Temas de debate: Cómo es la relación que está entablando la Argentina con China. La influencia de la potencia emergente

Producción: Javier Lewkowicz
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Desde cuándo se comenzó a fortalecer la relación con el gigante asiático, qué características tiene el vínculo, qué rasgos replica de la típica relación centro-periferia y qué puede obtener la Argentina de su nuevo socio estratégico.



Modelo centro-periferia

Por Eduardo Daniel Oviedo *
Al igual que la Argentina, China poseía una economía eminentemente agraria. Similares estructuras y el atraso del país asiático impidieron armonizar intereses comerciales durante la Guerra Fría, excepto ante situaciones de emergencia, cuando erróneas decisiones domésticas o magras cosechas en China habilitaban la compra de granos, como ocurrió durante la presidencia de Arturo Illia. Estas situaciones excepcionales fueron mitigadas con la política de autosuficiencia agrícola, alcanzada a inicios de 1970, coincidente con la normalización diplomática entre ambos países.
Si bien las autoridades chinas continuaron esta política, el avance de la industrialización diferenció las estructuras, que unido a la superpoblación, la expansión de la demanda y los límites de la frontera agraria forzaron la reapertura de canales adicionales de abastecimiento. Así, la economía argentina se integró en su circuito productivo como exportador de soja y el comercio bilateral creció de manera constante. No obstante, este incremento apareció en medio de su decreciente participación en el comercio mundial y no acompañó a otros países latinoamericanos (como Brasil, México, Chile o Perú), cuyos intercambios crecieron vertiginosamente, haciendo caer a la Argentina al mediocre séptimo puesto en 2012 y el quinto en 2013 dentro del comercio que China mantiene con la región.
La mayor interacción comercial primarizó las ventas a China y profundizó el esquema centro-periférico. Su expresión más acabada es el “trueque” soja por trenes, que reeditó el vínculo con Gran Bretaña. Otrora fue el trigo; hoy es la soja. Este ha sido el motor de la relación desde el inicio del siglo XXI, donde se asentaron el resto de los sectores productivos, el gobierno y los académicos, que aprovecharon la dinámica sojera mucho más allá de sus propias capacidades. Sin embargo, en el contexto de la actual política comercial argentina, la compra de porotos de soja parece haber llegado a su techo.
En 2012, China adquirió el 80 por ciento de las ventas totales, las cuales representaron sólo el 20 por ciento de la producción nacional, al industrializar el 80 por ciento restante. Al comprar casi todo el grano, paralizó las exportaciones desde 2007, sin lograr superar hasta el presente el pico de 6397 millones de dólares de 2008. A su vez, el crecimiento de las ventas chinas, que alcanzaron 11.362 millones el año pasado, generó un déficit por 18.500 millones entre 2008 y 2013, equivalente a la caída de las reservas argentinas en el mismo período. Con la paradoja que ahora aparece el Banco Popular de China como salvador del Banco Central, a través de la firma del acuerdo swap por 11 mil millones de dólares.
Revertir los saldos desfavorables es una tarea difícil por el contexto macroeconómico de la Argentina y, para incrementar las exportaciones, requiere echar mano a otros commodities, ya que los productos industriales no representan un alto porcentaje del intercambio ni pueden cambiar abruptamente la tendencia comercial. Precisamente, la primarización sojera consolidada desde 2002 transita hacia la primarización agrícola diversificada, a partir de la firma de protocolos sanitarios (tabaco, maíz, cebada, sorgo) que permitirán expandir las ventas a través de otros commodities que el mercado chino requiere. Es decir, construye la diversificación de corte horizontal, no vertical, en la medida en que la política comercial china está orientada a la compra de productos primarios. Pero, como la Argentina busca agregar valor, es aquí donde las dos modernizaciones económicas se enfrentan con políticas comerciales antitéticas.
Dentro de este esquema, es interesante observar cómo China construye su discurso hegemónico en América latina, cuya piedra basal ha sido el Documento sobre la Política de China hacia América Latina y el Caribe, permeando las mentes de políticos oficialistas y de la oposición en la Argentina. Los conceptos de asociación estratégica integral, complementación, igualdad, cooperación sur-sur, beneficio mutuo y demás términos del discurso hegemónico chino ya son parte del léxico argentino, pero, lamentablemente, no aparecen reflejados en el comercio bilateral. A esto se agrega que, el mundo de los negocios y sectores académicos, desde Franco Macri hasta la UBA, han sido penetrados por el capital chino. Frente a esta realidad, hace tiempo, Raúl Prebisch, Samir Amin y otros autores estructuralistas concluyeron sobre la inequidad del modelo centro-periferia, pero parece que la historia se repite.
* Investigador del Conicet. Autor del libro Historia de las relaciones internacionales entre Argentina y China, 1945-2010.

No es la nueva Gran Bretaña

Por Gustavo Alejandro Girado *
Se ha dicho reiteradamente: China ya es nuestro segundo socio comercial y uno de los principales inversores. Objetivamente esto es un hecho, y por eso me propongo indagar un poco más. Para la Argentina, y hasta fines del siglo XX, China era casi un estricto proveedor de bienes de consumo y sus ventas a nuestro país crecían en la medida en que el ciclo económico local era positivo. Con cada crisis, el impacto inmediato se apreciaba con la reducción de nuestras importaciones de esos productos, y por lo tanto desde China. De allí que nuestro vínculo comercial con China –en particular– parecía sensible al ciclo económico argentino. Esto ha cambiado drásticamente, y para entenderlo hay que mirar a Oriente, pues lo que no se aprecia fácilmente es lo que sucede allí desde hace pocos años: se trata de un proceso que, con epicentro en China, altera y cambia la manera en cómo se manufacturan los productos en el Asia Pacífico.
Sumariamente, China es el principal destino de las ventas de sus 14 economías vecinas, que pasaron a abastecerla con piezas y accesorios, donde se juntan y se hace el producto final, que principalmente se exporta desde allí al mundo. Hasta entonces, era el ciclo de negocios de Estados Unidos el que marcaba el ritmo de acumulación de capital en Asia, ya que el modelo exportador tenía como principal destino a la más importante economía del mundo desde la Segunda Guerra Mundial. Esto ya no es más así, directamente. Ahora es la demanda de China la que impacta en la demanda agregada regional, colaborando con el mantenimiento de su nivel de actividad. De allí que la última y vigente crisis casi no resintiera el nivel de actividad en el Asia Pacífico. Pero, a su vez, esa demanda china depende –en alto grado– de las políticas de las transnacionales radicadas en su territorio, que son las que explican la mitad de sus compras y ventas.
China se convierte en el centro de una plataforma de exportación de manufacturas hacia la Unión Europea y Estados Unidos, y es ahora la demanda derivada de Estados Unidos la que determina –parcialmente– las producciones regionales. El ritmo de acumulación de capital en Asia ahora depende del nivel de actividad en China, que es la que marca el pulso, su ritmo. Esta “fábrica” es una compleja red de cadenas regionales de suministro por parte de transnacionales, en las que China ejerce un papel fundamental como origen y destino.
Las quince economías del Asia Pacífico constituyen uno de los más importantes focos de comercio intraindustrial. Y esto tiene que ver con la Argentina, porque sin prisa pero sin pausa, China se ha convertido en el segundo proveedor de bienes de capital y de partes y piezas de bienes de capital de la Argentina, sólo por detrás de Brasil. Ha desplazado a Estados Unidos y a todo el arco de economías del Hemisferio Norte occidental, clásicos y naturales proveedores de tecnología de la Argentina, por razones históricas, culturales y hasta por valores compartidos. Lo que no se observa sencillamente es que la que provee a la Argentina desde China es, aún, la filial de la transnacional occidental radicada en China, filial que constituye el lugar donde esa firma mantiene un beneficio que permite reducir la pobre performance de sus actividades globales. Generalizando, claro.
Un análisis pormenorizado permitiría encontrar sectores y ramas en los cuales el resultado pueda ser menos homogéneo. Los motivos que apuntalan su mayor inserción en Latinoamérica están ligados a que el proveedor chino está vinculado con el Estado (en general, es el mismo Estado el que vende), cuyos productos no sólo son la misma tecnología occidental, sino que vienen con mejor financiamiento, precio y hasta con un servicio posventa que hace quince años era impensado. Esta creciente e inédita relación entre la Argentina y China abre las puertas del debate sobre nuestro rol como proveedor de productos primarios, con tufillo a centro-periferia. ¿Es China “nuestra” Gran Bretaña de este siglo? ¿Tienen roles equivalentes? Con la pretensión de abrir el debate (y no de tener razón), me aventuro a responder que no. Gran Bretaña era una potencia hegemónica dominante en el siglo XIX, financiera y tecnológicamente, amén de dominar los canales comerciales luego de sus victorias militares. Su interés por nosotros era contar con un proveedor de alimentos baratos (reduciendo el costo salarial del obrero europeo), de calidad y en abundancia. Su grado de control sobre la economía e influencia política en la Argentina eran importantes. Creo que no puede decirse eso de China hoy, que además es muy dependiente. Hay posibilidades de que tengamos que decidir nosotros qué queremos hacer con China, qué permitirle, qué negociar en nuestro favor, por contar con lo que necesitan.
* UBA/UNLaM.