El último episodio de la revuelta permanente tunecina Siliana en diciembre


Santiago Alba Rico
Rebelión

Las rutinas espasmódicas de los medios de comunicación prestan atención estos días a la Palestina bombardeada, al gran Egipto convulso y enredado y a la frágil Siria en ruinas, generando la ilusión de que esa vasta sacudida a la que se llamó la “primavera árabe” se ha calmado ya en el Yemen, en Bahrein, en Libia o en Túnez (o en Jordania, donde en realidad está empezando, o en Kuwait, Arabia Saudí e incluso en Qatar, hasta donde han llegado réplicas amortiguadas).

Túnez, el país en el que empezaron las revoluciones árabes, ya no ocupa apenas dos líneas en los periódicos europeos y, sin embargo, su situación es bastante parecida a la de Egipto. Hace unas semanas hablaba yo de una “revuelta endémica” como prolongación deformada de una “revolución incompleta”; desde hace cinco días esa revuelta tiene un nuevo foco: Siliana, una ciudad de 25.000 habitantes situada a 120 km de Túnez capital y sede del gobernorado del mismo nombre.
El pasado martes 28 de noviembre, una huelga que paralizó la población de Siliana concluyó en una multitudinaria manifestación delante del palacio de gobierno. Allí, según testigos presenciales, el lanzamiento de una piedra desencadenó una respuesta desproporcionada y brutal por parte de la policía, que utilizó porras y gases para dispersar y enseguida atacar, incluso dentro de las casas, a los manifestantes. Utilizó también armas prohibidas por las leyes internacionales: “cartuchos de fragmentación” suministrados por la empresa italiana NobelSport cuyas consecuencias pueden contemplarse con horror en las numerosas imágenes difundidas en la red: caras, pechos y espaldas salpicados por una tupida viruela de perdigonazos negros. En los tres primeros días de revuelta, hasta que el Ministerio del Interior, presionado por la opinión pública, dio la orden de no usar estos rifles, el número de heridos ascendía a 300, entre ellos doce jóvenes que habrían perdido al menos uno de los dos ojos. La dureza de la represión no ha hecho sino afirmar la obstinación de la protesta, que se ha extendido a otras ciudades del interior, generando un poco por todas partes movimientos de solidaridad con Siliana y de rechazo de la politica del gobierno de Nahda: “a-chaab iurid zaura min jidid”, “el pueblo quiere una nueva revolución”.

¿Por qué protesta Siliana? Convocada por la UGTT local y apoyada por los partidos del izquierdista Frente Popular, la huelga y la manifestación del día 28 reclamaban una nueva política de inversiones en el gobernorado, muy castigado por el paro y la pobreza, así como la liberación de los detenidos en las protestas del pasado mes de abril. La negativa del gobernador a hablar con los representantes sindicales lo convirtió en blanco de la ira de los concentrados, que exigieron a gritos su destitución. Tras los duros enfrentamientos de los últimos días, esta destitución ha pasado a convertirse en la reivindicación principal de las protestas y en el objeto mismo de un pulso que amenaza con desestabilizar aún más la ya frágil relación de fuerzas en el país. El pasado viernes miles de habitantes de Siliana abandonaron la ciudad en una irónica marcha de cinco kilómetros para señalar con el dedo la terquedad criminal del gobernador: “si no conseguimos que se vaya él de la ciudad, nos vamos nosotros”.

La reacción del gobierno revela la aguda confrontación política del Túnez post-revolucionario. Mientras el presidente Marzouki -del CPR- mantenía un embarazoso silencio hasta la noche de ayer, la comparecencia de dos ministros de Nahda en la Asamblea Constituyente no contribuía precisamente a calmar la situación: la ausencia del primer ministro, Ahmed Jabali, y las acusaciones dirigidas a la UGTT y a algunos partidos del Frente Popular soliviantaron aún más los ánimos de los diputados de la oposición, algunos de los cuales abandonaron el Parlamento en señal de protesta. Un poco contra las cuerdas, acosado unas veces con razón y otras no tanto, Nahda ha acabado por refugiarse en una interpretación “complotista” que recuerda al Ben Ali ya noqueado, incapaz de aceptar la idea de una revuelta contra él: según el partido islamista, la revuelta de Siliana, sin fundamento real ni legitimidad popular, sería una manipulación operada en la sombra por “fuerzas contrarrevolucionarias” del antiguo régimen, apoyadas interesadamente por el sindicato y las izquierdas locales. Su falta de cintura y el desprecio manifiesto por las reivindicaciones populares ha alimentado, a su vez, la denuncia un poco demagógica de la “nueva dictadura islámica”, demagogia de la que se benefician, una vez más, no sólo los partidos de izquierdas sino también los partidarios de la “restauración”: todas esas fuerzas, realmente existentes más allá de las paranoias gubernamentales, que abonan la inestabilidad y, frente a ella, la nostalgia de orden y seguridad. Esa falta de cintura de Nahda y ese desprecio por los jóvenes desesperados de las regiones, en todo caso, sólo han servido para legitimar aún más protestas que son legítimas en su raíz misma. Las declaraciones de Ali Larayed, Ministro del Interior, justificando el uso de las “balas de fragmentación” -en lugar de fuego real- como una expresión de la voluntad de la policía de no matar, o las del propio gobernador de Siliana, Ahmed Azzedine Mahjoub, denunciando el origen “importado” de las piedras lanzadas por los manifestantes, han ayudado no poco a excitar la cólera de todos aquellos que lucharon con sus cuerpos para derrocar al dictador y que ven hoy cómo su revolución es “secuestrada” o “confiscada” por un gobierno incapaz de dar satisfacción a sus demandas sociales y que responde además, como Ben Ali, con violencia y represión.

Túnez sigue siendo, como bajo la dictadura, un país dividido en dos clases sociales cuya distribución topográfica refleja una separación secular: capital/regiones y costa este/interior. Desde el punto de vista política la situación es, en cambio, más compleja, pues son numerosas las fuerzas cruzadas, internas y externas, que se disputan el caudal de legitimidad de la revolución y que se ven cada vez más constreñidas a operar en el marco de una división engañosa entre pro-islamistas y anti-islamistas. En este sentido, la revuelta de Siliana es la prolongación natural de la revolución de los desheredados, pero es también el objeto de un duro forcejeo político en el que distintos partidos buscan un nicho de poder en el nuevo orden institucional democrático.

Mientras escribo estas líneas, y sobre el fondo de una agitación que no cesa, Nahda y la UGTT parecen haber llegado a un acuerdo para rebajar la tensión (1), aunque algunas consecuencias políticas de la sacudida son ya manifiestas. Siliana ha cavado aún más la tumba del presidente de la república, Moncef Marzouki. Reputado y valiente defensor de los DDHH bajo la dictadura, la gestión policial de la crisis por parte de un gobierno en el que no tiene ningún poder lo pone una vez más en evidencia, como un “cero a la izquierda” atrapado entre la imposibilidad de presionar a Nahda y la imposibilidad de dimitir. Su intervención pública del viernes por la noche, tras un largo y comprometedor silencio, revela en todo caso su desasosiego: hay una crítica implícita a sus compañeros de gobierno, así como una abierta confesión de fracaso, en su propuesta de formación de “un gobierno de competencias limitadas” y en su insistencia en celebrar las elecciones -que algunos rumores aplazaban sine die- antes del próximo verano.

Por su parte, el Frente Popular sale quizás reforzado de esta revuelta aún viva. Un muy periodístico artículo del liberal Le Temps hablaba con respeto de su portavoz, Hama Hamami, líder también del Partido de los Trabajadores, como del “Che Guevara tunecino”. Encarcelado y torturado bajo la dictadura, Hamami es la cara visible de una izquierda marxista remozada y cuenta con un apoyo creciente entre los sectores más conscientes de las clases populares. Sus declaraciones en radio y televisión en los últimos días, enérgicas y al mismo tiempo mesuradas, lo proponen como la alternativa electoral al bipartidismo virtual hacia el que se encamina velozmente el país: o neoliberalismo islámico o neoliberalismo laico. Que el Frente Popular pueda quebrar o no esta lógica dependerá al mismo tiempo de la gestión de las movilizaciones populares y del apoyo de la UGTT, el actor en la sombra que ha decidido siempre, incluso bajo la dictadura, las relaciones de fuerza y los equilibrios políticos.

Entre tanto, los salafistas callan y Nidé Tunis, la coalición del bourguibista Qaid Essebsi, refugio de los fulul del antiguo régimen y de las clases medias nostálgicas de orden y seguridad, engorda en silencio.

Las fracturas de clase y las fracturas políticas no coinciden sino que se solapan, se cruzan y se alimentan y utilizan recíprocamente. Pero la fracturas de clase siguen nutriendo esta “revuelta permanente” que, dos años después de la revolución, enciende sin parar focos de movilización y resistencia. En diciembre de 2010 fue Sidi Bouzid; en diciembre de 2012 es Siliana. En Túnez se anuncia, en cualquier caso, un invierno primaveral, un invierno caliente. Aquí, como en el resto del mundo árabe, todo sigue empezando sin cesar.

Nota:

(1) Una vez editado el artículo, se confirma el acuerdo sobre tres puntos: el gobierno acepta costear los gastos sanitarios de los heridos, acelerar las diligencias administrativas relacionadas con las demandas de trabajo de los parados y -quizás el más importante- destituir al gobernador de Siliana. Una victoria sin duda de la movilización popular.