Rosas y las Malvinas

Por Mario `Pacho´ O' Donnell
para Tiempo Argentino
Publicado el 1 de abril de 2012

El empréstito contraído venalmente por Rivadavia y sus socios con la Casa Baring para le ejecución de obras públicas que nunca se realizaron provocaba que los tenedores de sus bonos, los “bone holders”, a quienes el Restaurador mortificaba llamándolos “bonoleros”, lo acosaran con reclamos por la suma acumulada desde que Manuel Dorrego, sucesor de Rivadavia como gobernador de Buenos Aires, había dejado de pagar por considerarla espuria y atentatoria de los intereses populares.

Es entonces cuando Rosas hace una propuesta que aún hoy provoca encendidas y antagónicas interpretaciones, como sigue sucediendo con todo lo atingente al Restaurador, entre quienes lo acusan de entreguista y quienes le adjudican astutas intenciones subyacentes: habría ofrecido a la Corona británica la entrega de las Islas Malvinas a cambio de la cancelación de la deuda.

Las islas habían sido usurpadas durante el gobierno de Balcarce en el interludio entre los dos de Rosas, en 1833. Y una de las razones para hacerlo es la sugerencia de Woodbine Parish, supuesto comerciante inglés en el Río de la Plata y en la realidad un muy avezado espía (¡estuvo en el campanario del Convento de San Lorenzo observando el triunfo de San Martín!) de ocuparlas para de esa manera cobrar algo de la deuda Baring que iba acumulándose sin saldar.

Todo indica que Woodbine Parish actuó en connivencia con los unitarios deseosos de crear dificultades internacionales al gobierno de la Confederación, el mismo motivo para que Sarmiento instase a Chile a ocupar la Patagonia.
Don Juan Manuel toma la iniciativa y es él quien, a través de su embajador en Londres, Manuel Moreno, hermano de Mariano, eleva una proposición a considerar por la Corona.

Sin embargo, nuevos documentos demuestran que lo que Rosas ofreció no fue la entrega de las Malvinas sino su arrendamiento, también algún territorio de la Patagonia, por un tiempo limitado, para la explotación del guano, entonces de tanto valor que años más tarde provocaría la Guerra del Pacífico que enfrentó a Chile en contra de Bolivia y Perú. Era claro que el Restaurador ofrecía a Gran Bretaña alquilarle algo que ya estaba en su poder.

Un perspicaz Mr Robertson, directivo en la casa central Baring, escribe acerca del “arrendamiento” y sus fundadas sospechas a Ferdinand White, representante en Buenos Aires:

“Ud. no desconocerá que Rosas ofreció arrendar una porción de la Patagonia a la Casa Baring a manera de una seguridad colateral por esta deuda. Los señores Baring declinaron considerar la cuestión a causa, según yo creo, de que tenía dudas sobre si la Patagonia pertenecía a Buenos Aires y se supone que una de las razones por la cuales Rosas hizo el ofrecimiento fue conseguir de Inglaterra la sanción de los derechos de Buenos Aires a la Patagonia.”

Ese fue el objetivo de fondo de la propuesta argentina: lograr que Gran Bretaña reconociera la soberanía argentina sobre las islas y la Patagonia como condición esencial para el comienzo de las negociaciones. Una vez logrado el reconocimiento éstas luego podrían limitarse, modificarse o anularse en una Legislatura que respondía a don Juan Manuel.

Su ministro de Hacienda, Manuel Insiarte, con nota del 17 de febrero de 1843, comunica a Palicieu Falconet, emisario de la Baring Bros., que el Restaurador, “a cargo de las Relaciones Exteriores de las Provincias Unidas” ha asumido oficialmente las negociaciones por medio de su embajador en Londres.

Lo del arrendamiento reaparece en 1848 cuando Rosas instruye a su canciller Felipe Arana a reiterar la propuesta del alquiler por quince años de las islas y de un sector de la costa patagónica (N. Galasso).

La acusación de “entreguismo” forma parte de la campaña de denostación de la historia oficial en contra de un jefe popular que puso un jaque a los gobiernos oligárquicos, librecambistas y extranjerizantes de Buenos Aires durante veinte años. Si no pudieron matarlo en vida, la intención fue expulsarlo de la memoria de argentinas y argentinos.

Pedro Agote comenta esa primera nota de Insiarte a Falconet: “Abunda en consideraciones acerca de los derechos de la República a aquellas islas, y la confianza que tiene de que ellas sean reconocidas por el gobierno británico.”
La respuesta inglesa es dada indirectamente por el almirante Purvis. El 13 de abril “arresta” a la escuadra argentina y la extorsión prosigue escandalosamente a lo largo del año 43.

El primer ministro Lord Aberdeen comprendió que Rosas le proponía reconocer la usurpación inglesa y la afirmación rotunda de los derechos argentinos. Inglaterra no aceptó, desde luego, la proposición hecha por medio de Manuel Moreno, y en 1845, en alianza con los franceses, invadieron nuestro país y fueron rechazados por el heroísmo gaucho en la Guerra del Paraná, cuyo combate emblemático fue el de la Vuelta de Obligado.

Una de las tantas pruebas en contra del supuesto “entreguismo” de la Confederación rosista la dio el francés Alfred Brossad, quien acompañó al conde Walewsky en la misión diplomática de 1847.

En sus memorias, como crítica, escribió que una de las cuestiones más largamente tratadas en el programa de geografía escolar era la “Demostración de los derechos perfectos de la Confederación Argentina sobre Paraguay, sobre la costa patagónica y las islas Malvinas; derechos injustamente rebatidos y desconocidos por las potencias europeas”.

Otra estuvo a cargo del representante inglés ante al Confederación Argentina, John Henry Mandeville, al informar a su gobierno el 3 de enero de 1838 sobre la inauguración de una nueva sesión de la Sala de Representantes de Buenos Aires , comentando el mensaje de Rosas ante los legisladores:

“Luego atiende a la ya gastada cuestión de la injusticia de su ocupación (de Malvinas) por Gran Bretaña, sin recibir, me atrevo a decir, mucha simpatía del público con excepción de las pocas personas que han especulado con la instalación de una propiedad en ese lugar. Seguramente eso ocupará un párrafo anual en cada mensaje hasta que el tema muriera de cansado, al menos que una causa sin méritos induzca al gobierno a avivar el tema para escudarse tras él.”


Como puede verse la acusación de que la cuestión Malvinas, cuando se agita, sólo responde a “motivaciones políticas” y no al patriotismo esencial de nuestros sectores populares, no es una creación de políticos e intelectuales contemporáneos.