Armenia; el exterminio de una nación

Por Roberto Bardini
publicado el 4 de abril de 2011


De 1895 a 1896 por órdenes del último sultán del Imperio Otomano, Abdul Hamid II, se masacran 300.000 armenios cristianos. En 1909 la rebelión de los Jóvenes Turcos –movimiento de universitarios y militares– derroca al genocida, pero lo que sigue es un ensayo de lo que después se conocerá como “solución final”

Foto representando a las víctimas de la masacre de armenio
s en Erzurum (actual Turquía) en 30 de octubre 1895
Wikipedia
 El 24 de abril de 1915, durante la Primera Guerra Mundial, 600 profesionales, intelectuales y artistas de la comunidad armenia en Estambul son arrestados y asesinados. Eran médicos, odontólogos, farmacéuticos, abogados, arquitectos, escritores, profesores, pintores, músicos y actores. Se les acusó de colaborar con el Imperio Ruso, enfrentado a Turquía. A partir de entonces, en un período de cinco años, un millón y medio de armenios es aniquilado sistemáticamente.

El 15 de septiembre de ese año, el ministro del Interior, Talaat Pachá, envía un telegrama a la Prefectura de la ciudad de Alepo –al norte de Siria, entonces parte del Imperio Otomano– con una directiva: “El gobierno ha decidido exterminar totalmente a los armenios habitantes en Turquía. Sin miramientos por las mujeres, los niños y los inválidos, por trágicos que pueden ser los medios de exterminio, sin escuchar los sentimientos de la conciencia, se debe poner fin a sus existencias”.

El 6 octubre, menos de un mes después, lord James Bryce, político y jurista,  comparece en la Cámara de los Comunes de Gran Bretaña y declara:
“La totalidad de la población armenia, en cada ciudad y en cada aldea, fue arrojada fuera de sus casas. Los individuos eran lanzados a la calle; algunos hombres fueron reducidos a prisión, y allí se les dio muerte, después de someterlos a tortura en algunos casos; a los demás hombres, con las mujeres, se les hizo marchar fuera de las poblaciones. A cierta distancia de éstas se los separaba. Los hombres eran conducidos a algún lugar en la montaña, en donde los soldados o las tribus kurdas, llamadas a colaborar en la obra de exterminio, les daban muerte a balazos o a bayoneta”.
Entre 1915 y 1923, cien mil armenios emigran hacia Irak, Siria y Líbano. Alrededor de 200.000 –sobre todo mujeres y niños– son islamizados por la fuerza. Mil 500 templos cristianos son destruidos. El poeta Avedik Isahagian (1875-1957) escribe: “Nacer armenio es una desgracia y vivir como armenio es heroísmo”.

En su momento, las víctimas sólo cuentan con las voces solidarias de los franceses Anatole France y Jean Jaurés, quienes intentan llamar la atención ante la indiferencia mundial.

“Desde los tiempos de Temerlán, la historia no ha vuelto a registrar un crimen tan horrendo y llevado a cabo en tan gran escala”, sostiene el historiador británico Arnold Toynbee, quien colabora con lord Bryce en la redacción del libro Las atrocidades en Armenia: el exterminio de una nación, editado en 1916,  que fue traducido y publicado en Buenos Aires ese mismo año.  Cuando Toynbee escribe esas palabras, aún no se han ejecutado las masacres de judíos en la Segunda Guerra Mundial ni las matanzas ordenadas por José Stalin en la Unión Soviética.

Henry Morgenthau, embajador de Estados Unidos en Turquía, redacta un informe que posteriormente es editado en su autobiografía, publicada en 1918, como el capítulo El asesinato de una nación. Narra el sufrimiento de mujeres y niños famélicos, deportados a pie a través del desierto rumbo a Irak o Siria, y describe torturas, linchamientos y violaciones. “Las grandes matanzas del pasado parecen insignificantes cuando se comparan con los sufrimientos de la raza armenia en 1915”, señala el diplomático.

Uruguay fue el primer país que, en 1965, reconoció el genocidio armenio. La subcomisión de derechos humanos de la ONU lo hizo recién el 29 de agosto de 1985, seguida por el Parlamento Europeo el 18 de junio de 1987. Israel, después de décadas de negarse sistemáticamente a mencionar el tema, en 1994 aceptó informalmente que los armenios fueron “víctimas de matanzas”.

Turquía niega hasta hoy el término “genocidio”. El gobierno reconoce que perdieron la vida entre 250.000 y medio millón de armenios, pero insiste en que fue “represión contra una minoría culpable de colaborar con el enemigo ruso en la Primera Guerra Mundial”.

A Hollywood, cuyos productores se han enriquecido produciendo bodrios desgarradores sobre campos de concentración, nunca le interesó el tema.