Asunción militante o principismo inconducente
Daniel Gonzalez Almandoz
APAS
Los procesos emancipatorios de la región
atraviesan un momento clave para trascender las respuestas a necesidades
materiales hacia nuevos modos de construir sus contratos sociales. Para ello
será indispensable que los sujetos populares asuman sus responsabilidades para
que las contradicciones de todo proceso sociopolítico se resuelvan a su favor.
Venezuela, la
América del Sur post neoliberal se encuentra en un momento
clave tanto para la consolidación de políticas de carácter emancipatorio como
para avanzar, con mayor grado de ambición, en el establecimiento de modos
distintos de contratos sociales que se expresen en las prácticas políticas,
culturales y económicas de la región.
Todos los análisis
post electorales coincidieron, muchas veces como lugar común, en lo importante
que es la reelección de Chávez para el futuro regional. Buena parte de estas
opiniones responde a una mirada clásica en donde la integración es considerada
de manera principal, cuando no única, en términos de relaciones económica,
balanzas comerciales e intercambios mercantiles capitalistas tradicionales.
Aún cuando estos
análisis son acertados -es indudable que la continuidad en Venezuela y su
reciente ingreso al Mercosur elevan al bloque en un actor central en la
geopolítica planetaria-, el gran valor de la revalidación de la propuesta del
Socialismo del Siglo XXI es que obliga de manera regional a trascender lo
realizado hasta aquí por parte de los Estados que disputan poder a la lógica
capitalista más ortodoxa.
Hugo Chávez superó
a Henrique Capriles en una forma tan contundente que obligó al conservadurismo,
tan proclive a desconocer con falaces denuncias de fraude a los triunfos
populares, a valorizar y destacar la transparencia y veracidad de los
resultados. Tanto el presidente como distintos funcionarios de su gobierno, al
día siguiente, dieron indicios del camino a seguir.
Es el caso de Juan
Carlos Loyo, ministro de Agricultura y Tierras, quien en declaraciones a Unión
Radio aseguró tienen la decisión de “profundizar y seguir con la política de
recuperación de tierras. En ese sentido decimos que no es expropiar, es recuperar,
es volver a los orígenes tierras del pueblo y de los indígenas, pero ahora
incorporando la producción eficiente y con el objetivo de lograr la
comercialización eficiente. Que ese producto que se cultiva o se pesca no
termine en manos de las roscas que especulan sino que vaya a la familia
venezolana”.
Como se sostuvo en
la previa, si las elecciones en Venezuela eran centrales para el futuro de las
experiencias populares de la región, de manera concreta en lo que ocurre -con
sus diferencias y singularidades- en Ecuador, Bolivia y Argentina; sus
resultados también obligan a estos Estados a profundizar sus logros.
Esto implica dos
cosas: por un lado, consolidar el ciclo de soluciones a las insuficiencias
materiales de los sectores subalternos. Por otro, y a la par del primero,
producir las transformaciones que den forma a otro modo de acuerdo social que
se manifieste en las prácticas cotidianas.
En otras palabras,
más allá de las particularidades denominativas que se presenten -Socialismo del
Siglo XXI, Capitalismo Andino o modelo Nacional y Popular- todas estas
experiencias tienen la posibilidad de comenzar a dar resoluciones a las
contradicciones propias que se presentan a su interior, que como hemos
sostenido en diversas ocasiones nunca son definitivas ni clausurantes.
El carácter de esas
resoluciones definirá el modelo de los próximos años: o continuidad inclusiva en el marco de un capitalismo
ordenado en el cual la política conduce a la economía; o latinoamericanización cultural, en donde las prácticas políticas, sociales y
económicas tengan como soporte en cosmovisiones y epistemes autodeterminadas y
autoafirmadas que permitan que la suma integrada de los Estados de la región se
inserten desde su soberanía y características singulares en una escena mundial
que se encuentra en una profunda reconfiguración.
Dicho de otro modo,
el desafío de fondo se instala en el camino de la construcción de un modo de
entender a lo social y a la historia con patrones propios; con diversos grados
de coincidencias y diferencias respecto de otras experiencias, tanto dominantes
como subalternas, pero que no está determinada por la matriz que hegemonizó
como universal al orden mundial.
Estas opciones no
son antinómicas, sino que la segunda constituye una modificación de patrones
que necesariamente incluirá a la primera, dándole no sólo continuidad sino que
también la fortalecerá y profundizará al soportar de manera integral al espacio
de lo material, proponiendo así un estadio superior del proceso de
emancipación.
Por fuera de ellas,
por supuesto, permanecerá la confrontación con la siempre acechante posibilidad
de restauración conservadora. Y por esto es necesario pensar al sujeto de la
profundización; y las responsabilidades que debe asumir ese sujeto.
De manera inevitable,
todos los procesos rupturistas que tienen lugar en la región son complejos y
contradictorios. Y no podría ser de otra manera, si la decisión es disputar
poder de manera real y aplicar políticas concretas que no sólo incluyan y
reivindiquen sino que también permitan la asunción protagónica en la toma de
decisiones de sujetos populares.
Las contradicciones
también alcanzan a las avanzadas deconstructivas que se formalizan contra esos
sujetos populares. Así como al interior de los modelos que venimos desandando
aparecen sujetos antagónicos compartiendo espacios y responsabilidades
subordinados a las líneas políticas emancipatorias propuestas desde los
Estados; en las oposiciones ocurre lo mismo, aunque de manera inorgánica, pero
en última instancia sentando las bases para la reconstitución de los sectores
conservadores.
Es cierto que al
interior de estas experiencias aparecen decisiones y actores controversiales y
que no responden a los fundamentos y bases que las sostienen, como por ejemplo
las posiciones estatales en las disputas salariales en Bolivia; o la presencia
de exponentes del sistema mediático concentrado en los actos contra la pronta
puesta en marcha de la Ley
de Servicios de Comunicación Audiovisual en Argentina. No reconocer esto es no
entender la complejidad del entramado social.
Pero pretender y
promover que estas situaciones deslegitiman o anulan las innegables medidas,
políticas, acciones, soluciones y expectativas de corte inclusivo que se han
dado en el nuevo siglo es instalarse en una equivocada perspectiva principista
de corte purista. Ésta se expresa habitualmente desde ciertas izquierdas
anacrónicas. Pero también en un devenido progresismo que tiene sus propias
necesidades satisfechas a costa de las carencias sufridas por los más pobres
entre los pobres; y que prefieren la tranquilidad de sus conciencias y la
pureza de sus identidades, a participar y disputar hegemonía al interior de
procesos que, aún con aquellas contradicciones, aplican acciones que modifican
de manera concreta las condiciones materiales de existencia en beneficio,
todavía provisorio, de los sectores populares.
Tomando la idea de
Carlos Almenara, miembro del colectivo argentino Carta Abierta, y actual
delegado de la
Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual
(AFSCA)en la provincia de Mendoza, aquí hay “un problema vinculado a cómo esas
identidades operan en dos planos paralelos: el de una tradición y el de una
construcción presente. Es fácil ver a lo largo de la historia argentina del
siglo XX cómo entraron en colisión las tradiciones con las construcciones. Esa
identidad como tradición, ese grito que ‘me’ expresa y le dice al mundo quién
soy, encarna muchas veces una voz propia, permite ‘pensar-me’ en el mundo,
situado, permite construir conciencia de mi situación desde un lugar. Me
permite abrazar al otro porque sé desde qué lugar puedo abrazarlo”.
“Pero las
identidades políticas no siempre funcionan así”, continúa Almenara. “Muchas
veces actúan como juegos de máscaras y espejos que sirven a señores sentados al
borde de la sala, en la penumbra. La identidad se vuelve, así, no una
posibilidad de ser en el mundo sino lo contrario, la de un ser inauténtico, la
voz de un otro. La alienación es lo contrario de lo propio. Lo propio, lo
auténtico, tampoco es, porque no es posible, autónomo. Lo propio de cada uno de
nosotros es la voz que hemos construido en nuestro proceso de socialización.
Por eso lo propio no es esencial ni inmutable, puede cambiar, evolucionar”.
Por esto cobra
importancia central la posición que asuman los diversos sectores populares,
obligados a superar falsos antagonismos para incluirse a los movimientos que
impulsan estas transformaciones, o bien a hacerse cargo de cómo sus
definiciones, en tanto prefieran la deconstrucción desde afuera en vez de la
disputa de poder al interior de los proyectos, tornen más lento el proceso de
transformación, e incluso abonen el campo para el retorno de las condiciones de
explotación y dominación a la cual se acostumbró, convencida de ser su destino
inexorable, Latinoamérica.