Campora al gobierno, Perón al poder


Si bien era previsible una victoria peronista, los casi seis millones de votos obtenidos por la fórmula Héctor J. Cámpora - Vicente Solano Lima superaron todas las previsiones de los analistas políticos. El protagonismo de sectores juveniles del peronismo, las enormes movilizaciones populares que signaron la campaña y aún la plataforma electoral que había presentado el Frejuli, parecieron indicar que el país se había corrido hacia la izquierda. La presencia del chileno Salvador Allende, y del presidente de Cuba Osvaldo Dorticós en la asunción de Cámpora, reforzaban esta idea. Sin embargo, eran muchos - y muy disímiles ideológicamente- los sectores del peronismo que reclamaban el triunfo como suyos: la ortodoxia sindical y la derecha partidaria por un lado; la Juventud Peronista y las organizaciones guerrilleras
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AQUEL 11 DE MARZO
Por Ernesto Jauretche
EL 11 DE MARZO DEL 73
Por Carlos Eichelbaum
LA HORA DE CÁMPORA
Por Jose Pablo Feinman
RESULTADOS DE LA ELECCION
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AQUEL 11 DE MARZO


“El verdadero tiempo de la historia es el presente”
( Armand Mattelart )

 Ernesto Jauretche

El 11 de marzo de 1973 será recordado en la historia como el día en que el pueblo peronista recuperó la democracia para todos los argentinos. Para nosotros, los militantes de esa época, fue el día en que las millones de manos que introdujeron en el sobre la boleta del FREJULI materializaron un sueño. Tan real como  ese encuentro espontáneo en la esquina de Oro y Santa Fe donde “el tío” Cámpora aparecía pletórico a saludar a la multitud rodeado de jóvenes combatientes por la libertad en los balcones de la casona vieja sobre la marquesina de La Burdalesa.

Vale la pena meditar hoy sobre los antecedentes de esa victoria popular.

Ese 11 de marzo el pueblo argentino pudo expresarse libremente, por primera vez desde que en 1955 el golpe apoyado por radicales, conservadores, comunistas y socialistas, la llamada Revolución Libertadora, había tronchado un sueño de libertad, de soberanía y de justicia.

Durante esos 18 años habían ocurrido hechos oprobiosos: el Decreto 4161/55 firmado por Aramburu-Rojas-Alsogaray (que fue Ley en 1962 y conservó vigencia hasta después de Junio de 1963, cuando la Corte Suprema ratificó la constitucionalidad de esa norma que proscribía electoralmente al peronismo para despejar el camino del poder a Arturo Humberto Illia) es un ejemplo monstruoso de la iniquidad con que la llamada clase política de la época acompañó la brutalidad de los fusilamientos y el acoso de que fue víctima la mayoría electoral del país.

Pero también sucedieron acontecimientos cuya lectura resuena en ecos aleccionadores para nuestro presente.

Cuando fue desalojado del Estado, el pueblo se albergó en sus organizaciones sociales. Abolida la democracia política, la democracia popular se refugió en todo tipo de organizaciones libres del pueblo.

Fábrica por fábrica se votó en la elección de Comisiones Internas, dando muestra de la vocación democrática y unidad de la clase trabajadora argentina.

Florecieron el mutualismo, las cooperadoras escolares, hospitalarias y de trabajo y consumo, las asociaciones de ayuda social y de consumidores, la agremiación de profesionales, docentes y alumnos, las entidades educativas y culturales de base y hasta los clubes deportivos.

En todas partes, donde se juntaban más de tres frustrados ciudadanos, se organizaban de manera solidaria para defender sus intereses. Y burlando la proscripción política, las organizaciones sociales prolongaron a pesar de todo el negado ritual de padrones, listas, urnas, cuarto oscuro, fiscales.

Esos movimientos sociales -por más diverso que fuera su origen, sus objetivos y sus proyectos- poseían rasgos comunes, y similares a los que protagonizan la política argentina en nuestros días.

Provenían del rechazo al fraude de una democracia irrepresentativa, que negaba la concurrencia u ofrecía opciones indeseables; participaban repudiándolas (como en el caso de los votos en blanco) o desnudando la farsa (como al elegir al obrero Andrés Framini gobernador de la provincia de Buenos Aires). Así, durante años, el movimiento social disputó palmo a palmo el monopolio de la representación política a los partidos.

Aprovechando los márgenes de la legalidad, se constituían bajo formas organizativas de inspiración libertaria (en 1965 y 1966, en los Planes de Lucha de la CGT, llegaron a autogestionar miles de fábricas “tomadas”). Las decisiones se adoptaban en asambleas, en una práctica democrática de fuerte rasgo plesbiscitario. Y sus conducciones exponían el mandato a constantes pruebas revocatorias.

La precariedad de sus recursos y la frecuente clandestinidad, las obligaba a asumir métodos de gestión sumamente eficaces y fluidos y a abominar toda burocracia. Por fin, la cercanía entre los asociados y el riesgo a que se exponían, imponían trasparencia y lealtad: la ética gobernaba las conductas individuales y asociativas.

Aunque su actividad reivindicativa se orientaba hacia objetivos determinados sectorialmente, éstos representaban demandas concretas y cardinales para la vida de toda la sociedad (trabajo, vivienda, salud, educación, etcétera). Y las soluciones prácticas y sensatas que proponían las emparentaba en sus luchas con las de las otras organizaciones sociales comprometidas con un cambio de la situación social, económica y política imperante, excluyendo sin embargo toda voluntad de apropiación.

Esa suma, que se manifestaba en una movilización constante de todos los sectores sociales en todo el territorio del país, desestabilizaba a las instituciones del régimen pero no lograba abrirle el acceso al poder político, dando origen a lo que algún sociólogo calificó como “empate hegemónico”.

El fundamento último de esa asociatividad pivoteaba sobre el eje que siempre caracteriza a las organizaciones del pueblo: la solidaridad. Por lo tanto, como hoy, sus fines disentían radicalmente con los proclamados por las doctrinas neoliberales.

En ese marco general se inscribieron las múltiples tendencias ideológicas y políticas que enriquecieron el proceso de formación de conciencia del pueblo argentino en aquellos años de ilusiones: clasismo, izquierdas parlamentarias y revolucionarias, cristianos y clerecía progresista, organizaciones político-militares y sindicalismo combativo y revolucionario se nutrieron de esa experiencia de militancia social.

Hacia 1973, la fortaleza formidable de ese movimiento popular, aportando cada una de las organizaciones sociales sus competencias y métodos, arrinconó al Partido Militar y a sus aliados políticos, aislándolo y combatiéndolo con huelgas, movilizaciones e insurrecciones.

Obtuvo enormes victorias en el terreno de las reivindicaciones económicas y laborales, logró el retorno de Perón y, cuando arrancó la posibilidad de canalizar su energía renovadora a través del sistema representativo, rompió la proscripción de las mayorías y ganó las elecciones.

En esa circunstancia, el gran movimiento social tuvo la sabiduría de adaptarse al orden constitucional, amparándose en las formas de diversos partidos políticos para legalizar su participación en la justa final por el poder. Los radicales juntaron adhesiones con Ricardo Balbín como postulante; el desarrollista Oscar Alende encabezó un acuerdo progresista; el grueso de las fuerzas conservadoras se alineó tras el “candidato joven”, Ezequiel Martínez, caballo del comisario de Lanusse, y la izquierda paleolítica, como siempre, confluyó en una efímera coalición.

El Movimiento Peronista, parcialidad predominante del movimiento social de la época, se constriñó hasta caber dentro del corset jurídico del Partido Justicialista y armó un vasto arco de alianzas: el Frente Justicialista de Liberación, que obtuvo más votos que todos los demás juntos. 

Pero esta victoria no escatimó esfuerzos ni arrugó frente a los riesgos. Innumerable cantidad de dirigentes sociales fogueados en casi dos décadas de luchas legales, semilegales y hasta clandestinas acudieron al llamado a una afiliación masiva a los partidos políticos.

El activo de las organizaciones sociales blanqueó sus nombres y domicilios ante una justicia todavía servil al poder militar y padrones partidarios que fueron a dar a manos de traidores y corruptos. Había que ganar las “internas”. Pero después tampoco fue fácil la convivencia entre los recién llegados -inexpertos y a menudo ingenuos en esas lides-, los desplazados por la irrupción de un activo dinámico y moderno y la vieja guardia cuyas fullerías partidocráticas venían a extirpar. Pero se aprendió también a convivir, defendiendo políticamente ideas y convicciones; a veces ganando  y otras perdiendo, pero siempre disputando milímetro a milímetro cada espacio de poder.  

El conflicto social por la apropiación del excedente económico socialmente generado, había dado un salto en calidad: pasó de la fragmentación de las luchas reivindicativas, asaltó los Partidos Políticos y conquistó el Estado. Fueron las fuerzas veteranas que habían librado mil luchas sociales las que desde una renovada práctica política rompieron el cerco a que la partidocracia sometía a las jóvenes generaciones militantes y penetraron la democracia hegemonizada por los políticos del enjuague, el clientelismo y la exclusión. 

No está de más aclarar que semejantes esfuerzos de lo nuevo no alcanzaron para poner en retirada a las viejas fuerzas aliadas de la dependencia y el despotismo. Pero fue muy alto el nivel alcanzado históricamente por la libertad y el respeto a la soberanía popular.

Se  habían quebrado 18 años de proscripciones al movimiento mayoritario. Y la militancia había aprendido dos cosas: que en cada coyuntura histórica, apenas si somos eslabones de una larga cadena siempre inconclusa; y que la política es contingente y hay que saber avanzar concretando los sueños poco a poco. Paso a paso, porque “la victoria final” es una zoncera.

Hoy, el proceso de reconquista de los espacios políticos por parte de un joven movimiento social está en marcha: avanza en la construcción de organizaciones económicas, sociales y culturales y mejora la calidad de su participación en el cambio de rumbo que Kirchner ha impuesto al estado. 

Concurre hacia una nueva democracia, donde el pueblo no sólo espera ser convocado cada cuatro años a votar, sino que cotidianamente cuestiona a sus dirigentes políticos, se mantiene activo frente a las amenazas del poder financiero y el capital concentrado y alerta ante el mensaje de los medios masivos de comunicación, y se organiza para expresar y defender sus intereses.

Esa militancia rechaza con mayor énfasis cada día el mensaje nihilista con que el neoliberalismo alienta la indiferencia y la resignación. Es hora de que los contumaces dirigentes del sistema político decrépito comprendan que la defensa del viejo orden y sus privilegios contribuye también al éxito de la política de la antipolítica.

EJ/

N&P: El Correo-e del autor es Ernesto Jauretche <ejauretche@yahoo.com>

Prensa Alternativa Diario Mar de Ajó (el diarito) Prensa Popular

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A 34 AÑOS DEL TRIUNFO DE CAMPORA:
UN HITO EN LA HISTORIA POLITICA DEL PAIS MEMORIA

EL 11 DE MARZO DEL 73

Un triunfo histórico del Justicialismo y abrió las puertas al regreso definitivo de Perón,
 luego de 18 años de exilio

Carlos Eichelbaum.


Fue un hito, el momento de la transición de dos etapas de un mismo drama histórico.

Más allá del final de ese proceso, cuando el 24 de marzo de 1976 el drama se confirmó en tragedia anunciada, el triunfo electoral peronista del 11 de marzo de 1973 marcó posiblemente el pico más alto de participación popular en la dinámica política e institucional del país.

Representaba la consumación del Luche y vuelve, la consigna con la que el peronismo, a partir del Cordobazo de 1969, había decidido enfrentar la pelea para poner fin a los largos años de proscripción y exilio de Perón.

Se asumía, además, como la confirmación de aquella otra consigna, específicamente de campaña, que decretaba la elevación del candidato Héctor Cámpora al gobierno, para que Perón retornara al poder.

Como ninguna otra, la consigna Cámpora al gobierno, Perón al poder resumía el carácter épico que adquirió la campaña.

Para los peronistas de siempre, para la inmensa masa de recién llegados, los protagonistas especialmente jóvenes del fenómeno de la peronización de las capas medias, se trataba de romper la trampa impuesta por el régimen militar.

Como parte de un proyecto continuista del régimen militar, conocido como el Gran Acuerdo Nacional, el general presidente Alejandro Agustín Lanusse; el ministro del Interior, el radical Arturo Mor Roig; el secretario de Información Pública Edgardo Sajón y algunos otros operadores de la época habían imaginado una jugada con dos caras:

La creación de una candidatura oficialista, encarnada por el brigadier Ezequiel Martínez, el mismo que el 17 de noviembre de 1972 había mantenido virtualmente preso a Perón durante algunas horas, en Ezeiza.

Se determinó una cláusula que exigía a los candidatos a presidente un tiempo largo de residencia continua en el país en el período anterior a las elecciones, que hacía imposible la candidatura de Perón.

La movilización del peronismo, sobre todo de sus sectores más combativos, galvanizó la opinión mayoritaria a favor de la candidatura de un leal de toda la vida, Héctor Cámpora, acompañado por el dirigente conservador Vicente Solano Lima.

En esa onda de opinión, además de la épica revolucionaria de algunos, del desgaste del consenso de los militares en el poder, pesó también la sensación de que sólo el peronismo era capaz de contener, de canalizar, el proceso de militarización global de la política que encarnaban las organizaciones guerrilleras.

Enfrente, la candidatura del viejo caudillo radical Ricardo Balbín parecía diluida entre el abrazo con Perón del 72, por un lado, y la participación de Mor Roig en el armado oficialista por el otro.

Oscar Alende y su Alianza Popular Revolucionaria expresaban una variante de la izquierda sin la épica de la izquierda peronista, y la Alianza Popular Federalista de Francisco Manrique, ex ministro de Bienestar Social de Lanusse, parecía otra cara de la estrategia continuista del Ejército.

Mientras duró la campaña, el tono del proselitismo peronista lo marcaron los contingentes militantes de la JP, y la flamante imagen de combativo del propio Cámpora.

El triunfo en las urnas con casi el 50 por ciento de los votos hizo inútil otra cláusula incorporada por los militares, la de la segunda vuelta electoral.

Después del 25 de mayo, el día de la asunción de Cámpora, vendría la gran contraofensiva de los otros sectores del peronismo.

Después vendría el 20 de junio, los tiros en Ezeiza en el segundo regreso de Perón y la renuncia de Cámpora.

CE/
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1 Enero 2007
Servido por caffereggio
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LA HORA DE CÁMPORA


José Pablo Feinmann
Página 12

Los acontecimientos que todos conocen relegaron a un lugar de insignificación un hecho que merece trascender. Su protagonista es un buen tipo.

Vamos a decirlo primero así, como lo decimos en la Argentina, donde les decimos buenos tipos a los tipos que, en efecto, son buenas personas, no traicionan, saben ser amigos, no roban, son puros, tienen una moral y no sólo la tienen sino que la practican.

De esos tipos, pocos.

Con los dedos de la mano alcanza para numerarlos. A los buenos tipos además –sin solemnidad, sólo con gran respeto– les decimos “hombres buenos”. “Hombres dignos.” Y, sin demasiado esfuerzo, los queremos, se nos hace fácil quererlos. Facilidad que ellos hacen posible.

Estoy hablando de Héctor Cámpora.

El jueves 28 de diciembre, en el Salón Blanco de la Casa Rosada, el hijo y los nietos de Héctor Cámpora le entregaron al presidente Kirchner el bastón y la banda presidencial que fueran de su padre, de su abuelo. Uno no va a muchos lados.

Uno, cada vez más, es de salir poco.

Hay mucho que hacer, ya no somos jóvenes y la obra está sin terminar. Sabemos que nunca vamos a escribir nuestro mejor libro, pero lo seguimos intentando.

Sin embargo, si se trata de recordarlo a Cámpora, uno está ahí. Sabe por qué. Uno dice “Cámpora” y piensa en la primavera.

Muy pocos pueden convocar algo tan florido, la mejor estación del año, los pibes en los parques, los pájaros y el amor a todo trapo. Porque la Primavera de Praga es de Praga, pero no es de ningún tipo. En cambio, la Primavera Camporista es de Cámpora, lleva su nombre.

¿Qué es políticamente una primavera?

Es un raro momento de la Historia en que creemos que en el futuro espera la felicidad, tal como la sentimos en el presente y aún mejor. Un momento en que la Historia parece, para siempre, nuestra.

Tan nuestra que nadie nos la podrá quitar. Durante la Primavera tenemos una visión lineal de la Historia: la Historia avanza, incontenible, en la dirección de nuestros deseos. Más aún: la Historia existe para que, en ella, se realicen nuestros sueños.

Eso fue la Primavera Camporista. Duró poco. Fue un romance juvenil y todos sabemos que los romances juveniles son intensos, locos, pero breves. (Años después hubo otra primavera: la de Alfonsín y el Juicio a las Juntas. Pero terminó mal, negándose, y el abogado de Chascomús se deshilachó sin remedio y por su propia mano.)

Cámpora no parecía destinado a ser un revolucionario. (Porque esto, objetivamente, terminó por ser.) Durante el primer peronismo, ese que pinta Santoro con los colores de un Paraíso Perdido,

Cámpora era un simple dentista, un hombre de San Andrés de Giles que arrimó un bochín al corazón del Poder. Era obsecuente, y era feliz con la obsecuencia. Quería tanto a Perón y a Evita que no hacía otra cosa sino lo que le decían.

Hay una anécdota (seguramente falsa: tiene un tufillo indisimulable de sorna y desdén oligárquico, pero es ingeniosa) que lo muestra siguiéndola a Evita, siempre apurada, siempre afiebrada por la acción, y Cámpora, fiel, detrás de ella y ella, de pronto, le pregunta: “Che, Camporita, ¿qué hora es?”. Y Cámpora dice: “La que usted quiera, señora”. Divertida la anécdota, pero como dije: falsa. Es inimaginable que una mujer como Evita no tuviera un reloj. Y caro.

Pasan los años y Cámpora pasa a ser el delegado de Perón, que está en Madrid, exiliado. Y aquí empieza a pasarle algo raro. Empieza a conocer a los pibes de la izquierda peronista. Se lleva bien con ellos.

Los pibes le dicen “Tío”. Y a Cámpora le gusta: ¡ser el Tío de todos esos muchachos ruidosos, quilomberos y, algunos de ellos, amigos de los fierros! A los fierreros Perón les dice: “formaciones especiales”. Era la forma de integrarlos.

Perón integraba todo, todo le servía, lo bueno, lo malo, lo infame. Se creía el gran ajedrecista de la Historia, el Mago que podría conjurar todos los infiernos de un país en llamas. Cámpora sale elegido para ser Presidente. Perón está proscripto, ¿quién, entonces, sino Cámpora, el fiel, el leal Camporita para tomar su lugar?

El 11 de marzo de 1973 gana cómodo. Le hacen, a la noche, un reportaje en la TV y dice: “¡Basta de golpear a nuestros muchachos!”.

Le habían dicho que la policía golpeaba a los militantes que festejaban el triunfo. Tiene a su lado, como compañero de fórmula, a un conservador, Solano Lima, también sobrepasado por los hechos. Otro buen tipo.

El 25 de mayo asume. La plaza es una fiesta sin límites. Vienen Allende y Dorticós. Oigan, no es una fiesta del populismo. Y si no, digan que Allende y Dorticós eran populistas.

Es la jornada más triunfal de la izquierda revolucionaria en la Argentina. Cámpora dicta la ley de amnistía y todos los presos salen a la calle, a festejar, a vivir la primavera. Allende, por televisión, dice: “¿Cómo no le habrá de ir bien a este gobierno?

Vean ustedes el apoyo de masas que tiene”. Le faltaban tres meses para caer. A Cámpora, 45 días. Restablece relaciones con Vietnam del Norte. Dice un discurso combativo desde el balcón de la Rosada.

Luego intenta gobernar. Perón lo llama a Madrid. (Esto no sé si es antes o después de asumir: hay que preguntarle a Bonasso, que lo quiso, como todos, mucho.) Perón, duro y fiero, le reprocha sus vínculos con la JP. Cámpora, rebelde, ya no obsecuente, le dice: “Usted pensará como quiera, general. Pero si yo soy Presidente es por usted y por la Juventud Peronista”.

La Historia, que es azarosa, laberíntica, lo había puesto en el lugar del revolucionario. Las masas juveniles estaban con él.

Los militares, al acecho, ya tienen su nombre en la peor de las listas, la de los que deben morir. Vuelve Perón, estalla lo de Ezeiza y en pocos días más, entre los sindicatos, Osinde, López Rega y el general Perón al frente de este comando fascista, de estos héroes de la “etapa dogmática”, del giro a la derecha, de la negociación con los milicos o, mejor dicho, de la claudicación ante un Ejército que exigía normalidad, basta de tomas de fábricas, basta de ese petardista de Galimberti proponiendo milicias populares, basta de primaveras imprudentes, subversivas, lo tiran al Tío por la ventana, sin asco ni respeto.

Murió exiliado en la embajada de México. Llevaba años ahí. Si Videla lo agarraba lo hacía desollar vivo y en su presencia, para gozar. Murió de un cáncer que no pudo atenderse adecuadamente: una embajada no es un lugar para curar un cáncer ni, peor aún, para amenguar su dolor.

Los milicos lo odiaban como a uno de sus peores enemigos: esto lo honra. “Fue un hombre digno”, dijo Kirchner al recibir los atributos que el hijo y los nietos le entregaron.

“Che, Camporita, ¿qué hora es?”

Es la suya, querido Tío.

La hora en que lo recordamos como lo que usted fue. Algo insólito, extraordinario: un hombre bueno.

Llevamos su primavera en el corazón. La llevamos, entre otras cosas, porque nunca más tuvimos otra.

Pero todavía estamos aquí, y esperamos.

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RESULTADOS DE LA ELECCION

Elección: 11 de Marzo de 1973 -

Frente Justicialista de Liberación Nacional (Frejuli)
5.907.464 (49,59 %)
Unión Cívica Radical (UCR)
2.537.605
Alianza Popular Federalista (APF)
1.775.867
Alianza Popular Revolucionaria (APR)
885.201
Alianza Republicana Federal (ARF)
347.215
Nueva Fuerza (NF)
234.188
Socialista Democrático (SD)
109.068
Socialista de los Trabajadores (ST)
73.796
Frente de Izquierda Popular (FIP)
48.571

La Unión Cívica Radical, que obtuvo el segundo puesto en los comicios, presentó una fórmula encabezada por su histórico líder Ricardo Balbín, a quien acompañaba Eduardo Gamond. La tercera fuerza fue la Alianza Popular Federalista, una coalición antiperonista que lideraba Francisco Manrique. Le siguió la Alianza Popular Revolucionaria, un frente de centroizquierda cuyo candidato era el doctor Oscar Alende. El gobierno presentó su propio candidato, a través del brigadier Ezequiel Martínez y su Alianza Republicana Federal.


Cámpora al gobierno, Perón al poder
Cámpora al gobierno, Perón al poder


Felipe Pigna
El historiador
El 11 de marzo de 1973, después de casi 18 años de proscripciones, el pueblo argentino pudo finalmente expresarse libremente en las urnas, poniendo fin a una dictadura a la que únicamente puede calificarse de dictablanda en comparación con los horrores vividos a partir de 1976. Pero a la autodenominada “Revolución Argentina”, inaugurada a la fuerza aquel 28 de junio de 1966 por el general Onganía y apoyada los principales grupos de poder y recordados y vigentes comunicadores sociales, no le faltaron las desapariciones, los bastones largos, la censura, las torturas, los fusilamientos (como los de Trelew) y los planes económicos que hacían el beneplácito de los “organismos internacionales” y determinaban el deterioro de las condiciones de vida de la  mayoría de los argentinos.
El sueño eterno de Onganía comenzó a hacerse pedazos a partir del Cordobazo, cuando el Ejército, a través de  su jefe, el general Alejandro Agustín Lanusse, comenzó a presionar al general-presidente para que compartiera las decisiones políticas con las Fuerzas Armadas y tomara conciencia de la gravedad de la situación nacional: en ella, ya no cabía su proyecto de dictadura autoritaria y paternalista sin plazos según el modelo del “Caudillo de España por la gracia de Dios” Francisco Franco. El secuestro y asesinato del general Aramburu, llevado a cabo por los Montoneros, y la incapacidad del gobierno para esclarecer el hecho fueron el detonante para un nuevo golpe interno. El desprestigio involucró al Ejército y el general Lanusse optó por permanecer en segundo plano y preservar su figura designando como presidente, en junio de 1970, a Roberto Marcelo Levingston, un general que había estado del lado de los azules, había sido jefe de Inteligencia del Estado Mayor Conjunto, era delegado argentino ante la Junta Interamericana de Defensa y cumplía funciones como agregado militar en Washington.
Contra todos los pronósticos, Levingston pretendió constituir un movimiento político propio y tomar distancia del general Lanusse. Durante su breve presidencia se incrementaron las protestas populares y la actividad guerrillera. Perón, desde Madrid, alentaba a los grupos insurgentes y hablaba del socialismo nacional como la solución para los problemas argentinos, mientras que, para frenar los intentos políticos de Levingston tendientes a trabar todo proyecto democratizador, alcanzó un acuerdo con las principales fuerzas políticas, entre ellas el radicalismo, conocido como “La Hora del Pueblo”. Los firmantes se comprometían a luchar por un proceso electoral limpio y sin proscripciones.  
En febrero de 1971, el gobernador de Córdoba, Camilo Uriburu, declaró que aspiraba a terminar con la oposición estudiantil y gremial que había llevado a delante el Cordobazo a la que comparó con una víbora venenosa. Uriburu le “pedía a Dios que le depare el honor histórico de cortar de un solo tajo la cabeza de esa víbora”. A los pocos días, el país se sacudió con un segundo Cordobazo, llamado por sus protagonistas “Viborazo”. El Viborazo puso fin a la breve gestión de Levingston y a su delirio de crear un movimiento político sin tener en cuenta la opinión del pueblo.
El 26 de marzo de 1971, Lanusse asumió la presidencia en un clima político totalmente desfavorable. La violencia guerrillera crecía, el descontento popular también, se sucedían las puebladas, Perón sumaba día a día más adeptos, y la continuidad del gobierno militar se tornaba insostenible. Lanusse, muy a su pesar, evaluó  que el principio de solución a los múltiples conflictos pasaba por terminar con la proscripción del peronismo y decretar una apertura política que permitiera una transición hacia la democracia. En este contexto propuso un Gran Acuerdo Nacional (GAN) entre los argentinos y anunció la convocatoria a elecciones nacionales sin proscripciones para 1973 pero instalando el sistema de ballotage, soñando con la unión de todo el antiperonismo en una segunda vuelta, e incluyó una provocadora cláusula que obligaba a Perón a fijar domicilio en Argentina antes del 25 de agosto de 1972.
El viejo líder movió sus piezas en aquella partida y evaluó que no le daría el gusto a Lanusse y su dictadura decadente, pero además creyó que no era conveniente que fuera él quien gobernara en el conflictivo período de transición y decidió designar a su delegado personal y ex presidente de la Cámara de Diputados durante el primer peronismo, Héctor J. Cámpora, como candidato a presidente, quien tendría una misión vicaria hasta que el balcón de la Rosada pudiera ser recuperado por el inquilino que más uso supo darle. El slogan sería “Cámpora al gobierno, Perón al poder”.
Aquel 11 de marzo de 1973 triunfó el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), con la fórmula Héctor J. Cámpora-Vicente Solano Lima, que obtuvo más de 6 millones de votos (49%) mientras la fórmula radical encabezada por Balbín llegaba a los 2 millones seiscientos mil (21%). El Comité Central de la UCR entendió innecesaria una segunda vuelta. En medio de enormes festejos populares en la que el sector más dinámico y más recientemente incorporado al movimiento, la Juventud Peronista, tuvo un innegable protagonismo, el presidente electo intentaba desde las oficinas del P.J. de Oro y Santa Fe comunicarse telefónicamente a Madrid con Perón: –Hola señora Isabel. Estamos aquí reunidos con todos los periodistas argentinos y extranjeros. Nos acompañan los compañeros de la CGT, el compañero Rucci, el compañero Coria de las 62 organizaciones, el compañero Lorenzo Miguel de la UOM y todo el Consejo Superior. Y mucha gente que se ha llegado a comprobar una vez más la solidaridad del pueblo argentino que tiene para con el general y para con usted. Y ya es un hecho cierto que el general Perón y usted tienen su residencia en la República Argentina. 
– Muchas gracias doctor, estamos muy contentos. Yo se lo voy a transmitir al general.
–Si fuera posible, señora, que yo le pudiera decir unas palabras al general se lo agradecería mucho.
–A ver un momentito, doctor.
–Gracias, señora.
Pero el momentito se fue transformando en eterno hasta que finalmente del otro lado del teléfono se escuchó aquella voz inconfundible que lamentablemente se nos tornaría tan “familiar”.
–Doctor Cámpora, López Rega le habla…1

Así estaban las cosas por marzo de 1973 cuando Cámpora se aprestaba a ocupar el gobierno y Perón el poder. Estaba claro que el peronismo había dejado hacía años de ser aquel movimiento monolítico del período 1945-1955. Ahora convivían en su interior conflictivamente distintos sectores, en algunos casos de ideología opuesta, y todos ellos parecían contar con el aval de Perón. Durante los 18 años de proscripción, habían sido muchas las incorporaciones al movimiento que desde la derecha y también desde la izquierda, se habían sumado al aparato tradicional.
El 25 de mayo asumió la presidencia el doctor Cámpora, llamado cariñosamente el “el Tío”, por ser el hermano de “papá”.  En la ceremonia de asunción del mando se encontraban presentes los presidentes socialistas de Chile, Salvador Allende, y de Cuba, Osvaldo Dorticós Torrado. La Juventud Peronista (JP) se adueñó del acto e impidió a los militares realizar el desfile tradicional. Mientras coreaban “se van, se van, y nunca volverán”, imaginaban en aquella tarde de mayo de 1973, bajo aquel cielo cargado de esperanzas, que aquella nefasta alianza entre el poder económico más concentrado, la jerarquía eclesiástica y el autoritarismo cívico-militar no tendría nunca más cabida en Argentina.   

Referencias:
1 Diálogo extraído del documental “Historia Argentina 1973-1976”, dirigido por Felipe Pigna, Universidad de Buenos Aires, Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, 2002.

Fuente