Sin Fuerzas Armadas no hay Nación

Por Juan Godoy*
publicado el 30 de abril de 2019

“El ejército de un país semi-colonial, situado en el extremo austral de un continente periférico no puede permanecer ajeno al debate de los grandes problemas nacionales.
Jorge Abelardo Ramos

“Las instituciones armadas son organismos del pueblo encargados de la preparación de su defensa. Alejar a pueblo de la función castrense es desvirtuar la misión de las instituciones. Somos soldados de una democracia y, como tales, pueblo mismo.” 
Juan Perón

Hace varias décadas que nuestro país ha abandonado una política de recuperación de las Fuerzas Armadas como institución central de la defensa nacional, y más aún de ésta en vinculación con un proceso de industrialización del país. Las Fuerzas Armadas se encuentran en gran medida sin objetivos claros. El caso de la última dictadura cívico-militar y el genocidio perpetrado, al mismo tiempo que el proceso de desmalvinización comenzado luego de la última guerra anti-colonialista por nuestro territorio arrebatado, el anti-militarismo abstracto que tiene sus raíces en la izquierda tradicional de fines de siglo XIX y principios del XX, y más en general el abandono de un proyecto nacional de emancipación y ruptura del orden semi-colonial, son varios de los elementos que contribuyeron a esta situación precaria en la cual nos encontramos.

Consideramos urgente y central re-pensar el rol de las fuerzas armadas en un país como la Argentina, y avanzar en su recuperación en el marco de un proyecto nacional de emancipación. Nuestro país tiene un territorio extenso y una larga plataforma marítima, una porción de su territorio ocupada por una potencia extranjera –y una enorme y poderosa base de la OTAN a pocos kilómetros del Continente–, enormes recursos naturales, porciones significativas en algunas regiones con escasa densidad demográfica, una economía semi-colonial y dependiente ligada a la producción de productos primarios y la valorización financiera, una enorme deuda externa, etcétera. En este contexto, no tener una profunda política de defensa nacional resulta suicida. Al mismo tiempo, dejar a las fuerzas armadas sin objetivos claros resulta claramente peligroso.

La crisis de las Fuerzas Armadas también puede observarse, en mayor o menor medida, en otras instituciones del país. No resulta casual que los instrumentos que pueden generar profundamente cohesión e internalización de un conjunto de valores en la construcción y fortalecimiento de la comunidad nacional sean hoy atacados desde diferentes lugares, lógicamente desde los ajenos a la tradición nacional, pero más llamativamente entre algunos que sostienen pertenencia a esa tradición de pensamiento y construcción política. Resulta evidente que uno de los pilares del pensamiento de Juan Perón es la conformación de una comunidad organizada: “el hombre es un ser ordenado para la convivencia social; el bien supremo no se realiza, por consiguiente, en la vida individual humana, sino en el organismo súper-individual del Estado; la ética culmina en la política. (…) Así como en el examen nos está permitido la voluntad transfigurada en su posibilidad de Libertad, aparece el ‘nosotros’ en su ordenación suprema, la comunidad organizada” (Perón, 2000: 37-71). Ante el individualismo exacerbado, el hedonismo, el lugar central que ocupan las agendas ligadas a las minorías, la ruptura de la solidaridad, el desinterés por un ideal trascendental y por un destino común, se levanta la comunidad organizada. Así, “la comunidad organizada que nosotros queremos es la de un pueblo cuyos distintos sectores actúen cada uno en procura de sus propias finalidades, pero tendiendo siempre hacia los grandes objetivos de la nación. (…) Deberán tener como objetivo común la total realización de la justicia social y de la independencia económica” (Perón, 1984: 121).

Esta comunidad organizada se asienta fundamentalmente en un conjunto de instituciones que la fortalecen e imponen la internalización de valores éticos, morales y patrióticos. Entre ellas claramente se encuentran las Fuerzas Armadas –desde ya, como quedará claro, pueden cumplir otras funciones. Coincidimos con Gianfranco Valori que expresa que “la participación de las fuerzas armadas en la consolidación de la nacionalidad y en el afianzamiento institucional es tanto más importante cuanto más débil o fragmentaria sea la estructura de la comunidad” (Valori, 1973: 125).

Avanzando con nuestro tema, observamos que el anti-militarismo abstracto penetra, como decíamos, no sólo en la izquierda tradicional, sino también lo hace profundamente en sectores progresistas que se acercan a las tradiciones nacionales, y resulta un obstáculo en esta recuperación del debate acerca del rol de las Fuerzas Armadas. Este anti-militarismo sostiene esquemáticamente que nada de lo que proviene de las Fuerzas Armadas puede resultar positivo, que éstas son el brazo armado de la oligarquía, lo cual resulta difícil de sostener a partir de revisar, al menos, no sólo la historia argentina, sino también la latinoamericana y de varios países semi-coloniales.

Ese esquema de pensamiento lo caracterizamos como abstracto porque no parte del análisis de la realidad, sino más bien lo hace a partir de un entramado de ideas que nacen en otra realidad, y que pretende aplicarlo a la realidad concreta. Una forma de construir pensamiento y analizar la realidad que no es privativa desde ya del caso de las Fuerzas Armadas, y que ha calado profundo en nuestro país desde la conformación del mismo: la importación acrítica de ideas, conceptos, categorías, y su incorporación como absolutas a nuestra realidad. Asimismo, cabe destacar que no son lo mismo las Fuerzas Armadas en los países con la cuestión nacional resuelta que en los que pugnan todavía por ser naciones plenas.

Basta recorrer la historia de las Fuerzas Armadas para dar cuenta de que no actuaron en todo momento como el brazo armado de la clase dominante. Podríamos tan solo recordar el origen glorioso de nuestro ejército combatiendo contra el colonialismo británico en las invasiones al Río de la Plata, cuyo “único propósito (…) en 1806 y 1807 fue anexar el Río de la Plata a su imperio, y convertir la región en colonia británica” (Scenna, 1974: 82). Un origen anti-colonialista y popular. Es el pueblo improvisado en milicia: “el pueblo no sabía quién era Adam Smith, pero sí conocía a Morgan, Drake y Cavendish. Buenos Aires peleó por orgullo, por amor propio” (Ferla, 2007: 49). Estas fuerzas luego fueron transformándose, sobre todo con la presencia de José de San Martín, en un ejército profesional para la emancipación continental. Más bien lo que tenemos al observar la historia de nuestro país y sus Fuerzas Armadas es que éstas son “un fenómeno vivo, en evolución, contradictorio y sujeto a las luchas internas del pueblo argentino” (Ramos, 1968: 102). Están penetradas por las influencias de cada época, y en su interior anidan diferentes concepciones y proyectos. Es por eso que “en altísima medida, las posiciones de sus representantes y líderes no han hecho más que reflejar lo que sucedía en los campos no estrictamente castrenses; en la cultura y la política, sobre todo” (Fermín Chávez, en Piñeiro Iñíguez, 2010: 277).

Digamos, como resumen, que pueden servir para anudar la dependencia o bien para romperla. Los dos casos se han dado a lo largo de nuestra historia. O bien, tuvimos en las Fuerzas Armadas personajes anti-nacionales y pro-imperialistas como Rondeau, Mitre, Justo, Aramburu, Rojas, Massera o Videla; pero al mismo tiempo personajes nacionales como José de San Martín, Savio, Mosconi, Juan I. San Martín, Vicat, Pujato, Perón o Guglialmelli, por nombrar solamente algunos casos al azar que se nos vienen a la mente. Unas Fuerzas Armadas que defienden la soberanía nacional y se integran con el pueblo en un proyecto de emancipación; o un ejército de facción que somete el interés nacional a la ideología elitista, anti-popular, asesino de su pueblo y aliado a alguna potencia imperialista.

Para definir el rol de las Fuerzas Armadas se hace necesario establecer los lineamientos centrales de un proyecto nacional que las integre, ya que “sin Política Nacional no hay ejército nacional, y recíprocamente” (Jauretche, 2008: 19). La definición de un proyecto de nación resulta esencial para definir su rol. Toda la nación debe participar del mismo. El proyecto de nación marca los objetivos que se persiguen y se pone en marcha a través de un programa político.

En este marco se integra una política de defensa nacional, la cual no es decisión exclusiva de las Fuerzas Armadas, aunque claro que las integra, pero la definición es principalmente de la política. La defensa nacional es pensada en términos integrales en tanto establece la defensa de la soberanía territorial pero al mismo tiempo el patrimonio nacional económico, político, social y cultural. La defensa nacional en términos integrales entonces implica a la economía, la cultura, la educación, el bienestar del pueblo, etcétera.

Las Fuerzas Armadas han actuado fuertemente, sobre todo a partir de la década del 20 hasta los 50, como impulsoras del desarrollo industrial. Esto resulta significativo en tanto, ante la debilidad de la burguesía nacional de un país semi-colonial, las Fuerzas Armadas actúan “reemplazándola” en el impulso del desarrollo industrial. “Justamente el atraso histórico del país es el que determina la debilidad política e ideológica de la burguesía. Como la historia argentina lo demuestra, el Ejército asumió en varias oportunidades ese papel subrogante: se transformó en partido político de una clase inmadura; al ser derrotado, depuró sus filas para ceder el paso a otros oficiales que interpretaban los viejos intereses agrario-comerciales” (Ramos 1968: 10). Por eso no es casual que Enrique Guglialmelli afirmara que “la lucha nacional se confunde con la lucha contra el subdesarrollo. Las fuerzas armadas son uno de los sectores nacionales comprometidos a librar esa lucha” (Guglialmelli. 2007: 48).

Esta lucha nacional es por la emancipación completa de la nación. Solamente en el marco de la lucha nacional por la ruptura del orden semi-colonial se puede establecer una profunda política de defensa nacional, ya que “sin revolución nacional no hay defensa nacional capaz de ser cumplida en términos cabales. (…) En tanto esa revolución no se realice, no hay nación totalmente lograda, y por lo tanto, no hay nación, en la máxima expresión de su significado, a la cual defender” (Guglialmelli, 2007: 49).

Esta revolución nacional es un capítulo de la lucha por la reunificación continental que hunde sus raíces en nuestras tradiciones hispanoamericanas y configura el reaseguro del ejercicio pleno de nuestra soberanía. Resulta imperativo tomar seriamente la reconstrucción de un proyecto nacional en base a la reconstrucción de la comunidad organizada para volver a poner en pie a la Patria, o en el siglo XXI probablemente asistamos a su definitiva desintegración.

*Sociologo UBA