¿Las deudas se pagan? Alemania olvida las lecciones de la posguerra

The New York Times
Una película conocida Delirios del FMI Riesgo moral al revés Los excesos de deuda sólo se resuelven con grandes recortes de su valor nominal. Cuanto más demora la reestructuración, mayor la quita.

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1953.  Hermann Josef Abs  firma un acuerdo que en la práctica reducía a la mitad la deuda de posguerra de Alemania.
1953. Hermann Josef Abs firma un acuerdo que en la práctica reducía a la mitad la deuda de posguerra de Alemania.
En la crisis de Grecia, los alemanes se están olvidando de lo que enseñó la posguerra sobre el alivio de las deudas.

Ultimamente, una antigua fotografía reapareció en Internet.

En ella se ve a Hermann Josef Abs, jefe de la delegación de la República Federal de Alemania en Londres el 27 de febrero de 1953, firmando un acuerdo que de hecho redujo un 50% l a deuda del país con sus acreedores externos.

Es una imagen que tiene resonancias aún hoy. El principal acreedor que exige que los griegos paguen por el despilfarro se benefició, no hace tanto tiempo, con términos más indulgentes que los que hoy está dispuesto a ofrecer.

Pero además de servir de recordatorio de la hipocresía de Alemania, la imagen entraña una lección más importante: cuestiones como éstas ya fueron abordadas con éxito en el pasado. El siglo XX proporciona una vasta hoja de ruta de fracasos y éxitos políticos en materia de crisis de deudas soberanas.

La buena noticia es que hoy la mayoría de los economistas entienden los lineamientos de un enfoque exitoso. La mala noticia es que son demasiados los gobiernos que todavía no les prestan atención ni siguen su consejo, insistiendo en cambio en repetir políticas equivocadas. “Ya he visto esta película muchas veces”, dijo Carmen M. Reinhart, profesora de la Kennedy School of Government en Harvard y quizás la experta más destacada en crisis de deuda del mundo. “Es fácil quedar atrapado en la idiosincracia de cada situación en particular y perder de vista el patrón”.

¿Cuál es el patrón histórico recurrente? Los peores sobreendeudamientos sólo se solucionan con fuertes reducciones del valor nominal de la deuda. Cuanto más tiempo se tarde en recortar la deuda, mayor reducción hará falta.

Nadie debería entender esto mejor que los alemanes. No sólo se beneficiaron con el acuerdo de 1953, que impulsó el milagro económico germano en la posguerra. Veinte años antes, Alemania no había pagado sus deudas de la Primera Guerra Mundial, después de sufrir un brote de hiperinflación y una depresión económica que ayudó a encumbrar a Hitler en el poder.

Se trata de una lección general sobre la naturaleza de la deuda. Sin embargo, desde los defaults de más de una docena de países tras la Primera Guerra Mundial en los años 30 hasta las quitas del Plan Brady a principios de los 90 –que puso fin a una década de alta deuda y crecimiento nulo en América Latina– es una lección que se aprende y se desaprende.

Ambos episodios fueron precedidos por 10 años o más de negociaciones y reprogramaciones que –al igual que los primeros programas de salvataje de Grecia– prorrogaron el vencimiento de las deudas y les bajaron las tasas. Pero las crisis terminaron y las economías mejoraron únicamente después de la reducción de la deuda.

En un estudio reciente, Reinhart y Christoph Trebesch, de la Universidad de Munich, observaron fuertes repuntes económicos después de los defaults de 1934 –que recortaron el endeudamiento externo de los deudores en por lo menos 43%, en promedio– y el plan Brady, que achicó las cargas de los deudores en un promedio de 36%.

“La salida de la crisis en ambos episodios sobrevino sólo después de implementar fuertes pasajes a pérdida del valor nominal de las deudas”, concluyeron. “Medidas más suaves de alivio de deuda, como prórrogas de plazos y reducciones de las tasas de interés, no suelen ser seguidas por un crecimiento económico más alto ni por mejores calificaciones crediticias”.

Los gobiernos aún no lo han entendido.

Esto vale incluso para el FMI, que fue creado después de la Segunda Guerra Mundial para lidiar precisamente con estas situaciones. Su enfoque frente a la crisis de deuda europea, cinco años atrás, comenzó con la aseveración general de que el default en los países avanzados era “innecesario, indeseable e improbable”. Para justificar esto, adjuntó un análisis del potencial económico de Grecia que lindaba con la fantasía.

Todavía en marzo de 2014, el FMI sostenía que el gobierno de Atenas podría restar un 3% de la economía griega este año, como superávit fiscal primario, y 4,5% el año próximo y aun así crecer a un 4%.

¿Cómo lograr esta hazaña? Muy sencillo. El crecimiento griego de la productividad total de los factores sólo tendría que subir de último a primero entre los países de la zona euro. Su oferta laboral tendría que saltar al tope de la tabla y su índice de crecimiento debería alcanzar los niveles de Alemania.

Esos supuestos contrastan escandalosamente con la realidad de Grecia, donde más de la cuarta parte de la fuerza laboral está desempleada, tres cuartos de los créditos bancarios son incobrables, los pagos de impuestos se posponen o incumplen habitualmente y el gobierno se financia a sí mismo no pagando sus cuentas.

A los acreedores, claro, no les gustan las quitas de deudas. Pero esa no es la explicación que dan Alemania y sus aliados para justificar su postura. Se basan, en cambio, en el argumento del “riesgo moral”: si a Grecia se le ofrece una vía fácil para desendeudarse, ¿qué podría impedir que nuevamente se diera la gran vida con el dinero de otros? ¿Qué clase de lección sería para, por ejemplo, Portugal? Pero la economía griega se contrajo en un cuarto. Se ha empobrecido a sus jubilados. Sus bancos están cerrados. Estas cosas cuentan como consecuencias dolorosas. Ningún gobierno sano emularía el camino de Grecia.

Alemania, de hecho, entiende el riesgo moral al revés. La definición estándar hace referencia a los acreedores: darles salvatajes cuando pierden los alentará a hacer préstamos incobrables otra vez. Y eso es, no lo olvidemos, exactamente lo que han hecho los acreedores de Europa. La ayuda financiera a Grecia fue instrumentada para pa garles a los bancos e inversores extranjeros alemanes y franceses, entre otros, que tenían deuda griega. A Grecia la ayudaron poco y nada.

El país heleno poco ha hecho para enfrentar su endémico mal manejo de la economía. Pero tiene pocos incentivos para hacerlo si los frutos de las mejoras económicas pasan a manos de sus acreedores.

Una explicación benévola de la estrategia de los acreedores de Grecia es que temieron que el sistema financiero europeo fuese demasiado frágil en 2010, cuando la insolvencia griega salió a la luz por primera vez, para sobrevivir a una reducción de la deuda helénica. Además, Grecia no era un caso atípico, sino uno de los muchos países europeos en problemas que podían seguir mismo rumbo.

Pero Adam S. Posen, titular del Peterson Institute for International Economics, piensa que esto tiene más que ver con cobardía política. Los acreedores de Grecia no estaban preparados para cargar con los costos de una reducción de la deuda griega y luego abiertamente salvar su propio sistema bancario. Por eso recurrieron a lo que Posen denomina “extender y fingir”.

“Existe un gigantesco incentivo para no reconocer pérdidas”, me dijo Posen. Los gobiernos “harán cosas más costosas siempre que no aparezcan como una partida dentro del presupuesto”.

Hay algún margen para el optimismo. Hoy por hoy, el riesgo de contagio de Grecia es bajo, dice Reinhart. Otros países periféricos de Europa están en mejores condiciones. Y hasta los economistas del FMI reconocen que quizás no haya otra salida que la quita a Grecia. El costo para los acreedores europeos sería minúsculo.

Así y todo, Alemania no se convence. Diez años o más pasaron desde el inicio de la crisis de deuda latinoamericana hasta el acuerdo del plan Brady. Brasil tuvo seis reestructuraciones de deuda. Del mismo modo, los defaults generalizados de 1934 se produjeron después de más de una década de medidas a medias que fracasaron. ¿Grecia también tiene que esperar tanto?

Traducción: Susana Manghi (iEco/Clarín)