La oscura vida de Galimberti

Por Marcelo Larraquy y Roberto Caballero
para El País (España)
Publicado el 23 de junio de 2002

'Galimberti. Crónica negra de la historia reciente de Argentina', editada por Aguilar, reconstruye cuarenta años de historia a través de la biografía no autorizada del personaje más irritante, provocativo y polémico del peronismo. Galimberti, que fue guerrillero montonero, vivió 16 años en la clandestinidad. En este capítulo se recoge uno de los aspectos menos conocidos del ex delegado de Perón en su actividad como combatiente de la OLP.

Los problemas de liquidez del grupo eran cada vez más apremiantes. A Galimberti se le abrió otra posibilidad de generar recursos cuando conoció al economista Héctor Gambarotta, que había estado relacionado con los montoneros en los años setenta y buscaba un espacio académico en Europa. Gambarotta le propuso crear un centro de formación intelectual, que fuera respaldado por la socialdemocracia europea, y Galimberti sintió una suerte de iluminación. Era un proyecto que podía mantener rentador a parte de su grupo y solventar la estructura política. Desde los tiempos en que lo secundaban Grosso y Raventos, tenía debilidad por los hombres dotados de una formación teórica superior a la suya. Gambarotta le explicaba que a la dictadura argentina la sostenían 10.000 millones de dólares de reserva, capitales golondrinas, pero que a más tardar, hacia mayo de 1980, iba a estallar la crisis y se generarían condiciones para el retorno. Gambarotta había reunido al economista Carlos Bruno, al físico nuclear Máximo Victoria, al dirigente socialista Didier Motchane, entre otros, pero el factor decisivo para crear un instituto era el economista Öscar Braun.
Capdevielle convenció a los médicos sirios con un trueque. Les pidió que empeoraran el diagnóstico de Galimberti a cambio de cuatro cajas de whisky y coñá que traían en el avión militar
Braun dirigía un Instituto de Investigaciones Sociales en La Haya. Había sido profesor de Gambarotta en la Universidad de Bahía Blanca, y después del golpe de Estado le había conseguido un trabajo en Senegal. Gambarotta viajó a Holanda para explicarle su idea a Braun. Fue directo al grano.

-Mirá, Óscar, nos conocemos desde hace tiempo. No te voy a andar con vueltas. Estoy con los montos de Galimberti. Queremos montar un instituto, un centro de estudios en el que puedan trabajar exiliados. Vos sabés que hay mucha gente sin laburo dando vueltas por Europa. Está muy dura la cosa. Entonces pensamos que se podría crear una extensión de tu instituto en París o Bélgica, y de esa manera...

Braun le escuchó con atención.

-Está bien. Si sirve para ayudar, es buena idea. Traémelo a Galimberti que lo quiero conocer.

Al mes, llegó Julieta. Rosalía Cortés, la mujer de Braun y socióloga del instituto, había conocido a Galimberti en los tiempos en que se refugiaba en el departamento de Sylvina Walger. Pero le llamó la atención cómo estaba vestida Julieta. Tenía ropa lujosa, de casas europeas. Y durante la charla comentó algunas anécdotas de viajes aéreos. Cortés quiso sacarse de la duda.

-¿Pero cómo es que ustedes, si están exiliados y no tienen dinero, viajan tanto en avión?

-Es la mejor forma de evitar la policía -respondió Galimberti.

-¿Y la ropa?

-Para disimular. Nosotros viajamos a todos lados sin equipaje. Así que cuando llegamos a algún lugar, compramos todo lo que necesitamos y de esa manera nos evitamos preguntas -contestó Julieta.

La fortuna de los Braun

A Braun la respuesta le pareció natural. A su mujer, en cambio, Julieta le cayó antipática de entrada. Era una chica que no parecía tener más de 25 años, una belleza punki a la europea, pero casi maleducada. Durante la charla, Braun comentó al pasar que hacía muy poco tiempo había muerto su padre. A Galimberti ya se lo había anticipado Gambarotta, que le explicó la dimensión de la fortuna de la familia Braun. Eran propietarios de acciones del Banco de Galicia, vinculados a los Braun Menéndez Behety, que eran dueños de 'media Patagonia'.

A Cortés, el grupo de Galimberti le generaba sentimientos contradictorios. Como su marido, pensaba que había que ayudar a los exiliados, gente impedida de regresar a su país por causa de sus ideales. Pero el propio Galimberti no le gustaba. Cortés era amiga de Lila Pastoriza y estaba enterada de que él difundía por Europa que todos los ex prisioneros de la ESMA estaban al servicio de la Marina. Las continuas visitas del grupo empezaron a ponerla nerviosa. Sospechaba que para éstos la formación del instituto carecía de contenido, salvo el de sentirlo como fuente de ingresos económicos. Eso la fastidiaba. Braun había aceptado montar el instituto, alquiló el local, pagaba viajes, los sueldos de los empleados... (...)

En el exilio vivía cada día en constante movimiento. Pero sentía que ni París, su grupo político, el Instituto Clader que empezaba a presidir Gambarotta, ni ninguna de las mujeres con las que se acostaba, podían domesticarlo del todo. Temía convertirse en 'un exiliado de café', condenado a una vida vulgar y mundana, lejos de la épica con la que había soñado. Intentó explicarle a Marie [una de sus amantes en el exilio parisino ]por qué había decidido enrolarse en Líbano.

-Nietzsche dice que una buena causa justifica la guerra. Yo digo que una buena guerra justifica cualquier causa. Quiero ir a la guerra.

-¿Pero no hiciste la guerra en tu país? -le preguntó ella.

-No... Nosotros íbamos al combate sin armas. Lo máximo que tiramos en una operación fueron 200 tiros, contados por los cargadores de cada uno... Eran combates policiales. Quiero vivir una guerra de verdad, Marie.

Ya tenía el contacto restablecido con el responsable de la OLP de París. Los palestinos sentían aprecio por Galimberti. Abu Yihad, el jefe militar de Al Fatah, la organización más poderosa de la OLP, aceptó la incorporación del ex montonero como jefe de un pelotón multinacional de voluntarios.

Beirut era una ruina cuando llegó Galimberti. Los barrios ricos estaban recostados sobre las laderas de las montañas. Algunas casas tenían un tanque de guerra en el garaje, al que engrasaban por la noche. Los edificios estaban destruidos, las calles tomadas por los distintos grupos y los secuestros eran permanentes.

Oficial de la OLP

Galimberti era oficial de la OLP, a cargo de un puesto de control de la 'línea verde', que dividía Beirut . Cierto día, sus subordinados le avisaron de que un grupo proiraní había secuestrado a un grupo de militares franceses. La OLP desconfiaba de las tendencias musulmanas proclives al terrorismo antioccidental. Ya habían secuestrado y matado a un general americano. Ellos peleaban por una nación palestina laica y multiconfesional y tenían una posición conciliadora con Occidente. Después de todo, sus principales cuadros se habían educado en Europa. Pero en la guerra de Líbano confluían varias facciones. Una de ellas, de extracción islámica, más tarde formaría el Partido de Dios (Hezbolá).

Los franceses habían caído en manos de esa facción, a la que la gente de Abu Yihad bautizó 'los iraníes'. La OLP no quería conflictos con ellos. Luego de una escaramuza, que incluyó tiroteos intermitentes, el pelotón de Al Fatah que comandaba Galimberti logró llevarse a un rehén francés a su campamento, donde fue retenido hasta que se decidiera qué hacer con él.

A las dos horas, el francés quiso hablar con 'el jefe'. Galimberti aceptó verlo. Tenía la absoluta certeza de que era un espía.

-Terminemos con esto. Dígame quién es y lo largo a su embajada de una buena vez... -le dijo en francés.

-Soy periodista...

Galimberti se dio media vuelta. No valía la pena seguir el diálogo. El otro jugó su última bala:

-¿Usted habla español? -le preguntó en perfecto castellano.

Galimberti le contestó que sí.

-Yo viví en la Argentina... -dijo el detenido.

-Huy, flaco, decíme quién sos, que me parece que somos del mismo barrio.

-Está bien. Te digo la verdad. Me llamo Xavier Capdevielle. Tengo 24 años. Soy oficial de Inteligencia de la Fuerza Aérea francesa. Estoy en una misión especial.

-Hubiéramos empezado por ahí. ¿Cuándo estuviste en la Argentina?

-Hasta el año 1976. Mi padre hizo negocios con el Ejército de su país. Después la guerrilla comunista le voló las manos...

Galimberti quedó petrificado:

-¿Quién era tu padre?

-Capdevielle se llama. Era muy conocido allá en Buenos Aires.

-Bueno, dejá, olvidáte.

Galimberti dio por finalizada la charla. Sabía quién era Capdevielle. Figuraba en el directorio de 18 empresas francesas. La Columna Norte le había volado las manos con una carta-bomba enviada a su piso de Belgrano. Esa noche hubo cerveza libre para todos. Xavier Capdevielle no entendía nada.

Al otro día, Galimberti lo mandó en un jeep con tres escoltas de la OLP oficial a la Embajada de Francia y pudo volver a su país.

Galimberti no podía dormir bien. Sentía que la pesadilla argentina lo perseguía incluso en una tierra tan lejana, en una guerra tan distinta. Una noche se levantó del catre de campaña para ir al baño. En la instrucción le habían dicho que siempre, por más tranquilo que estuviera el clima, debía agacharse al pasar por una ventana. Esta vez no lo hizo. Los cristales estallaron. Un balazo de calibre 5,56 milímetros hizo añicos la ventana. El proyectil se le incrustó en las costillas y le perforó el pulmón. Era su primera herida de guerra, más seria que 'el raspón' que dijo haber recibido en Villa Adelina en 1976.

Quedó tirado en el piso, bañado en sangre. Fue trasladado de urgencia a un hospital precario montado por la OLP. Los médicos le extrajeron la bala y le diagnosticaron un neumotórax. Con el correr de las horas, fue empeorando. Se decidió que lo mejor era trasladarlo a algún centro asistencial de la República Popular Árabe Siria, que mantenía estrechos vínculos con la OLP de Yasir Arafat. El herido volaba de fiebre. Ningún antipirético surtía efecto. Deliraba. Se aferraba a un poema, escrito por Tawfig Azzayad, alcalde de Nazareth:

'Somos los guardas de las sombras / de los naranjos y de los olivos / sembramos las ideas como la levadura / en la pasta / nuestros nervios son de hielo / pero nuestros corazones despiden fuego. / Cuando tengamos sed / exprimiremos las piedras / comeríamos la tierra / si tuviéramos hambre / pero no nos iremos / y no seremos avaros de nuestra sangre. / Aquí tenemos un pasado / un presente. / Aquí / está nuestro futuro / Palestina'.

Traslado a Damasco

En esas condiciones fue subido a un helicóptero, hasta Damasco. Se despertó con el pelo revuelto por las ráfagas de viento cruzado. Giró la cabeza y descubrió que el campo de batalla, visto desde el aire, semejaba un inmenso y pacífico tapiz verde. El sonido monocorde de las hélices le dio sueño. Volvió a desvanecerse. Cuando abrió los ojos de nuevo, estaba tendido en la camilla de un hospital de Damasco. Un médico se le acercó para comprobar la dilatación de las pupilas. Luego llamó a una enfermera para que controlara la fiebre del paciente recién ingresado.

-¿Quién es? -preguntó la auxiliar.

-Un importante oficial de la OLP -le contestó el médico.

Al oír aquello, Galimberti se sintió reconfortado, pero otra vez cayó en un lapso de inconsciencia. Lograron estabilizarlo, pero siguió con 'pronóstico reservado'. Sólo despertó al otro día. Cuando recuperó la consciencia estaba ante un médico sirio.

-Díganle a los franceses que soy un voluntario extranjero -llegó a decir. Fue toda su gestión desde la cama.

En París, Xavier Capdevielle estaba disfrutando del milagro de su supervivencia. La OLP lo había salvado de un casi seguro fusilamiento a manos de los 'iraníes'. Su embajada había hecho el resto. Estaba tomándose días francos y ya había pedido la baja de la Fuerza Aérea, cuando sonó su teléfono. Desde el Ministerio de Aeronáutica le decían que había un asunto que sólo él podía resolver. Habían recibido una petición de protección de una persona de 'especial interés' para el Gobierno de Francia y sus jefes le ordenaban viajar a Damasco para que hiciera un reconocimiento positivo. Había llegado la información de que se estaba muriendo. Capdevielle no tuvo tiempo de protestar. Tomó sus cosas y voló a Damasco en el primer avión. El sujeto por el que tenía que preguntar estaba internado.

Cuando llegó, se entrevistó con el director del hospital. Le dijo que el paciente que buscaba era un oficial de la OLP, herido en un barrio de Beirut. Su estado no era bueno, cualquier traslado -le avisó el médico- podía agravar las condiciones de salud. Capdevielle pidió hablar con él. Lo llevaron a una habitación con dos camas. Una estaba desocupada. En la otra dormía el desconocido con la cara vuelta hacia la pared.

Se acercó y lo movió con el brazo. El paciente volvió la cara. La sorpresa fue de los dos.

-¿Vos sos...?

-¿Qué hacés acá?

-Soy tu ángel de la guarda. Me mandó mi Gobierno. Parece que les interesás...

Pero había problemas. Los sirios no querían desprenderse del 'combatiente de la OLP'. Decían que atenderlo era una obligación moral, que podían demostrar hospitalidad a sus mercenarios y que sus hospitales contaban con tecnología suficiente como para revivirlo. Capdevielle llamó a París. Desde allá explicaron que no podían sacar a su hombre por salvoconducto diplomático porque tenía un pedido de captura internacional. Debía sacarlo de Damasco clandestinamente e introducirlo en Francia del mismo modo.

El problema que se le presentaba era doble. Galimberti ahora tenía dificultades respiratorias.

-Me dijeron que tengo que sacarte por vía informal.

-No creo que los sirios quieran... -contestó Galimberti.

-Van a querer. Además, te debo la vida. Esto es sangre por sangre. Dejáme ver qué puedo hacer...

Capdevielle estuvo cuatro días tratando de vencer la negativa de las autoridades del hospital y de los servicios de inteligencia sirios. Terminó convenciendo a los médicos con un trueque. Les pidió que empeoraran el diagnóstico de Galimberti a cambio de cuatro cajas de whisky y coñá que traían en el avión militar. Los dos oficiales franceses que lo acompañaban se quejaron porque habían puesto el dinero de su bolsillo y no se lo iban a reconocer como gastos personales.

Entonces los médicos sirios doparon a Galimberti y empezaron a decir que se moría. Le bajaron las señales vitales al mínimo y las autoridades militares aceptaron entregarlo. Si se tenía que morir, que lo hiciera lejos de ahí.

Del hospital fueron hasta el aeropuerto, donde los esperaba un avión militar francés. Volaron a Marsella, Francia, donde quedó internado.

Llamadas extrañas

Misión cumplida, pensó Capdevielle y regresó a su casa. Pero hubo otra llamada extraña. Sus jefes le pidieron que gestionara una cama en el Hospital Militar de París para el hombre que había rescatado de Siria. Capdevielle no entendía el porqué de tantas cortesías. Hizo la reserva y viajó a la clínica. Entró en la habitación y le comunicó la novedad al argentino. Se quiso sacar la duda:

-¿Quién sos vos, realmente?

Hasta ese momento, Galimberti le había dicho que era un mercenario, que se había alistado en la OLP sólo por recibir un salario. Pero el juego había llegado demasiado lejos.

-Me llamo Rodolfo Galimberti...

-Tu apellido italiano no me dice nada.

-Fui jefe montonero en la Argentina.

Capdevielle se quedó mudo. Le costó reaccionar.

-¿De la guerrilla comunista?

-Peronista. De la guerrilla peronista.

-¿Ustedes le volaron las manos a mi padre?

-Sí, nosotros le pusimos la bomba.

El diálogo se volvió glacial.

-Esto que me decís es terrible. Vos dejaste lisiado a mi padre...

-Yo no, la organización.

-¿Por qué no me lo dijiste antes?

-Te lo quise decir, pero estaba demasiado preocupado por sobrevivir. Ahora te pido perdón.

-Estamos a mano.

Diálogo con su víctima

Capdevielle se fue del hospital consternado. Cuando le contó a su padre, pidió conocerlo. Apenas salió del Hospital Militar, Galimberti fue a su encuentro. Arregló una cita para las tres de la tarde, pero se demoró hasta las nueve de la noche. Tenía miedo. Por fin entró en una mansión en un barrio parisiense. La criada lo llevó hasta un amplio salón, en la semipenumbra. Tardó unos minutos en acostumbrar la vista.

-Buenas noches... -escuchó Galimberti. La voz venía desde atrás. Se dio vuelta. Alcanzó a adivinar una silueta. Capdevielle padre estaba sentado en una silla de ruedas.

-Hace seis horas que lo estoy esperando. Pero hace seis años que espero algo más importante todavía: una explicación.

La sombra se acercó en ademán de saludo. Galimberti estrechó su mano en un muñón. Se acomodó en un sillón, a la izquierda del dueño de casa. Hubo un largo silencio antes de que Capdevielle comenzara a hablar:

-Yo siempre fui un muy buen amigo de su país. Me porté muy bien con los militares y los distintos Gobiernos. Trabajé como si estuviera en mi patria. Siempre les vendí lo mejor. Le hablé bien de ustedes a todas mis amistades. Por eso no puedo entender por qué me hicieron esto -dijo el anciano, y se inclinó en el respaldo.

Galimberti le apoyó una mano sobre la pierna. Se quedó un momento en silencio. Después dijo:

-Mi país vivió una guerra. Yo provengo de un movimiento político que estuvo proscrito durante décadas. Fuimos perseguidos, torturados y fusilados en los basurales. Vivimos en las condiciones más espantosas. No podíamos decir siquiera el nombre de nuestro conductor. Estaba prohibido. Fuimos hijos de una violencia incomprensible. Y también es muy difícil explicar nuestra violencia. Usted fue blanco de una operación militar destinada a castigar a los que ayudaban a masacrarnos. Creo que fue una locura. Pero no puedo más que pedirle disculpas.

El padre de Xavier Capdevielle comenzó a lagrimear sin hacer ruido. Apenas balbuceó:

-Yo lo único que quería era una explicación...

El anciano salió a despedirlo en su silla hasta la puerta de calle.

-Lo perdono -le dijo-, pero no lo olvido


'Galimberti. Crónica negra de la historia reciente de Argentina'

Marcelo Larraquy y Roberto Caballero Aguilar

Fuente: elpais.com
Rodolfo Galimberti, la revolución a la inversa

Por Marcelo Larraquy
para El País (España)
Publicado el 13 de febrero de 2002

'Yo soy mucho mejor de lo que ustedes piensan y mucho peor de lo que imaginan', le gustaba decir a Rodolfo Galimberti cuando alguien intentaba hurgar sobre su vida. Jugaba con su pasado violento como una marioneta. Lo escondía y lo insinuaba, y alimentaba su misterio para amenazar, para encantar serpientes o para hacer negocios.


Los argentinos lo redescubrieron en los años noventa, después de casi dieciocho años de clandestinidad. Había sido indultado por el presidente Menem, a la par del dictador Jorge Videla y el jefe montonero Mario Firmenich. Y desde entonces, ya en la legalidad, con la misma lucidez y verbo desbordado que peleó por la 'Patria Socialista', Galimberti hizo su revolución a la inversa: vendió armas, se hizo amigo de los torturadores de sus ex compañeros y fue lobbysta de capitales extranjeros para la privatización de empresas del Estado, cuando en tiempos de fervor juvenil declamaba por la confiscación sin indemnización de las multinacionales.

Pero su transformación no se detuvo. Galimberti se movía en su Porsche con la fuerza de un jabalí. Y toda su adrenalina de los años de fuego la volcó a los negocios, limpios o sucios, pero siempre secretos e irritativos. Si bien no había sido un icono de la 'pureza' montonera ni el cristiano que entregaba la otra mejilla, no había tomado las armas para subirse a un Porsche al final del camino revolucionario. Él estaba lejos de avergonzarse de su transformación: '¿Por qué repudiar el éxito? No nos dedicamos a hacer la revolución porque éramos incompetentes, que si no hacíamos eso íbamos a ser asesores o gomeros. Para ser consecuente con la lucha de la época, hay que ser exitoso en nuestra sociedad', dijo en el libro Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA, publicado en la Argentina.

El éxito era su nuevo paradigma social como antes lo había sido la revolución. Entonces había emergido casi de la nada, leyendo a Lenin, admirando a Primo de Rivera y con una acción política vertiginosa. En los sesenta, el peronismo estaba prohibido y él era hijo del rencor. A los 23 años se convirtió en el enfant terrible de la Juventud Peronista, convocaba a cientos de miles, y Perón lo eligió como su espada política en 1972. Luego pasó a ser uno de los líderes de la guerrilla montonera en la clandestinidad, enfrentando al Ejército y a la policía en combates armados.

Poco se supo de él, hasta que fue indultado por Menem y apareció como socio del empresario Jorge Born, su ex secuestrado. Los Montoneros le habían sacado 60 millones de dólares y Galimberti, que había participado del secuestro, logró recuperar parte del botín al servicio de su socio y de él mismo, llevando a ex montoneros a la justicia para que testimoniaran sobre la operación.

Fue odiado. Pero en el 1997, su novela continuó: se asoció con alguien que, como Perón, convocaba millones: Susana Giménez, la diva de la televisión, en un juego telefónico que dejaba fortunas, pero que le generó mil problemas por un juicio por estafas por parte de un cura. Y hacia el final de la década, aquel combatiente de la OLP de los ochenta, herido en Beirut, ya era socio y carta de presentación de algunos gerentes de la CIA instalados en la Argentina, para tareas de seguridad e inteligencia de algunas empresas que alguna vez había ametrallado.

Su mayor angustia era morir de artritis, en una cama. No lo consideraba una muerte digna. Murió del corazón, después de una operación de doce horas, a los 53 años.'Yo soy mucho mejor de lo que ustedes piensan y mucho peor de lo que imaginan', le gustaba decir a Rodolfo Galimberti cuando alguien intentaba hurgar sobre su vida. Jugaba con su pasado violento como una marioneta. Lo escondía y lo insinuaba, y alimentaba su misterio para amenazar, para encantar serpientes o para hacer negocios.

Los argentinos lo redescubrieron en los años noventa, después de casi dieciocho años de clandestinidad. Había sido indultado por el presidente Menem, a la par del dictador Jorge Videla y el jefe montonero Mario Firmenich. Y desde entonces, ya en la legalidad, con la misma lucidez y verbo desbordado que peleó por la 'Patria Socialista', Galimberti hizo su revolución a la inversa: vendió armas, se hizo amigo de los torturadores de sus ex compañeros y fue lobbysta de capitales extranjeros para la privatización de empresas del Estado, cuando en tiempos de fervor juvenil declamaba por la confiscación sin indemnización de las multinacionales.

Pero su transformación no se detuvo. Galimberti se movía en su Porsche con la fuerza de un jabalí. Y toda su adrenalina de los años de fuego la volcó a los negocios, limpios o sucios, pero siempre secretos e irritativos. Si bien no había sido un icono de la 'pureza' montonera ni el cristiano que entregaba la otra mejilla, no había tomado las armas para subirse a un Porsche al final del camino revolucionario. Él estaba lejos de avergonzarse de su transformación: '¿Por qué repudiar el éxito? No nos dedicamos a hacer la revolución porque éramos incompetentes, que si no hacíamos eso íbamos a ser asesores o gomeros. Para ser consecuente con la lucha de la época, hay que ser exitoso en nuestra sociedad', dijo en el libro Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA, publicado en la Argentina.

El éxito era su nuevo paradigma social como antes lo había sido la revolución. Entonces había emergido casi de la nada, leyendo a Lenin, admirando a Primo de Rivera y con una acción política vertiginosa. En los sesenta, el peronismo estaba prohibido y él era hijo del rencor. A los 23 años se convirtió en el enfant terrible de la Juventud Peronista, convocaba a cientos de miles, y Perón lo eligió como su espada política en 1972. Luego pasó a ser uno de los líderes de la guerrilla montonera en la clandestinidad, enfrentando al Ejército y a la policía en combates armados.

Poco se supo de él, hasta que fue indultado por Menem y apareció como socio del empresario Jorge Born, su ex secuestrado. Los Montoneros le habían sacado 60 millones de dólares y Galimberti, que había participado del secuestro, logró recuperar parte del botín al servicio de su socio y de él mismo, llevando a ex montoneros a la justicia para que testimoniaran sobre la operación.

Fue odiado. Pero en el 1997, su novela continuó: se asoció con alguien que, como Perón, convocaba millones: Susana Giménez, la diva de la televisión, en un juego telefónico que dejaba fortunas, pero que le generó mil problemas por un juicio por estafas por parte de un cura. Y hacia el final de la década, aquel combatiente de la OLP de los ochenta, herido en Beirut, ya era socio y carta de presentación de algunos gerentes de la CIA instalados en la Argentina, para tareas de seguridad e inteligencia de algunas empresas que alguna vez había ametrallado.

Su mayor angustia era morir de artritis, en una cama. No lo consideraba una muerte digna. Murió del corazón, después de una operación de doce horas, a los 53 años.

Fuente: elpais.com