Devolución de los Trofeos de guerra al Paraguay

Por Gustavo Carrére Cadirant*

La Guerra del Paraguay, Guerra Grande, Guerra do Paraguai o Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) refiere al conflicto bélico entre el Paraguay y los tres países signatarios de la alianza estratégica -Argentina, Brasil y Uruguay-, único en el contexto regional latinoamericano por su duración y el número de víctimas en general, y las consecuencias para el país perdedor en particular.


El 1 de mayo de 1865 se firmó en Buenos Aires el Tratado de alianza ofensiva y defensiva entre la República Argentina, el Imperio del Brasil y la República Oriental del Uruguay por medio de sus respectivos Plenipotenciarios – doctor Rufino de Elizalde – doctor Francisco Octaviano de Almeida Rosa – doctor Carlos de Castro-, contra el Paraguay. En relación con las reparaciones e indemnizaciones de guerra, en el Anexo A señalaba el Art. XIV: “Los aliados exigirán de ese Gobierno el pago de los gastos de la guerra que se han visto obligados a aceptar, así como reparación e indemnización de los daños y perjuicios causados a sus propiedades públicas y particulares, y a las personas de sus ciudadanos, sin expresa declaración de guerra, y de los daños y perjuicios verificados posteriormente, con violación de los principios que rigen el derecho de la guerra. La República Oriental del Uruguay exigirá también indemnización proporcionada a los daños y perjuicios que le causa el Gobierno del Paraguay por la guerra en que le obliga a entrar, para defender su seguridad amenazada por aquel Gobierno”, y en el Art. XV: “En una convención especial se determinará el modo y forma de liquidar y pagar las deudas procedentes de las causas antedichas”. Respecto al botín de guerra, en el Anexo B expresaba el Art. II “Que siendo una de las medidas necesarias para garantizar la paz con el Gobierno que se establezca en el Paraguay, no dejar armas ni elementos de guerra. Las que se encontraren serán divididas por partes iguales entre los aliados”, y en el Art. III: “Que los trofeos y botín que fueren tomados al enemigo, se dividan entre los aliados que hayan hecho la captura”. Como consecuencia del triunfo de los aliados, y en cumplimiento de los artículos citados, se fijó la deuda a pagar y su modalidad, y se tomaron trofeos en el transcurso de la guerra -estandartes, banderas, fusiles, cañones y balas del ejército paraguayo, como así también el mobiliario del Mariscal López-.


El 20 de abril de 1883 Uruguay firmó en Asunción el Tratado de Paz y renunció al cobro de los gastos de guerra, rubricado por los cancilleres del Paraguay y de Uruguay, José Segundo Decoud Domec y Enrique Kubly y Arteaga respectivamente; en virtud de ese acuerdo, se condonó la deuda de guerra contraída por Paraguay. El 13 de abril de 1885, Máximo Santos, presidente uruguayo, solicitó al Parlamento la devolución de los trofeos de guerra tomados al Paraguay, obteniendo eco favorable.

Coincidiendo con la iniciativa uruguaya, a partir de 1903 y durante la primera mitad del siglo XX se sucedieron iniciativas parlamentarias y del ejecutivo argentino para condonar la deuda y devolver los símbolos de la soberanía paraguaya; se destacan en 1922, el proyecto presidencial del doctor Hipólito Yrigoyen y su ministro de relaciones exteriores el doctor Honorio Pueyrredón, y en 1942, el proyecto del diputado Carlos Montagna que se convirtió en ley el 12 de agosto de ese año. Así se declaró extinguida la deuda e intereses que la República del Paraguay había contraído con la República Argentina por los gastos de guerra y daños materiales, durante la presidencia del doctor Ramón Castillo. No obstante quedaba pendiente el tema de la devolución de los trofeos de guerra.

La trágica lección de la guerra aconsejaba una incipiente construcción de diálogo y confianza regional; en ese contexto se entendía que la devolución de los trofeos de guerra al Paraguay sería un hecho, siguiendo el espíritu de lo actuado con la condonación de la deuda en 1942. Sin embargo, y debido a los continuos debates internos en la política nacional, esto pudo recién materializarse finalmente doce años después, sobre la base del proyecto presentado al Congreso por el presidente argentino, general Juan Domingo Perón, consecuente con sus sentimientos americanistas; así el Senado y la Cámara de Diputados sancionaron el 6 de mayo de 1954 la Ley 14289, Devolución de los Trofeos de Guerra, promulgada el 17 del mismo mes.

El 16 de agosto de 1954 el general Juan Domingo Perón, acompañado por el general Alfredo Stroessner, quien ese mismo día asumía la presidencia de Paraguay, depositó una ofrenda floral en el Panteón de los Héroes en homenaje al soldado paraguayo; luego se dirigió al puerto de Asunción, en donde fueron desembarcados los trofeos de guerra de los rastreadores King y Muratore, de la Armada Argentina; de allí partió la comitiva encabezada por ambos mandatarios seguidos por dos carros blindados argentinos que contenían los trofeos, escoltados por una guardia del Regimiento de Granaderos Gral. San Martín, del Regimiento Acá Carayá, y de la marinería argentina. En su discurso en la Plaza Juan de Salazar expresó: “Vengo personalmente a cumplir el sagrado mandato encomendado por el pueblo argentino de hacer entrega de reliquias que aspiramos sellen para siempre una inquebrantable hermandad entre nuestros pueblos y entre nuestros países. (…) Y agradezco a Dios, fuente de toda razón y de toda justicia, que me ha permitido en este día, invocándolo desde lo más profundo de mi alma, llegar hasta aquí, no como portador, sino como un hombre que viene a rendir homenaje al Paraguay, homenaje que en estas circunstancias tengo el insigne honor de rendir en el nombre sagrado del Mariscal Francisco Solano López. Cumple al honor, a la justicia y a la grandeza de los pueblos y de los hombres rendir homenaje a los héroes que han sabido sacrificarse por la felicidad y por la grandeza de su patria. (…)”.

Así, hace 65 años, se realizaba una primera entrega de los trofeos de guerra al Paraguay; este histórico acontecimiento, uno de los principales pilares de la confraternidad argentino-paraguaya, se enmarcó en un gesto de buena voluntad y hermandad para con dicho país y pueblo hermano, ya que se trata de dos países, con una historia y cultura en común. Constituyó además un verdadero acto de reparación histórica y de justicia, que ambas sociedades reconocieron y valoraron con una visión superadora de aquella contienda fratricida que las enlutara el siglo anterior.

En un contexto geopolítico y geoeconómico de confraternidad latinoamericana debemos fortalecer como nación lazos regionales, retomando y potenciando así el espíritu de los pensamientos americanistas de Yrigoyen y Perón, con miras a un bloque único continental.

(*) El Lic. Gustavo Carrére Cadirant es especialista en Historia Militar Contemporánea

Grupo de Estudios Históricos sobre la Guerra (GEHiGue). Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani” – Unidad Ejecutora UBA/CONICET.

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