Roberto Armenio. Espiar para dividir
Por Félix Luna
Del libro «Segunda Fila, personajes olvidados que también hicieron historia». Planeta. Buenos Aires, 1999.
«JUEGOS DE GUERRA» - Nomás terminada la guerra contra el Paraguay (1870), dos de los tres antiguos aliados empezaron a enfrentarse en el terreno diplomático. Argentina y Brasil se desconfiaban recíprocamente y ambos países buscaban ampliar su influencia sobre el vencido. Las dos naciones querían quedarse con los despojos del Paraguay, y tanto la prensa carioca como la porteña alimentaban esas rivalidades; en la opinión pública argentina y brasileña se afirmaba crecientemente la convicción de que un nuevo enfrentamiento armado sería, a la larga, inevitable.
Es entonces cuando aparece un interesante personaje, Roberto Armenio, un napolitano de origen noble, ingeniero militar, garibaldino, herido en la guerra franco-prusiana, que hacia 1873 se instaló en Río de Janeiro.
En algún momento de 1874 un pescador italiano desembarcó en la isla Martín García. La recorrió vendiendo baratijas a sus escasos habitantes. Hablaba un cocoliche casi ininteligible y manifestaba mucho interés por las instalaciones y fortificaciones de la isla, así como por las fuerzas argentinas que la custodiaban. Estuvo algunos días y luego se embarcó en el bote que lo había traído.
El supuesto pescador era Armenio, cumpliendo la misión de espionaje que le había encomendado el ministro de Guerra Junqueira, del gobierno de Río de Janeiro.
En ese momento, las gestiones diplomáticas entre Argentina y Brasil habían llegado a un punto muerto. No se había logrado un entendimiento a pesar de las gestiones de Mitre, enviado a Río de Janeiro para establecer un tratado que pusiera fin a las diferencias. Entretanto, las fuerzas imperiales seguían ocupando el Paraguay y el gobierno de Asunción era un títere del representante brasileño. «Paraguay se convierte en un virtual protectorado», afirma Roberto Etchepareborda, que ha estudiado el tema y el personaje que nos ocupa. En nuestro país, las rebeliones de López Jordán convulsionaron todo el litoral y debilitan al gobierno de Buenos Aires.
Fue entonces cuando los dirigentes cariocas resuelven mandar a Armenio al Río de la Plata. Necesitan tener un panorama claro de la fuerza militar de la Argentina y sus circunstancias políticas para la eventualidad de una guerra. Como militar experimentado, el napolitano está en excelentes condiciones para hacer esta labor de espionaje, de modo que a principios de enero de 1874 se embarca para Montevideo.
Pocos días le bastan para mandar un primer informe a Junqueira. Recomienda que se instale un campo atrincherado sobre la frontera del Uruguay y Río Grande do Sul, para iniciar allí una ofensiva sobre el pequeño país oriental. Para Armenio, la neutralidad uruguaya sólo favorece a la Argentina. Debe ocuparse por sorpresa la isla Martín García, «sobre la cual no debe enarbolarse otra bandera que la brasileña», dice. Esta ocupación garantizará la más completa independencia para el pasaje del comercio hacia el Mato Grosso.
No ignora el informante que esta acción bélica puede provocar la intervención de otras potencias, ni desconocen que algunos sectores políticos del Brasil pueden oponerse a la misma. Pero descuenta que ante una rápida victoria estas resistencias quedarán allanadas. Agrega a su informe fotografías de las baterías de Montevideo y recalca que no debe perderse el tiempo ni fuerzas en ocupar el interior de la República Oriental del Uruguay: como hiciera Von Moltke en la guerra franco-prusiana, la operación debe limitarse a los puntos estratégicos y debe hacerse de manera fulminante.
El segundo informe o «Relatorio», señala la conveniencia de influir sobre los partidos políticos del Uruguay para impedir el acercamiento de ese país a la Argentina. Marca la importancia de las rebeliones de López Jordán, que favorecen a los intereses del Brasil, y sugiere que se coloque en la frontera de Entre Ríos o Corrientes una pequeña fuerza de observación.
Estas observaciones merecen un comentario. Ante los contrastes sufridos por López Jordán. Algunos de sus colaboradores elaboraron un plan demencial que lindaba con la traición a la patria. Nuestro gran poeta nacional, JOSÉ HERNÁNDEZ, uno de los más estrechos conmilitones del caudillo entrerriano, le sugiere crear, sobre la base de las provincias de Corrientes, Entre Ríos y eventualmente Santa Fe, UNA REPÚBLICA INDEPENDIENTE CON EL APOYO DEL BRASIL. Es un largo memorándum en el que Hernández formula consideraciones sobre la conveniencia de buscar la ayuda brasileña para separar estos territorios del resto de la Nación. Parece que López Jordán no tomó en consideración el plan de Hernández, pero el solo hecho de que se haya redactado da una idea de la fragilidad de la unión nacional en aquella época y las aberraciones a que podían conducir los odios civiles.
Sigamos con este segundo informe de Armenio. Informa el estado del Uruguay en el plano militar: su ejército se compone de unos 9.000 hombres, con 85 jefes y unos cuatrocientos oficiales. También hace largas consideraciones sobre la política interna argentina: Recordemos que el espía está escribiendo en otoño de 1874, cuando la proximidad de las elecciones de renovación presidencial dividía hondamente a la opinión pública de nuestro país. Afirma que si gana Alsina, la guerra con el Imperio será inmediata; si triunfa Mitre, en cambio, la confrontación podrá postergarse lo cual, a la larga, sería inconveniente para el Brasil pues una guerra, en las condiciones actuales, significaría la derrota argentina, mientras que en otra oportunidad podía tomar de sorpresa a los brasileños. En cuanto al Uruguay, se le podría ofrecer la propiedad de Martín García después de una ocupación por diez años por las fuerzas imperiales; para entonces ya estará construido el ferrocarril que unirá Rio Grande do Sul con el Mato Grosso y la posesión de la isla será irrelevante.
En el siguiente Relatorio, el espía detalla sus ideas sobre la invasión de la República Oriental del Uruguay como paso previo a la guerra con la Argentina. Recordando, sin duda, su experiencia en la guerra franco-prusiana, cuatro años antes, destaca que Prusia, antes de derrotar al ejército francés en Sedán, tuvo necesidad de combatir en Sadowa, la batalla donde los prusianos derrotaron a los austríacos: «El Sadowa del Brasil se halla en la Banda Oriental, a través de la cual tiene que atravesar antes de imponer su Sedán a Buenos Aires».
En el memorial que sigue, Armenio hace una detallada descripción de Martín García, su artillería y fortificaciones y -acaso un poco melodramáticamente- cuenta que debió huir disfrazado de la isla, en plena noche, en una pequeña embarcación.
En marzo (1874) nuestro hombre se encuentra en Buenos Aires. Este es su objetivo principal y los informes que envía al ministro Junqueira revelan que cumplió bien la misión.
Dice que en el Parque de Artillería se encuentran cañones de montaña y de campaña, obuses de bronce, cañones de sitio y costeros en número de doscientos. Detalla sus características y antigüedad y enumera las baterías que se podrían montar con estas bocas de fuego, e informa que han llegado de Boston algunos buques con más cañones. Asegura que en el arsenal se encuentra una batería de ametralladoras norteamericanas y armas similares de procedencia inglesa y francesa, una batería de campaña Armstrong y otras armas. Revela que hay oficiales prusianos artilleros y un tal señor «Semms» que fue comandante de un corsario confederado durante la guerra de Secesión. Ante la prolijidad de estos datos es creíble que Armenio -tal como lo sugiere Etchepareborda- haya contado con un confidente dentro del Parque.
En el último Relatorio, el sexto, el espía traza un panorama general de las defensas argentinas sobre el río Paraná, especialmente el arsenal de Zárate. INSISTE EN LA NECESIDAD DE UN ATAQUE POR SORPRESA, antes de que la escuadrilla argentina que mandó comprar Sarmiento, se artille y equipe. El plan de operaciones que propone señala la necesidad de que la flota imperial llegue al Paraná. Una vez afirmado en varios puntos del litoral, el imperio debería designar un comisionado que reemplace a las autoridades locales con elementos adictos a López Jordán. Con el apoyo de éstos, podrían declararse los territorios ocupados, un protectorado dependiente de Brasil.
En alas de su imaginación desbocada, Armenio ya mira el triunfo seguro. Entonces, ahora la paz. ¿Qué condiciones deben imponerse a la derrotada Argentina? Debe ceder incondicionalmente Martín García. Debe entregar su escuadra, sobre todo los buques nuevos. Debe pagar los gastos de guerra y las indemnizaciones correspondientes. Debe obligarse a neutralizar la navegación del Paraná y el Uruguay, comprometiéndose a no construir fortificaciones en sus orillas. ¿Algo más? Sí, el gobierno argentino debe amnistiar a los combatientes de López Jordán.
Si el gobierno de Buenos Aires no se aviniera a aceptar los dictados –continúa Armenio- sería conveniente PROCLAMAR LA INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS ENTRERRIANOS (sic) BAJO EL PROTECTORADO DEL IMPERIO. Concretado este punto, el Imperio debe ocupar militarmente las ciudades de Paraná y Corrientes, por lo menos, y además tendría que construirse un ferrocarril entre la costa del río Uruguay y el estado de Rio Grande do Sul.
Todos estos delirios concluyen con un consejo sensato: desaconseja toda acción militar contra Buenos Aires, por los costos humanos que significaría, y propone en cambio avanzar hacia Córdoba para cortar el país en dos. Y también aconseja enviar un agregado militar a Chile para combinar con el gobierno de Santiago un plan conjunto de operaciones contra la Argentina.
Hemos calificado de delirios las consideraciones que Roberto Armenio envió a quien lo había comisionado, el ministro de Guerra del Brasil. Pero nos parecen delirios desde nuestra óptica de hoy y dentro de las circunstancias actuales, con los dos países vinculados por el Mercosur, el abandono de las hipótesis de guerra y los estrechos lazos que unen a argentinos y brasileños.
En aquella década de 1870, en plena competencia de hegemonías sobre el Paraguay, con litigios y conflictos fronterizos permanentes, en medio de roces con la República Oriental del Uruguay y una carrera armamentista que devoraba el tesoro de las dos naciones, la posibilidad de un conflicto armado estaba presente tanto en Río de Janeiro como en Buenos Aires. Y lo que nos parece un delirio era entonces un plan estratégico frío, definido y viable.
Desde que Roca asumió la presidencia y a partir de la caída del régimen imperial (1889), las relaciones se fueron suavizando. Desaparecieron gradualmente diversos puntos de fricción y, a medida que las dos naciones se enriquecían, cada una a su modo, la percepción colectiva de una posible guerra se fue desvaneciendo. La visita de Roca a Río de Janeiro y la del presidente Campos Salles a Buenos Aires sellaron este nuevo estado de cosas.
Hoy, la rivalidad que animó las tareas de espionaje de aquel lúcido militar napolitano (que, dicho sea de paso, sirvió después en el ejército oriental y murió pobre) sólo se expresa en los partidos de fútbol que argentinos y brasileños entablan de tanto en tanto.
Bienhaiga que así sea siempre.