas muertes.
La comunidad
palotina sostiene que seria una injusticia olvidar a sus martires. Fueron cinco
hombres consagrados que vivieron en comunidad y murieron en comunidad, dedicados
a defender la Paz y la Justicia.
Los palotinos
quieren saber quienes fueron los autores intelectuales de la masacre, los
ejecutantes, y por que los mataron. "Una vez que tengamos respuestas a nuestras
preguntas, seremos los primeros en perdonar", afirma el Padre Tomas O'Donnell,
Superior de los palotinos en la Argentina.
Fuente:
http://www.fivemartyrs.org/martyrs.htm
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TESTIMONIOS EN EL ANIVERSARIO DE LA MASACRE EN BELGRANO
Una historia de
palotinos
Hace 31 años una
patota entró en la iglesia de San Patricio y mató a sacerdotes y seminaristas.
El crimen marcó a esa comunidad y es ahora sujeto de un documental. El
testimonio de Roberto Killmeatte, ex cura y compañero de las víctimas.
Por Laura Vales
¿Quién diría que
ese hombre que acaba de entrar, protegido del frío por una campera gris y una
bufanda, alguna vez fue sacerdote? Llega con su mujer, Ana, y apenas se acomoda
en la silla cuenta que nunca le gustaron las sotanas. Lo dice y se abalanza
sobre el plato de facturas en un gesto que rompe cualquier pose.
El entrevistado
es Roberto Killmeatte, sobreviviente de la masacre de San Patricio, ocurrida el
4 de julio de 1976 cuando un grupo de tareas de la Esma entró en la parroquia de
los palotinos, en el barrio de Belgrano, y asesinó a tres sacerdotes y dos
seminaristas. El miércoles se cumplieron 31 años de los crímenes.
En la mesa del
reportaje también están Pablo Zubizarreta y Juan Pablo Young, directores del
documental 4 de Julio, que recrea aquella historia. Cuando ocurrió, ellos eran
muy chicos: tenían 3 y 6 años. Todavía no se conocían, aunque los dos vivían
cerca, a pocas cuadras de la iglesia de Estomba y Echeverría.
Killmeatte y
otros seminaristas habían llegado allí en 1973. “Estudiábamos en Brasil, en la
Universidad de Santa María –recuerda Killmeatte–, pero con la vuelta de Perón y
el clima que se vivía en la Argentina quisimos terminar de estudiar dentro del
país.
Aunque
inicialmente pensábamos en alquilar una casa en la que instalarnos con uno de
los curas, la congregación nos mandó a la iglesia de San Patricio; entonces
pedimos que, ya que íbamos a instalarnos ahí, los padres (Alfredo) Kelly y
(Alfredo) Leaden vinieran con nosotros, como responsables de la parroquia.”
Killmeatte y sus
compañeros eran una camada novedosa dentro de la congregación palotina; un grupo
que se sentía identificado con la Teología de la Liberación y la opción por los
pobres. Como parte de ese proyecto, habían abierto una misión en Los Juríes, en
Santiago del Estero.
Young, que junto
a Zubizarreta investigó durante cinco años la historia de los palotinos, define
al grupo como parte de una propuesta de cambio que entendía lo
político-religioso como dos pedazos inseparables de la misión pastoral.
La mayoría de los
seminaristas, cuenta, eran además estudiantes universitarios.
No es de extrañar
que cuando se mudaron a Belgrano trastrocaran las costumbres de la parroquia,
hasta entonces de corte tradicional.
Se negaron a
tener cocinera, dejaron de cobrar los casamientos, los novicios no usaban
vestimenta clerical y trabajaban fuera.
En el documental
hay vecinos que recuerdan las homilías del padre Alfredo Kelly, de tono
encendido y contenido, irritante para algunos sectores de la feligresía.
4 de julio
Ya avanzado el
’76, después del golpe, el padre Kelly daría un sermón que reflejó uno de esos
picos de tensión, cuando denunció desde el púlpito que se estaban haciendo
remates de los bienes robados a los desaparecidos y que feligreses de San
Patricio habían participado de ellos.
La homilía quedó
en la memoria como “el sermón de las cucarachas”, calificativo que Kelly usó
para describir a quienes, dijo, ya no podía seguir llamando ovejas de su rebaño.
Poco después,
Kelly supo que estaba circulando por el barrio una carta en la que un grupo de
feligreses pedía su destitución, acusándolo de “comunista”.
El sacerdote
escribió en su diario personal sobre su preocupación por el tema.
Horas antes de
los asesinatos, durante la cena, también habló de estos movimientos, preocupado
por las consecuencias que podrían implicar.
La noche de los
crímenes, el 4 de julio de 1976, hubo testigos que vieron a un Peugeot negro
estacionado frente a la iglesia, con cuatro hombres en su interior.
Entre estos
testigos, jóvenes reunidos en una casa vecina, estaba el hijo de un militar, que
hizo la denuncia a la comisaría, que mandó a un patrullero.
Un policía habló
con los del auto y les dijo después a los denunciantes que no se preocuparan.
Antes de
retirarse, desde el patrullero soltaron que iba a haber un operativo para
“reventar a unos zurdos”.
A la mañana
siguiente, el organista de la iglesia encontró los cinco cuerpos, acribillados
en una habitación.
Los asesinados
fueron Salvador Barbeito, de 29 años, profesor de filosofía y psicología y
rector del Colegio San Marón; Emilio Barletti, de 23 años, también profesor, que
estaba por recibirse de abogado.
Entre los
sacerdotes, el padre Alfredo Leaden, de 57 años, era delegado de la congregación
de los palotinos irlandeses; Alfredo Duffau, de 65 años, era director del
colegio de San Vicente Paloti y Alfredo Kelly, de 40 años, era párroco de San
Patricio.
Al lado de los
cadáveres había escrita una leyenda: “Estos zurdos murieron por ser
adoctrinadores de mentes vírgenes”.
Killmeatte
estudiaba teología en Colombia cuando ocurrió la masacre. Le mandaron un
telegrama con la noticia de las muertes y la orden de no regresar a Buenos
Aires. El entonces seminarista volvió a los dos meses.
–¿Por qué?
–Ya no quería
estudiar más. Ellos eran la gente con la que había compartido los años más
importantes de mi vida, porque desde el ’69 estábamos estudiando juntos, y de
golpe estaban todos muertos.
–¿Quería saber
qué les había pasado?
(Asiente.) –Pero
cuando llegué me encontré con que dentro de la congregación había habido cambios
importantes.
–¿En qué sentido?
–Se comienzan a
tejer dudas internas, se nos ponía en duda: que Emilio (Barletti, uno de los
seminaristas) era zurdo, que si teníamos armas... En el fondo, la congregación
había entendido que los asesinatos habían ocurrido por nuestra culpa, la de los
estudiantes.
Para Killmeatte
comenzaría un vida de paria: lo mandaron a Roma a no hacer nada; consiguió
volver a la Argentina pero en muy poco tiempo lo enviaron de nuevo a Irlanda.
Aunque ya había
terminado de estudiar, demoraban su ordenación sin razones.
En 1978, luego de
pasar por largos interrogatorios, le permitieron convertirse en sacerdote.
Pidió como
destino la parroquia de Belgrano, donde lo relegaron a un lugar secundario:
ocuparse de la misa de los niños.
Zubizarreta tiene
una foto de esa época: es uno de los niños que aparecen rodeando al sacerdote en
una suelta de globos. “Fue un día en que Roberto hizo volar una piñata con
papelitos con mensajes para Dios.
Para un chico,
¿qué más simple y más gráfico que eso?
Ese tipo de cosas
nos hacían participar en la iglesia desde otro lugar.
Pero más allá de
Roberto, también estaba la sensación de que en esa parroquia había un peso muy
fuerte, una carga.
Ahí había
sucedido algo muy pesado... yo lo percibía, y también percibía el miedo. Eso fue
muy importante en mi infancia.”
Mientras estuvo a
cargo de la misa de los niños, Killmeatte armó un grupo de catequistas y
profesionales y destinó lo recaudado en las colectas a un proyecto de
autoconstrucción de viviendas para un asentamiento.
Quizás ésa haya
sido la razón por la que, nuevamente, le dieron la orden de cambiar de destino,
esta vez a Los Juríes, la antigua misión de la orden en Santiago del Estero.
Sin castigo
El crimen de los
palotinos nunca tuvo justicia. Hubo una causa abierta durante la dictadura que
quedó en la nada. En 1983, el juez federal Néstor Blondi reabrió el caso.
–¿Qué se supo de
los autores de los asesinatos?
Young: –Las
pruebas fueron recopiladas por el periodista Eduardo Kimel en su investigación
La masacre de San Patricio.
El primer
elemento fuerte es que un marino de baja graduación, Miguel Angel Balbi, se
presentó en el juzgado de Blondi y manifestó que un compañero de armas, de
nombre Claudio Vallejos, le había confesado que él manejó uno de los coches en
el operativo, mientras otros compañeros de armas entraban. Dio nombres: Antonio
Pernías como quien dirigió todo, el teniente de Fragata Aristegui y el
suboficial Cubalo.
Otro elemento fue
la declaración que hizo Graciela Daleo, sobreviviente de la Esma, que contó que
Antonio Pernías se jactaba de haber sido el que había matado a los palotinos.
Pero la
investigación no avanzaría. Vallejos, el chofer, no pudo ser ubicado por la
Justicia (se fugó a Brasil).
Llamado a
declarar, Pernías negó cualquier relación con el caso.
Mientras el
expediente volvía a quedar congelado, Killmeatte organizaba en Los Juríes a los
pequeños productores y campesinos. Y otra vez, sus superiores de la congregación
le ordenaron abandonar la zona.
Ese año
Killmeatte se retiró del sacerdocio. Hoy vive en Bariloche. Se casó y tiene dos
chicos.
Tiene una chacra
y armó una cooperativa de pequeños productores que, en cierta forma, es la
continuidad de su trabajo anterior.
–¿Le costó irse?
Killmeatte se
ríe: –Cuando uno deja el sacerdocio debe hacer un proceso llamado de reducción
al estado laical. Yo, cabeza dura, me puse firme en que quería dejar en claro
por qué me iba. “¿Y por qué se va usted?” “Me voy por cuestiones sociales”, “No,
usted no puede decir eso”... No me querían dar la reducción. “Va a ser más
rápido si dice otra cosa”. Diez años tardaron. Y me la dieron en latín.
La masacre de los
palotinos fue un punto de inflexión dentro de los sectores de la Iglesia que
buscaban un cambio.
A partir de
entonces, el miedo –y en especial la complicidad de la jerarquía eclesiástica
con los crímenes– paralizó cualquier acción que fuera en esa línea.
Young y
Zubizarreta recuerdan que al mes siguiente mataron a Angelelli; luego a las
monjas francesas, a la hija de (Emilio) Mignone, a otros cientos de laicos que
trabajaban en las villas.
Su documental
aborda un punto hasta ahora poco transitado del tema, el de la complicidad de
los propios feligreses con la persecución a los religiosos.
Pero también
refleja el trabajo de quienes sobrevivieron por defender la memoria.
Young dice: “Si
no hubiera conocido la vida de Roberto, no hubiera terminado de entender lo que
pasó en San Patricio”. 4 de Julio contiene las dos historias, cada una
iluminando a la otra.
Fuente:
Página/12, 08/07/07
_____________________________________________________
ENTREVISTA CON EDUARDO KIMEL, AUTOR DEL LIBRO "LA MASACRE DE SAN PATRICIO"
Nos llega hoy la
denuncia de uno de los casos de censura más famosos del continente. Y la realiza
la víctima misma de este abuso, el periodista argentino Eduardo Kimel. Su pecado
fue investigar la masacre de San Patricio y acusar a un juez de negligencia al
ver que las huellas de los asesinos conducían a la "entraña del poder militar".
Su calvario podría acabar con la despenalización de los delitos de calumnias e
injurias en Argentina, lo que significaría una victoria histórica para la
libertad de prensa en nuestro hemisferio.
"Mientras los
asesinos siguen en libertad, yo soy el único que recibió una condena"
El 4 de julio de
1976 fueron asesinados tres sacerdotes y dos seminaristas palotinos en la
Parroquia San Patricio, de Villa Urquiza. A 29 años del sangriento episodio El
Barrio dialogó con el periodista Eduardo Kimel, quien en 1986 escribió un libro
que revela los secretos del mayor atentado sufrido por la Iglesia Católica en la
Argentina.
Por Daniel Marcovecchio
dmarcovecchio@periodicoelbarrio.com.ar
Es la hora pico
de un viernes complicado. El tráfico es un infierno y las bocinas aturden sin
pausa. En la jungla de cemento no existe la paz, mientras la muchedumbre corre
quién sabe hacia dónde. El bar de la cita se encuentra atestado de gente. Todos
hablan, gritan... Sólo una mesa en un rincón permanece en calma. Detrás del humo
de cigarrillo se encuentra Eduardo Kimel,el periodista que, como si fuera un
personaje ideado por Franz Kafka, se vio envuelto en una maraña judicial sin
fin.
-¿Qué motivo lo
llevó a investigar el caso de los curas palotinos asesinados?
-Esto fue en
1986. Yo estaba haciendo un libro sobre historia política argentina y la misma
editorial me propuso buscar un tema vinculado con los derechos humanos. En ese
momento se estaba produciendo el famoso juicio a las juntas militares, que era
un asunto de debate nacional, y tuve una charla con un compañero de la
universidad. Yo estaba estudiando Historia en la Facultad de Filosofía y Letras,
donde él me mencionó aquel suceso. Yo lo recordaba vagamente. Me interesó más el
caso en la medida que no se había hablado demasiado del hecho. Había salido una
nota en la revista El Periodista de Buenos Aires, una publicación importante de
la década del 80, ya desaparecida, donde se hizo una investigación superficial
pero por lo menos valiosa. Hablé con unas personas que tenían vinculación, que
estaban dispuestas a hablar, a contar cosas. Entonces lo propuse en la editorial
y aceptaron. Me puse a trabajar inmediatamente. Entre fines de 1986 y mediados
de 1987 ya lo tenía escrito. Esas son las circunstancias objetivas. Las
subjetivas eran que el tema me pareció interesante, y muy llamativo, porque el
hecho se había producido en el marco del terrorismo de Estado, durante la
represión de la dictadura, y tenía dos características que lo distinguían. La
primera era que se trataba del ataque más importante sufrido por alguna
comunidad de la Iglesia Católica en la Argentina en toda su historia. Y la
segunda que en lugar de secuestrar y hacer desaparecer a las víctimas, práctica
habitual de aquella época, en este caso se utilizó como forma de represión
entrar al lugar y masacrarlas.
-El periodista
Rodolfo Walsh marcó un antes y un después del periodismo de investigación.
¿Puede decirse que fue un modelo a seguir?
-Particularmente,
no tenía en mente a nadie en especial. Pero es probable, como cualquier
conocimiento que uno incorpora de forma válida. Las cosas importantes no siempre
están presentes. Por tanto, supongo que el hombre y la obra de Rodolfo Walsh se
encuentran en mi trabajo de forma natural, no porque pretendiera o quisiera
imitarlo sino que, como otros periodistas que habían hecho buenos trabajos en
aquella época, me parecía que era una forma interesante de contar una historia
que podría ser apreciada por mucha gente.
-¿Tuvo problemas
o amenazas de parte de las fuerzas de seguridad al escribir La masacre de San
Patricio?
-No, fue un libro
escrito en democracia y había un interés público muy importante en cuanto a los
derechos humanos, aunque también hay que contar una pequeña historia dentro de
lo que fue escribir el libro. En 1987, cuando se produjo la rebelión militar de
Semana Santa contra el gobierno de Alfonsín, la editorial que me había encargado
el proyecto me propuso esperar un tiempo para sacar el libro a la venta porque
no se sabía cuál iba a ser el rumbo definitivo de estos planteos militares ante
la evidencia de que el gobierno radical retrocedía frente a estos problemas. De
común acuerdo esperamos para publicarlo más adelante. Así, el libro quedó
archivado un tiempo. Yo lo presenté en un concurso, en 1989, donde pedían
investigaciones sobre temas históricos vinculados con los últimos años y gané el
primer premio, que consistía en su edición. De esta manera salió publicado en
1989. No hubo durante todo el proceso de investigación ningún tipo de presiones.
En realidad, la principal amenaza o el riesgo producido por la publicación del
libro fue el juicio que comenzó en 1991.
-¿Cómo se
desarrolló el proceso judicial en su contra?
-El juicio fue un
proceso largo. La querella se presentó a fines de 1991 y la inició Guillermo
Rivarola, el juez que investigó el asesinato en el primer momento -julio de 1976
hasta agosto de 1977- y al cual yo le dedico una pequeña parte del libro donde
cuento, de acuerdo con mi visión, cuál fue su actuación como responsable de
investigar el crimen. El se sintió ofendido por lo que yo sostengo en el libro,
que esencialmente habiendo cumplido con una serie de formalidades que
correspondían no llevó adelante la investigación a fondo. No porque se negara,
eso yo no lo juzgo, tampoco lo sé, pero tengo la certeza, y esto lo puede
constatar cualquiera que lea la causa, que con los elementos a disposición en
ese momento se podía haber llegado a una investigación más profunda. Si no lo
hizo se debe a las mismas razones por las cuales el conjunto de la Justicia en
la Argentina no investigó los crímenes de la dictadura: es decir no había
investigación del Gobierno de facto al cual los jueces en general, y en
particular los de orden penal, mostraron obediencia o funcionalidad. Ningún juez
investigó los crímenes denunciados; más aún, se sabe que rechazaban los hábeas
corpus presentados por los familiares de las víctimas de desapariciones porque
sabían que el hecho de requerir al poder político, a los organismos de seguridad
y a las instituciones militares la identificación del paradero de las víctimas
de la represión significaba colocarse en un terreno de resistencia o de
oposición al método utilizado por la dictadura.
-¿Cuál fue el
resultado de la causa?
-El juez Rivarola
me realizó una querella por calumnias e injurias aduciendo que el párrafo
escrito en el libro tenía una acusación hacia él por no cumplir con sus
funciones. En 1995 la jueza Angela Braidot, que estuvo a cargo de la primera
instancia, me condenó a un año de prisión en suspenso y a pagarle una suma
determinada al juez Rivarola en concepto de indemnización, ya que consideró que
yo era culpable del delito de injurias. Se apeló la sentencia y en 1996 la
Cámara de Apelaciones me absolvió diciendo que no había mérito para condenarme
ni por injurias ni por calumnias. Luego el juez Rivarola apeló ante la Suprema
Corte de Justicia en la época menemista y logró a fines de 1998 una revocatoria
de aquella sentencia que me absolvía y devolvía el caso a la Cámara de
Apelaciones, pero de otra sala. En 1999 esa sala me volvió a condenar. Entonces
mis abogados y yo apelamos sin éxito ante la Suprema Corte.
-¿Qué hizo
entonces?
-En 2001 el
estudio del Centro de Estudios Legales y Sociales, que me defendía, presentó una
denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), cuya sede
está en Washington, en la cual denunciamos este caso en primera medida por
censurar a la libertad de expresión y al derecho a la información. La segunda
crítica fue realizada contra los jueces que me condenaron, ya que lo hicieron en
forma arbitraria y sin hacer una mínima lectura de lo que yo escribí. La
Comisión mantuvo el caso dos años en estudio, en un trámite que se llama de
admisión, y a principios de 2004 aceptó la denuncia que nosotros presentamos al
ser avasallado nuestro derecho en las cortes de la Argentina. En marzo de este
año hubo una reunión entre mis abogados y representantes de la Cancillería del
gobierno argentino en Washington ante la Comisión Interamericana, donde se
expusieron las posiciones de las partes y una vez más exigimos que se busque la
manera de dejar sin efecto la condena penal y cualquier tipo de multa
indemnizatoria por haber agraviado supuestamente al doctor Rivarola. En estos
momentos es el gobierno argentino el que tendrá que contestar esos argumentos y
no sabemos cuál es la posición que tomarán al respecto. Incluso ha quedado claro
que desde que efectuamos el pedido a la CIDH ninguno de los tres gobiernos que
hemos tenido durante esos años saben qué contestar. Esto ocurre porque el caso
derivado de la masacre de San Patricio constituye una evidencia muy clara de
cuáles son los intereses que defienden muchos de los magistrados argentinos y de
qué manera se tratan en este país los temas vinculados con la represión ilegal
durante la época de la dictadura militar. La demostración más palpable de eso es
que mientras los asesinos de los palotinos siguen en libertad y jamás fueron
castigados por uno de los hechos más horrendos de aquella época, el periodista
que escribió un libro donde se cuenta esta historia dolorosa es el único que ha
recibido algún tipo de castigo.
-Esa es la parte
mala de la experiencia. ¿Qué fue lo bueno de haber escrito el libro?
-Si bien se trata
de un libro breve, tiene buen material. No solamente hay elementos interesantes
por sí mismos sino que la manera en la cual están organizados para contar la
historia fueron producto de una elaboración que me alegra. No es un libro
lineal, que ofrece al lector sólo el conocimiento de este trágico hecho, sino
que también aporta un montón de otros rasgos que sirven para conocer la realidad
de aquella época, el contexto y, de alguna manera, mostrar la otra cara de esta
historia: la justicia, durante la dictadura y luego en plena democracia, fue
incapaz -y esto es lo más terrible- de llevar a cabo una investigación que
permitiera condenar a los que cometieron el quíntuple homicidio.
-¿Cómo imagina la
resolución de su caso?
-Mis abogados
pronostican que va a tener una resolución favorable. Esta situación significará
dos cosas: una será mi reivindicación como periodista y la otra será la
implementación de una sanción para el Estado argentino por no haber protegido
los derechos que debería garantizar en cumplimiento de leyes fundamentales como
la Constitución Nacional Argentina y el Pacto de San José de Costa Rica.
Fuente:
www.periodicoelbarrio.com.ar
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LEON GIECO EN LA IGLESIA SAN PATRICIO, DONDE MATARON A LOS CINCO CURAS PALOTINOS
"Cuando callaron
las iglesias y el fútbol se comió todo"
León Gieco cantó
"La Memoria" en la misa por los cinco palotinos asesinados por la dictadura.
Primero visitó la Iglesia de San Patricio, en Belgrano, donde habló con los
curas sobre la religión, la fe y los años de plomo, conversación que se
transcribe a continuación. Hoy los parroquianos deberán llevar alimentos no
perecederos, ya que el recital será en beneficio de un hogar de niños
discapacitados, de Capitán Bermúdez, cerca de Rosario, apadrinado por León
Gieco.
Por Hugo Soriani y Luis Bruschtein
"Los alimentos
que juntemos en la misa del domingo serán para el hogar de niños de Capitán
Bermúdez. Los conocí porque en algunos de mis recitales venía siempre un pibe en
silla de ruedas. No tenía piernas ni brazos. Un día me vino a hablar y le regalé
la armónica. Ahora Panchito armó su grupo y a veces me hace de soporte en
algunos recitales. El domingo van a venir. Yo soy padrino del hogar." León Gieco
le habla a Adrián Francioli y John O’Connor, vicario y párroco de la Iglesia de
San Patricio, donde fueron asesinados en 1976 Alfredo Kelly, Alfredo Leaden,
Pedro Dufau, Salvador Barbeito y Emilio Barletti, los cinco curas palotinos.
El domingo será
el aniversario de esa matanza y como Gieco menciona a los sacerdotes muertos en
La Memoria, Francioli y O’Connor lo invitaron a participar.
La misa es en
Estomba y Echeverría, en el barrio de Belgrano R. La charla es alrededor de una
mesa y una picada, en las instalaciones donde viven los palotinos, detrás de la
iglesia.
O’Connor le
pregunta por qué incluyó la mención de los palotinos en su canción.
"Puse los hechos
que me parecieron más fuertes –responde Gieco–, los que más me impactaron, y
creo que también a la gente. También menciono a Walsh, a Mujica, a Angelelli...
Fueron los hechos que hicieron reflexionar, los que terminaron de poner en claro
que aquí estaban haciendo una masacre."
La pregunta
disparó otros recuerdos, el comienzo de una historia, la primera relación de
Gieco con la niebla de la dictadura.
"Cuando me
pusieron en la lista negra –recuerda–, tenía tres temas prohibidos: Canción de
amor para Francisca, el Tema del mosquito y La historia esta. Tuve que irme del
país. No tenía un peso. Llegaba a Lima y daba un recital, juntaba algo de plata
y entonces iba a Caracas, hacía otro recital y así, también pasé por México,
Costa Rica y llegué a Los Angeles, donde vivía una amiga que me ofreció su casa.
En 1978, me llamó
mi agente para decirme que las cosas se estaban ablandando, que la esposa de
Videla estaba en la Fundación Genética Humana y quería hacer un recital de rock
en el Luna Park.
Yo me vine, pero
antes le pedí que me organice algunos recitales más chicos, medio clandestinos,
además del Luna. Como sabía que allí tenía la protección, aproveché para grabar
esos tres temas.
En el disco decía
‘grabado en vivo en el recital por la genética humana’. Eran las maniobras que
hacíamos para que pudieran pasar.
La dictadura era
algo nuevo, no sabíamos cómo reaccionar."
Sale la pregunta
sobre la censura, los militares metiéndose en la vida de la gente, porque la
Canción para Francisca es una canción de amor, no tiene ninguna connotación
política.
"Estaba prohibido
hasta Gardel –dice– y también estaban prohibidos los cuartetos cordobeses,
porque eran demasiado festivos o vaya a saber qué. Bueno, después del recital,
junté como diez o quince mil dólares y volví a Estados Unidos a devolver todo lo
que debía. Le planteé a mi mujer la posibilidad de volver. Era el año ’78, ’79,
estaba más pesado que nunca. Por suerte ella, intuyendo todo, me dijo que no."
De la mesa van
desapareciendo el queso, el salame y las papas fritas mientras Gieco recuerda.
Francioni y O’Connor escuchan, intervienen en la conversación, que en un punto
es casi un monólogo.
En la iglesia el
ambiente es cómodo, las palabras surgen sin dificultad.
"En esa época, en
los recitales, la gente se sentaba y escuchaba, aplaudía y nada más, no
participaba. Esa vez, en el Luna Park, que estaba lleno, también fue así. Bueno,
el asunto es que gracias a la intuición de mi mujer no volvimos y nos fuimos a
Europa.
Terminamos en la
casa de unos amigos en Roma. A mi amigo de Roma lo habían torturado porque
buscaban al hermano. Cuando estaba en Italia me empecé a reunir con grupos de
argentinos exiliados y ellos hablaban.
Contaban que
estaban haciendo desaparecer gente, que la tiraban al mar desde aviones, que
habían aparecido cadáveres en la costa atlántica con las manos cortadas para
evitar que fueran identificados.
Ahí fue mi primer
flash, no podía creerlo, hasta ese momento tenía dudas, pensaba que podía ser
una exageración. Al final del ’79 me quedé sin plata en Europa y tenía el boleto
de regreso vía Los Angeles, así que regresé y ahí empecé a rever toda la
historia y me di cuenta de que estábamos en una masacre total."
Cada quien busca
en sus propios recuerdos, los periodistas y los curas mientras Gieco reconstruye
esa parte de su historia. Del otro lado del pasillo está la pequeña capilla con
los retratos de los curas asesinados y la alfombra roja sobre la cual fueron
acribillados.
El tejido muestra
los agujeros limpios de los balazos.
"Cuando uno
compone las canciones, revisando un poquito la historia, uno se acuerda de los
momentos más álgidos. Y lo que pasó en esta iglesia me pareció terrible porque
además ponía en evidencia lo que estaban haciendo, era una advertencia a los
religiosos, a los católicos, de que no se metieran en nada, el miedo total, fue
claro el mensaje, horroroso.
Cuando estás
libre y componiendo, ponés lo que sale primero a la superficie. Y así puse a los
palotinos, lo de Angelelli, lo de Mujica, lo de Guatemala, lo de Chico Méndez en
Brasil, la represión estudiantil en México, donde mataron como a mil
estudiantes.
La memoria
tendría que durar como cuatro horas, pero uno resume, es como el nombre y el
apellido."
Hay preguntas
para los palotinos, el por qué de la matanza, el por qué del descaro y la total
despreocupación por ocultarlo. Es un barrio de clase alta y la congregación era
muy respetada incluso desde el poder.
"Qué pregunta.
Creo que debemos descubrir el por qué –afirma el párroco O’Connor–. Yo no
entiendo.
Debemos sacar
conclusiones. Creo que tiene mucho que ver con el barrio y con hacer esa
advertencia a la Iglesia y a los creyentes. Porque es un barrio donde vive gente
del gobierno, militares y gente de mucho dinero.
También el
hermano de uno de los curas asesinados, el padre Leaden, era obispo auxiliar de
Buenos Aires, se trata de una comunidad con mucha relación con Europa, es un
grupo muy representativo de la Iglesia Católica, un lugar sensible.
Yo creo que lo
distintivo de ellos es que los mataron en su lugar de trabajo. Por ejemplo,
Mujica era de una familia de mucha plata, pero iba a trabajar con los pobres,
Angelelli igual. En este caso era un grupo de sacerdotes trabajando en su propia
parroquia. No eran tercermundistas."
León Gieco sacude
la cabeza y encoge los hombros. Ha pensado en el tema antes y las respuestas que
encontró sólo son más preguntas.
"Esas cosas no
tienen lógica. A lo mejor encontraron en la agenda de un detenido la dirección
de esta iglesia y vinieron acá y los mataron. No hay lógica, porque el horror
que pasó acá no tiene lógica. Es ilógico, si no, no hubiera ocurrido. Atando
cabos, puede haber ocurrido de cualquier lado. Alguien que da la dirección de la
iglesia, un pibe que cayó preso y lo torturaron, qué se yo."
Hay dos libros
que reconstruyen la masacre de los palotinos, escritos por los periodistas
Seisdedos y Kimmel. Ambos se introducen en esa pregunta. Uno de los seminaristas
era militante montonero señalan.
"Es así –afirma
el vicario Francioni–, pero lo importante es que el sentido político fue callar
a la Iglesia y lo lograron. El que siguió adelante fue Angelelli y lo mataron al
poco tiempo."
"Hay otro
elemento importante –agrega O’Connor– y es que dos de los miembros de la Junta
Militar, Agosti y Videla, eran de Mercedes, que es una parroquia palotina.
Algunas personas dicen que fue la línea de Massera en un mensaje mafioso a
Videla."
"Lo que pasa es
que tratar de interpretar a esos tipos, meterse en sus cabezas –insiste Gieco–
es meterse en una cosa morbosa, asquerosa, que uno no está acostumbrado, porque
uno es un pacifista, soy una persona normal, no me puedo meter en la locura de
estos tipos.
Lo que uno ve es
la consecuencia de esa locura, que fue callar a la Iglesia. Porque si mataron a
los cinco palotinos en un barrio como Belgrano, cómo no van a matar a Mujica o a
Angelelli, justifican todo lo que hicieron y guarda con empezar a hablar.
Después de eso,
la Iglesia no habló nunca más, la Iglesia calló, por eso la canción de La
Memoria dice: ‘fue cuando se callaron las Iglesias y cuando el fútbol se comió
todo’.
Ahí están los
comentarios de los sobrevivientes de la Esma, cuando cuentan que mientras los
torturaban se escuchaban los goles.
Pero ese juego
perverso entre juego y asesinato también se vivió durante la guerra de Malvinas.
Porque todos
hablamos del Mundial ’78, pero la guerra de Malvinas se produjo en el mismo
momento que el Mundial del ’82. Y la gente argentina tenía la dualidad de que
los pibes estaban muriendo en Malvinas mientras el fútbol se lo comía todo.
A mí me parece
insalubre tratar de meterse a ver el por qué porque es meterse en la cabeza de
una bestia horrorosa como eran esos tipos. Es como un accidente, como una
familia iraquí que le cayó una bomba y estalla toda la familia.
Además, están las
cosas que ya han ocurrido, porque si uno lee sobre el genocidio de los armenios
por los turcos y después lo que hicieron los alemanes, allí se calcinó la
inocencia. Y uno podía pensar que acá no iba a pasar y pasó."
"Qué es para
ellos el bien y el mal", se pregunta O’Connor, y otro comentario alude a que
dentro de la Iglesia hubo reacciones de todo tipo y Gieco que responde que "la
Iglesia está compuesta por hombres, que es un error generalizar, hay que hablar
de los hombres" y alguien que cuenta otra anécdota de curas que respaldaban a
los represores.
"Fue un momento
muy difícil y es importante lo que dice León –interviene entonces el párroco
O’Connor–. San Agustín, en el año cuatrocientos y pico, decía que ‘la Iglesia es
una santa prostituta’, es santa, pero también es prostituta porque están los
hombres.
Incluso yo creo
que los que avalaron la maldad fueron la minoría.
La mayoría estaba
en sus parroquias y cumplió con sus deberes. Otro grupo fue muy diplomático, lo
hizo con su silencio, que es el pecado de la omisión, y otros fueron
directamente cómplices, pero la mayoría estaba en sus parroquias, trabajando.
En aquella época
había tres sacerdotes en Castelar, en la parroquia donde yo estaba. Y un
domingo, el párroco predicó un sermón normal sobre la doctrina social de la
Iglesia. Y a la noche, contando la colecta, encontré tres balas en la colecta.
Allí estaba el mensaje. Desde entonces me pregunto quién va a la misa con tres
balas en el bolsillo."
La imagen de los
militares en la iglesia fusilando a los cinco sacerdotes ronda en todas las
cabezas. Los llevaron a la sala del primer piso, los hicieron arrodillar y allí
en el suelo los acribillaron. Los militares estuvieron cerca de dos horas en la
parroquia.
"Yo creo que muy
en lo profundo –señala Gieco– todos tenemos la misma posibilidad de ser como
ellos o no. La diferencia está en que a él lo formaron para que sea así, le
hacen creer que está salvando a la patria. El bien y el mal no están separados,
todos los hombres llevamos algo de las dos cosas. Además de la locura está la
parte económica, la ideología.
Para conquistar
algo, los seres humanos siempre usaron la desaparición y el genocidio.
Ya pasó en toda
la historia, 300 años antes de Cristo trajeron a dos millones de judíos para ser
esclavos en Egipto.
En América latina
mataron a 60 millones de nativos en la conquista. Y cada vez lo hacen con las
características de la época, la desaparición, que antes no existía.
Los primeros que
experimentaron con la desaparición fueron los franceses en Argelia, que luego lo
trajeron a la Argentina.
Como lo explica
Videla: ‘El desaparecido no está vivo ni está muerto, no está’. Porque cuando
Franco fusilaba en la Guerra Civil, tuvo problemas con el Vaticano.
Entonces
empezaron las desapariciones.
El otro día
Víctor Heredia fue a presentar su libro a Malargüe y fue el cura del lugar.
Víctor hablaba de los desaparecidos, que es el tema del libro, que es un poco la
historia que vivió él con la hermana. Y el cura le dijo que no podía hablar de
30 mil desaparecidos ‘porque hubo apenas cinco mil’.
El tipo estaba
justificando cinco mil desaparecidos. Esa persona es cura, pero si no lo fuera
podría ser perfectamente un torturador, porque está cerquita de serlo."
La actitud de los
religiosos que respaldaron a los torturadores irrita a Gieco. Es un tema que lo
sensibiliza y entonces enfatiza sus afirmaciones.
Está hablando en
la iglesia sobre estos curas que "podrían haber sido torturadores" y tanto
Francioli como O’Connor asienten con sus cabezas y con la misma indignación.
Salió el tema de la guerra en Irak.
"El año pasado,
cuando empezó la guerra de Estados Unidos contra Irak –relata el vicario
Francioli–, en la homilía del Jueves Santo dije que si utilizábamos aunque fuera
una porción de nuestra inteligencia en vez de para hacer el mal o para construir
aparatos para destruir o matar, si utilizáramos esa porción de la inteligencia
podríamos hacer muchas cosas buenas por nosotros que estar matándonos."
"Es la condición
humana" –reflexiona Gieco, y alguien menciona a los sistemas políticos y Gieco
recuerda que todos han tenido esas aberraciones–: "Stalin mató a cientos de
miles" y en la conversación surge la pregunta de si eso ya no tiene arreglo.
"Eso es lo que
nosotros queremos transmitir cuando hablamos de nuestros cinco mártires
–interviene Francioli– porque es un mensaje de esperanza, que el hombre también
tiende hacia lo trascendente y puede tender también hacia las cosas buenas. Si
ellos pudieron dar sus vidas fue porque creían que había ideales más grandes que
la destrucción, la violencia o la muerte."
"Yo estoy de
acuerdo con lo que dice Adrián –responde Gieco– pero él lo dice desde su
profesión, a la que yo respeto muchísimo porque la fe te salva de un montón de
cosas.
Ojalá pudiera
tener esa fe. Yo creo que esa cosa que se compensa entre el bien y el mal es así
y me parece ingenuo pensar que va a estar todo bien alguna vez. Uno está de paso
en este mundo y tiene que hacer el bien, lo demás queda a criterio del destino.
Pero Adrián tiene ese aspecto muy hermoso de su profesión, que es la fe. Yo
quisiera tener ese grado de fe, porque sé que mucha gente vive por la fe."
Ya se trata de
una discusión de principios entre los sacerdotes y el cantor. Es en lo que ha
devenido una conversación donde también se habló de la música celta, la
preferida de Gieco y O’Connor, se habló de los Chieftains y de Carlos Núñez y de
un inminente viaje de Gieco a Irlanda y hubo un ofrecimiento de alojamiento por
parte del irlandés, que de todos modos interviene en la cuestión de la fe.
"Yo creo que es
importante subrayar que el mártir no da la muerte, da la vida. En la cruz,
Cristo da la vida, no da su muerte.
Creo que el
martirio es así. Y ése es el mensaje de nuestros cinco mártires, ellos murieron
haciendo lo suyo, no buscaban fama, ni estaban en la guerra. Y por eso, a pesar
de lo que estamos diciendo, yo creo que hay esperanza, el hombre es bueno."
"A mí me gusta la
frase de una canción de León que dice ‘De amor, un día, mi vida nació’ –apoya
Francioni a su párroco– y creo que desde ahí nosotros podemos transformar las
cosas malas, si el ser humano descubriera esa gotita de amor que se necesitó
para que esa persona naciera, a partir de ahí muchos se reconciliarían consigo
mismo y con los demás."
Pero Gieco no se
rinde y para finalizar, antes de ir a saludar a los alumnos de la escuela que
tiene la parroquia, da un ejemplo de cómo las cosas van para atrás:
"Cuando vi la
película Nacido el 4 de julio me dije "por fin alguien está educando a una
sociedad que mandó a matar a miles de pibes". Porque por eso lo mataron a Ke-
nnedy, porque después subió Johnson y mandaron los pibes a Vietnam. Cuando la
volví a ver el otro día, me pareció antiquísima, porque ahora en Estados Unidos
están todos con la banderita para que Bush reviente a Irak.
Solamente Bob
Dylan, Bruce Spreenting y dos o tres más que van a hacer un concierto están en
contra. Antes, por lo menos los pibes, los hippies, se manifestaban en contra de
la guerra. Es increíble la forma como se atrasó todo. Es muy difícil.
Yo no sé si esto
va a cambiar o no. Vivimos tan poco que realmente es poco lo que podemos hacer.
Yo creo que ese poquito de tiempo que uno vive tiene que hacer todo el bien que
pueda y si las cosas van a cambiar, que las diga otro, yo no sé."
Fuente: La
Fogata
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LA IGLESIA, CÓMPLICE DE GOLPISTAS Y ASESINOS
A tantos años
de la masacre de San Patricio
Por Eduardo Kimel
El periodista
Eduardo Kimel se refiere al horrendo asesinato de los cinco religiosos
palotinos, ocurrido el 4 de julio de 1976. Kimel, prestigioso periodista, fue
perseguido por la Justicia y amenazado, por la publicación de su obra: 'La
Masacre de San patricio'.
Rolando Savino
era el joven organista de la iglesia de San Patricio. Desde chico concurría a la
parroquia de los palotinos irlandeses. El domingo 4 de julio (de 1976) se
levantó temprano y fue a la iglesia, para asistir a la primera celebración de la
misa.
Llegó a las siete
y media. Había poca gente en la calle, aguardando con frío a la intemperie.
Pasaron los minutos y extrañado vio que el templo permanecía cerrado.
Algunos
feligreses impacientes tocaron el timbre y dieron golpes en las puertas, sin
obtener respuesta.
A las ocho menos
cinco Rolando dio un rodeo a la casa y encontró una banderola semiabierta. Trepó
y entró.
No percibió ni
movimientos. Fue hasta el comedor de la planta baja. Tomó las llaves de la
iglesia y abrió las puertas para que los feligreses pudieran entrar.
Utilizando otra
llave abrió la puerta de la casa parroquial; desde el hall llamó a los padres
sin resultado alguno. Vio luces encendidas en la planta alta.
Creyó que los
sacerdotes se habían quedado dormidos, o que recién se levantaban, aunque esto
no fuera normal.
Volvió a gritar
y, como el silencio continuaba, subió las escaleras hasta el primer piso donde
estaban los dormitorios. Un frío helado recorrió su cuerpo. Una presunción lo
invadió.
Estaba todo
revuelto. En las puertas y en la alfombra había inscripciones, que no pudo o no
quiso leer. Pensó en un robo. La estufa de gas estaba encendida. Se acercó a la
sala de estar.
Abrió la puerta y
con horror observó los cuerpos ensangrentados de los cinco religiosos tirados en
el suelo.
Aterrorizado,
bajó las escaleras. Entre las personas que aguardaban vio a la señora Celia
Harper, a quien conocía; impelido de un desconocido sentido del control le pidió
que lo acompañara a la planta alta, sin decir una sola palabra al resto de la
gente.
A los pocos
minutos Rolando y Celia se dirigieron a la comisaría del barrio para comunicar
el macabro hallazgo.
Este relato
pertenece a mi libro La masacre de San Patricio, una investigación sobre el
horrendo asesinato de los cinco religiosos de la comunidad católica palotina de
Belgrano R sucedido el 4 de julio de 1976.
En las primeras
horas de aquel día un grupo de tareas de la dictadura militar ingresó a la casa
parroquial y, luego de identificarlos, masacró a los sacerdotes Alfredo Kelly,
Alfredo Leaden y Pedro Duffau, y a los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio
Barletti.
El crimen fue el
hecho de sangre más importante que sufrió la Iglesia Católica argentina en toda
su historia. Sin embargo, desde aquel 4 de julio poco se hizo para recordar a
las víctimas y mucho menos para hallar y castigar a los culpables.
La jerarquía
católica argentina mantuvo una llamativa indiferencia, nunca reclamó con la
debida fuerza por el crimen; el homenaje a las víctimas quedó circunscrito a las
misas que los palotinos les dedican cada 4 de julio.
Si se hiciera una
encuesta entre la gran masa de católicos practicantes, seguramente una inmensa
mayoría no podría contestar a la pregunta: ¿qué fue la masacre de San Patricio?
20 años después
del horrendo hecho la congregación palotina ha solicitado a las autoridades
eclesiásticas la investigación oficial con el propósito de que los cinco
religiosos sean considerados mártires de la Iglesia.
La investigación
judicial tuvo dos etapas. La primera encabezada por el juez Guillermo Rivarola
en los años 1976 y 1977 no dio con los autores y fue sobreseída provisionalmente
aunque hubo evidencias notorias que indicaban la intervención de la dictadura
operando en el marco de lo que los represores denominaron la 'lucha
antisubversiva'.
La segunda fase
comenzó en agosto de 1984 y estuvo a cargo del juez Néstor Blondi.
Una serie de
testimonios dirigieron la sospecha hacia la Escuela de Mecánica de la Armada
(ESMA). Incluso un ex integrante de la Marina, Miguel Angel Balbi relató en el
tribunal que un ex 'compañero de armas', Claudio Vallejos, le había confesado su
participación en el homicidio juntamente con Antonio Pernías, el teniente de
navío Aristegui y el suboficial Cubalo.
Sobre la base de
las declaraciones de Luis Pinasco y Guillermo Silva, dos vecinos de la parroquia
que fueron testigos de una parte de lo que ocurrió aquella noche, se pudo
reconstruir la verdad parcialmente.
Se supo que la
presencia de dos automóviles Peugeot 504 estacionados frente a la parroquia
había despertado la preocupación del joven Julio Víctor Martínez -hijo de un
general que había sido designado gobernador por la Junta Militar-, quien realizó
la denuncia en la comisaría 37.
Luego de mucha
resistencia se envió un patrullero al lugar y el oficial a cargo del operativo,
Miguel Angel Romano, conversó con quienes estaban dentro de los coches.
Desde una casa en
la esquina de Estomba y Sucre los jóvenes siguieron los acontecimientos. Cuando
el móvil policial se retiraba de la cuadra, Guillermo Silva escuchó una palabras
destinadas al cabo de la Policía Federal Pedro Alvarez, quien custodiaba el
hogar de la familia Martínez: 'Si escuchás unos cohetazos no salgás porque vamos
a reventar la casa de unos zurdos'. Después de un rato los jóvenes vieron cómo
varias personas salían de los autos con armas largas e ingresaban a la casa
parroquial. Y mucho más tarde escucharon el ruido de un auto arrancando y
alejándose a mucha velocidad.
Convocado por el
juez Rivarola, Miguel Angel Romano dio su versión sobre lo ocurrido. Reconoció
haber estado frente a la parroquia aquella noche e identificado a la única
persona que según él estaba dentro de un automóvil Peugeot 504. 'Cuando lo
interrogó sobre el motivo de su estadía en ese lugar, esas persona la manifestó
que se encontraba allí esperando a una señorita que tenía que salir de una
fiesta que es daba a la vuelta'.
En mayo de 1986,
el entonces fiscal Aníbal Ibarra solicitó el procesamiento del ayudante Miguel
Angel Romano. 'Llego a la conclusión de que el ayudante Romano individualizó a
las personas que estaban en uno de los Peugeot y digo a las personas porque el
nombrado mintió cuando expresó que sólo encontró a una. (...) En tales
condiciones, es evidente que los integrantes del rodado hicieron saber que la
intención de ellos no era el general Martínez sino por el contrario 'reventar a
unos zurdos'.
Esto obviamente
tranquilizó al ayudante Romano quien se dirigió entonces a avisar al custodio
del mencionado ex gobernador del Neuquén lo que realmente iba a ocurrir'. Ibarra
concluía: Romano 'supo en el cumplimento de sus funciones lo que iba a ocurrir
en la parroquia de San Patricio y con su actitud -tratando incluso de evitar la
posible intervención del custodio del general Martínez- permitió que ello
ocurriera'.
Asimismo Ibarra
pidió el procesamiento del jefe de la comisaría 37ª, Rafael Fensore por 'la
omisión de incorporar al expediente ese importante incidente (la denuncia de
Martínez)', que recién fue agregada tres días después del múltiple homicidio.
En junio de 1987,
el juez Blondi dispuso el desprocesamiento de Fensore y Romano, haciendo lugar
al pedido de prescripción de la acción formulada por los abogados defensores.
La causa judicial
fue clausurada por segunda vez en forma provisional. Las leyes de Punto Final y
Obediencia Debida, sancionadas durante el gobierno de Raúl Alfonsín, y los
indultos decretados por Carlos Menem hicieron el resto.
La investigación
quedó interrumpida sin indicio que pudiera o pueda ser reactivada.
Los asesinos e
instigadores nunca fueron castigados.
27 años después,
seguimos evocando con dolor a los palotinos asesinados el 4 de julio. Y
continuamos exigiendo el juicio y castigo a todos los culpables.
El juicio de la
historia
Cuando a mediados
de los años ochenta se me propuso investigar y redactar un libro vinculado a la
violación de los derechos humanos durante la última dictadura militar, decidí
trabajar sobre la Masacre de San Patricio. Era mi forma de contribuir a la
construcción de la memoria colectiva, tratando de arrojar luz allá donde la
represión más cruenta y la confusión premeditada había pretendido enterrar la
muerte de los cinco religiosos en el más infame de los silencios.
El libro tenía,
en ese sentido, un doble propósito: investigar cómo sucedió el asesinato y
demostrar cómo se inscribió en la estrategia del terrorismo de Estado.
Fui parte de la
generación de jóvenes que quisimos transformar al país eliminado la injusticia y
la desigualdad social. En este sentido, me interesaba indagar y explicar la
naturaleza de la represión.
Contra la visión
construida por los militares y sus aliados civiles que define al genocidio como
consecuencia de una guerra entre dos bandos armados donde se produjeron
'excesos' -lamentable tergiversación de la realidad que derivó en la teoría de
'los dos demonios'-, siempre entendí que la represión dictatorial tenía
objetivos políticos muy precisos: combatir de aquel proyecto de liberación e
instaurar un modelo económico y social basado en la entrega y el empobrecimiento
de las masas destruyendo todos los canales de la amplia organización popular que
había caracterizado la etapa de la vida nacional abierta por el Cordobazo y
cerrada trágicamente el 24 de marzo de 1976.
Aquel vasto arco
social abarcaba una gran diversidad ideológica desde el peronismo combativo y el
socialcristianismo hasta los innumerables grupos de la tradicionalmente
atomizada izquierda argentina; contenía a las corrientes obreras clasistas y
antiburocráticas; a los agrupamientos juveniles, tanto en colegios y
universidades como en los barrios, a profesionales, artistas e intelectuales y a
los movimientos de la Iglesia Católica definidos en la 'opción preferencial por
los pobres'.
Aunque nunca
integraron formalmente el movimiento de curas tercermundistas, el pensamiento y
la labor de algunos de los palotinos podrían ser encuadrado en los principios de
aquel grupo que lideró el padre Carlos Mújica. Pero más allá de esta cuestión,
sujeta aún hoy a controversia, hay una coincidencia en el señalamiento de los
objetivos buscados por la masacre.
Lo dice Adolfo
Pérez Esquivel: 'Los palotinos asumieron un compromiso concreto con el pueblo,
pero no era de los que estaban más en evidencia. Sin embargo, se los tomó como
una represalia general para atemorizar a las otras órdenes religiosas,
obligándolas al silencio'.
Mi libro se
publicó en noviembre de 1989. Cuando estuvo en la calle, jamás pensé que podría
originar una querella judicial. Y menos que la misma proviniera del juez que
tuvo a su cargo investigar el crimen durante la dictadura, Guillermo Rivarola.
Quizás fui
ingenuo, pero un breve párrafo que le dediqué a evaluar su actuación como
magistrado fue suficiente para que me iniciara en 1991 una causa por presuntas
calumnias.
En octubre de
1995, la jueza Angela Braidot, considerando que estaba acreditado el delito de
injurias, me condenó a un año de prisión en suspenso y a pagarle a Rivarola
20.000 dólares en carácter de indemnización.
En noviembre de
1996, la sala VI de la Cámara Nacional de Apelaciones, con el voto unánime de
sus tres integrantes, anuló al fallo anterior y me absolvió. Uno de los
camaristas, el doctor Carlos Elbert asumió una autocrítica de la actuación de la
justicia en estos términos:
'Esa quiebra
violenta del orden jurídico consintió un poder judicial comprometido, en
carácter de institución legítimamente esencial del estado de excepción, pero sin
eficacia suficiente como para cuestionar o limitar el implacable terrorismo de
estado impuesto.'
En diciembre de
1998, la Suprema Corte de la Nación, compuesta por la nefasta 'mayoría
automática' menemista hizo lugar a un recurso presentado por Rivarola, revocó el
fallo anterior y lo devolvió a la Cámara para se dictara nueva sentencia.
Así lo hizo la
sala IV, integrada por Alfredo Barbarosch y Carlos Gerome, quienes el 8 de abril
de 1999, hallándome culpable esta vez del delito de calumnias, confirmaron la
pena impuesta por la jueza de primer instancia.
Aquel fallo de la
Sala IV de la Cámara provocó un repudio generalizado desde los más diversos
sectores.
La Unión de
Trabajadores de Prensa (UTPBA) y la Asociación Periodistas encabezaron una
campaña de denuncia tanto en el plano nacional como internacional.
La condena fue
rechazada por ADEPA y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). El 16 de abril
de 1999, Santiago Cantón, relator oficial para la Libertad de Prensa de la OEA
emitió un comunicado donde dice: 'Causa sorpresa a la Relatoría que termine
siendo castigado el periodista que realizó una investigación de ese horroroso
crimen, mientras que los autores del crimen, sus encubridores y cómplices,
siguen impunes.'
En diciembre de
1998, la Suprema Corte de la Nación hizo lugar a un recurso presentado por el
juez Rivarola, revocó el fallo anterior y lo devolvió a la Cámara para que se
dictara nueva sentencia. Así lo hizo la sala IV de la Cámara, integrada por
Alfredo Barbarosch y Carlos Gerome, quienes el 8 de abril, hallando culpable a
Kimel del delito de calumnias, confirmaron la pena impuesta por la jueza de
primer instancia.
En octubre de
1999 la misma Cámara accedió a habilitar un recurso extraordinario interpuesto
por mi defensa. Después de haber tenido el expediente durante más de un año, una
mayoría de ministros de la Corte -Julio Nazareno, Eduardo Moliné O'Connor,
Carlos Fayt, Antonio Boggiano, Guillermo López y Adolfo Vázquez- firmaron una
resolución de tres líneas que declara 'inadmisible' el recurso extraordinario.
Argumentan, al citar el artículo 280 del Código Procesal Civil y Comercial, que
el caso puede ser evaluado como carente de 'agravio federal suficiente' o
'insustancial' o 'carente de trascendencia'. 'Lo curioso es que la Corte ya
había fallado ordenando a la Cámara que se expidiera otra vez y dando los
argumentos para una condena', señaló Héctor Masquelet, mi abogado defensor, en
una entrevista periodística cuando se conoció el fallo de la Corte.
La arbitrariedad
de los fallos también fue denunciada por diferentes medios de prensa nacionales
y extranjeros. He recibido la solidaridad de la comunidad palotina que redactó
una carta abierta dirigida a mi y fue enviada a los diarios de Buenos Aires. En
uno de los párrafos dicen:
«Las personas se
esfuerzan por entender los misterios de la existencia, el crimen de San Patricio
sigue envuelto en un manto de misterio.
La Justicia, tan
esencial y honorable institución en nuestra sociedad argentina, no ha podido
hasta hoy esclarecer la autoría y el porqué del asesinato.
«Vos vas a
entender muy bien que nuestro anhelo es que aquellos que perpetraron ese
homicidio múltiple con una crueldad empedrada no queden impunes y que
comparezcan ante la Justicia.
«Tus colegas de
los medios han escrito bien, 'Para Kimel, el fallo es horroroso y significa la
consagración de la impunidad, porque el único condenado por la masacre de los
palotinos es justamente quien la investigó'.
«Queremos que
sepas que contás con nuestro afectuoso apoyo.»
El 23 de enero de
2001, se presentó oficialmente el escrito que denuncia el caso en la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). El mismo fue elaborado por un equipo
de abogados pertenecientes al Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) de
Buenos Aires: Andrea Pochak, Santiago Felgueras, Eduardo Bertoni, y Alberto
Bovino.
«En esta denuncia
alegamos que el Estado argentino ha violado el derecho de Eduardo Kimel a la
libertad de expresión y a un debido proceso legal.
«Tenemos la firme
convicción de que el caso que hoy denunciamos, exhibe de una manera ejemplar
cómo ciertas figuras penales pueden ser aplicadas como mecanismos de censura,
criminalizando conductas que no son más que la expresión de opiniones e ideas,
animadas por un sentido crítico, sobre el comportamiento de ciertos funcionarios
del Estado.
En ese sentido,
entendemos que los hechos de los que fuera víctima Eduardo Kimel, conducen con
absoluta claridad a la conclusión de que estos tipos penales, susceptibles de
ser aplicados para perseguir criminalmente la crítica política, resultan
incompatibles con el artículo 13 de la Convención Americana.
«Las decisiones
judiciales que conducen a la condena de Eduardo Kimel, exponen además la falta
de imparcialidad de algunos de los magistrados que intervinieron en su
juzgamiento, lo que constituye una violación del artículo 8 de la Convención.»
27 años después,
los magistrados argentinos seguian en deuda con su pueblo. De una vez por todas:
¿Habria Justicia?
Fuente:
Argenpress/La Fogata
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EL CASO KIMEL, UNA MASACRE CONTRA LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN
Por Eduardo Kimel
Especial para
Libertad-Prensa.org
6 Junio 2001
Cortesía de
www.solnet.net
La masacre de San
Patricio es el título de mi investigación sobre el horrendo asesinato de los
cinco religiosos de la comunidad católica palotina del barrio de Belgrano R, en
Buenos Aires, Argentina, el 4 de julio de 1976. En las primeras horas de aquel
día, un grupo de tareas de la dictadura militar (1976-1983) ingresó a la casa
parroquial y, luego de identificarlos, masacró a los sacerdotes Alfredo Kelly,
Alfredo Leaden y Pedro Duffau, y a los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio
Barletti.
El libro se
publicó en noviembre de 1989. Un breve párrafo que dediqué a evaluar la
actuación del doctor Guillermo Rivarola, quien intervino en el caso en 1976 y
1977, fue suficiente para que éste me iniciara una causa por calumnias en 1991:
El juez Rivarola
realizó todos los trámites inherentes. Acopió los partes policiales con las
primeras informaciones, solicitó y obtuvo las pericias forenses y las
balísticas.
Hizo comparecer a
una buena parte de las personas que podían aportar datos para el
esclarecimiento.
Sin embargo, la
lectura de las fojas judiciales conduce a una primera pregunta: ¿Se quería
realmente llegar a una pista que condujera a los victimarios?
La actuación de
los jueces durante la dictadura fue, en general, condescendiente cuando no
cómplice de la represión dictatorial.
En el caso de los
palotinos, el juez Rivarola cumplió con la mayoría de los requisitos formales de
la investigación, aunque resulta ostensible que una serie de elementos decisivos
para la elucidación del asesinato no fueron tomados en cuenta.
La evidencia de
que la orden del crimen había partido de la entraña del poder militar paralizó
la pesquisa, llevándola a un punto muerto.
En octubre de
1995, la jueza Angela Braidot, considerando que estaba acreditado el delito de
injurias (hubo un cambio en la tipificación del delito), me condenó a un año de
prisión en suspenso y a pagarle a Rivarola 20.000 dólares en carácter de
indemnización por daños morales.
En noviembre de
1996, la sala VI de la Cámara Nacional de Apelaciones, con el voto unánime de
sus tres integrantes, anuló el fallo anterior y me absolvió. En la argumentación
de su voto, uno de los camaristas, el doctor Carlos Elbert, asumió incluso una
autocrítica de la actuación de la justicia en aquellos tiempos
Esa quiebra
violenta del orden jurídico consintió un poder judicial comprometido, en
carácter de institución legítimamente esencial del estado de excepción, pero sin
eficacia suficiente como para cuestionar o limitar el implacable terrorismo de
estado impuesto.
En diciembre de
1998, la Suprema Corte de la Nación hizo lugar a un recurso presentado por el
juez Rivarola, revocó el fallo anterior y lo devolvió a la Cámara para que se
dictara nueva sentencia. Así lo hizo la sala IV de la Cámara, integrada por
Alfredo Barbarosch y Carlos Gerome, quienes el 8 de abril, hallándome culpable
del delito de calumnias, confirmaron la pena impuesta por la jueza de primer
instancia.
En octubre de
1999 la misma Cámara accedió a habilitar un recurso extraordinario interpuesto
por mi defensa. Después de haber tenido el expediente durante más de un año, una
mayoría de ministros de la Corte firmó una resolución de tres líneas que declara
"inadmisible" el recurso extraordinario. Argumentan, al citar el artículo 280
del Código Procesal Civil y Comercial, que el caso puede ser evaluado como
carente de "agravio federal suficiente" o "insustancial" o "carente de
trascendencia".
"Lo curioso es
que la Corte ya había fallado ordenando a la Cámara que se expidiera otra vez y
dando los argumentos para una condena", señaló Héctor Masquelet, mi abogado
defensor, en una entrevista periodística.
En diciembre de
2000 mi caso fue denunciado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH), acción que mereció el siguiente comentario del diario Página 12 de
Buenos Aires:
El miércoles 5,
el presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa, Danilo Arbilla, y el
directivo del Centro de Estudios Legales y Sociales y de la Asociación
Periodistas Horacio Verbitsky reclamaron la intervención del organismo en
defensa del periodista Eduardo Kimel, condenado a un año de prisión en suspenso
y a una multa de 20.000 pesos [dólares] por calumnia contra el juez Guillermo
Rivarola, a raíz de su libro La masacre de San Patricio, sobre el asesinato por
una fuerza de tareas de la dictadura militar de cinco religiosos en 1976.
El Relator
Especial de la OEA para la Libertad de Expresión, Santiago Cantón, declaró su
apoyo al caso.
La condena contra
Kimel, confirmada hace dos meses por la Corte Suprema de Justicia, viola la
cláusula sobre libertad de expresión de la Convención Americana de Derechos
Humanos, sostuvieron Arbilla, Cantón y Verbitsky.
El pasado 23 de
enero, se presentó oficialmente el escrito que abrió el caso en la CIDH. El
mismo fue elaborado por un equipo de abogados pertenecientes al Centro de
Estudios Legales y Sociales (CELS) de Buenos Aires: Andrea Pochak, Santiago
Felgueras, Eduardo Bertoni, y Alberto Bovino. El documento redactado por mis
abogados se basa en dos conceptos:
En esta denuncia
alegamos que el Estado argentino ha violado el derecho de Eduardo Kimel a la
libertad de expresión y a un debido proceso legal.
Tenemos la firme
convicción de que el caso que hoy denunciamos, exhibe de una manera ejemplar
cómo ciertas figuras penales pueden ser aplicadas como mecanismos de censura,
criminalizando conductas que no son más que la expresión de opiniones e ideas,
animadas por un sentido crítico, sobre el comportamiento de ciertos funcionarios
del Estado.
En ese sentido,
entendemos que los hechos de los que fuera víctima Eduardo Kimel, conducen con
absoluta claridad a la conclusión de que estos tipos penales, susceptibles de
ser aplicados para perseguir criminalmente la crítica política, resultan
incompatibles con el artículo 13 de la Convención Americana.
Las decisiones
judiciales que conducen a la condena de Eduardo Kimel, exponen además la falta
de imparcialidad de algunos de los magistrados que intervinieron en su
juzgamiento, lo que constituye una violación del artículo 8 de la Convención.
En el plano de
procedimientos, el gobierno argentino ya fue notificado y tiene un plazo de 6
meses para contestar al requerimiento. La sólida fundamentación del caso y el
interés demostrado por diversas entidades nacionales y extranjeras, me permiten
aguardar decisiones que reviertan la injusticia materializada por los tribunales
argentinos.
Mis abogados
consideran formular un pedido de audiencia a la CIDH para la segunda mitad de
este año o la primera de 2002, según evolucionen los hechos.
La estrategia
definida por el CELS es la de alcanzar una solución amistosa con el Gobierno a
través de la sanción de una ley que despenalice los delitos de calumnias e
injurias en casos en que los querellantes sean funcionarios públicos.
Esa legislación
podría aplicarse en mi caso y significaría un importante avance en el marco de
la protección jurídica de la actividad periodística con una evidente extensión
para el conjunto de la sociedad. Un artículo publicado por Página 12 de Buenos
Aires analiza la cuestión:
En 1999 el
gobierno nacional se comprometió a despenalizar los delitos de calumnias e
injurias en los casos en los que el ofendido fuera un funcionario público.
En cumplimiento
de esa solución amistosa, el proyecto de ley que incorpora a la legislación
argentina la doctrina de la real malicia fue firmado por los senadores José
Genoud, de la Alianza gobernante, y Jorge Yoma, del Partido Justicialista.
El acuerdo se
celebró en los últimos meses del gobierno del ex presidente Carlos Menem, pero
fue ratificado por el actual presidente Fernando de la Rúa, quien habilitó su
tratamiento en las sesiones extraordinarias del año pasado (...)
De sancionarse,
los funcionarios sólo podrán iniciar acciones civiles, en busca de reparación
económica, y se invertirá la carga de la prueba. Ellos deberán demostrar que la
información publicada era falsa y que el periodista lo sabía o que se
desentendió de cualquier intento por verificarlo.
Lamentablemente
este proyecto está empantanado en el Senado de la Nación. En los últimos días la
Asociación Periodistas ha reactivado el reclamo de su inmediato tratamiento para
lo cual ha realizado gestiones ante el ministro de Relaciones Exteriores, doctor
Rodríguez Giavarini, ya que es la Chancillería el organismo responsable de
garantizar el cumplimento del acuerdo firmado en la CIDH.
Pero más allá del
trámite que seguirá mi denuncia en la CIDH, mi situación legal en la Argentina
es a todas luces una grave injusticia y constituye un mensaje intimidatorio
contra la actividad periodística, especialmente aquella que se dedica con
tenacidad a desentrañar los delitos vinculados al ejercicio del poder en
cualquiera de sus formas.
En este sentido,
la sanción que se me impuso es, sin dudas, una amenaza contra el ejercicio de la
libertad de expresión, una consagración de la censura a través de una vía legal.
La condena que
sufrí provocó una reacción de distintas entidades vinculadas al quehacer
periodístico y a la defensa de los derechos humanos. La Unión de Trabajadores de
Prensa de Buenos Aires (UTPBA) y la Asociación Periodistas encabezaron una
campaña de denuncia tanto en el plano nacional como internacional.
La condena fue
rechazada por Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), la
Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), IFEX, la Sociedad Americana de
Juristas, el Comité Mundial para la Libertad de Expresión, Reporteros sin
Fronteras, la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), Freedom House y
el Freedom Forum, entre otros.
El 16 de abril de
1999, Santiago Cantón, relator especial para la libertad de Expresión de la OEA
emitió el siguiente comunicado:
Causa sorpresa a
la Relatoría que termine siendo castigado el periodista que realizó una
investigación de ese horroroso crimen, mientras que los autores del crimen, sus
encubridores y cómplices, siguen impunes.
En el último
informe sobre la situación de los derechos humanos del Departamento de Estado de
los Estados Unidos se incluye mi caso:
En noviembre, la
Corte Suprema ratificó la sentencia de 1999 contra Eduardo Kimel de un año en
prisión (suspendido) y una multa de $20.000 (20.000 pesos) por comentarios
realizados en un libro suyo. En diciembre, la CIDH anunció que el caso será
investigado como una posible violación del derecho a la libertad de expresión.
Espero que todos
estos pronunciamientos contribuyan a reparar definitivamente este grave ataque
contra los derechos elementales de una sociedad democrática.
Eduardo Kimel es
periodista y autor argentino de larga y prestigiosa trayectoria en numerosos
medios, incluyendo el diario Clarín, el semanario Tiempos del Mundo, la revista
Temas, la revista Confluencia y Radio Mitre
Fuente:
www.pressnetweb.com
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