El 30 de agosto de 1980 – Quema de libros

El día que quemaron un millón y medio de libros
Por Mariana Enriquez
para Pagina 12
Nota publicada el 30 de agosto de 2000




Boris Spivacow dirigía el Centro Editor de América Latina.
Hace veinte años quemaron un millón y medio de sus libros

El 30 de agosto de 1980, la dictadura militar cumplió con un rito siniestro que es casi una obsesión de los totalitarismos: la quema de libros. En la mañana del 30 de agosto de 1980, en un terreno baldío de Sarandí, un grupo de camiones volcadores descargó un millón y medio de libros, publicados por el Centro Editor de América Latina. Después, un grupo de policías los roció con nafta y los incendió. Además de los policías, estaba presente Boris Spivacow, fundador del CEAL. Antes había sido el director de Eudeba, desde mediados de los años ‘50, y la transformó en la editorial universitaria más importante en lengua española. Hasta el 28 de julio de 1966, cuando en La Noche de los Bastones Largos la editorial llegó a su fin gracias a la censura de Juan Carlos Onganía.

Los problemas de Spivacow y el CEAL con la dictadura de la Junta Militar empezaron en 1978, cuando se acusó a la editorial de “publicar y distribuir libros subversivos”. Algunos de estos libros eran de Comte, Marx, Varsasky, Perón, Evita y el Che Guevara. Spivacow inició acciones legales y pudo recuperar algunos, pero la mayoría fueron quemados ese día, junto con otros miles que trataban temas tan diversos como el movimiento obrero, ciencia y el cuerpo humano. Spivacow estuvo presente en el incendio, junto a un fotógrafo, para que la Policía Federal no fuera sospechada de robo de textos. 

Esta quema no fue un hecho aislado sino más bien la culminación de una persecución que atacó muchas editoriales, entre ellas el allanamiento y clausura de Siglo XXI editores, y más tarde el encarcelamiento de los directivos, el cierre definitivo y la quema de libros de la editorial Constancio C. Vigil en Rosario y la desaparición de trabajadores editoriales como Graciela Mellibovsky (asistente de producción del CEAL), Pirí Lugones (correctora y traductora de Jorge Alvarez, Carlos Pérez Editor y Crisis) y tantos otros. 

Por eso, a 20 años de la hoguera de libros del Centro Editor de América Latina, la Cámara Argentina del Libro decidió rendirle homenaje a José Boris Spivacow –quien falleció en julio de 1994– y en su nombre plantear esta fecha como recordatorio del cercenamiento a la libertad de expresión en la Argentina. La importancia es evidente cuando se piensa que fue responsable de colecciones como “Cuadernos”, “Ediciones Previas” y “Serie del Siglo” en Eudeba. En el CEAL se encargó de colecciones míticas como “Historia de América Latina en el Siglo XX”, “Historia del Movimiento Obrero”, “El País de los Argentinos” y “Los Hombres de la Historia”. Cuando estaba en editorial Abril (hasta 1958) publicó por primera dos libros que serían clásicos de la sociología: El miedo a la libertad de Eric Fromm, y Adolescencia y Cultura en Samoa de Margaret Mead. 

La primera propuesta de la Cámara es sugerir a la Fundación El Libro que se bautice con el nombre del mítico editor Spivacow a algún lugar destacado de la Feria del Libro de Buenos Aires, además de, a modo simbólico, encender una antorcha en la Feria que recuerde a las víctimas del proceso militar vinculadas con la industria editorial en el país. La idea es que la antorcha esté emplazada en una escultura (para la ejecución de ésta se llamará a concurso) que recuerde la persecución y la quema de libros. En el acto homenaje de inauguración de este recordatorio se les entregará a los familiares una réplica del monumento. Pero el homenaje no terminaría ahí: la Cámara también le propone a la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires que bautice con el nombre del editor a algún lugar de la ciudad. Otra propuesta es la convocatoria a un premio anual “José Boris Spivacow” de narrativa para autores inéditos, organizado por la Comisión de Cultura de la Cámara Argentina del Libro: esto se relaciona con el hecho de que Spivacow fue el editor del mayor número de autores noveles en la Argentina.

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Los libros quemados

Las obras de autores como Marx, Engels, Martí, Freire y Lukacs, entre varios otros, fueron quemadas durante la últimadictadura militar. El genocidio llevó a cabo también un plan sistemático de persecución y destrucción bibliográfica. El trabajo “Bibliotecas y dictadura militar. Córdoba, 1976 -1983”, aborda el desempeño de las bibliotecas cordobesas durante el último gobierno militar y recuerda, además, la quema de libros en la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano.
Los libros quemados
Según indicó a InfoUniversidades Federico Zeballos, el autor del trabajo, de los casi 50 millones de libros impresos en 1974 se pasa a 31 millones en 1976 para llegar a editar sólo 17 millones durante el período 1979-1982. Estas cifras tienen su correlato en el descenso drástico del promedio anual de libros leídos por habitante en Argentina: tres libros para el período 1973-1974; dos en 1976; uno en 1979 y menos de un libro leído por habitante por año en 1981, según el informe de la UNESCO “El Estado de la Educación en América Latina en la década del noventa”.

Otro dato interesante que recoge el trabajo es la consecuencia directa de la férrea censura operada sobre los libros: la preocupante caída del bagaje lingüístico que padecieron los argentinos. Entre 1973 y 1974 el número de palabras promedio por habitante era de 4.000 a 5.000 para descender a un promedio de 1.500 a 2.000 en el período 1976-1980.

“La quema de libros fue el último eslabón de la cadena represiva sobre la cultura. Tenía un fuerte mensaje intimidatorio dirigido a la comunidad e incluía la exposición pública de los libros secuestrados, el discurso de alguna autoridad castrense, la toma de fotografías antes y durante la quema, y la posterior publicidad de lo sucedido en diversos medios de comunicación”, relata Zeballos.

Varios siglos atrás, el creador de la imprenta, Johannes Gutenberg, en referencia al poder de su invención, decía que había formado un ejército de veintiséis soldados de plomo, capaces de conquistar el mundo. “El sentido y alcance de esta frase fue entendido por todas las dictaduras del mundo que intentaron arrasar con la ideología disidente. 

La dictadura diagramó un sistema de censura que conjugaba la intervención de numerosos organismos oficiales y una serie de disposiciones. Los canales televisivos fueron repartidos entre las fuerzas armadas: los canales 7 y 9 para el Ejército, el canal 13 para la Armada y el canal 11 para la Fuerza Aérea. Además, estaban los llamados ‘operativos de control’ llevados a cabo sobre diversos ámbitos, y las quemas públicas de libros”, comenta Zeballos.

La pira bibliográfica más grande que perpetró la dictadura militar en Argentina se produjo el 30 de agosto de 1980. En un baldío de Sarandí, provincia de Buenos Aires, se quemaron más de un millón y medio de libros y fascículos del Centro Editor de América Latina. El trabajo de Zeballos señala que se decía que la hoguera ardió durante tres días seguidos.

En la Universidad

El 13 de septiembre de 1976, los bibliotecarios de la facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba recibieron la orden del delegado militar impuesto por el régimen de que se retiren de la biblioteca las obras pertenecientes a Georg Friedrich Hegel, Ludwig Feuerbach, Karl Marx, Friedrich Engels, José Stalin, Valdimir Lenin, Mao-Tse-Tung, Ernesto Che Guevara, Györzy Lukacs, Ernst Bloch, Herbert Marcuse, Roger Garaudy, Lewis Althusser, Paulo Freire, y cualquier otra obra que pertenezca al mismo corte ideológico.

“El genocidio, con su plan sistemático de exterminio de personas, tuvo su paralelo, salvando las distancias de su gravedad, con la ejecución de un plan de persecución y destrucción bibliográfica. Las listas negras de libros, los controles de las actividades de extensión de las bibliotecas, el seguimiento de los lectores y las quemas de libros eran prácticas recurrentes”, explica Zeballos.

Así, según consta en la resolución citada en el trabajo, el dos de abril del año 1976 el delegado interventor militar en la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano, teniente primero Manuel Carmelo Barceló, recorre la biblioteca de la Escuela y requisa 19 títulos, entre los que se encontraban obras de Aguirre, Marx, Engels, del Centro Editor de América Latina y Martí. Luego, incinera los textos en presencia de testigos.

El dos de abril del año 1996, al cumplirse veinte años de aquella quema de libros, la comunidad de la Escuela colocó en la biblioteca una placa donde se lee: “Hermosos tiempos aquellos en que podemos pensar lo que queremos y decir lo que pensamos. 1976-1996”.

El trabajo realizado por Federico Zeballos y dirigido por Marta Palacio tiene un carácter exploratorio-descriptivo, con una interpretación valorativa de informaciones históricas, y se nutre de fuentes testimoniales y documentales.


Andrés Fernández
comunicacion@rectorado.unc.edu.ar
Eliana Piemonte
Prosecretaría de Comunicación Institucional
Universidad Nacional de Córdoba

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Veinticuatro toneladas de fuego y memoria

Por Mempo Giardinelli
para Pagina 12
Nota publicada el 26 de junio de 2013

Hoy, 26 de junio, hacen exactamente 33 años del día en que la dictadura ordenó quemar millones de libros del Centro Editor de América Latina.

Ese 26 de junio de 1980 está en la memoria más horrible de la Argentina y escribo esto pensando una vez más en todo el dolor que todavía nos deben.

Propongo recordar lo sucedido. Propongo que imaginemos aquel 26 de junio de aquel 1980. Día frío y gris, pero no llueve. La acción en Sarandí, partido de Avellaneda, provincia de Buenos Aires. A corta distancia de lo que entonces se llamaba Capital Federal, vemos que de un gran depósito sobre las calles O’Higgins y Agüero (hoy Crisólogo Larralde) entran y salen camiones cargados de libros. Son veinticuatro toneladas de libros. En silencio, suboficiales, soldados y policías vacían lentamente el depósito bajo las escrutadoras severas miradas de oficiales del Ejército Argentino, algunos muy jóvenes.

El depósito –un amplio galpón– y todos los libros pertenecen a la conocida editorial Centro Editor de América Latina, una de las más prestigiosas y originales casas editoras de libros del país y el continente, fundada y dirigida por Boris Spivacow, un respetado matemático de 65 años, hijo de inmigrantes rusos. Entre 1958 y 1966 había sido gerente general de Eudeba (la Editorial de la Universidad de Buenos Aires) y la había colocado en el pináculo de la consideración pública por sus colecciones de extraordinaria calidad y cuidado a precios populares. Hasta que la tristemente célebre Noche de los Bastones Largos, el 29 de julio del ’66, junto con centenares de profesores e investigadores, Spivacow fue forzado a abandonar Eudeba y la universidad.

Inmediatamente empezó a soñar con una empresa independiente y autosuficiente. Y así, con toda la experiencia acumulada, fundó la editorial Centro Editor de América Latina, que llegó a convertirse en una de las más fuertes editoriales del continente, y sus colecciones fueron formadoras de ciudadanía y fuente de conocimiento en todas las disciplinas.


Las fuerzas armadas de la época tenían a Spivacow, como se decía entonces, “marcado”. La supervivencia casi milagrosa de la editorial durante los primeros años de la dictadura tenía, por lo tanto, los días contados. Y el final fue ese día, ese 26 de junio del año ’80, en que llegaron las tropas en sus camiones y empezaron a cargar libros, paquete por paquete, y en sucesivos viajes llevaron 24 toneladas de cultura y conocimiento desde el depósito de Agüero y O’Higgins hasta un baldío que había entonces a muy pocas cuadras, en la calle Ferré, entre Agüero y Lucena.

Allí, una vez descargados los libros –posiblemente un par de millones de ejemplares– un valiente oficial habrá dado la marcial y ceremoniosa orden de prenderles fuego. “Procedan”, habrá dicho con firmeza y yo imagino que sin inmutarse, sin culpa alguna, sin siquiera darse cuenta de la atrocidad que cometía en ese instante miserable.

Así se quemaron esos libros, aquel 26 de junio de 1980, y con ellos se quemaron años de saber, de cultura, de investigaciones, de sueños y ficciones y poesías. Y se quemó una parte esencial de la Argentina más hermosa, incinerada por la Argentina más horrenda y criminal.

El expediente judicial –informan ahora amigas y amigos que han guardado intacta la memoria de esa jornada ominosa– dice que aquel día estuvieron presentes allí algunas personas de la editorial: el fotógrafo Ricardo Figueiras, Amanda Toubes, Alejandro Nociletti, Hugo Corzo y el propio Boris Spivacow.

Me cuesta imaginarlos, ahora. Pero no los veo llorando sino concentrados y serios, dignos y elocuentes en su silencio atronador. Los veo observando con dolor a las bestias de uniforme que cumplían esa orden infame que algún oficial de alta graduación, algún oscuro dictador habría dispuesto en algún oscuro lugar del poder. Pero no veo que ninguno de ellos baje o desvíe la mirada. Como si supieran que algún día y en una democracia, aunque plena de imperfecciones, esos libros amados iban a renacer de entre las cenizas.


Y eso es lo que sucede hoy, 26 de junio de 2013 y en Democracia: amigos de la Biblioteca Nacional informan que hoy por la mañana se hará el primer acto simbólico en el mismo lugar de la quema, ahí en Sarandí. Lamento estar tan lejos, pero simbólicamente voy a hacer con mi hija una casita de libros en el jardín de nuestra casa. Y le voy a explicar cómo es que el fuego destruye todo, libros incluidos, pero nunca puede destruir los sentimientos, el saber y la memoria.