Cierto sindicalismo: De la mano del enemigo principal

 Ramón Ábalo
APAS


Sindicalismo no hay uno solo, lo hubo y lo hay revolucionario; pero también lo observamos ocupando calles, o cortándolas, para impedir a sus compañeros que asistan a sus puestos, amenazándolos por no compartir una medida que más que reivindicativa es el comienzo de una campaña opositora de cara a las elecciones legislativas 2013.

Las luchas de los trabajadores por los cambios transformadores de la realidad socio-política, revolucionarios, se concretan cuando del ruedo movimientista se traslada al de la política. Y el condimento fundamental es una rotunda vocación de poder. Vocación que no es voluntarismo. Mucho menos cuando es la derivación de la protesta a tan sólo una pelea economicista, tal como se plantea en la actualidad en la Argentina y en gran parte del mundo por un sindicalismo cooptado por las patronales, de pura esencia socialdemócrata que renueva preeminencia a partir de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, del colapso de la Unión Soviética y "la mundialización del capitalismo".


Se trata de un sindicalismo que omitió pronunciamiento crítico hacia las dictaduras genocidas de Latinoamérica. Claro, con heroicas excepciones de luchas, como aquel “Cordobazo” de 1969 con Agustín Tosco, Atilio López y otros dirigentes de igual envergadura; también la CGT de los Argentinos, fracción de la Confederación General del Trabajo, la central obrera nacida a mediados de 1940 al calor del peronismo. 



Y, como se comprueba en cada repaso de nuestra historia, lejos se está de que todo pase y haya pasado en la metrópolis nacional. En Mendoza, fue ejemplo el ferroviario Juan Palavecino; los obreros vitivinícolas Antonio García y Héctor Brizuela, ambos asesinados por el terrorismo de Estado en 1976; Agustín Espósito del área de la construcción; Luciano Baca de los trabajadores de prensa; los y las docentes Martha Rosa Agüero, Florencia Fossatti, Marcos Garcetti y Mauricio López.



Pero muy otro fue el mismo sindicalismo que acompañó al menemismo en la destrucción de las fuentes de trabajo a través de las privatizaciones de las empresas nacionales, las más críticas y estratégicas para la soberanía nacional: el transporte, las comunicaciones, la banca y las finanzas en su totalidad; la soberanía alimenticia, la promoción de los monopolios extranjeros. Ese sindicalismo permitió la destrucción de las fuentes de trabajo y superamos en aquellos años el 20 por ciento de desocupación. 



Todo se remató por nada y se entregó a la voracidad capitalista con el acompañamiento del sindicalismo de la ortodoxia justicialista, pseudo-peronista. Dirigentes que se transformaron en capitalistas, siendo el Cassia padre –dirigente petrolero- uno de los más emblemáticos de ese sindicalismo burocrático y negociador del sudor y el esfuerzo de sus representados. 



La crisis de los años 2001 y 2002 puso al país en pie de movilización, se levantaron sus sectores más vulnerados, los pobres más pobres, los marginados. Sucedió también, por la misma época, en el resto de Latinoamérica -con excepción de Chile, Perú y Colombia- con gobiernos que pusieron la visión en la necesaria creación de aquella Patria Grande de Bolívar y San Martín. Y entonces Chávez, Lula, Kirchner, Correa, Evo, Mujica y la derrota del ALCA.



Esta incipiente radicalización política que impregnó gobiernos de Estados burgueses en la región, también reabrió la discusión de la estrategia para enfrentar al poder capitalista. Y allí salpicaron teoremas como los de Toni Negri y John Holloway, que plantean la falsa perspectiva de los cambios estructurales, revolucionarios, sin tomar el poder. Aquello de la horizontalidad y la autonomía, que en la Argentina de la crisis del 2001-2002 algunos sectores supusieron que eran los nuevos modos de organización y los nuevos sujetos sociales para el cambio, nacidos en el rescoldo del asambleísmo y el piqueterismo. Finalmente, sólo fueron escarceos, con apenas una práctica de cambios evolutivos en el marco de lo nacional.



La historia posterior y reciente tiene semejanzas con aquel primer peronismo del Estado de Bienestar, que en su momento se lo denominó también la revolución democrático-burguesa, o sea de las transformaciones de fondo en el mismo marco del Estado burgués. Su crisis y descenso no terminó en el ocaso, paradojalmente, por quienes lo quisieron destruir -el partido militar, el oscurantismo católico y el gorilismo político, con el soporte ideológico del imperialismo yanqui-. 



El peronismo, hoy el kirchnerismo, es un fenómeno que no encaja en ningún parámetro de la ortodoxia sociológica y politológica, y no tiene parangón en ninguna otra parte del mundo, menos en Latinoamérica. Pero claro, son señales que pueden alumbrar las estrategias para la revolución socialista e internacionalista.



No es el rumbo que van a tomar los Moyano, ni los Barrionuevo, ni los Pedraza, ni los Momo Venegas, ni los Palazzo. La ofensiva contra el “cristinismo” es un mejunje de economicismo muy débil y un fuerte sacudón político. La estrategia no es construir sino desestabilizar. Destruir lo alcanzado por esta actualizada etapa del Estado de Bienestar, o como quiera llamársele, de la mano del enemigo principal del pueblo: la Sociedad Rural, los monopolios mediáticos, las corporaciones internacionales, el oscurantismo religioso. Todos, todos bajo el paraguas del imperialismo. 



Y por eso la lucha por el pan, paz y trabajo de los pueblos del mundo es una lucha contra el imperialismo, los poderosos amos del mundo. La lucha contra el capitalismo para el logro del socialismo.