70 drones caídos y el nuevo modo de guerra estadounidense: El futuro de desastre y fuego de la guerra robótica
Por Nick
Turse
Introducción del editor de TomDispatch
Después de casi dos meses en suspenso y la pérdida (posiblemente
temporaria) de su guerra aérea de la Base Aérea Shamsi, la CIA vuelve a poner en marcha sus operaciones de drones
en las áreas fronterizas tribales de Pakistán. Los primeros dos ataques de 2012
se lanzaron con un lapso de 48 horas entre ambos, matando supuestamente a 10 __s
e hiriendo a por lo menos a 4 __s. Sí, es verdad, EE.UU. está matando __s en
Pakistán. Estos días, los muertos son regularmente identificados por los
informes de prensa como “militantes” o “presuntos militantes” y a menudo,
citando fuentes paquistaníes u otras de “inteligencia”, como “extranjeros” o
“no-paquistaníes”. Casi nunca tienen nombres, y los robots de la CIA nunca se aproximan lo
suficiente a sus cuerpos calcinados para hacer lo que podría ser el equivalente
tecno deshumanizador de orinar sobre ellos.
Todo suena muy limpio. El año pasado, hubo 75 ataques limpios de ese
tipo, 303 desde 2004, que posiblemente mataron a miles de __s en esas áreas
fronterizas. De hecho, el mundo de la muerte y la destrucción siempre tiende a
parecer limpio y “preciso” si se guarda la distancia, si uno se queda en el
cielo como los implacables dioses de otrora o a miles de kilómetros de sus
objetivos, como los “pilotos” de esos aviones robóticos y los responsables
políticos que los envían.
Sobre el terreno, claro, las cosas son mucho más desaliñadas,
desagradables e inquietantemente humanas. El Buró de Periodismo de investigación
basado en Londres, ha calculado que los ataques de drones de EE.UU. en Pakistán
han matado, a lo largo de los años, por lo menos a 168 niños. En una situación
irritada e irritante en ese país, con los militares y el gobierno civil en
disputa, con rumores de golpe en el aire y fronteras todavía cerradas a
suministros estadounidenses para la guerra afgana (desde un “incidente” en el
cual los ataques aéreos estadounidenses mataron hasta a 26 soldados
paquistaníes), los profundamente impopulares ataques de drones solo aumentan las
tensiones. No importa a quién maten, incluidas personas de al-Qaida, también
intensifican la cólera y empeoran la situación en lugar de mejorarla. Son, por
su naturaleza, armas contraproducentes y su imagen en EE.UU. de precisión, de
alta tecnología, que hace ganar guerras, indudablemente tiene un instantáneo
efecto negativo sobre los que las pierden. Los drones no pueden hacer otra cosa
que ofrecer un sentimiento peligroso y engañoso de omnipotencia, un sentimiento
de que no importa la legalidad, de que todo es posible.
Si, como ha comentado Nick Turse desde hace tiempo en su reportaje
sobre nuestras últimas armas maravillas, los drones son, a fin de cuentas,
instrumentos de guerra contraproducentes, nadie se ha dado cuenta todavía.
Después de todo, nuestros planificadores militares proyectan ahora una inversión
de al menos 40.000 millones de dólares en la floreciente industria de los drones
durante la próxima década para más de 700 drones de mediano y gran tamaño (y
quién sabe cuánto se invertirá en versiones más pequeñas).
El trabajo de Turse sobre los drones en su serie en
TomDispatch de la cara cambiante del imperio se basa en realidades pocas
veces señaladas, ocultas en documentos de la Fuerza Aérea de EE.UU.
Tiene una manera de poner con los pies sobre la tierra a los aviones robóticos.
Son, como ha escrito, armas maravillas con las alas de barro. Tom
El futuro de
desastre y fuego de la guerra robótica
70 drones
caídos y el nuevo modo de guerra estadounidense
Nick
Turse
Cazabombarderos
jet estadounidenses pasaron aullando sobre el campo iraquí dirigiéndose hacia el
drone Predator MQ-1, mientras su ‘tripulación’ en California observaba
impotente. Lo que había comenzado como una misión de reconocimiento común estaba
evolucionando de una forma dramática. En un instante, los jets atacaron y todo
había pasado. El Predator, uno de los infatigables robots cazadores/asesinos de
la Fuerza Aérea
había sido aniquilado.
Un informe sobre
el fin espectacular del drone de casi 4 millones de dólares en noviembre 2007
está incluido en una colección de documentos de investigación de accidentes de
la Fuerza Aérea
recientemente examinados por TomDispatch. Catalogan más de 70
catastróficos desastres de drones de la Fuerza Aérea desde el año 2000, y cada uno resultó en
la pérdida de un avión o daños a la propiedad de 2 millones de dólares o más.
Esos informes
oficiales, obtenidos en algunos casos por TomDispatch mediante
la Ley de Libertad de
la Información ,
ofrecen nuevas perspectivas de un programa de guerra, asesinato y espionaje –en
gran parte clandestino, pero muy elogiado– que involucra robots armados, que son
mucho menos fiables de lo que se ha reconocido previamente. Esos aviones, la
última en la serie de las últimas armas maravillas en el arsenal militar de
EE.UU., se ensayan, se lanzan y se pilotan desde una tenebrosa red de más de 60
bases repartidas por todo el globo, a menudo como apoyo para equipos de elite de
fuerzas de operaciones especiales. Colectivamente, los documentos de la Fuerza Aérea presentan un
notable retrato de la guerra moderna de drones, pocas veces hallado en una
década de informes periodísticos generalmente triunfalistas o impresionados que
pocas veces mencionan las limitaciones de los drones, y menos todavía sus
misiones fracasadas.
Los desastres
aéreos descritos llaman la atención no solo de las limitaciones técnicas de la
guerra de drones, sino de mayores defectos conceptuales en semejantes
operaciones. Lanzados y aterrizados por tripulaciones cercanas a los campos de
batalla en sitios como Afganistán, los drones son controlados durante sus
misiones por pilotos y operadores de sensores –a menudo múltiples equipos
durante muchas horas– desde bases en sitios como Nevada y Dakota del Norte. A
veces son vigilados por “vigilantes” de contratistas privados de seguridad en
bases de EE.UU. como Hurlburt Field en Florida. (Un reciente informe de
McClatchy informó de que se necesitan casi 170 personas para mantener en
vuelo un solo Predator durante 24 horas.)
En otras palabras,
las misiones de drones, como los propios robots, tienen muchas partes en
movimiento y mucho puede salir y sale mal. En ese incidente del Predator en
noviembre de 2007 en Iraq, por ejemplo, una falla electrónica hizo que el avión
activara su mecanismo de autodestrucción y se estrellara, después de lo cual los
jets estadounidenses destruyeron los
restos para impedir que cayeran en manos enemigas. En otros casos, drones
–conocidos oficialmente como aviones de pilotaje remoto, o RPAs– se
descompusieron, escaparon del control y a la supervisión humana, o se
autodestruyeron por motivos que van de error del piloto y mal tiempo a fallas
mecánicas en Afganistán, Yibuti, el Golfo de Adén, Iraq, Kuwait y diversos
sitios más no especificados o clasificados, así como en EE.UU.
En 2001, los
drones Predator de la Fuerza
Aérea volaron 7.500 horas. A finales del año pasado, esa cifra fue
superior a 70.000. Mientras el ritmo de las operaciones robóticas aéreas ha
aumentado continuamente, no es sorprendente que las caídas también sean más
frecuentes. En 2001, solo dos drones de la Fuerza Aérea resultaron destruidos en accidentes. En
2008, ocho drones cayeron a tierra. El año pasado, la cantidad llegó a 13. (Las
tasas de accidentes, sin embargo, están disminuyendo según un informe de
la Fuerza Aérea
basado en cifras de 2009.)
Hay que considerar
que los más de 70 accidentes registrados en esos documentos de la Fuerza Aérea reflejan solo
caídas de drones registradas por la Fuerza Aérea siguiendo un conjunto rígido de reglas.
Muchos otros accidentes de drones no se han incluido en las estadísticas de
la Fuerza Aérea.
Los ejemplos incluyen un drone MP-9 Reaper fuera de control que tuvo que ser
derribado de los cielos afganos por un caza en 2009, un helicóptero a control
remoto de la Armada que
cayó en Libia en junio pasado, un vehículo aéreo sin tripulación cuya cámara
parece que había sido capturada por insurgentes afganos después de una caída en
agosto de 2011, un Sentinel RQ-170 avanzado perdido durante una misión de
espionaje en Irán en diciembre pasado, y la reciente caída de un Reaper MQ-9 en
las Islas Seychelles.
No precisa un
meteorólogo… ¿Verdad?
En los informes
desclasificados queda claro cómo se realizan las misiones –y a veces fracasan–
incluyendo uno suministrado por la Fuerza Aérea a TomDispatch que detalla una
caída de junio de 2011.
A finales de ese mes, un drone Predator despegó de la Base Aérea Jalalabad en
Afganistán para realizar una misión de vigilancia de apoyo a fuerzas terrestres.
Pilotada por un miembro del Ala Aérea Expedicionaria 432 desde la Base Whiteman de
la Fuerza Aérea
en Missouri, la nave robótica encontró mal tiempo, lo que llevó al piloto a
pedir permiso para abandonar a las tropas en tierra.
Su comandante
nunca llegó tuvo la oportunidad de responder. A falta de equipamiento para
eludir el mal tiempo tiempo, que se encuentra en aviones más sofisticados o de
sensores a bordo que orientan al piloto ante condiciones meteorológicas
adversas, y con una tormenta de arena que interfirió con el radar de tierra, los
“severos efectos climáticos” superaron al Predator. En un instante se cortó el
vínculo entre el piloto y avión. Cuando volvió a la vida por un momento, el
personal pudo ver que el drone caía en picado. Luego perdieron durante un
segundo el enlace de datos y fue el final. Unos minutos después, las tropas en
tierra enviaron un mensaje de radio para decir que el drone de 4 millones de
dólares había caído cerca de ellos.
Un mes después un
drone Predator despegó de la pequeña nación africana de Yibuti en apoyo a
la Operación
Libertad Duradera, que incluye operaciones en Afganistán, Yemen,
Yibuti y Somalia, entre otras naciones. Según documentos obtenidos mediante
la Ley de Libertad de
la Información ,
después de unas ocho horas de vuelo, el personal de la misión notó una lenta
pérdida de lubricante. Diez horas después, transfirieron el drone a un personal
aéreo local cuya tarea era hacerlo aterrizar en el Aeropuerto Ambouli de Yibuti,
una instalación conjunta civil/militar adyacente al campo Lemonier, una base de
EE.UU. en el país.
El personal de esa
misión –el piloto y el operador del sensor– había sido enviado de la Base Creech de la Fuerza Aérea en Nevada, y
había registrado en conjunto 1.700 horas conduciendo Predators. Estaba
considerado “experto” por la
Fuerza Aérea. Ese día, sin embargo, los sensores electrónicos que
medían la altura del drones eran inexactos, mientras las nubes bajas y la alta
humedad afectaban a sus sensores infrarrojos y preparaban la escena para el
desastre.
Una investigación
terminó por establecer que si el personal hubiera realizado las verificaciones
adecuadas de los instrumentos, habría notado una discrepancia de entre 100 y
130 metros
en su altitud. En vez de eso, el operador del sensor solo se dio cuenta de lo
cerca que estaba del suelo cuando el RPA salió de las nubes. Seis segundos
después, el drone se estrelló en tierra y se destruyó junto con uno de sus
misiles Hellfire.
Tormentas, nubes,
humedad y errores humanos no son los únicos peligros naturales para los drones.
En un incidente de noviembre de 2008, el personal de una misión en el Aeropuerto
de Kandahar lanzó un Predator un día azotado por el viento. Después de un vuelo
de cinco minutos, mientras el avión todavía estaba en la gran base
estadounidense, el piloto se dio cuenta de que el avión ya se había desviado de
la ruta programada. Para realizar una corrección, inició un giro que –debido a
la naturaleza agresiva de la maniobra, las condiciones de viento, el diseño del
drone, y el peso desequilibrado de un misil en solo un ala– se inició con una
voltereta del avión. A pesar de todos los esfuerzos del piloto, la nave comenzó
a caer, se estrelló en la base y estalló en llamas.
Naves
descontroladas
Ocasionalmente,
los RPA simplemente han escapado del control humano. Durante ocho horas, un día
de febrero de 2009 por la tarde, por ejemplo, cinco equipos diferentes
transfirieron los controles de un drone Predator, de uno al otro, mientras
volaba sobre Irán. Repentinamente, sin advertencia, el último de ellos, miembros
de la Guardia
Nacional Aérea de Dakota del Norte en el Aeropuerto Internacional
Hector en Fargo, perdió la comunicación con el avión. En ese momento nadie –ni
el piloto ni el operador de los sensores, ni un personal local de misión– sabían
dónde estaba el drone o lo que estaba haciendo. Sin transmitir ni recibir
órdenes o datos, efectivamente había perdido el control. Solo después se
determinó que una falla del enlace de datos había activado el mecanismo de
autodestrucción del drone, lanzándolo a una caída en picado irrecuperable que lo
hizo estrellarse 10 minutos después de escapar al control humano.
En noviembre de
2009, un Predator lanzado desde el Aeropuerto Kandahar en Afganistán perdió
contacto con sus manipuladores humanos 20 minutos después del despegue y
simplemente desapareció. Cuando el personal de la misión no pudo controlar el
drone, convocó a especialistas en enlace de datos pero no lograron encontrar el
avión errante. Mientras tanto, los controladores del tráfico aéreo, que habían
perdido el avión en el radar, ni siquiera podían ubicar la señal de su
transponedor. Fracasaron numerosos esfuerzos por hacer contacto. Dos días
después, cuando al drone se le habría acabado el combustible, la Fuerza Aérea dio por
“perdido” al Predator. Tardaron ocho días en contrar los restos.
Curso de
caídas
A mediados de
agosto de 2004, mientras las operaciones de drones en el área de responsabilidad
del Comando Central (CENTCOM) funcionaban a un ritmo muy intenso, el
personal de una misión de Predator comenzó a oír una cascada de alarmas de
advertencia que indicaban fallas de motor y alternador, así como un posible
fuego en el motor. Cuando el operador de los sensores utilizó su cámara para
escanear el avión, el problema se identificó rápidamente. Su cola había
estallado en llamas. Poco después se descontroló y se estrelló.
En enero de 2007,
un drone Predator volaba en algún sitio de la región del CENTCOM (sobre uno de
los 20 países del Gran Medio Oriente). Después de 14 horas de una misión de 20
horas, el avión comenzó a fallar. Su motor falló durante 15 minutos, pero la
información que transmitía se mantenía dentro de parámetros normales, por lo
tanto el personal de la misión no se dio cuenta. Solo en el último minuto se
dieron cuenta de que su drone estaba sucumbiendo. Como determinó una
investigación posterior, una grieta expandida en el cigüeñal del drone hizo que
el motor se paralizara. El piloto hizo planear el avión hacia un área
deshabitada. Los niveles superiores lo instruyeron entonces para que lo
estrellara intencionalmente, ya que no podría llegar rápidamente una fuerza de
reacción rápida y llevaba dos misiles Hellfire así como “equipamiento
clasificado” no especificado. Días después recuperaron sus restos.
El futuro de
desastre y fuego de la guerra robótica
A pesar de todas
las limitaciones técnicas de la guerra a control remoto descritas en los
archivos de investigación de la Fuerza Aérea , EE.UU. está doblando sus apuestas sobre
drones. Bajo la nueva estrategia militar del presidente, se proyecta que
la Fuerza Aérea
aumente su parte de la torta presupuestaria y se espera que los robots volantes
constituyan una parte importante de esa expansión.
Contando los miles
de pequeños drones del ejército, uno de cada tres aviones militares –cerca de
7.500 máquinas– ya son robots. Según cifras oficiales suministradas a
TomDispatch, cerca de 285 de ellos son drones Predator, Reaper, o Global
Hawk de la Fuerza
Aérea. El arsenal de la Fuerza Aérea también incluye más avanzados Sentinels,
Avengers y otros aviones clasificados sin tripulación. Un informe publicado el
año pasado por la
Oficina del Presupuesto del Congreso reveló que “el Departamento de
Defensa planifica comprar cerca de 730 nuevos sistemas aéreos de mediano y gran
tamaño sin tripulación” durante los próximos 10 años.
Durante la última
década, EE.UU. se ha vuelto crecientemente hacia los drones en un esfuerzo por
ganar sus guerras. Los archivos de investigación de la Fuerza Aérea examinados
por TomDispatch sugieren un uso más extensivo de drones en Iraq de lo que
se había informado anteriormente. Pero en Iraq, como en Afganistán, el arma
maravilla preeminente de EE.UU. no ayudó en nada a lograr la victoria. Efectiva
como punta de lanza de un programa para incapacitar a al Qaida en Pakistán, la
guerra de drones en las zonas tribales fronterizas de ese país también ha
alienado a casi toda la población de 190 millones. En otras palabras, murieron
unos 2.000 presuntos o identificados guerrilleros (así como una cifra
desconocida de civiles). La población de un aliado clave de EE.UU. aumentó se
hizo cada vez más hostil y nadie sabe cuántos nuevos combatientes en busca de
venganza han sido creados por los ataques de drones, aunque se cree que la
cantidad es significativa.
A pesar de una
década de refinamientos y mejoras tecnológicas, tácticas y estratégicas, el
personal de la Fuerza
Aérea y aliados de la
CIA que observan los monitores de ordenadores en localidades
distantes no han logrado discriminar entre combatientes armados y civiles
inocentes y, como resultado, el programa de asesinatos en los que los drones
hacen de jueces, jurados y verdugos está considerado ampliamente contrario al
derecho internacional.
Además, la guerra
de drones parece que está creando un siniestro sistema de incentivos económicos
empotrados que pueden llevar cada vez a más bajas sobre el terreno. “En algunos
programas de ataque, los miembros del personal tienen cuotas de revisión, es
decir, que deben revisar una cierta cantidad de posibles objetivos en una
determinada cantidad de tiempo”, escribió recientemente Joshua Foust de The
Atlantic sobre los contratistas privados involucrados en el proceso. “Porque
son contratistas”, explica, “su continuo empleo depende de su capacidad de
satisfacer las mediciones de rendimiento declaradas. Por lo tanto tienen un
incentivo financiero para tomar decisiones de vida o muerte sobre posibles
objetivos de asesinato solo para conservar sus empleos. Debería ser una
situación intolerable, pero como el sistema carece de transparencia o de estudio
externo es casi imposible controlarlo o alterarlo”.
A medida que las
horas de vuelto aumentan de año en año, esos severos defectos se complican
debido a una serie de fallas imprevistas y vulnerabilidades técnicas que saltan
a la vista cada vez con más regularidad. Incluyen: insurgentes iraquíes que
piratean señales de video de drones, un virulento virus informático que infecta
la flota sin tripulación de la
Fuerza Aérea , grandes porcentajes de pilotos de drones que sufren
“elevado estrés operacional”, un incidente de fuego amigo en el cual operadores
de drone mataron a dos miembros del personal militar de EE.UU., crecientes
cantidades de caídas, y la posibilidad del secuestro de un drone por los
iraníes, así como los más de 70 incidentes catastróficos en los documentos de
investigación de accidentes de la Fuerza Aérea.
Durante la última
década, la mentalidad de más-es-mejor ha llevado a más drones, bases de drones,
pilotos de drones, y víctimas de drones, pero no a mucho más que eso. Los drones
podrán ser efectivos en términos de generar recuentos de cuerpos, pero parece
que tienen aún más éxito en la generación de animosidad y la creación de
enemigos.
Los informes sobre
accidentes de la Fuerza
Aérea están repletos de evidencias de los defectos inherentes en la
tecnología de drones, y puede caber poca duda de que en el futuro aparecerán
muchos más. Una década de futilidad sugiere que la propia guerra de drones puede
estarse estrellando y quemando, pero parece inevitable que los cielos se llenen
de drones y que el futuro traiga más de lo mismo.
Nick Turse es historiador, ensayista, periodista de investigación, editor asociado de Tomdispatch.com y actualmente es también profesor en el Instituto Radcliffe de
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Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175489/