Los que sabían del asesinato de Kennedy: El magnicidio fue un golpe de Estado

Por Gabriel Molina Franchossi
para Granma (Cuba)
Publicado el 22 de abril de 2013

El crimen de Dallas, en el que aún se pretende involucrar a Cuba, fue en realidad la consumación del golpe de Estado que tramaban altos jefes militares de la CIA y otros ultraconservadores.
Este magnicidio no solo afectó a Estados Unidos, sino en una sorprendente medida a Cuba y a todo el orbe. A casi 50 años del asesinato de J.F. Kennedy, cuando la dramática relación cada día se hace más presente en el panorama mundial contemporáneo, la CIA pretende postergar otro cuarto de siglo la desclasificación de algunos documentos que aún esconde sobre el crimen del 22 de noviembre de 1963. Parte de esa estrategia la constituye el libro Los secretos de Castro, de Brian Latell, oficial para América Latina de la CIA de 1990 a 1994, quien tras participar en operaciones de la agencia contra la Isla desde los años sesenta, trata de disfrazar el más escandaloso complot del siglo XX.

Al día siguiente del magnicidio, el Presidente Fidel Castro fue probablemente el primero en denunciar el asesinato como una conjura, cuando compareció en la televisión cubana: "Nosotros podemos decir que hay elementos dentro de los Estados Unidos que defienden una política ultrarreaccionaria en todos los campos, tanto en el de la política internacional como en el de la política nacional. Y esos son los elementos llamados a beneficiarse de los sucesos que ocurrieron ayer en los Estados Unidos.

El líder cubano leyó uno de los primeros despachos noticiosos: "Dallas, noviembre 22, (UPI).—La policía detuvo hoy a Lee H. Oswald, identificado como el Presidente del "Comité del Juego Limpio con Cuba" como principal sospechoso en el asesinato del presidente Kennedy. Cuatro días después del asesinato, el 27 de noviembre, analizó la teoría de Oswald como tirador único, y sus alegadas simpatías "castristas" que en esos iniciales momentos nadie cuestionaba. Citó a Hubert Hammerer, campeón olímpico de tiro, quien declaró inverosímil que un tirador equipado con una carabina de repetición con teleobjetivo pueda dar en el blanco tres veces seguidas en el espacio de cinco segundos, cuando dispara contra un blanco que se desplaza a una distancia de 180 metros, a una velocidad de 15 kilómetros por hora". Basándose en sus experiencias en la Sierra Maestra, con fusiles de mirilla telescópica como el que dijeron usó Oswald, Fidel añadió: "Una vez que se dispara el blanco se pierde —por efecto del disparo— y es necesario volver a encontrarlo rápidamente (...) con ese tipo de arma es realmente muy difícil hacer tres disparos consecutivos. Pero sobre todo difícil dar así en el blanco. Casi imposible". (1)

Fidel analizó cómo Kennedy era empujado hacia la guerra por los círculos más reaccionarios con fuertes campañas, leyes y resoluciones en el Congreso, empujando al gobierno, por lo que ellos calificaron en 1961 como la debacle de Bahía de Cochinos, hasta poner al mundo al borde de una guerra nuclear, la Crisis de Octubre. El entonces Primer Ministro de Cuba se refirió también a las actitudes de Kennedy respecto a los derechos civiles, como la segregación y la discriminación racial, y a la política de coexistencia pacífica que avanzaba con Jruschov. Estas acciones desataban insospechadas fuerzas contra el Presidente e hizo pensar que el asesinato del presidente Kennedy era la obra de algunos de los elementos inconformes con su política, en particular respecto a Cuba que no consideraban suficientemente agresiva, pues se resistía a autorizar una intervención militar directa.


El líder cubano se refirió a evidencias de que si Oswald "hubiese sido el verdadero asesino, estaría claro que los autores intelectuales del asesinato estuvieron preparando la coartada cuidadosamente. Enviaron a este individuo a solicitar visa de Cuba en México. Imaginen... que el Presidente de Estados Unidos resultara asesinado por ese individuo cuando acababa de regresar de la Unión Soviética, pasando por Cuba. Era la coartada ideal (...) para meterle en la cabeza a la opinión pública norteamericana la sospecha de que había sido un comunista o un agente de Cuba y de la Unión Soviética, como dirían ellos". (2)

En 1978 se demostró que Fidel tenía razón. El Comité Selecto del Congreso de Estados Unidos que investigó el asesinato, concluyó: "El Comité considera la posibilidad de que un impostor visitó la embajada soviética o el consulado de Cuba, durante uno o más de los contactos en los cuales Oswald fue identificado por la CIA en octubre de 1963". (3) El documento del Comité llega a la conclusión de que no tenía nada que ver con Oswald, porque mientras este era más bien pequeño y delgado, el individuo de la foto era de "complexión atlética, de 6 pies de estatura y medio calvo". (4)

La sospecha había comenzado en parte cuando el FBI presentó a la madre de Oswald Ia supuesta foto de su hijo. Ella declaró que no era de Lee, sino de Jack Ruby, el autor de su muerte. De hecho no había ninguna semejanza —agregaba el informe del Comité—, el hombre de la foto no era ni Oswald ni Ruby. El FBI también lo negó. En un memorándum al Servicio Secreto consignaba: "Estos agentes especiales (del FBI) son de la opinión que el individuo de referencia en la foto no es Lee Harvey Oswald".

Fidel tenía sobradas razones para alarmarse con las insinuaciones y acusaciones, típica estrategia de la CIA. Aun ahora, Latell trata de alejar las sospechas sobre los verdaderos responsables del crimen, intenta hacer renacer el infundio de la Compañía contra Cuba y de negar que hubo un complot de quienes "defienden una política ultrarreaccionaria". La teoría del tirador solitario es esgrimida no solo en el caso de Oswald en 1963, sino también en el de Sirhan H. Sirhan, presunto asesino de Robert Kennedy en 1968, en el propio momento en que fue elegido candidato contra Richard Nixon, ya sospechoso del magnicidio. La verdad ha ido develándose poco a poco desde entonces. Los últimos detalles fueron conocidos en el 2005 a través del libro del investigador David Talbot: Brothers. The hidden history of the Kennedy years (Hermanos. La escondida historia de los años de los Kennnedy), con su sensacional revelación de que Robert fue probablemente asesinado cuando admitió que de ser elegido presidente, lo cual estaba prácticamente cercano a conseguir, reabriría el amañado proceso.

Latell se refugia en la desprestigiada teoría del Asesino único de la Comisión Warren que creó Johnson para investigar el asesinato, al suceder a JFK en la presidencia. Una de las últimas y más contundentes refutaciones la constituye la nota enviada el 8 de noviembre de 1963, 15 días antes del atentado por Oswald a Howard L. Hunt, también sospechoso de participar en el magnicidio y famoso organizador del allanamiento de los "plomeros" del Watergate "Me gustaría que me diese información sobre mi posición. Lo estoy pidiendo solo por informarme. Sugiero que discutamos todo el asunto antes de que sea tomado cualquier paso por mí o por alguien más. Gracias a Ud. Firma, Lee Harvey Oswald. (5)

El investigador Paul Kangas explica que la carta de Oswald fue obtenida por el escritor y periodista Jack Anderson en Nueva Orleans, donde estaba viviendo el "tirador solitario" con Clay Shaw, los cubanos Félix Rodríguez, Bernard Barker y Frank Sturgis, también investigados por el Comité Especial del Congreso y el juez Jim Garrison. Anderson afirma en un video que Hunt y Shaw pidieron a Oswald reunirse con ellos para planear la posición que ocuparía en Dallas durante el atentado. Al no recibir respuesta de Hunt, Oswald dijo a James Hosty, agente del FBI que lo atendía que Hunt y un manojo de cubanos de la oficina CIA de Miami, estaban planeando matar a Kennedy en Dallas, el 22 de noviembre de 1963. Según Kangas, Hosty envió un telex a Hoover, director del FBI para informarlo y este lo reenvió a sus agentes en el país.

El juez Garrison narra que Waggoner Carr, fiscal general de Texas, entregó a la Comisión Warren en una sesión secreta celebrada el 22 de enero de 1964 pruebas de que Oswald era el informante secreto del FBI No. 179, con un salario de 200 dólares al mes, desde 1962. Las pruebas fueron entregadas a Carr por Allan Sweat, jefe de la división criminal de la oficina del sheriff de Dallas y publicadas por el Philadelphia Inquirer, el Houston Post, yThe Nation, pero la Comisión Warren no citó a declarar ni a Sweat ni a los periodistas que redactaron las noticias. Garrison admite que si Oswald era informante del FBI en Dallas y Nueva Orleans, se puede creer que su trabajo consistía en introducirse en organizaciones como Juego Limpio para Cuba y el aparato de Guy Bannister para matar al presidente. "La pregunta que me atormentaba y que tal vez atormentó a Oswald era: si la policía de Dallas, la oficina del sheriff, el Servicio secreto, el FBI y la CIA estaban potencialmente implicados en la conspiracion, ¿quiénes eran las autoridades adecuadas?" (6)

Cuando Robert Blakey, jefe de los investigadores del Comité Selecto de la Cámara, montó en cólera al saber en 1990 que el recién fallecido George Joannides (oficial de la CIA que fue asignado por la agencia para informarlo sobre el asesinato de Kennedy), le ocultó que había trabajado estrechamente en Nueva Orleans desde antes del crimen con Oswald y con el grupo terrorista denominado Directorio Revolucionario Estudiantil, lo consideró una obstruccción de la justicia y ahora no cree nada de lo que dijo la CIA al Comité.

No es raro que la Comisión Warren eludiera buscar la verdad; no en balde la presidía el congresista Ed Ford, un hombre de Nixon, también sospechoso. Allen Dulles, el omnipotente jefe de la CIA, manipulaba a los miembros nombrados por Lyndon Johnson, nuevo Presidente por obra y gracia del original golpe de Estado que fue en la práctica el asesinato de los hermanos Kennedy.

Notas:
(1) Diario Revolución. 28 de noviembre de 1963.

(2) Ibidem.

(3) The Final Assasinations Report of The Select Committee on U:S House of Representatives. Bantam Book. New York. 1979, p.320

(4) Ibidem.

(5) Granma, 13 de abril de 2012, p. 9.

(6) Jim Garrison. JFK Tras la pista de los asesinos. Ediciones B. Barcelona, 1988, pp. 296 a 301

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