Reseña de “Terror y utopía. Moscú en 1937” de Karl Schlögel

Jesús Aller
Rebelión [x]

El año 1937 es crucial en la historia de la URSS. La industrialización está en pleno progreso y Moscú es una ciudad en ebullición desde la que se dirige todo. La constitución recién aprobada prevé cambios de funcionamiento y unas elecciones que se celebrarán en diciembre, pero de una forma extraña en los meses anteriores se incrementa la represión. Además, en la época de 1936 a 1938, importantes elementos de la cúpula del partido son eliminados en procesos con acusaciones extraordinariamente inverosímiles, mientras Nikolái Yezhov controla con mano férrea el NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos).


El historiador alemán Karl Schlögel nos habla en las secciones introductorias de Terror y utopía , recién aparecido en castellano (Acantilado, trad. de José Aníbal Campos), de su vieja fascinación por el tema del libro, lo que considera un punto de inflexión en la evolución de la Unión Soviética y el momento de consolidación del régimen de terror de Stalin. Abarcando desde finales de 1936 hasta finales de 1938, el método escogido para el análisis ha sido la selección de cuarenta escenarios que se juzgan esenciales, y su descripción pormenorizada a la luz de los datos aportados desde distintas perspectivas. El libro pretende así simplemente proponer imágenes parciales que habrán de amalgamarse en la mente del lector para formar un panorama global de aquel episodio.

Tras un recorrido por la novela El maestro y Margarita , de Mijaíl Bulgákov, en una difícil labor de exégesis buscando pistas sobre la realidad de aquel momento en Moscú, se emprende un acercamiento al rostro cambiante de una urbe en efervescencia arquitectónica con nuevas avenidas, plazas y canales, y obras aceleradas por todas partes que, conservando algunos de los elementos más valiosos de la vieja ciudad, elevan edificios emblemáticos para el que quiere perfilarse como símbolo urbano de la pujanza del poder soviético. Las cifras que expresan la magnitud de lo que se estaba construyendo resultan realmente impresionantes. Por otro lado, Moscú, que había perdido un 40% de población entre 1917 y 1920, comienza pronto a sufrir una intensa inmigración que la hace heterogénea étnica y culturalmente. En seguida habrá en ella 4 millones de almas y la superficie habitable por persona se reduce a la mitad, con lo que son comunes los pisos con varias familias, los alojamientos provisionales y los suburbios, que en un principio estaban muy mal comunicados.

Se rastrea después la transformación de Moscú en 1936 de una forma ciertamente inusitada: a partir de un análisis de las variaciones que se producen en el directorio telefónico Toda Moscú de ese año. Se eclipsan en él los datos de individuos o pequeñas empresas, y ocupan el primer plano los órganos del aparato gubernamental y la economía estatalizada, culminando una tendencia que se observaba en ediciones anteriores. El enorme complejo burocrático se exhibe así transparentemente. El libro recorre estos escenarios de poder, pero también las escuelas, bibliotecas, casas de cultura y nada menos que 138 editoriales. Hay multitud de teatros, algunos de variados grupos étnicos, salas de conciertos y cines. Este listado refleja una amalgama de gentes y relaciones sociales en la que está a punto de desatarse una guerra sin piedad. Por todas partes encontramos en él nombres que desaparecerán en 1937 y 1938. Se detallan un buen número de los más destacados. Ese fue el último año que el directorio se publicó, y su fin supuso el comienzo de una nueva era.

La espiral represiva tras el asesinato de Serguéi Kírov en 1934 tiene un punto de inflexión en el I proceso de Moscú, en agosto de 1936. En él son juzgados miembros del grupo dirigente revolucionario a los que se implica directamente en crímenes contra el estado y se solicitan penas de muerte que serán ejecutadas. El 8 de enero de 1937, entre las 15:30 y las 19 horas conversan en el Kremlin Stalin y el escritor alemán Lion Feuchtwanger, famoso por obras como Los hermanos Opperman, un brillante alegato contra el nazismo ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=110409 ). Permanecerá en la URSS algo más de dos meses, envuelto en una frenética actividad de visitas y reuniones con todos los representantes del mundo cultural. Es un viaje controlado, y pocas voces opositoras tiene ocasión de escuchar. Luego publicó un libro, Moscú 1937 , en el que refleja una visión del país con más luces que sombras. Alaba el alto nivel educativo de los jóvenes y su dinamismo, y critica la burocratización y la escasez de viviendas. Respecto a los juicios, se declara convencido de la culpabilidad de los acusados, aunque censura aspectos de procedimiento. Sin embargo, en algunas de sus cartas de esta época, la reprobación es mucho más contundente. Schlögel argumenta que la necesidad, imperiosa en aquel momento, de formar un frente contra el nazismo, hizo a Feuchtwanger tomar una decisión política y marcó su perspectiva global sobre la situación del país.

Se describe el ambiente bélico que se respira en la ciudad en esos meses, con abundancia de libros, películas y, sobre todo, noticias que llegan de la guerra española, donde se ha desatado ya un conflicto armado con las potencias fascistas que se considera inevitable. Por todas partes se ve surgir movimientos de solidaridad con el pueblo español. Esta atmósfera servirá para justificar la represión contra la disidencia interior, a la que se acusará de complicidad con las naciones hostiles, haciendo además que sean perseguidas numerosas minorías, como alemanes o austriacos. La violencia que se desencadena en este momento en la sociedad queda excusada en estos términos. Se analiza luego cómo con la ayuda desinteresada del pueblo soviético llegará a España el ambiente envenenado de aquel Moscú de 1937 y sus métodos represivos, basados en calumnias. El proceso contra el POUM se considera un intento de remedar en España los organizados en Moscú. Muchos de los brazos ejecutores de esta violencia acabarían cayendo en purgas subsiguientes tras su regreso a Rusia.

En enero de 1937, un millón de personas elaboraron un censo general cuyos resultados no se conocerían hasta la disolución de la URSS. En él se proponían unas pocas preguntas básicas a todos sus habitantes. El trabajo se realizaba con la intención de demostrar los cambios favorables ocurridos en el país desde el anterior, de 1926, sobre todo en población y alfabetización. Pero los resultados estuvieron netamente por debajo de lo esperado. Por ejemplo, los 162 millones de personas registradas no alcanzan los 168 publicados en la última estimación de 1934. Schlögel considera que lo que salía a la luz aquí era la realidad de las desapariciones en los campos y a causa de las deportaciones y hambrunas. Informada la cúpula dirigente, en marzo comenzaron las detenciones de los organizadores del censo, muchos de los cuales serían ejecutados. Los estadísticos y demógrafos fueron tildados de “trotskistas-bujarinistas” y “enemigos del pueblo”.

En el mes de enero tiene lugar también el II proceso de Moscú en el que se juzga sobre todo a algunos de los principales responsables de la industrialización reciente de la URSS. Los cargos son delirantes confabulaciones trotskistas para restaurar el capitalismo, y las únicas pruebas son las confesiones de los propios imputados. Feuchtwanger, que fue espectador del juicio, quedó asombrado ante la extraña indiferencia de los que fueron condenados, desarrollándose todo en una atmósfera que daba la impresión de algo ensayado. Resulta sorprendente la enumeración de planes de sabotaje para perjudicar la industria, los transportes y la minería que son admitidos por los acusados. Schlögel interpreta que estos procesos fueron una forma de “explicar” accidentes, disfunciones y problemas ocurridos durante una industrialización brutalmente rápida en una forma que permitiera descargar responsabilidades y establecer un control aún más férreo en todos los eslabones de la producción. A través de radios y periódicos, el pueblo asiste estremecido a la insólita representación y exige la pena máxima para los criminales trotskistas responsables de la muerte de miles de obreros.

En febrero se celebra con grandes fastos el centenario de la muerte de Pushkin. Se da su nombre a plazas y avenidas por toda la URSS, se reeditan y traducen masivamente sus obras y hay actos oficiales al más alto nivel. Para Schlögel, se trataba de apropiarse de un símbolo cultural universal y utilizarlo como pilar del nuevo orden, aunque fueron necesarios algunos malabarismos ideológicos. También en febrero, se suicida el comisario del pueblo para la Industria Pesada, Sergo Orzhonidze, miembro del círculo más íntimo en torno a Stalin y principal organizador de la industrialización del país. Su muerte es atribuida a un infarto y se le tributan unas grandiosas exequias que recuerdan las recientes de Kírov o Gorki. Se comprueba cómo muchos de los más destacados participantes en ellas están destinados a caer en desgracia en muy poco tiempo. El suicidio se inserta en la epidemia de ellos desatada en esos meses y que habría de agravarse incluso. Orzhonidze simplemente no resistió una situación que se le antojaba inexplicable, maraña de mentiras y crímenes que desbordaban la imaginación más delirante.

En el Pleno del Comité Central de febrero-marzo, un centenar de mandatarios curtidos en todas las luchas se reúnen en el ambiente tenso de las recientes desapariciones, y con las acusaciones contra Bujarin y Rýkov como uno de los asuntos principales. Las autodefensas de estos darán a los debates sus momentos más dignos, pero el análisis de las sesiones transmite como leitmotiv la imposición de la suprema voluntad de Stalin con una retórica arbitraria que decide sobre la vida y la muerte. La propuesta de celebración de “elecciones libres y secretas” en diciembre, que al final se decidió que se realizaran con listas únicas, debe entenderse según Schlögel como un intento de controlar a la clase obrera librándose de las elites feudales que se habían formado a nivel local. En las grandes factorías metalúrgicas y de automoción de Moscú, auténticas ciudades en las que los trabajadores eran en su mayor parte campesinos recién expulsados de sus aldeas por la colectivización, estas elecciones crearon un caos de críticas y denuncias que se convirtió al fin en un instrumento para el progreso de las purgas y la represión.

En mayo de 1937 se inaugura en París una exposición universal. En ella la URSS se muestra al mundo como nunca lo había hecho antes y observa con interés las impresiones que produce, que se reflejan generosamente en la prensa soviética. Se apuesta sobre todo por poner de manifiesto las transformaciones conseguidas, con abundancia de maquetas, mapas y diagramas. El pabellón ruso, cuya fachada estaba coronada por una estatua de 24,5 m de altura de Vera Mújina, El obrero y la koljosiana , se situaba justo enfrente del alemán, con su águila con la cruz gamada entre las garras, preludiando la batalla inminente. Ese mismo mes de mayo abre sus puertas en Moscú el enorme Parque Cultural y Recreativo Gorki, espacio para el entretenimiento, la cultura y promover la afición al arte y el deporte. 1937 es además el año en el que los niños empiezan a recibir una atención particular en la URSS. Para ellos surgen almacenes especializados, parques de atracciones, libros y películas. Sin embargo, el repaso de diarios de adolescentes muestra la irrupción escalofriante del terror también ahí. Los hijos de los “enemigos del pueblo” más destacados irán a parar a campos y colonias para jóvenes.

Los capítulos siguientes se dedican a la plaza Roja, que sigue siendo el centro vital de la ciudad, donde la tensión social se transforma en espectáculo pleno de simbolismo, y a la radio, que se había convertido ya en un medio de entretenimiento, información y propaganda importante. Se repasan después las tensiones que afectaban en ese momento a la arquitectura soviética entre viejos valores consagrados internacionalmente y que eran acusados de formalismo, como Alekséi Schúsev, autor del mausoleo de Lenin, y jóvenes ligados al partido. En cualquier caso, nadie tenía claro en qué consistía la correcta aplicación del realismo socialista a la arquitectura, y en las grandes obras de la época predomina el constructivismo, con una evolución después a un cierto “Art Déco”.

Se estudia también la situación de la geología en aquel año en la URSS. Es en la segunda mitad del siglo XIX cuando comienza una exploración sistemática del país, y este impulso se intensifica tras la revolución con lo que las perspectivas en aquel momento eran muy buenas, con elevadas cifras de producción y reservas de muchos recursos esenciales. El XVII congreso Internacional de Geología se inaugura en julio de 1937 y es un éxito, aunque no acuden investigadores alemanes, ingleses ni americanos. Sin embargo, 46 miembros de la delegación soviética son arrestados inmediatamente después del congreso. El número de los geólogos que sufrieron represalias entre 1936 y 1938 se acerca a los seiscientos. Se sintetizan las biografías de los más destacados de estos científicos, para concluir con anotaciones entresacadas del diario de Vladímir Vernadski (1863-1945), director del Instituto de Geoquímica de la Academia de Ciencias y un ejemplo de entereza en aquel tiempo sombrío.

El canal entre el Volga y el Moscova (128 km) fue inaugurado en julio de 1937. Moscú se comunicaba ahora con los cinco mares. Tras el Metro y el Palacio de los Soviets, este era el tercer gran proyecto de la época, una de las joyas del segundo plan quinquenal (1933-1937), que heredaba la metodología de uso de trabajadores forzados en condiciones infrahumanas del canal Belomor (225 km) entre el mar Blanco y el Báltico, durante el primer plan quinquenal (1928-1932). En el nuevo canal se combinó de una forma cuidadosa la funcionalidad de las construcciones y su estética y decoración, creando algo útil que era además una acabada obra de arte. Se pretendía que el trabajo sirviera para la “reeducación” de los que lo realizaban, venidos de todos los campos de la URSS. Hay que decir también que los principales responsables del proyecto fueron detenidos en la época en que se terminaba con las acusaciones habituales.

En un país abrumado desde siempre por su propia extensión, la aviación había de tener pronto un significado particular. 1937 es el año en que los pilotos soviéticos baten records de vuelo uno tras otro y también en la exploración del Ártico, y estos acontecimientos son seguidos con enorme expectación y celebrados con recepciones apoteósicas que de alguna forma enmascaran la realidad de represión y ejecuciones que se vivía en esos mismos momentos. Esta violencia se cebó en el propio mundo de la aviación, y por ejemplo, Andréi Túpolev fue arrestado en octubre de ese año. Sin embargo, las ceremonias más fastuosas correspondieron al vigésimo aniversario de la revolución, el 7 de noviembre. Se contrastan los comentarios sobre ellas de dos testigos privilegiados: el presidente de la Internacional Comunista, Gueorgui Dimitrov y el embajador norteamericano, Joseph Davies. El diario de este es un documento extraordinario para conocer los hábitos y costumbres de la clase más alta del poder soviético, amantes del lujo y protectores de escritores y artistas, ignorantes del viaje al infierno que les acechaba muy próximo.

Inturist, creada en 1929, ofrece cruceros y viajes de ensueño a los que quieran visitar la URSS, y se producen en el país en ese momento gran variedad de artículos de lujo, destinados tanto a la exportación como al mercado interior, mientras las calles han sido invadidas ya por los resplandecientes reclamos de la publicidad. Esto contrasta con la escasez fundamental que tan bien supo ver André Gide en su viaje de 1936, visible en las interminables colas que proliferan por todas partes. La mala cosecha de aquel año había hecho regresar al campo la sombra del hambre hasta la espléndida producción agrícola de 1937. Mientras tanto, florecían la economía sumergida y el mercado negro.

Es reveladora la historia del politólogo y filósofo Nikolái Ustriálov (1890-1937), militante en su juventud del Partido Demócrata Constitucional y arrojado al exilio por la revolución. Sus ideas cambian tras la guerra civil y desarrolla una admiración por el significado histórico del poder soviético que le hace regresar a la URSS en 1935 y colaborar con las autoridades. Todo esto no lo libra de ser arrestado y ejecutado en 1937, a juicio de Schlögel en el marco de la campaña para eliminar posibles opositores antes de las elecciones de diciembre. La represión es masiva entre los miembros de los partidos comunistas extranjeros que habían hallado asilo en la URSS: alemanes, de los países bálticos, austriacos, etc. Las anotaciones del diario de Dimitrov muestran los detalles de un proceso que acabaría provocando la disolución del Komintern en unos pocos años.

La producción cinematográfica rusa tiene por entonces un tema importante en la revolución y la guerra civil, y hace algunas incursiones en épocas anteriores, pero refleja sobre todo asuntos actuales y cotidianos, en los que domina siempre el enfrentamiento entre gentes sencillas que cumplen con su deber y personajes oscuros que marcan el contrapunto para la gran confrontación histórica que se aproximaba. Cine que promueve ideas simples, perfectamente dirigidas desde las alturas, y que se vio afectado también por episodios represivos que se recuerdan en el libro. En el terreno musical, 1937 es el año del regreso de Dmitri Shostakóvich al redil soviético con su genial quinta sinfonía, pero las masas adoraban sobre todo la música emotiva y ecléctica de Isaak Dunaievski, autor de bandas sonoras para películas de la época, y sorprendentemente el jazz hacía furor, con compositores-intérpretes tan destacados como Leonid Utiósov. Los EEUU eran un modelo en muchos aspectos, como se muestra en otro capítulo, y ese año se publica La América de una planta de Ilf y Petrov, testimonio de un minucioso viaje que expresa admiración, velada por una percepción aguda de las miserias del país.

Otro capítulo aporta un análisis de uno de los escenarios del Gran Terror en las proximidades de Moscú, el campo de tiro de Bútovo, donde fueron asesinadas en 1937 y 1938, 20761 personas. La orden 00447 de 1937, estudiada en detalle, resulta esencial para comprender el incremento de los fusilamientos a nivel nacional en este año, pues se establece en ella un sistema de arresto y ejecución “por cuotas”, que acabaría originando centenares de miles de muertes. Esta vuelta de tuerca de la represión es explicada por Schlögel en el contexto de la “eliminación de potenciales opositores” de cara a las elecciones de diciembre que ya se ha señalado anteriormente. Stalin la considerará luego, sin embargo, “obra del enemigo” y provocará la caída de Nikolái Yezhov y su sustitución por Lavrenti Beria en la cúpula del NKVD en noviembre de 1938, lo que dará lugar a una total renovación de este organismo.

La condena de Nikolái Bujarin se produjo en el III proceso de Moscú, en marzo de 1938. Durante los trece meses que permanece detenido, escribe varias obras políticas y filosóficas y un relato autobiográfico. Frente a las acusaciones fantásticas que pesaban sobre él, del que se quería hacer una cabeza de turco que “explicara” las deficiencias del sistema, niega los detalles concretos, pero llega a admitir la “responsabilidad criminal de su política equivocada”, autoinculpación que se entiende como un último servicio a un régimen con el que se siente identificado, a pesar de que lo destruya. Su aniquilación será justa si sirve a unos intereses que están por encima de lo personal.

El último capítulo, titulado “La excavación”, se dedica al gran proyecto constructivo del Palacio de los Soviets. Su emplazamiento, al oeste del Kremlin, era exactamente el de la Catedral de Cristo Redentor, erigida en el siglo XIX y demolida en 1931. Se trataba de plasmar en un edificio “el estado mayor de la revolución mundial”. El diseño triunfador, debido a Borís Iofán, fue el de un rascacielos de 415 m de altura grandioso y ecléctico, con ecos de Roma y Nueva York sobre todo, y que estaría coronado por una colosal estatua de Lenin. La invasión alemana y la desestalinización después hicieron que el proyecto nunca se concluyera. La Catedral de Cristo Redentor fue reconstruida entre 1995 y 2000.

Con la misma combinación de modernización y terror que Rusia ya había probado dos siglos antes con Pedro I, aunque ahora sin liturgia ortodoxa, el gran país adquiere un nuevo rostro. Se caracteriza este, entre otras cosas, por una pujanza industrial que lo hará capaz de derrotar a la máquina de guerra alemana unos años más tarde y lo llevará tras la II guerra mundial a su máxima influencia internacional. Investigar cómo se produjo esta mutación en el seno de la sociedad soviética y perfilar sus rasgos es un reto formidable que sólo puede resolverse rebuscando en los archivos y persiguiendo los testimonios de los que la vivieron. Tras muchos años de trabajo, Karl Schlögel nos ofrece en las mil páginas de Terror y utopía. Moscú en 1937, una sucesión de instantáneas, con lujo de detalles y anotaciones copiosas, que nos ayudan a comprender un momento decisivo de aquella historia.