Proyectos de país

Mario Rapoport
Diario BAE

El marco internacional de crisis en el que estamos viviendo es la culminación de un proceso que viene de los años ’70, con varias crisis sucesivas en distintas partes del mundo producto de ideas y políticas económicas equivocadas. Sin embargo, los países ricos, los más afectados, no parecen haber aprendido nada de esas experiencias y la grave situación parece seguir su curso, al menos por un largo período.

Otra cosa ocurrió en épocas pasadas. En la posguerra, fue el mismo hecho bélico el que reforzó productivamente a los Estados Unidos, borrando toda secuela de la crisis de los años ’30, y ofreciéndole en bandeja una demanda completamente elástica por parte de los países económicamente destrozados por el conflicto. Luego, ante una nueva situación crítica en la década de 1970, las naciones desarrolladas siguieron otros caminos, volcando un flujo impresionante de eurodólares y petrodólares altamente especulativos sobre el mundo periférico, el que después tuvo que pagar los costos de la fiesta de su endeudamiento externo en condiciones extremadamente favorables para los acreedores.
Ahora es un momento histórico distinto en el que los países en desarrollo y emergentes pueden aprovechar su propia tendencia ascendente profundizando el camino emprendido en los últimos años, inverso al de las potencias más poderosas del mundo. En el caso de la Argentina, eso es posible superando condicionamientos del pasado. A partir del predominio que tuvo durante el siglo XIX el liberalismo económico en estas costas, muchos de los proyectos políticos de los doscientos años de historia nacional estuvieron atravesados por esta ideología. Sólo desde 1916, con la apertura democrática y el ascenso al poder de la Unión Cívica Radical, el Estado comenzó a intervenir en la economía del país de manera incipiente, regulando algunas esferas de la actividad industrial y comercial. Pero fue, sobre todo, en la década de 1930, debido a la crisis internacional y aún bajo gobiernos conservadores, que irrumpió la llamada “industrialización por sustitución de importaciones”, abriendo las puertas para la formación de nuevas empresas y de un creciente proletariado industrial. Así surgió el peronismo: un movimiento político que tuvo por base una mayor redistribución de la riqueza; una nueva concepción del Estado interventor en todas las áreas de la economía; una industrialización dirigida, con éxitos iniciales y crisis posteriores derivadas en parte del propio proceso; y mayores grados de autonomía externa. En particular, el desarrollo industrial inició un camino que persistió hasta mediados de la década de 1970.
Sabemos que la economía es una ciencia social cuya vinculación con la política no puede nunca dejarse a un lado en un análisis: constituye una esfera de la sociedad que se relaciona con las diferentes instituciones del Estado. Se reconoce también que los agentes económicos, ciudadanos o corporaciones, tienen subjetividades e intereses propios, producto del lugar que ocupan en la división del trabajo, del cual resulta su inserción social. Así, mucho de lo que acontece en el ámbito económico viene dado por interacciones entre grupos sociales que resuelven sus diferencias en el campo de la política, la que vive conflictos de intereses que pueden tratar de resolverse mediante negociaciones y consensos temporarios en épocas democráticas o métodos cruentos, como fue el caso de la última dictadura militar.
A lo largo de la historia del país existieron sectores dominantes que fueron mutando de una oligarquía fundamentalmente agraria, formada a partir del modelo agroexportador y vinculada a intereses externos, hacia una burguesía más diversificada en áreas agrícolas, fabriles y financieras, aunque manteniéndose intactos los núcleos básicos de poder económico. No siempre coincidieron estos núcleos con la clase política dirigente, originando una constante intervención de las fuerzas armadas y la proscripción de fuerzas políticas. No obstante, el Estado siguió jugando un rol fundamental en el desarrollo industrial a través de obras de infraestructura o del impulso a empresas o sectores a quienes favoreció con beneficios fiscales y financieros. El aparato productivo orientado a la industria se complejizó y expandió al mismo tiempo que se desarrollaba el sector servicios y la burocracia estatal. La dictadura militar y el advenimiento del neoliberalismo constituyeron una ruptura en ese proceso, predominando las finanzas especulativas, la desindustrialización, la apertura total de la economía y la venta del patrimonio nacional.
Podemos caracterizar tres modelos económicos predominantes en la historia argentina: el agroexportador, el industrial y el rentístico-financiero, cada uno de ellos en distintas etapas y con diferentes extensiones temporales y peso. Y afirmar también que en los últimos tiempos se fue conformando uno nuevo, donde la industria juega un rol decisivo, se incluye la agroexportación pero tratando de frenar sus ingresos extraordinarios, y se intentan excluir las conductas rentístico-financieras. Vuelve a tener un rol esencial el Estado, renacionalizando activos esenciales de la riqueza nacional, disminuyendo el grado de endeudamiento externo, reactivando el mercado interno y el empleo, captando y repartiendo recursos hacia la inversión pública y sectores que garanticen mayores niveles de valor agregado y tecnología, y procurando mejorar la distribución de los ingresos y la situación de la población más necesitada.
Algunos analistas juzgan que gran parte de los resultados positivos obtenidos se debieron a una coyuntura especialmente receptiva a las exportaciones argentinas. Sin embargo, el primer escollo grande que la economía nacional debió atravesar a poco tiempo del inicio de la recuperación fue, precisamente, el quiebre en las condiciones externas generado por la crisis mundial. Y el impacto fue menor que el que algunos esperaban, porque el país había comenzado a desengancharse, con el desendeudamiento, del sistema financiero mundial y porque el comercio con los países más afectados, como los europeos, había decrecido mucho por el proceso de integración y la diversificación de las relaciones comerciales. Aunque se desaceleró el crecimiento, la economía fue recuperándose en forma mucho más rápida que en la anterior experiencia traumática de los años ’30.
El rumbo impuesto en los últimos años a la política económica, con aciertos, errores y varias tareas aún pendientes, tendió a revertir los procesos de liberalización indiscriminada, especulación financiera, desindustrialización y dependencia externa que condujeron a la crisis del 2001, a pesar de la resistencia de diferentes intereses corporativos. Sin embargo, debemos recordar las palabras del presidente Roosevelt en un discurso radiofónico el 4 de noviembre de 1938. Allí decía: “Una vez que uno construye una casa siempre la posee. En cambio, un logro social o económico es una cuestión diferente. Un logro social o económico obtenido por una administración puede, y con frecuencia lo hace, evaporarse en el aire de la administración siguiente”. En este sentido, en los últimos años se observa una carencia importante para evitar que esto ocurra. Si bien la política económica apuntó a respuestas que enhebran el corto plazo con instrumentos que pueden tener un impacto estructural, no se advierte aún un programa integral, y al futuro hay que conquistarlo con políticas de mediano y largo plazo o planes de desarrollo que trasciendan los efectos favorables o desfavorables de la coyuntura económica y de los gobiernos y se proyecten más allá del presente, pensando en las generaciones futuras. Un país, como decía Keynes en plena crisis mundial de los años “30, que sirva también para nuestros nietos.