Néstor Kirchner

Norberto Galasso
25 de febrero de 2012

El 25 de febrero de 1950 nació Néstor Kirchner en Río Gallegos, un pingüino más, según el mismo se calificaría, que daba sus primeros vagidos justamente en el año consagrado a la memoria del Gran Capitán José de San Martín. 

Y también justamente el día en que se cumplía un nuevo aniversario de su nacimiento -en 1777 o 1778, así es de incierta nuestra historia- de quien fuera uno de los grandes Libertadores de América. 


Seguramente nadie reparó, en aquel entonces, en esa doble coincidencia, pero el pibe santacruceño creció y se hizo hombre con el mismo compromiso y la misma voluntad de una Patria Grande liberada. 

Después de diversas experiencias -en cargos que fueron desde una intendencia hasta tres gobernaciones- el pingüino aquel se metió de prepo en la historia argentina en el 2003 y se mostró, desde el día de la asunción jugando con el bastón presidencial, como un transgresor, alguien que venía a oxigenar el ambiente rarificado de una Argentina derrotada y fue, por sobre todo, durante 7 años, un presidente militante, ajeno a las solemnidades de los funcionarios estatuarios y audaz para enfrentar a los más grandes poderes del país. 

En esa militancia, haciendo caso omiso a las prevenciones de los médicos, entregó su vida tozudamente en la lucha por levantar a la Argentina postrada y por unificar a la Patria Grande despedazada por el imperialismo. 

Con el correr de los años, la verdadera historia le otorgará el lugar que ha merecido por los cambios profundos que impulsó. 

Por ahora, el mayor reconocimiento lo ha recibido ya, cuando los adolescentes y los jóvenes del pueblo lo acompañaron, acongojados como nunca, en la postrera despedida.
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Julio Fernández Baraibar

Esos son héroes; los que pelean para hacer a los pueblos libres.
 José Martí

Buenos Aires - Recordar la fecha de nacimiento de un hombre público no puede ser otra cosa que repasar el significado que su vida tuvo en la de sus contemporáneos o la posteridad. 

Con esto queremos decir que no somos proclives, por formación filosófica y hasta por pudor, a celebrar el cumpleaños de quienes nos han dejado o a realizar afirmaciones como Rosas vivePerón vive Evita vive. 

Esos tres importantes seres humanos están muertos, ya no pueden incidir con sus acciones en el devenir histórico y lo importante que queda de ellos es y será la memoria y el respeto de sus paisanos, como gustaba decir Jauretche. 

Néstor Kirchner hubiera cumplido hoy 61 años. 

Pero falleció hace cuatro meses, dejando al pueblo argentino en un duelo que no tenía igual desde la muerte de Hipólito Yrigoyen, de Eva Perón o del General Juan Domingo Perón. 

Y lo único que, desde el papel en blanco, podemos hacer en su homenaje es recordar su fugaz, singular y decisivo paso por la política grande de la Argentina.

Hace ocho años, Néstor Kirchner se convirtió en presidente sin partido de un país sin Estado, como en perfecta expresión lo definiera Alberto Guerberof. 

Treinta y cinco años de implacable dictadura -política, en parte, y económica siempre- liberal imperialista, habían llevado a la Argentina a una crisis sin parangón. 

Los monetaristas habían dejado al país sin dinero. 

Los aperturistas de nuestra economía habían cerrado los bancos y hasta los cajeros automáticos. 

El Estado era un miserable gendarme, de uniforme raído y gorra torcida, incapaz de imponer una multa por cruzar un semáforo en rojo. 

Sobre esa mínima base de poder y con la sola confianza en la voluntad popular y la capacidad de lucha que en ella se genera, Néstor Kirchner levantó, lentamente, con astucia y arte, la dignidad del Estado nacional y la autoridad de la presidencia. 

Dotó de contenido concreto a un cargo que había sido vaciado y mancillado. 

Se hizo verdaderamente cargo del timón de la nave republicana y ofreció una bitácora de viaje para quienes lo sucediesen. 

En Mar del Plata, en la Cumbre de 2005, hizo público lo que el conjunto de nuestro continente ya sabía por dolorosa experiencia: -Nuestro continente, en general, y nuestro país, en particular, es prueba trágica del fracaso de la teoría del derrame. 

Y, junto con otros presidentes de la región, puso punto final a la amenaza del ALCA. 

Supo presentir la posibilidad de su muerte, -posiblemente la muerte de Perón le dejase una imborrable enseñanza en su mente- y decidió que fuese Cristina quien le sucediese en el cargo. 

Ello le permitió morir con la conciencia tranquila de saber que nadie usurparía ya no su herencia, sino su política. 

El poeta inglés del Renacimiento, John Donne, nos dejó un inquietante poema: Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. 

Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. 

Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti. 
Esa fue la razón por la que millones salieron hace cuatro meses a llorarlo y a convalidar su mandato. 

Porque sabían que las campanas de duelo que sonaban sobre la Patria estaban sonando por todos nosotros. 

Por eso hoy no celebro un cumpleaños ni digo Néstor vive. 

Lamentablemente Néstor no vive. 

Afortunadamente nos dejó una política para que la Argentina y América Latina vivan más que nunca.