El contexto mundial de las transformaciones de América latina
Aldo Ferrer
Diario BAE
Los cambios
recientes en nuestros países están asociados a transformaciones simultáneas en
el orden mundial. De hecho, aquellos cambios forman parte de estas
transformaciones.
Lo que está en crisis en la actualidad, no es la globalización,
que es una consecuencia inevitable del avance de la ciencia y la tecnología. La
crisis es del neoliberalismo y de los Estados neoliberales, cuya impotencia
para administrar las fuerzas de la globalización provoca descalabros, como los
que hemos vivido en nuestra propia experiencia y suceden, actualmente, en otras
latitudes. La crisis del neoliberalismo no abarca al conjunto de la economía
mundial. Se concentra, fundamentalmente, en el antiguo centro hegemónico de las
economías industriales del Atlántico Norte.
El comportamiento del Estado de los países centrales experimentó
un cambio profundo desde fines de la de década de 1970, bajo la influencia
creciente de la financiarización como eje dominante del capitalismo
contemporáneo, avalado por las reformas conservadoras impulsadas por los
gobiernos de Reagan y Thatcher. Este cambio de rumbo provocó la transición del
Estado nacional al Estado neoliberal y deterioró la densidad nacional de los
países centrales. Estos hechos contribuyen a explicar su declinación e incapacidad
actual de imponer un orden mundial, como lo hicieron, desde fines del siglo XV
hasta las últimas décadas del XX. La creación del G-20, atendiendo a la
presencia de nuevos protagonistas en el escenario mundial, es una de las
últimas manifestaciones del debilitamiento de la hegemonía de los países
centrales.
En China y los otros países emergentes de Asia, el dinamismo de
sus economías obedece, precisamente, a que no se han sometido al canon ni al
Estado neoliberal. Prevalecen en estos países Estados nacionales, capaces de
administrar la globalización e impulsar el desarrollo. De este modo, se está
registrando una redistribución del poder mundial y el surgimiento de un nuevo
centro dinámico en la Cuenca Asia-Pacífico.
Las turbulencias y asimetrías en el orden mundial contemporáneo,
reflejan la coexistencia de “Estados nacionales” en los países emergentes y
“Estados neoliberales” en el antiguo centro hegemónico. A diferencia de la
crisis de la década de 1930, la interdependencia actual entre los mayores
actores del orden mundial evita su fractura y requiere la cooperación entre los
Estados. El desafío del G-20 y de las organizaciones internacionales es
convertir la cooperación de sobrevivencia, que prevalece actualmente, en una
estrategia compartida para atender a los problemas comunes del género humano de
bienestar, paz, seguridad y protección del ecosistema, los llamados “comunes
globales”.
Los problemas actuales y la falta de resolución de los previos a
la crisis revelan la magnitud del camino a recorrer. Los latinoamericanos no
tenemos, al menos todavía, mayor influencia en la resolución de los problemas
del orden global. Sin embargo, disponemos de una capacidad decisiva para
determinar si estamos, en ese orden, ejerciendo nuestro derecho al desarrollo o
nos resignamos a reproducir nuestra histórica condición periférica. Aun juntos,
no podemos cambiar el mundo de asimetrías, inestabilidad e injusticia, que
habitamos, pero podemos estar, en ese mundo, parados en nuestros propios
recursos, ejerciendo la soberanía y, desde allí, en efecto, contribuir a la
defensa de los intereses del género humano en el orden global.
Administrar la globalización es una condición necesaria para
desplegar el potencial de desarrollo de nuestros países y ocupar una posición
simétrica, no subordinada, en las relaciones internacionales. Para tales fines
es imprescindible la gobernabilidad de la economía. Es imposible construir nada
sólido y permanente en el desorden que caracterizó, en otros tiempos, la
realidad de la mayor parte de América latina. Todos los países que despliegan
exitosamente su potencial de desarrollo dentro del orden global, mantienen una
fuerte solvencia fiscal, superávit en sus balances de pagos en cuenta
corriente, elevadas reservas internacionales genuinas no fundadas en deuda,
sistemas monetarios asentados en la moneda nacional, tipos de cambio que
sustentan la rentabilidad de la producción de bienes transables sujetos a la
competencia internacional.
La globalización puede administrarse en beneficio propio ampliando,
al mismo tiempo, las relaciones con la economía mundial. Las evidencias más
recientes y notables las proporcionan las economías emergentes de Asia.
Responden al crecimiento del comercio mundial de bienes de creciente valor
agregado y tecnología, promoviendo la industrialización, la integración de las
cadenas de valor, el impulso a la educación, la ciencia y la tecnología y la
especialización intaindustrial en la división internacional del trabajo.
Administran también la presencia de filiales de las corporaciones
transnacionales vinculándolas al tejido productivo interno y al acceso a los
mercados internacionales, preservando el liderazgo de las empresas de capital
nacional y del Estado. Regulan la globalización financiera manteniendo los
equilibrios macroeconómicos, evitando las burbujas especulativas y apoyando la
acumulación de capital en el ahorro interno y, complementariamente, en el
extranjero.
En este escenario mundial resurge el proyecto integracionista de América latina
en el espacio sudamericano. Nuestros países no han alcanzado, todavía, altos
niveles de desarrollo económico y social. Sin embargo, en el plano de la
cultura, son potencias de primera magnitud. El aporte de nuestros escritores,
pintores, músicos y otros creadores, forma parte fundamental de la creación y
del ingenio humanos en el escenario mundial. Incluso, en las ciencias duras y
en las sociales, nuestro aporte es significativo. El desafío consiste en poner
la realidad económica y social a la misma altura de los niveles alcanzados en
la cultura. La ciencia y la tecnología forman parte de este campo fundamental
del desarrollo y la integración de nuestros países.
La integración se asienta en esa base cultural, en una
extraordinaria dotación de recursos naturales y en la capacidad de gestionar
actividades en la frontera del conocimiento. La integración es un instrumento
fundamental para impulsar el desarrollo nacional de nuestros países y
fortalecer su posición conjunta en el en el orden mundial.