La hora de pensar a mediano plazo


Un crecimiento superior al proyectado

Desde el punto de vista macroeconómico, los resultados
de 2010 han superado todos los pronósticos, con el PIB
marchando con un ritmo de crecimiento muy firme, no inferior al
9% respecto al año anterior, dato que, habida cuenta de cómo
se expandió el consumo interno durante el cuarto trimestre y la
evidencia de una corriente positiva en materia de inversiones,
probablemente termine siendo aún ligeramente superior. No
menos importantes fueron otras señales con que concluyó
el año, las cuales, como ya se ha vuelto habitual, vienen a
contradecir a dos de los “caballitos de batalla” sobre los cuales
reiteradamente montan sus críticas los gurúes mediáticos. En
primer término, el nivel de de las reservas internacionales -lejos
de ser dilapidado poniendo en riesgo al respaldo de la moneda
nacional- llegó en diciembre a su máximo histórico (52.300
millones de dólares), y ello ocurrió pese a los desembolsos
realizados para atender servicios de la deuda pública en
dólares, decisión que tanto irritó a la ortodoxia local, sirviendo
para que ciertos dirigentes políticos anunciaran -allá por marzo
de 2010- una situación de virtual avasallamiento del BCRA y el
saqueo de sus arcas por parte del Gobierno.
En segundo lugar, se verifi có una sensible contracción
en la brecha redistributiva. Así, durante el tercer trimestre
(última información disponible) el decil más bajo, integrado
por las familias más pobres, recibió ingresos que fueron 17
veces inferiores a los del 10% más alto, cuando esta relación
era de 32 veces a la salida de la convertibilidad. Sin duda,
queda todavía un largo camino por recorrer, pero la tendencia
(y, lo que es más importante, su continuidad) no puede ser
ignorada. Tampoco puede ignorarse que la misma no surge
de la nada, sino que es consecuencia de decisiones políticas
específi cas como las subas en los mínimos salariales y
jubilatorios, la paulatina eliminación del trabajo informal y el
decreto imponiendo la Asignación Universal por Hijo. Cabe
preguntarse cuál habría sido el tamaño de la referida brecha
distributiva si se hubiera optado por enfriar la economía y
aceptar la condicionalidad del FMI para otorgarnos préstamos
destinados a cumplir con los pagos externos “sin tocar las
reservas”.
La proyección del crecimiento para el corriente año oscila
en torno al 6,5%, lo cual supone que se ratifi ca la continuidad
en la vigencia de tendencias expansivas que ya se denotaron
en el último tercio de 2009, cuando ya se había vendido
toda la cosecha anterior, y que lograron mantenerse hasta
el presente. Esto demuele el supuesto de la dependencia
absoluta respecto a lo que pase con nuestra “especialización
sojera”. Asimismo, esa tasa esperada para el PIB de 2011 ya
descuenta que, debido a condiciones climáticas adversas en
el corriente año, el resultado de la campaña agrícola 2010/11
puede ser inferior al proyectado originariamente. Si este año
termina en tales valores en los niveles globales de actividad,
continuaremos transitando por una fase larga que arrancó en
2003, donde la economía avanza a una velocidad crucero del
7,4% promedio anual.

Apuntes para el futuro

El gran tema, a partir de este punto -con el 2011 virtualmente
definido, nos atrevemos a afirmar- pasa a ser cómo actuar en
el corto plazo, diseñando estrategias dirigidas a convertir ese
promedio anual de desarrollo en la base del crecimiento potencial
que se encuentre, con un margen aceptable de certeza, en
condiciones de garantizar la economía argentina para un futuro
extendido. Recordemos que ello supone virtualmente duplicar
la tasa que en los modelos macroeconómicos convencionales
fue empleada durante los años ‘80 y ‘90 como la meta de largo
plazo alcanzable, y jamás fue lograda.
El nuevo escenario, sin duda, resulta de condiciones en
el comercio internacional más favorables y estables que las
esperadas originariamente, ya que se ha recuperado con
notable rapidez. Por ejemplo, el corriente año comienza con un
precio de la soja que ya supera los 500 dólares por tonelada
en el mercado de Chicago (en el caso de los contratos a mayo,
ese valor alcanza a los 526 dólares), los progresos alcanzados
en materia de exportaciones de origen manufacturero son
notables y, paralelamente, se asiste en los últimos meses al
retorno de capitales debido a la pérdida de atractivos derivada
de la actual baja tasa de interés en los Estados Unidos. Es
alta la posibilidad de que ambas situaciones se mantengan.
Pero las consecuencias positivas de esas condiciones
exógenas favorables resultaron potenciadas por una decisión
estratégica principal que ha sido permanentemente sostenida
por el Gobierno. Así, en 2009 se optó por eludir los efectos
de la crisis internacional cebando la expansión del mercado
interno y evitando la apreciación del peso, y durante 2010 el
crecimiento del consumo, público y privado, permitió que la
recuperación del PIB superara todos los pronósticos. Con el
mismo fi n se descartó permitir una mayor apreciación del peso.
El valor del dólar terminó 2010 plantado en 4 pesos por unidad.
También se mantienen los superávits gemelos en el balance
de pagos y en el resultado primario de las cuentas públicas,
equivalente este último a dos puntos del PIB.
Tanto las pulsiones alcistas en las cotizaciones del mercado
internacional de materias primas agropecuarias como la
propia dinámica del mercado interno, estimulado por un lado
por una mayor masa de salarios y por el otro gracias a un
gasto público que durante 2010 superó en un 32% al del año
anterior, tienen como contrapartida la suba en los niveles de
precios internos. Por ejemplo, la “canasta básica alimentaria”
exhibía, hasta noviembre pasado, un incremento anualizado
del 22,6%. La vigencia de tendencias inflacionarias, que son
inocultables, resulta incentivada por las imperfecciones en los
mercados de bienes y el propio impulso de las expectativas
alcistas instaladas en los agentes económicos. Entre otras
consecuencias, agrava las distorsiones en los precios relativos,
habida cuenta de que existen servicios que son subsidiados y
que el tipo de cambio se mantiene muy estable. En la actualidad,
los factores monetarios y fiscales tienen menor importancia en
la explicación de este fenómeno.
Para 2011 el Gobierno espera controlar las tensiones sobre
la formación de precios mediante una serie de acuerdos entre
empresarios y sindicatos. Desde nuestro punto de vista, el
resultado sería un éxito y desinflaría las expectativas hacia el
futuro, si se logra contener en torno al 20% el aumento de
los precios de todo el año, junto a una recuperación en la
credibilidad de los datos oficiales acerca del IPC y el inicio
de acciones de cambio estructural por el lado de la oferta
(desarrollar más canales de comercialización y lograr mayores
inversiones dirigidas a ampliar la capacidad productiva
interna), que permitan lograr metas más ambiciosas para los
años siguientes.
En consecuencia, puede esperarse que las actuales
condiciones, en líneas generales, se mantengan a lo largo de
2011. Si ello se confirma, es una buena ocasión para que la
política económica dirija su activismo a planificar el mediano
plazo, ya que según la mayoría de los pronósticos se espera
una tendencia a la baja en las cotizaciones de las materias
primas a partir de 2012. No cabe descartar asimismo, ya en
2011, una eventual depreciación del real brasileño (país con
el cual nuestro déficit comercial ya supera los 4.000 millones
de dólares) y que toque un piso la depreciación del dólar en
los mercados internacionales. Ambos factores afectarían
negativamente la competitividad argentina, acelerando la
actual propensión al achicamiento en el superávit comercial.
Recordemos que tanto 2011 como 2012 son los dos últimos
años de un trienio donde el Estado debe atender pagos por su
deuda pública en moneda extranjera que implican montos
significativos. El Gobierno insistirá en esa materia con la
estrategia que se mostró exitosa en 2010, utilizando parte
de las reservas de libre disponibilidad (se ha esfumado
otro de los riesgos “augurados”: el de los fondos buitre
incautando esos recursos); y ello supone mantener un
colchón de reservas, estimable en 54.000 millones a fines de
este ejercicio, cuyos impactos sobre el Programa Monetario no
serán neutros.
Todas estas señales permiten sugerir que el Gobierno
debería avanzar en el corriente año en construir las mejores
condiciones que sean compatibles con la necesidad de
superar esos riesgos y dotar de sustentabilidad a la meta de
crecimiento potencial de largo plazo. ¿Se trata de una utopía
aspirar a que, cuando termine su gestión el futuro Gobierno,
si se mantiene la tasa promedio 2003/2011, el PIB de 2015,
medido en dólares, llegara a una magnitud equivalente a
2,7 veces el valor que tenía en 2001, época en que un peso
equivalía a un dólar, cuando estalló la convertibilidad?
La definitiva solución del default con los acreedores
externos, institucionales y privados, ayudará bastante; otro
tanto supone ratificar una muy activa intervención de la
Autoridad Monetaria como instrumento para el desarrollo
económico y el financiamiento del sector público: operaría
en igual sentido el ampliar y diversificar las exportaciones,
así como extender la sustitución de importaciones,
atacar las raíces estructurales de la inflación y minimizar
la brecha en la distribución del ingreso. Todos ellos son
objetivos loables y los más compatibles con aquellos
cambios esperados en el marco externo. La condición
necesaria pasa por una mayor tasa de inversión y la
suficiente es que la misma se oriente a dotar a la economía
de una base material -realización de grandes proyectos
industriales, provisión de infraestructura energética y de
comunicaciones, ejecución de obras públicas dirigidas a
resolver las carencias sociales- que sea compatible con los
ambiciosos objetivos de desarrollo económico con equidad
exigidos por las actuales tendencias. Estos últimos, a su
vez, resultan de imposible realización si la economía no
crece acorde con sus potencialidades.
Esos emprendimientos requieren, en todos los casos, llevar
a cabo un notable esfuerzo de acumulación de capital, donde
no sólo sea tan activa la acción del Estado como ha ocurrido
desde 2003 en adelante, sino también exista un mayor
compromiso del sector privado. Esto implica mantener el
atractivo de producir y comercializar desde la Argentina. Dada
la experiencia acumulada a partir de 2003, y ésta es la novedad,
no cabe descartar que el punto de partida para ganar oxígeno
en la etapa que viene sea, quizás, provocar una devaluación del
peso que lleve el valor del dólar en el cuarto trimestre de 2011
por encima de los 4,25 pesos proyectados originariamente. Ese
movimiento podría ser precedido -explicado e inducido- por las
consecuencias de los (ya mencionados) eventuales reajustes
en el valor del real brasileño, que no deben ser descartados
como una de las medidas que tarde o temprano puede tomar
la fl amante Presidenta del país vecino.

Informe FIDE-Fundacion de Investigaciones para el Desarrollo Economico