21 de julio de 1946. Linchamiento de Gualberto Villarroel, Presidente de Bolivia
El 20 de diciembre de 1943 un golpe incruento y perfectamente sincronizado llevaba al poder en Bolivia a una junta integrada por miembros de la logia, el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) y otros grupos, presidida por el mayor Gualberto Villarroel, uno de los inspiradores de Radepa (Razón de Patria).
Este gobierno fue cauteloso y moderado inicialmente, aunque algunos lo calificaran de “nazifascista” y lo vieran como una extensión de la Revolución del 4 de Junio de 1943 en la Argentina. Esta interpretación fue implícitamente adoptada por el Departamento de Estado estadounidense.
El aislamiento diplomático y la presión externa pusieron al gobierno de Villarroel en difícil situación y desencadenaron una crisis interna que culminó con el alejamiento de Céspedes y Montenegro, principales “cabezas” de la campaña “antifascista”. Llegó un agente confidencial Avra Warren, quien entre otras muestras de lealtad a las “democracias” –como la entrega de súbditos alemanes y japoneses a los Estados Unidos, la sustitución de civiles del MNR por oficiales del ejército- aconsejó finalmente el reconocimiento que vino luego de seis meses.
Villarroel convocó a elecciones, triunfando el MNR en la mayoría de los departamentos (Oruro, Potosí, Tarija, Santa Cruz). Junto con la mayoría de los “independientes” -aunque apadrinados por los militares- los “movimientistas” decidieron apoyar la candidatura presidencial de Villarroel.
El nuevo gabinete, integrado por militares y civiles “apolíticos”, carecía de una línea definida y no despertaba el apoyo popular. El PIR (Partido de Izquierda Revolucionaria) ganó las elecciones de diputados en La Paz, se acrecentó el aislamiento militar lo que los llevó a reforzar los organismos policiales y a adoptar una política más represiva. Ante atentados y secuestros se incrementaron la oposición de izquierda y de derecha, que denunciaron los métodos nazifascistas.
La elección de un vicepresidente aisló más al grupo gobernante. La discordia entre Radepa y el MNR minó más la poca unidad del gobierno, aislado e impopular, lo que estimuló la conspiración.
El 20 de noviembre de 1944 hubo un levantamiento militar en Oruro, los que formaron una junta de gobierno de opositores. Fue reprimida. Terminó con el fusilamiento de dos jefes militares y dos civiles. También eran matados un general, dos senadores y dos opositores detenidos en La Paz y desbarrancados en Chuspipata. Es cierto que hubo un ambiente de terror, pero fue exagerado por la oposición.
Villarroel se dio cuenta que el acercamiento al MNR era inevitable para adquirir gobernabilidad. A fines del ´44 Villarroel ofreció tres ministerios al MNR. Desde Hacienda, Paz Estenssoro, enfrentó a la gran minería, obligándola a tributar los impuestos que debía y aumentando al 63% la proporción de divisas entregadas al Banco Central. Por la guerra, auge de la actividad minera, mayores ingresos fiscales, el presupuesto se equilibró, disminuyen el ritmo inflacionario y le dan valor a la moneda.
El ministro de Trabajo también venía con reformas orientadas a la justicia social. Hubo rebaja de alquileres, planes de construcción para viviendas obreras. Los dos gremios más importantes (mineros y ferroviarios) recibieron aumentos importantes: pero no pudieron controlar las organizaciones fabriles.
Villarroel auspicio la reunión del Primer Congreso Nacional Indigenal, promoviendo la sindicalización campesina. Se prohibieron todas las servidumbres personales. Se anuló el pago de trabajo en especie.
Todas estas medidas que parecen progresistas –y seguramente lo fueron para algunos indios-, no llegaban al fondo del problema, pues no afectaban a la propiedad de la tierra. Cuando los aborígenes se movilizaron para reclamarlas, ocupando haciendas, fueron violentamente reprimidos (masacre de Las Canchas, 1945).
Masacre de Las Canchas en la región de Pando (1945).
La política de Villarroel, aunque mantenía intacta la estructura económico-social, irritaba profundamente a la Rosca y a la oligarquía terrateniente, que arreciaban su campaña opositora a través de la prensa, cuyo poder neutralizaba la propaganda oficialista. El Departamento de Estado siempre fue hostil, que con un Libro Azul vinculaban a personajes del régimen con el nazismo. Demoraron seis meses en renovar la venta de estaño, aceptando un aumento de dos centavos por libra. La izquierda, cegada por el fantasma del fascismo, atenta más a lo formal que a las medidas que el gobierno tomaba, consumaba la alianza oligárquico-izquierdista. El Frente Democrático Antifascista motorizado por el PIR reunía al partido Liberal, Republicano-Socialista, Republicano Genuino y Socialista Unificado con las organizaciones sindicales, universitarias y femeninas controladas por los comunistas.
Este fue el resultado de la conspiración de la Izquierda Boliviana en 1946, en lugar de apuntar a La Rosca de los Patiño, se ensañaron con el gobierno que mal que bien era una alternativa interesante. Roberto Hinojosa, colgado en La Paz, junto a Villarroel y otros funcionarios.
La pequeña burguesía urbana, dependiente en lo ideológico de las clases dominantes, coincidía con los “opinólogos” que se trataba de un régimen nazifascista a la boliviana.
Sobre las traiciones ideológicas de la "izquierda", que producela inmolación de Gualberto Villarroel y de sus leales compañeros: Roberto Hinojosa, Luis Uría de la Oliva, Waldo Ballivián, sacrificados por el compromiso ideológico y el amor a la patria, exponiendo heroísmo sin límite y el dar la propia vida en aras a la lealtad, lo mismo pasaría entre la dirección del PC de Bolivia y el Che Guevara 20 años después.
Resumiendo, mientras el gobierno iba despertando el apoyo de mineros y campesinos, contaba en cambio con la hostilidad de las ciudades.
En abril de 1946 La Paz demostraba su repudio al gobierno al elegir como diputado a Willy Gutiérrez, secretario de la Asociación de Industriales Mineros y director de La Razón –el diario de Aramayo-, mientras estaba encarcelado por su actividad conspirativa.
El 13 de junio estalló una insurrección de la base aérea El Alto y otros militares intentaban sublevar el regimiento Calama. El entierro de las víctimas se convirtió en una enorme movilización opositora. Se contesta con represión y Villarroel expropia La Razón y Última Hora: vespertino vinculado al grupo Hochschild.
Los ferroviarios se sumaron a la agitación y la mayoría de los obreros quedó a la expectativa. Los “rabiosos” sectores de la clase media desencadenaron la ofensiva final contra el gobierno. Primero huelga de bancarios, luego de maestros, filtrándose las organizaciones femeninas y estudiantiles. Éstos tuvieron una víctima, que precipitó la violencia por las calles de La Paz. La Universidad era un foco de insurrección y el rector, el liberal Ormachea Zalles, gran maestre de la masonería, encabezó al movimiento.
Manifestaciones callejeras, choques de grupos estudiantiles con la policía, saqueos al comercio, las barricadas. Los ministros del MNR renunciaron y constituyeron un gobierno puramente militar. El ejército estaba dividido, pero la mayoría no apoyaba a Villarroel.
El 21 de julio de 1946 estalló la insurrección popular que, ante la pasividad de la policía y los militares, se apoderó de los edificios de la Municipalidad, la Dirección de Tránsito y el Panóptico y terminaron irrumpiendo en el Palacio Quemado, linchando a Villarroel y los pocos colaboradores que le quedaban, que fueron colgados en los faroles de la Plaza Murillo.
Así terminaba la experiencia de un gobierno, vacilando siempre entre un abstracto nacionalismo de inspiración militar y la tendencia a enraizarlo en los sectores populares, había apenas iniciado la movilización política de los grupos más poderosos –mineros y campesinos- sin llegar a concretar transformaciones fundamentales. Villarroel, convertido en mártir de la causa nacionalista, dejaba el desafío de una revolución inconclusa.
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Cuando lincharon a Gualberto Villarroel
Por Rogelio Alaniz
para El Litoral
Publicado el 8 de abril de 2014
Publicado el 8 de abril de 2014
Las fotos son apenas una pálida expresión de la tragedia. En un primer plano se ve a un hombre colgado de una columna de luz; a su alrededor, los curiosos contemplando con discreto regocijo el espectáculo. Como telón de fondo el Palacio Quemado, es decir la casa de gobierno de Bolivia, porque el hombre que está colgado en esa columna con tres focos se llamaba Gualberto Villarroel y al momento de ser sacrificado por la horda era el presidente de Bolivia.
Junto con Villarroel fueron ejecutados por la multitud, su secretario privado Luis Uría de la Oliva; su edecán militar, Waldo Ballivián, y el periodista Roberto Hinojosa. Los cuatro fueron colgados de los faroles de la plaza Murillo en la ciudad boliviana de La Paz. Los hechos ocurrieron el 21 de julio de 1946.
Según las crónicas de la época, los linchadores ingresaron al Palacio Quemado, subieron al primer piso e ingresaron al despacho del presidente. En el camino ejecutaron a uno de sus guardias. En uno de los escritorios de la oficina se encontró tiempo después un papel escrito por Luis Uría : “Que Dios misericordioso ampare a mi mujer y mis hijos’’. Fueron sus últimas palabras.
Al presidente y a sus colaboradores los hirieron de muerte en la Casa de Gobierno. Podían haberlos rematado allí, pero los linchadores no se iban a privar de algunos gustos. Cargaron los cuerpos agonizantes, salieron al balcón y los arrojaron a la multitud. Allí los esperaba con los brazos abiertos el “pueblo”, ese pueblo que nunca se equivoca y al que la historia le otorgó el mandato de liberar a la humanidad, ese pueblo que suele ser el objeto preferido de todos los demagogos de la historia. Allí estaban, excitados, sedientos de sangre, decididos a celebrar su fiesta, felices en definitiva.
Lo demás pertenece a la crónica del horror. No se conformaron con colgarlos en los faroles de la plaza, los desnudaron, se burlaron de sus llagas, los quemaron con cigarrillos, los atravesaron a puntazos, todo ello acompañado de cánticos, insultos y alguna que otra riña entre los manifestantes. Lo que se dice: una enternecedora fiesta popular.
A la caída de la tarde, la multitud se consideró saciada. Los manifestantes regresaron a sus casas o continuaron con los festejos en otro lugar. Como ocurre con todo linchamiento, nadie se hizo cargo de lo sucedido. Un presidente de la Nación fue despedazado por la multitud, pero nadie rindió cuentas. ¿Qué pasaba por el corazón o por la cabeza de esa gente? No lo sabemos. Unos no se hacen cargo por cobardía, otros porque les da vergüenza, la mayoría mira para otro lado y da vuelta la página. ¿Eran perversos, sádicos, asesinos? Hay motivos para suponer que en su mayoría eran buenas personas, bestializadas eso sí por la lógica del comportamiento de masas.
Esa semana de julio, se había convocado una movilización general contra el gobierno. Allí había estudiantes, maestros, campesinos, trabajadores; como en toda manifestación popular seguramente había delincuentes y dirigentes políticos decididos a derrocar al gobierno de Villarroel. Según la proclama del Partido Obrero Revolucionario (POR) se trataba de la más profunda y popular insurrección de toda la historia americana. Se hablaba de milicias populares, de comités insurreccionales y de lucha de clases. La izquierda movilizaba y la derecha intrigaba.
Las caras visibles de la movilización fueron el rector de la universidad, Ormaechea Talles, y la dirigente docente Teresa Solari. El otro gran partido que contribuyó a la movilización fue el Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR), dirigido por José Antonio Arze, uno de los intelectuales más reconocidos en aquellos años.
No sólo la izquierda estaba en la calle en esos días, también la derecha a través de organizaciones políticas y diarios financiados por la célebre Rosca boliviana, la coalición de intereses promovidos por los barones del estaño: Patiño, Aramayo y Hotschild. Treinta años después, el dirigente trotskista Guillermo Lora dirá en una conferencia en la universidad de San Marcos: “Los marxistas y los imperialistas norteamericanos habíamos llegado a la misma conclusión, aunque por motivos diferentes’’. ¿Cuál era esa conclusión? Terminar con el desgobierno corrupto y nazifascista de Villarroel.
¿Y quién era Villarroel? Había nacido en Villa Rivero el 15 de diciembre de 1908. Estudió en el Colegio Militar y ganó honores y heridas en la guerra contra Paraguay. En diciembre de 1943 llegó al poder a través de un golpe de Estado contra Enrique Peñaranda. Se definía como nacionalista y popular. “No soy enemigo de los ricos, pero soy más amigo de los pobres’’, era su consigna.
Con las diferencias del caso, la comparación con Perón es inevitable. Gobierna al principio en alianza con el MNR de Paz Estenssoro, aunque luego la alianza se rompe. En 1945, convoca a una Constituyente y, como consecuencia de ello, es elegido presidente. Se perfila como un mandatario militar y populista. Rebaja alquileres, promueve planes de viviendas, sindicaliza a los campesinos, prohíbe la servidumbre y los trabajos en especie y celebra el primer congreso nacional indígena.
La derecha, lo considera un extremista de izquierda, y la izquierda, un extremista de derecha. Su estilo de gobierno está muy lejos de la santidad. En noviembre de 1944 reprime a sangre y fuego un levantamiento militar en Oruro y luego fusila a sus presenciales jefes militares y civiles. Meses después el ejército a sus órdenes dispara contra mineros y campesinos en Las Canchas. No conforme con ello, clausura diarios opositores y, probablemente, haya sido el responsable del atentado con el dirigente del PIR, José Antonio Arze.
No, Villarroel, estaba muy lejos de ser un gobernante virtuoso y moderado. Hijo de su tiempo y de su clase, intentó constituir un liderazgo populista apoyado en las fuerzas armadas, el Estado y las masas a las que halagaba con reivindicaciones históricas.
Sin embargo, a mediados de 1946 la situación se tornó insostenible. La movilización que concluyó con su linchamiento se inició una semana antes. Los militares le recomendaron a Villarroel que renunciara y abandonara el Palacio Quemado. Renunció ese mediodía del domingo, pero se negó a abandonar el Palacio. Su resistencia suicida dio lugar a que unos años más tarde se comparara su conducta con la de Salvador Allende. Hubo una diferencia obvia. Salvador Allende fue derrocado por la derecha; hay buenos motivos para afirmar a que Villarroel no fue derrocado por la izquierda pero ésta jugó un rol decisivo en su caída. Simplificando los hechos, podría decirse que la izquierda puso la gente la calle y la derecha puso al gobierno.
Seguramente, los dirigentes que participaron de esa movilización no compartieron los desmanes que se produjeron ese domingo a la tarde. Me cuesta imaginar a un rector de la universidad, o a una dirigente del magisterio ordenando el linchamiento de cuatro hombres desarmados e indefensos.
Lo que ocurre es que estos episodios de linchamientos son anónimos. Los que ingresaron a la Casa de Gobierno después de derribar los portones con explosivos prepararon el terreno porque no hay linchadores sin previa manipulación, pero el comportamiento de las multitudes desenfrenadas es un capítulo aparte. Allí no hubo derecha o izquierda, lo que hubo fue salvajismo, horda y la emergencia de las más oscuras y salvajes pasiones de los hombres.
Villarroel fue derrocado por una conjura de intereses; pero fue ejecutado por los linchadores que liberados a su arbitrio ya no respondían a nadie. Es que lo que define a los linchadores de ayer y de hoy y de siempre no es el objeto a linchar ni la causa que invocan, sino la oscura pasión por asesinar con los inestimables beneficios de la impunidad. Como escribió en su momento Elías Canetti: “Asesinar sin riesgos implica una sensación irresistible para la mayoría de los hombres’’.
Fuente: ellitoral.com
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