Tato Pavlovsky, en su memoria

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En 1968, durante los seminarios de entrenamiento de dinámica de grupo que Didi Anzieu realizaba anualmente en París, ocurrían simultáneamente los acontecimientos políticos sociales por todos conocidos. Esta simultaneidad de situaciones, la realización de los seminarios de dinámica de grupo en el mismo momento del acontecer social, le permitió a Anzieu realizar algunas reflexiones y observaciones de las cuales rescataré las más importantes. Dice Anzieu: “El desarrollo del seminario, considerado en su totalidad, me ha parecido una reproducción abreviada, en miniatura, del inconsciente social en Francia en abril y julio de 1968”. Y se pregunta más adelante: “Un seminario que reposa exclusivamente en los llamados métodos de grupo, ¿no es acaso un sondeo de las capas más profundas del psiquismo colectivo?”.

En otro párrafo, Anzieu también se refiere al surgimiento en el staff o equipo terapéutico, durante los seminarios, de una posición autoritaria que surgió como necesidad del equipo de estructurar un orden durante un momento de gran caos y anarquía entre los integrantes del grupo de seminarios, que amenazaba la evolución normal del mismo. El propio staff se extrañó de la posición autoritaria que tuvo que tomar frente a la anarquía reinante. El intercambio de opiniones puso en evidencia dos cosas. Por una parte, la fantasmática de una organización jerarquizada del saber y del poder (tipo de organización tan combatida en mayo) fue reconocida como fantasmática común del equipo terapéutico, por identificación con este tipo de fantasmática social. Se debatió en el seminario la relación entre la dinámica del grupo del seminario y la evolución inconsciente social en 1968 en Francia. Según Anzieu, el equipo terapéutico se identificó con esta estructura del poder y del saber tan combatida en mayo, y actuó en el grupo ejerciendo el poder sobre los integrantes del seminario. Después de la “actuación”, el equipo terapéutico reunido pudo “metabolizar, elaborar y modificar” esta identificación regresiva.

En un trabajo que realizamos con Armando Bauleo en 1976 y que titulamos “Psicoterapia en situaciones excepcionales” intentábamos caracterizar algunos fenómenos clínicos y de dinámica grupal que habíamos observado en nuestros grupos durante el lapso 1976-77, período caracterizado por la represión política por todos conocida. En dicho trabajo nos formulábamos los siguientes interrogantes. ¿Cómo eran las sesiones de psicoterapia de grupo durante ese lapso? ¿Qué efecto tenían, en el específico campo de la producción imaginaria de la sesión, los acontecimientos sociopolíticos de ese período? ¿Qué fenómenos singulares observábamos en la transferencia, en la dinámica de grupo, en las fantasías inconscientes grupales, en el cuadro sintomático de los integrantes y en las condiciones de seguridad del grupo? ¿Existía alguna singularidad específica del proceso inconsciente grupal y su relación con el inconsciente social?

En alguno de nosotros existe hoy una cierta necesidad de intentar describir el clima imperante en las sesiones durante ese período, a riesgo de sortear o eludir la fractura o solución de continuidad que sufrió el proceso de la psicoterapia de grupo en ese lapso. Porque hubo perturbaciones serias en el desarrollo de la psicoterapia de grupo en esos años. Desde allanamientos policiales en plena sesión de grupo, con la consecuencia de terapeutas desaparecidos, hasta sesiones en instituciones que se realizaron con policías dentro de la sesión.

Se nos ocurre que no queremos ni debemos perder la memoria de esa época, precisamente porque trabajamos en la clínica con el recuerdo para evitar la repetición.

Algunos de nosotros tenemos la necesidad de recuperar nuestra memoria para evitar fragmentar nuestra propia identidad profesional.

Pensamos que somos el testimonio clínico de una época que no debe volver a repetirse. Nuestro testimonio es también la psicoprofilaxis de toda forma de autoritarismo y fascismo futuro.

Theodor Adorno sugiere que, para que no ocurra otro Auschwitz, no debe tratar de olvidárselo.

La curación es recordar para no repetir.

Si no recuerdo, repito.

Si repito actúo.

“La interiorización de las prohibiciones y prescripciones es tal, que la opresión constituye para los oprimidos la condición de posibilidades del goce” (P. Legendre, El amor del censor, Ed. Anagrama, 1979). El inconsciente social, mediatizado en momentos de excepción social por el grupo, selecciona los temas sobre los que podemos pronunciarnos. Hay palabras y temas censurados. Silencios recortados que hablan de censura.

Autocensura. Palabras mudas. Ausentes. La interiorización de la violencia se ha instalado en el grupo como obvia, como natural.

El discurso del grupo se recorta sobre una zona prohibida. Pero nadie prohíbe nada. No es necesario. Prohibir es de alguna manera nombrar lo innombrable por contraste.

La dialéctica de la persecución social se ha interiorizado.

No hay explicitación del movimiento totalizador.

Cualquier discurso que superase el límite previsible de lo pactado por la norma interiorizada será regulado por el grupo mismo, o el portavoz de la violación será callado por el coro de otras voces. El grupo funciona como un censor de las individualidades más transgresoras de la norma social interiorizada.

Entrenamiento de la regulación grupal en momentos excepcionales del acontecer social. Misión especial. La autorregulación es la expresión de la mediatización represiva del grupo y cumple la función de preservación dentro del grupo.

El grupo atempera. Adapta el lenguaje que subvierte. Corrige. Aminora imperceptiblemente. Todo individuo dentro del grupo que se animara a transgredir la prohibición, podría ser discriminado.

Un síndrome general de adaptación. La frase que amenaza es apoderada por un discurso. Otro, que asegura la sobrevivencia y disminuye el ribete trágico del gran violador del PACTO. El PACTO es clave. No se puede nombrar lo innombrable. Algo se torna innombrable. Algo ha de ser evitado de nombrar.

La verdadera incertidumbre es no saber exactamente la palabra que no se debe nombrar.

La verdadera incertidumbre es no saber exactamente la palabra innombrable.

Reflejo del inconsciente social. Registro asociativo de palabras nombradas y muerte. El inconsciente social desborda los límites del grupo.

Cada integrante “actúa” de acuerdo a su physique du rol el personaje de una obra que habla de asesinatos, allanamientos y desaparecidos. Cada inconsciente individual sigue sus leyes propias y recorta la singularidad de cada actuación.

El grupo es hablado por el argumento del drama del inconsciente social y su trama argumental. Cada integrante actúa un personaje principal de esta trama. Lo habla su inconsciente individual, pero al servicio de una trama argumental que alude o sugiere una fantasmática social. Inconsciente social que se introduce en la intimidad-interioridad del grupo, de acuerdo con la excepcionalidad de las circunstancias sociales.

“Psicoterapia de grupo en situaciones excepcionales”, decía Bauleo.

Descentramiento de la propia fantasmática grupal.

¿Descentramiento de los mitos familiares durante las guerras?

Con esto nos referimos a que los grupos estructuran luego de su agrupamiento una configuración, organizada a partir de un entrecruzamiento de proyecciones de los integrantes, en la que se entrecruzan elementos representativos sociales de una manera tal que en esa configuración se escenifica la obra teatral, a la cual no sólo han aportado los integrantes, sino que la sociedad ha suministrado el clima imperante. (Bauleo)

CLIMA GRUPAL de intemperancias.

Se tiene en el grupo terapéutico la impresión de que el enemigo acecha al grupo. No afuera. Sino dentro del grupo. Espera al acecho la palabra para el asesinato.

Se sabe que no pero aun así, como diría Mannoni, se actúa como si acechara.

Hay que cuidarse. Hay una escena que lo hace posible. El mismo personaje que pregunta puede ser el asesino. El asesino sin gajes. CLIMA DE TRAICION.

Insisto: El violador, el asesino, el torturador, está allí presente en el grupo.

Se sabe que no lo está, pero se actúa como si estuviera. Pluridimensional de las ansiedades confusionales. Pregunta: ¿quién nos aterroriza? ¿Invención?

¿Recreación? Fabrica de miedos del gran EXORCISMO.

El miedo no es imaginería. Vivencia del terror que nos asfixia. Sabemos que el torturador es invención. Allí en el grupo lo inventamos, que no está, certeza de convocatoria. Recreación nuestra. Lo siniestro del inconsciente social que nos posee, lo circulamos. Lo patentizamos.

Circulamos el terror de la convivencia con el monstruo. Lo recreamos entre nosotros para exorcizarlo. Recreación previa a todo EXORCISMO. Pero para exorcizarlo tenemos que creer que esta allí, adentro, en el grupo, al acecho, esperando la palabra innombrable para caer sobre nosotros. El grupo sabe de qué se trata este asesinato. Sabe del improviso. De la trampa. De irrupciones. De la magia del no aparecer mas. Está enterado. Nada es tan mágico como hacer desaparecer. Se corre el riesgo de no volver más.

Recreamos entonces el drama del inconsciente social. Lo reinventamos. Lo exorcizamos. Traemos los peores fantasmas del drama.

Convocamos a los protagonistas centrales y los encarnamos; pero como buenos actores tenemos que creer en lo que hacemos. Como buenos actores del método Stanislavsky.

Tenemos que creer que nuestro enemigo esta allí entre nosotros en el grupo, dispuesto a hacernos desaparecer. Insisto en la creencia. Si EL lo dispusiera somos hombres muertos o desaparecidos. Tenemos la referencia de que, en aquel mismo mundo que se llama realidad, se desaparece todos los días. La fantasía de desaparecer para siempre, no como muerte sino como pasaje a otro estado, a otro nivel, es una ansiedad terrorífica posible cuando la gente es secuestrada y no se sabe cómo, ni dónde, ni cuándo.

Alguna vez nuestras fantasías agresivas vaticinaron la desaparición de nuestros padres, y por rebote la nuestra. Cero al infinito.

Jugamos a que sea así, de lo contrario no vale el EXORCISMO. Para que haya exorcismo hay que creer en la obra teatral del inconsciente social y sus terrores. Lo inventamos en el grupo, dentro del grupo.

Siempre hay un sospechoso dentro del grupo, un elegido por el rol de la sospecha. Algún rasgo bizarro del sospechoso es aprovechado para invitarlo al escenario. Physique du rol. Nuestro mago de turno. Tiene poderes inventados.

Pero lo creemos. El peligro es grande. La sospecha circula. El sospechoso se siente investido por el rol. Sabemos que es un buen compañero. Lo reconocemos. Pero el efecto de la proyección lo transforma de golpe en sospechoso. Sabiduría grupal. Lo necesitamos para aterrorizarnos.

Es nuestro candidato para el EXORCISMO.

Ojo, inventamos al sospechoso, le ponemos carga de torturador, de asesino a sueldo. Pero EL también tiene que inventar. Si no inventa no vale. Le exigimos su monto de creación personal. La magia del physique du rol y las proyecciones se produce. Una suerte de fascinación y encantamiento. El sospechado asume su Rol con la magnificencia que corresponde al asesino.

El secreto goce de producir miedo. El misterioso goce de aterrorizar con el terror del asesino. El íntimo goce de sentirse poderoso en este juego diabólico de imaginería. Y entonces ocurre el milagro: el sospechado, el elegido por la imaginería del grupo para el Exorcismo, dice de pronto las palabras justas que confirman la sospecha. Toma EL LIBRETO DE OTRO. Un libreto encima de otro libreto. Dos caras que se funden. Proyección sobreimpresa en otra proyección; y como el gran Actor, utiliza el titubeo, la duda y la pausa que conforman la sospecha.

Responde con discurso de sospechado. Nadie se asombra de la Metamorfosis.

Con Poder de la Magia suministrada por nosotros, el sospechoso responde con la interiorización de los gestos del OTRO. Insisto: lo miramos sobreimpreso.

Inventamos con nuestra imaginería un SOSPECHOSO, de un compañero de grupo, y el compañero se hace sospechoso. Actúa como sospechoso, y como sospechoso tiene poderes mágicos. Puede hacernos desaparecer. Como decía Sartre de Genet: Una mirada lo clavó como ladrón y él se hizo ladrón.

Reinventó la proyección a su gusto. Patentizó lo siniestro de sentirse mirado con la carga ajena.

Si me miran ahora como LADRON, ENTONCES JODANSE, LES VOY A ROBAR.

Pero voy a inventar mi manera de ROBAR. ESE ES MI DERECHO Y SERA MI SALVACION. Nadie proteste, dice Genet: Yo soy invención vuestra, pero los dejaré con los bolsillos vacíos.

Ahora el sospechoso hace lo mismo. Nosotros reinventamos el Terror.

* Texto publicado en Lo Grupal, Nº 1, abril de 1983, bajo el título “Lo fantasmático social y lo imaginario grupal”.

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“Tato, usted siempre haciendo teatro”

Juan Carlos Volnovich

Conocí a Tato Pavlovsky en la Asociación Psicoanalítica Argentina, en 1965, cuando la APA detentaba el monopolio absoluto del poder y administraba con mano férrea el legado freudiano. El era Miembro Adherente (a punto de pasar a ser Miembro Titular) y yo candidato en el Seminario, lo que quiere decir que él estaba casi en la cima de la pirámide jerárquica y yo, en la base. Lo veía en la Asociación y, de vez en cuando –uno entrando, el otro saliendo– en el consultorio de Marie Langer.

Tato, que había concluido el análisis con Marie Langer al estilo de aquella época –cincuenta minutos cuatro veces por semana durante largos años– volvió a consultarla, sólo que, por entonces, Mimí no tenía una sola hora disponible de manera que ante su insistencia sólo pudo ofrecerle los diez minutos que le quedaban entre paciente y paciente. Tato aceptó. Diez minutos de oro. Había que aprovecharlos a toda costa. El día en que llovía torrencialmente, cuando los colectivos no paraban y los taxis pasaban inexorablemente ocupados, no dudó y en plena Avenida del Libertador se paró en medio de la calle con la intención de detener un auto. Lo logró, le explicó al conductor que era médico que estaba frente a una urgencia y consiguió que lo llevaran. Llegó justo para ocupar los diez minutos. Llegó triunfante, empapado y agitado. Mimí le interpretó: “Tato, usted siempre haciendo teatro”.

Pero fue el descontento con la APA, fue la insatisfacción con nuestra práctica pretendidamente apolítica, fueron los acontecimientos sociales en los finales de los sesenta lo que comenzó a unirnos. El reconocimiento de que estaba frente a un grande –mi admiración– creció cuando en sesión plenaria de la APA leyó un trabajo donde criticaba de manera implacable la ponencia oficial de la institución al próximo Congreso Internacional de Viena. Por aquel entonces había que tener valor y una alta dosis de herejía para atreverse a una confrontación tan frontal con el establishment; valor y sentido de la travesura. Lo de “travesura” viene porque el texto que había leído no era de su autoría. Ese texto había sido redactado por Gregorio Baremblitt. Solo que Gregorio era candidato y no miembro titular; por lo tanto, no tenía posibilidad de hacer oír su voz en sesión plenaria. Tato, tan autor, tan actor, esa vez sólo actúo un texto ajeno con el que, sin dudas, acordaba.

Coincidimos en Plataforma el tiempo que estuvimos dentro de la APA y el año que, después de la renuncia, estuvimos fuera. Plataforma fue un invento de Hernán Kesselman y de Armando Bauleo al que nos sumamos unos pocos: Gilú y Diego García Reinoso, Marie Langer, Emilio Rodrigué, Rafael Paz, Lea y Guillo Bigliani, Fany Baremblitt de Salzberg, Gregorio Baremblitt, Manuel Braslavsky, Luis María Esmerado, Andrés Gallegos, Miguel Matrajt y Guido Narváez. Con nosotros estaban también, aunque por no ser miembros de APA no habían renunciado, Eduardo Menéndez, León Rozitchner y Raúl Sciarretta. Tato se encargó de remarcar que lo mejor de Plataforma fue, además de renunciar a la APA, habernos disuelto no bien nos dimos cuenta de que comenzábamos a cometer los mismos errores que tanto criticábamos en la APA. Y a eso dedicó su vida: a señalar las imposturas, a denunciar la hipocresía de una sociedad que habla hasta el hartazgo de su propio silencio, a poner en evidencia los poderes que prometen liberarnos de las mismas trampas que fabrican.

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“Uno de los últimos representantes de los 70”

 Hernán Kesselman

He venido trabajando con Tato Pavlovsky desde hace casi 50 años. Empezamos alrededor de 1968. Los dos éramos pacientes de Marie Langer y los dos trabajábamos con grupos. Nos pusimos a trabajar juntos. Yo venía trabajando con Enrique Pichon-Rivière y con José Bleger, él con Fidel Moccio y Carlos Martínez Bouquet. Eramos amigos de Fernando Ulloa, formábamos una camada en la que también estaban Armando Bauleo y Emilio Rodrigué.

Encontramos que el trabajo con grupos nos daba una dimensión distinta de la que daba el psicoanálisis individual, para el conocimiento humano. Y el agregado del psicodrama ponía en acción el cuerpo en escena, incorporaba el cuerpo de los pacientes y el terapeuta de una forma más activa, visible.

Nos fuimos juntos de la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina) y fundamos el grupo Plataforma. Escribimos juntos el texto Cuestionamos, que plantea la posición de Plataforma.

Después, con Luis Frydlewsky, escribimos Las escenas temidas del coordinador de grupos, que se publicó cuando ya estábamos en el exilio. Nosotros como terapeutas odiábamos ser tomados como modelo de salud. Teníamos miedos, como los pacientes. En ese libro hablamos, no de las escenas temibles, sino de las temidas. Para las temibles, había que tener piernas fuertes y salir corriendo, como le pasó a Tato en la dictadura cuando lo fueron a buscar al consultorio. Las temidas eran las singulares de cada uno; las neuras con las que cada uno afrontaba los conflictos de la asistencia de la salud.

Con Rodrigué y Bauleo compartimos una casa. Era un piso, en realidad el único que vivía allí era Tato. Armando, Emilio y yo íbamos más bien a comer pizza y filosofar, era un espacio de libertad de pensamiento. Compartimos los años del 68, del 70. Ideológicamente éramos una barra muy comprometida.

En el trabajo en grupos, la dimensión política lo atraviesa todo. Lo político no está afuera del consultorio, sino que atraviesa todas las situaciones, bipersonales y multipersonales. El grupo obliga a hablar con el otro; no ya hablar del otro, sino con el otro. Obliga a consonar, a resonar, a identificarse, a ver cosas de uno que uno no quiere ver; a admitir que hay papeles que uno tiene adentro y por eso los puede hacer en las dramatizaciones.

Después Emilio se fue a Bahía, Brasil, y Armando y yo nos fuimos a España. Tato se quedó pero al poco tiempo de la dictadura tuvo que escaparse por los techos y se vino a España conmigo. Dos o tres años estuvo conmigo en Madrid, atendiendo; compartíamos consultorio. A través del pensamiento de Gilles Deleuze, pasamos al paradigma de lo complejo. Tato decía que éramos deleuzianos sin saberlo.

Tato volvió a la Argentina en 1982, antes que yo, que volví en 1986. Pero siempre mantuvimos una vinculación estrecha, y escribíamos mucho en la revista española Clínica y Análisis Grupal. Nuestras familias también tenían una amistad íntima, antes, durante y después del exilio.

A Tato su labor teatral lo enriquecía como clínico. El teatro le daba ideas para el psicodrama, por ejemplo para activar los grupos. En cambio, no creo que su trabajo clínico haya enriquecido especialmente su labor teatral. Sus obras de teatro no formulan reflexiones psicológicas, pero nuestras reflexiones psicológicas estaban enriquecidas por lo teatral que él aportaba.

En estos últimos años seguimos trabajando juntos. Nos reuníamos los jueves y los viernes para comer, hablar, estar juntos, escribir y contarnos nuestras cosas. Ibamos a escribir un libro sobre sceno poiesis: todo lo que una escena puede engendrar. Habíamos quedado en reunirnos, dijimos que íbamos a hacer como esos viejos tejanos que se juntan para tomar una copa y recordar. Queríamos recuperar los sucesos de los últimos cincuenta años de nuestra vida, íbamos a grabarlo, pero él se enfermó, ya estaba enfermo pero se enfermó más, y ya no pudo.

Tato, junto con Jaime Rojas Bermúdez, fue el fundador del psicodrama en la Argentina. Le dio al grupo una dimensión superior a la de cualquier tratamiento bipersonal. Le dio al psicoanálisis una dimensión que no era conocida antes de su trabajo. Trabajó con grupos hasta los últimos días de su vida.

Con Tato ha muerto uno de los últimos representantes de la época de los 70, en el sentido cultural, político, histórico, social.

Teníamos la costumbre de prologar nuestros libros mutuamente, como con Rodrigué, Bauleo, Ulloa. Nos prologábamos los libros. Tato fue un hermano para mí, tuve la suerte de trabajar con él. Con él aprendí psicodrama, fue mi mejor maestro, y creo que él también aprendió trabajando conmigo. No me imagino escribiendo con otro que no sea él. Estoy desolado. Yo discutía con él su dramaturgia, veía todos sus ensayos. Fui un fana de Tato, y crítico a veces, como hacen los buenos amigos. No puedo creer todavía que murió. Estoy con el moretón, con el dolor encima. Pero va a seguir vivo. En la gente que lo seguía. En los caminos que abrió para la clínica y la dramaturgia.

* Testimonio recogido por Pedro Lipcovich.