La lucha Argentina contra los buitres. El neoliberalismo dinamitó todo: Axel Kicillof, ministro de Economía argentino

José Steinsleger
La Jornada [x]
La energía es un recurso nacional, y el Estado debe ejercer soberanía sobre sus recursos.
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Con Néstor Kirchner advertimos que la política volvía a ser una posibilidad de transformación real frente a los poderes que la limitaban, sean militares o económicos, asegura el ministro de Economía de Argentina, Axel Kicillof, en entrevista con La Jornada

En días pasados el ministro de Economía, Axel Kicillof, cumplió en Washington con una agenda de locos en 48 horas: reunión con el comité de gobernadores del Banco Interamericano de Desarrollo (BID); con los representantes de los países no desarrollados de América, Asia y Africa (G-24); exposición frente al Council of the Americas; junta con los ministros y presidentes de los bancos centrales del G-20; asistencia a la asamblea anual del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial; encuentros bilaterales con expertos en economía y finanzas, académicos, tanques pensantes.

Ámbitos resbaladizos, complejos, en los que el ministro se refirió, invariablemente, a los fondos buitres. En la delegación argentina, observó: “intentaron embargar esta misma embajada… esta tarima, todo”.

Ahora, en el legendario quinto piso del Ministerio de Economía (edificio de estilo mussoliniano o sovietista inaugurado en 1939 por el presidente conservador Roberto M. Ortiz, y bombardeado con artillería pesada por los militares que en 1955 derrocaron a Juan D. Perón), el clima resulta poco alentador para una entrevista distendida. El tiempo apremia. Frenético es el ritmo de trabajo, los buitres internos y externos acechan, y el termómetro marca 33 grados, clavando un puñal en la primavera porteña.

Hace un año, cuando Cristina Fernández de Kirchner nombró a Kicillof, un escriba de La Nación aludió, insidiosamente, al origen rabínico del ministro. Observación distinta a la que el centenario diario oligárquico prodigó en marzo de 1976 al ministro de Economía de la Junta Militar, el muy católico y devoto José Alfredo Martínez de Hoz. Apellido de origen patricio que, sin nombrarse, figura en placa de bronce a la entrada del edificio: en homenaje a los desaparecidos que trabajaron en el Ministerio de Economía y Producción, y en repudio a la instauración del plan económico de la dictadura militar.

Parábolas de la historia: en el amplio despacho donde Martínez de Hoz modernizaba la economía desapareciendo a los trabajadores, Kicillof abraza al enviado de La Jornada con un brazo extendido y el otro sosteniendo un teléfono celular. Surge, entonces, una situación insólita: “perdone usted señor minist…doct… ¿puedo tutearlo?” Pegando un sorbo a la bombilla del mate, el ministro sonríe: te saludé de beso, ¿no? Hábito que, en efecto, fue impuesto por las juventudes argentinas en los años 80, con la vuelta a la democracia, el abandono de la clandestinidad y el retorno de los exiliados. Una época que Kicillof evoca así:

“Entré a la política en el centro de estudiantes de mi colegio, el Nacional Buenos Aires, con la llamada ‘primavera alfonsinista’. El centro era conducido por el Partido Comunista, que lo había mantenido en la clandestinidad. Apoyamos la orientación antimperialista de la juventud radical, y su aliento yrigoyenista, popular, vinculado al eje de la campaña: los derechos humanos. Aquello fue una explosión de militancia y ‘destape’.

“Me nombran delegado del Centro, dejamos de usar corbata (que era obligatoria), y el pelo a dos dedos de la camisa. La Comisión Nacional de Desaparecidos difundía masivamente hechos que la sociedad en su conjunto desconocía, o que no quería saber o decir. Buena parte de la clase media profesional urbana, de la que provenía mi familia, tenía un exiliado o un desaparecido. Los que hoy me acompañan en ‘La Cámpora’ (agrupación kirchnerista) entraron con mucha confianza en la política. Tras ello, la rápida decepción con el proceso alfonsinista. Con dos componentes: el alfonsinismo, que había llegado al gobierno con la idea de castigar los crímenes de lesa humanidad, terminó decretando, por razones fácticas, las leyes de obediencia debida y punto final. Y luego, la amnistía de Menem a los pocos militares que estaban presos.”
–¿Qué te llamó la atención del kirchnerismo?
–Muchos de los que hoy estamos en este proceso, advertimos que con Néstor Kirchner la política volvía a ser una posibilidad de transformación real frente a los poderes que la limitaban, sean militares o económicos. El propio discurso alfonsinista reconoció que la renuncia de Alfonsín fue un golpe de mercado. Los militares detuvieron el proceso de juzgar los crímenes de lesa humanidad, y los banqueros se negaron a un crecimiento con orientación más popular.
–¿Ahí es cuando descubres la inexistencia de la economía en abstracto?
–Claro, pero lo decisivo fue la resistencia contra el neoliberalismo, que había causado un gran desprestigio de la política y los partidos. Época del zapatismo, del que se vayan todos, de la horizontalidad en las organizaciones, de la discusión de la política clásica en cualquiera de sus vertientes. Pero también de muchísimo retroceso en los movimientos organizados, tanto políticos como obreros, y que a nivel de los intelectuales y las universidades engendró una resistencia a la defensiva y bastante impotente.

El modelo K

–¿Es posible luchar contra el capitalismo dentro del capitalismo?
–En 2003, cuando arranca este proceso, muchos intuimos que se venía una posibilidad de transformación real. Con el kirchnerismo renació la causa de los derechos humanos, y las potencialidades de un proyecto económico transformador. Pero no de lucha contra el capitalismo dentro del capitalismo. Creo que en los países periféricos –y no quisiera ahora abrir la clásica discusión sobre las etapas– hay que reconstruir el capitalismo. El desguace del Estado y de la economía habían convertido a nuestro país y los de América Latina en coto de caza de las finanzas, de los servicios, de reciclaje de los capitales de los países centrales y de una pérdida de las propias reglas de acumulación del capital. Habían dinamitado todo. Entonces, con base en los trabajadores, industriales y empresarios nuestro proyecto apuntó a la reindustrialización, ampliando la base productiva y tecnológica que permita la reproducción del capital, la inversión y, por sobre todo, la reconstitución de un mercado interno.
–¿El empresario argentino entiende la importancia de cambiar la matriz productiva del país?
–Ahí está el nudo. Al empresario que invierte, que toma riesgos, que siente apego por su país, el Estado tiene que brindarle una suerte de biosfera para que pueda prosperar. A los que en estos años apostaron a la inversión y la producción, les fue bien. La idea del empresario ausentista (como alguna vez fue el terrateniente ausentista), que junta un capital y lo resguarda en el exterior sacándolo del ciclo productivo, tuvo mucho que ver con el Estado ausente que no genera condiciones de estabilidad y de acumulación. Dicen que el gobierno no da seguridad jurídica, certidumbre, que no hay clima de negocios. Pero el Estado argentino ya no está colonizado por los empresarios. La etapa en que nos hallamos busca la reconstrucción del tejido social, de la clase trabajadora y de un sector empresarial auténtico.
–Como fuere, el proyecto es capitalista...
–Así es. Pero no un capitalismo rentista, de saqueo, extranjerizado y hostil a que Argentina crezca con base en su capacidad productiva, generando una mejor distribución de la riqueza. O sea: crecimiento con inclusión social. Algo que no marcha separado, sino que es la misma cosa. Durante décadas se nos dijo que primero había que crecer para después distribuir. Sin embargo, creo que en países como el nuestro es a la inversa: hay que distribuir para que, con base en el mayor poder adquisitivo de los salarios y la reconstitución del mercado interno, aparezcan oportunidades de inversión que permitan el crecimiento.
–Durante el proceso de recuperación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) decías que la gestión del grupo Repsol incurrió en depredación, desinversión y desabastecimiento. Y que lo grave no había sido la privatización, sino la desnacionalización de YPF...
–En efecto. Pero también otros elementos del sector energético se imbrican en la política general. Nosotros entendemos que la energía es un recurso nacional, y que el Estado tiene que ejercer soberanía sobre sus recursos. Esto quiere decir que no podemos crecer con salarios bajos en dólares, o que nos convirtamos en plataforma internacional de ensamblaje. La tradición industrial y trabajadora de los argentinos también cuenta. Disponemos de energía, pero no somos un país exportador de petróleo y gas. Durante mucho tiempo Argentina se autoabasteció. Entonces, a partir de 2003, fijamos a los recursos energéticos precios internos, desdoblados de los externos. ¿Por qué? Porque las empresas veían que los precios internos estaban muy por debajo de los internacionales. Pero si poníamos el precio a escala internacional, matábamos la industria doméstica. Y esto hizo crujir el esquema neoliberal heredado de los años 90. Al que no le interesaba, obviamente, la participación del Estado.

“Cuando las empresas del sector energético analizaban los proyectos de inversión, concluían que no era negocio vender el barril de petróleo interno a 40 dólares, mientras afuera estaba a 90 dólares. Y cuando competían en los distintos proyectos de inversión usaban la rentabilidad internacional y la producida en nuestro país para sus proyectos en el exterior. Las petroleras eran rentables en el país, pero mucho menos rentables que en otros lugares del mundo. Por tanto, se llevaban los recursos internos para sus proyectos externos, financiándolos con las ganancias obtenidas en Argentina. Así, mientras menos invertían, más rentabilidad tenían.

Era un problema estructural, y agravado porque la desregulación no ofrecía instrumentos para dirigir las inversiones. Con lo cual, en estos años, llevamos una relación tensa con las empresas, porque el gobierno presionaba para que reinvirtieran los excedentes producidos en el país, y grupos como Repsol (que se había quedado con YPF) se llevaban todas las utilidades al exterior.
–¿Todas las empresas energéticas actuaban igual que Repsol?
–Las de capital nacional respondieron mejor, y las extranjeras peor porque tenían, como dije, otros proyectos de inversión a los que dirigían sus recursos. Argentina no requería de recursos nuevos. Digámoslo con claridad: si el precio de salida de un barril de petróleo podía ser de 17 dólares en Argentina, el de venta era de 70 dólares. Diferencia que generaba una enorme rentabilidad. Pero a su vez especulaban con vender el barril a 100 dólares. Esto llevó a despreciar las inversiones en nuestro país.

Inflación y emisión monetaria

–¿La emisión genera necesariamente inflación?
–Sí y no. Esa es una de las discusiones más antiguas de la teoría económica. Mi tesis doctoral trató sobre Keynes, porque mis profesores aseguraban ser keynesianos. Pero nunca nos enseñaron a Keynes. En los años 90 hubo una colonización tal en la teoría económica, que en realidad eran todos monetaristas. Entonces, leo por mi cuenta la Teoría general del empleo, el interés y el dinero de Keynes, y encuentro que el inventor de la idea de que no hay proporcionalidad entre precios y emisión es Keynes. Un teórico monetario que explica que si yo emito más dinero, hay que ver qué se hace con él. Los monetaristas de la Escuela de Chicago –que fueron parte integrante de la dictadura militar– sostienen que el aumento de la emisión se refleja en los precios. Pero hay algo que no dicen: primero, que en ninguna economía periférica hay pleno empleo; segundo, que si hay más capacidad productiva se puede generar más empleo.
–Sin embargo, los monetaristas continúan defendiendo a brazo partido sus teorías…
–Y hasta yo podría decir que la teoría monetarista conlleva algo de realidad. Sin embargo, no la tiene. Porque cuando yo estudio, la tasa de desempleo era de 18 por ciento, y después alcanzó 25 por ciento. Así es que nadie me va a convencer de que la emisión no puede tener un efecto dinamizador sobre el crédito. En estos años recientes, Estados Unidos triplicó la base monetaria, y están en una situación deflacionaria. Y Gran Bretaña la quintuplicó. Por consiguiente, no hay una relación directa entre base monetaria y nivel de precios. ¿Por qué? Porque no hay pleno empleo. La gran mentira del monetarismo asegura que no se puede dinamizar el crédito, que no existe la política monetaria. Pero en Argentina sí existió con la convertibilidad y la dolarización que amputaron, dolorosamente, las atribuciones del Estado en su política económica y monetaria.
–¿Y el impacto de la emisión sobre la inflación?
–Podemos discutir el papel de la emisión en un proceso inflacionario. Indudablemente, hay mucho que discutir. Pero la premisa de que la emisión se va a precios, es mentira. En economía, nadie serio cree mecánicamente en la idea cuantitativa del dinero. Más bien se trata de un lema para impedir que países como el nuestro apliquen una política monetaria en su propio beneficio, y en beneficio de la producción y el empleo.
–¿Ha sido exitosa la política de precios cuidados?
–Me parece que sí, porque en Argentina el sistema de comercialización concentrado opera con márgenes muy altos de rentabilidad. De un lado, oprimen al consumidor; por el otro, al productor. Esto no ocurre en los países desarrollados, con políticas de inversión y competencia más fuerte, y cadenas comerciales más abiertas. Pero acá tenemos cinco cadenas de supermercados, que si en el corto plazo quieren generar movimientos de los precios, lo pueden hacer. Conducta que siempre justifican con el pretexto de que ven peligros de devaluación, peligros de no sé qué y entonces, preventivamente, elevan los precios.
–Los sectores de oposición emplean el vocablo control…
–La idea central de precios cuidados consiste en monitorear los costos para que no haya abusos en los precios. No es un congelamiento de precios. Eso de que los precios se mueven caóticamente también es funcional a las rentabilidades extraordinarias de la cadena comercial y de los productores concentrados.
–Por último, ¿serán derrotados los fondos buitres?
–A finales de año, cuando desaparezcan los instrumentos que los fondos buitres han utilizado para la extorsión, habrá mejores posibilidades para dialogar con los acreedores que optaron por quedar fuera de la restructuración de la deuda. El default más grande de nuestra historia fue causado por el neoliberalismo. Y lo arreglamos muy bien. Pero ahí apareció el pequeño grupo de abogados, más que de financistas, y un juez que se hizo eco de esto. Muchos gobiernos, entre ellos México, acompañaron nuestra posición, y mostraron buena disposición frente a un problema que no quisieran ver reflejado en el espejo de su porvenir.

Cuando las apariencias no engañan

En el lugar más espinoso del gobierno que conduce Cristina Fernández de Kirchner, el ministro de Economía, Axel Kicillof, ejerce un poder real, sin dejar de ser lo que siempre fue: un militante político afable y sencillo, atributos que contradicen el estereotipado perfil del argentino promedio.

Kicillof (1971) creció en un contexto traumático: dictadura cívico-militar (1976-83), guerra de las Malvinas (1982), decepción con la democracia burguesa (1983-89), hiperinflación, privatizaciones, degradación institucional (1990-2002), el funesto corralito que desembocó en el caos social (2001), y la aparición de Néstor Kirchner, quien alcanzó la presidencia con 22.4 por ciento de votos desesperanzados (2003).

En un par de macizos libros sobre historia de las teorías económicas y las ideas de Keynes (Eudeba, 2008 y 2010), con rigor marxista despojado de altisonancia ideológica, Kicillof desplegó las premisas que, en los años recientes, pusieron contra las cuerdas a las mafias jurídicas que en Wall Street apañan a los llamados fondos buitres. Y que en Argentina reciben, tristemente, el respaldo de una oposición aldeana y corta de luces.

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Trate con quien trate (caciques del Fondo Monetario Internacional, tecnócratas del Banco Mundial, magnates del one per cent, políticos euro despistados, gobernantes del G-20), el ministro viste sin corbata, usa ropa de confección y parece estar consciente de las tribulaciones de un cargo que en abrir y cerrar de ojos puede restar popularidad. A cambio, hasta sus enemigos reconocen la seguridad y autoridad que irradia de su persona.

Con pinta de rockero desaliñado, Kicillof luce 10 años menos de los que acaba de cumplir (43). Y al parecer sigue fiel a los ideales de Tontos pero No Tanto (TNT), agrupación que lideró en sus años de estudiante. Un modo de convalidar, quizá, a las juventudes que en Argentina y América Latina abrieron el siglo gritando ¡basta!