El día que bombardearon la Plaza de Mayo

Reportaje a cargo de Víctor Ramos
para Miradas al Sur/Claves de la Historia
publicado el 15 de junio de 2014

Jorge Coscia es uno de los más destacados intelectuales del pensamiento nacional latinoamericano. Fue el secretario de Cultura de la Nación que más tiempo ocupó ese lugar en la historia institucional argentina. Cineasta y escritor, es miembro de número del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego. Coscia se encuentra finalizando una obra (novela histórica) sobre el bombardeo del 16 de junio de 1955, que es el motivo central de esta entrevista.




Víctor Ramos: –¿Que te llevó o inspiró a elegir el bombardeo como tema de tu novela?

Jorge Coscia: –Si bien hay varias investigaciones ensayísticas e incluso documentales fílmicos sobre el bombardeo del 16 de junio, es un hecho no tratado en la literatura, salvo por algunas menciones colaterales o algún cuento. La idea siempre me acompañó como proyecto, en principio fílmico. Luego de terminar Juan y Eva, que relata la historia de Perón y Evita, como suerte de bing bang que dio lugar al peronismo, empecé a trabajar en esta historia, que es su contracara. El amor como disparador del gran movimiento político y social que aún nos determina en Juan y Eva y las trágicas circunstancias de junio de 1955, como cierre trágico de esa década en El bombardeo.
Cuando ocurrió yo tenía dos años, pero recuerdo que durante un tiempo, cada vez que en mi barrio de Flores había algún festejo parroquial con fuegos artificiales, yo temía que estuvieran bombardeando. Ya adolescente, un tío que había sido locutor y periodista de Radio El Mundo, me contó la experiencia que vivió ese día en la Plaza. Muchas veces en los años siguientes, ya estando yo comprometido políticamente, le pedía que me narrara sus vivencias. Él inspiró el personaje principal de mi novela y muchos de sus relatos habitan sus páginas, entrelazados con las circunstancias históricas que cristalizaron como resultado de una amplia investigación

V.R.: –¿La investigación te llevó a encontrar historias desconocidas de esa jornada?

J.C.: –El bombardeo es una novela histórica y, como tal, la ficción se nutre de hechos reales. Por ello me basé en todas las fuentes disponibles sobre el tema: archivos, ensayos, diarios de la época, artículos periodísticos. La novedad aparece en el entrelazamiento de todas ellas. Como si al unir distintos puntos, uno reconstruyera una ruta, que sí podría decirse es original. Por ejemplo, la muerte de una mujer norteamericana, empleada de su embajada, y de un ciudadano canadiense, ingeniero industrial de la Kaiser Corporation. ¿Qué hacían allí? ¿Por qué estaban cerca de la Plaza de Mayo en la hora y el día que los condenaba a una muerte insólita para ambos? Para esos días se negociaba el acuerdo de constitución de la primera empresa mixta de producción de automóviles en serie. Ya se habían trasladado las instalaciones de la Kaiser norteamericana de Ohio a Córdoba. Había intereses argentinos contrapuestos a los de la empresa yanqui. El embajador norteamericano, Albert Nufer, tuvo una audiencia esa mañana en la Casa Rosada con Perón. Las oficinas de los abogados argentinos de la Kaiser estaban cerca de allí y uno de ellos era un activo opositor fundador de la Democracia Cristiana. Caído Perón, su hijo integraría el directorio de Industrias Kaiser Argentina. Atar esos cabos fue una tarea apasionante, con hipótesis que tienen mucho de ficción pero respetan un camino histórico probable.

V.R.: –¿Que fuerzas civiles estaban tras el golpe?

J.C.: –Basta leer los apellidos de los más activos conspiradores civiles para entender el carácter de enfrentamiento de clase que expresó el bombardeo. Viejos apellidos patricios se entrelazaban con miembros de las grandes corporaciones de la llamada oligarquía. También estaban algunos otros, activos militantes de los partidos opositores, en especial del radicalismo, del Partido Conservador y del llamado socialismo “democrático”. El gobierno provisional que se pensaba instalar iba a estar integrado por el radical Miguel Ángel Zavala Ortiz (quien sería años después canciller del presidente Arturo Illia), el conservador Adolfo Vichi y el socialista Américo Ghioldi. Se autodenominaban Junta Provisional Democrática. Paradójicamente, la primera medida que aplicarían, de triunfar la rebelión, sería anular la Constitución de 1949. La junta cogobernaría con otro triunvirato de militares de las tres armas. Eran, por sus métodos y sus disposiciones políticas, precursores de la tragedia por venir, con el autodenominado Proceso de Reorganización Naconal, 20 años después. Muchos de ellos vivieron lo suficiente como para participar de él o al menos respaldarlo.

V.R.: –¿Y los militares?

J.C.: –Hay en la organización militar del intento golpista de junio de 1955 mucha improvisación. El núcleo de la rebelión estaba integrado por fuerzas de la Marina, en especial aeronavales y de la infantería del arma.
Esta fuerza siempre había sido reactiva al peronismo. Sin embargo, el ministro de Marina, Aníbal Olivieri, mantuvo una actitud dubitativa hasta que se desencadenó el bombardeo. El mando efectivo de la conspiración estaba a cargo del contraalmirante Samuel Toranzo Calderón, jefe de la Infantería de Marina, y del capitán de fragata Néstor Noriega, subjefe de la Base Aeronaval de Punta Indio. Contaban también con algunas adhesiones en la Fuerza Aérea y pensaban que los acompañaría el general Justo León Bengoa, al mando de tropas en Paraná, Entre Ríos. Ante la suposición de que la conspiración había sido descubierta por los servicios de inteligencia del gobierno, los jefes mencionados tomaron la decisión de “largarse igual”. Con esa mezcla de audacia e improvisación se amasó la masacre de casi cuatrocientas personas y más de mil heridos, en las calles de Buenos Aires. La mayor parte de las Fuerzas Armadas permaneció en el campo leal y esto cabe también para la Marina. Algunos de sus oficiales fueron encarcelados por los rebeldes por negarse a integrar la sublevación.

V.R.: –¿Quiénes fueron los pilotos?

J.C.: –Participaron del bombardeo unos 28 aviones de la Marina y 10 de la Fuerza Aérea. La aviación militar argentina era entonces, en términos tecnológicos relativos a la época, muy poderosa. En especial la Fuerza Aérea, que había sido creada como arma independiente por el propio Perón y contaba con los cazas a reacción Gloster Meteor de origen británico, adquiridos con deuda contraída por Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. Los reactores habían sido ensamblados en la planta de aviones de Córdoba, que ya había desarrollado los famosos Pulqui I y II.
El ataque inicial lo realizan fuerzas aeronavales con aviones Beechcraft bimotores de bombardeo liviano y cazabombarderos North American. El jefe es el capitán de fragata Néstor Noriega y permanece en el aeropuerto de Ezeiza, coordinando las operaciones, el capitán Alfredo Bassi. Este habría sido el autor de la idea de realizar un ataque aéreo relámpago a la Casa Rosada, inspirado en las memorias del almirante japonés Mitsuo Fuchida, jefe del ataque aeronaval a Pearl Harbor. También participaron tres grandes aviones Catalina, de patrullaje naval. Todos esos aparatos cargaban bombas de 100 y 50 kilogramos, pero carecían de precisión para acertarle al objetivo previsto por Bassi. Por ello, solo un reducido porcentaje de bombas dio en la Casa Rosada. La mayoría impactó en los alrededores, causando numerosas bajas civiles. Una de las primeras bombas dio en un trolebús repleto de pasajeros. Avanzada la jornada se sublevaron aviones de la Fuerza Aérea. Los Gloster Meteor dispararon sus poderosos cañones sobre la multitud que había concurrido en defensa del gobierno.
Los ataques incluyeron la zona de la CGT, el Departamento Central de Policía, el regimiento de la Tablada y el mismísimo Barrio Norte, en las cercanías del Palacio Unzué, residencia de Perón, donde se identificaron, al menos, cuatro víctimas fatales. Volviendo a la pregunta que me hacés, los pilotos fueron muchos y más que los aviones, ya que algunas máquinas cambiaron de tripulación. Es de destacar que un avión leal de la Fuerza Aérea, un Gloster, derribó a un North American aeronaval rebelde, en el primer combate aéreo de nuestra historia, librado frente al Aeroparque de Buenos Aires. El piloto derribado pudo saltar en paracaídas y fue rescatado y apresado por un barco de la Prefectura. Ese fue el dramático debut de nuestra aviación y no Malvinas. También es de destacar que no hubo pilotos muertos, aunque sí otros dos aviones derribados por artillería antiaérea leal. En la novela relato el desigual y heroico combate del Regimiento de Granaderos contra fuerzas superiores, En especial la unidad de ametralladoras antiaéreas, que desde la terraza de la Casa de Gobierno enfrentó el bombardeo al mando del teniente primero Carlos Alberto Mulhall.
Son escenas que hoy nos cuesta imaginar. Los aviones Gloster rebeldes hacían su “entrada” a la Plaza a muy baja altura, con enorme destreza, casi a ras de los cables telefónicos, aunque con resultados y víctimas que desmerecían cualquier mérito militar. Otro dato importante es señalar la muerte de nueve granaderos caídos en defensa de un gobierno legal. Los granaderos no habían combatido en suelo argentino desde la batalla de San Lorenzo. Pondrían el 16 de junio su cuota de coraje y de sangre defendiendo la Casa Rosada. Los muertos del regimiento eran todos conscriptos a los que durante muchos años se les negó el más justo de los reconocimientos. Hubo una treintena de militares caídos en el bando gubernamental, incluyendo el general de intendencia Tomás Vergara Ruzo, que murió destrozado por una bomba cuando se dirigía al Ministerio de Ejército. En la novela me detengo especialmente en el hecho de que es el primer general caído en combate durante el siglo XX y el primero en muchas décadas. El episodio me permite relacionar el bombardeo con otros episodios de la historia argentina en el que murieron generales argentinos y al hacerlo evitar el aislamiento del drama de ese día de nuestras luchas por la autonomía y la justicia.

V.R.: –¿Dónde se refugiaron?

J.C.: –Una vez que se comprobó el fracaso de la rebelión y ante la inminente caída de las bases sublevadas de Ezeiza y Morón, los aviones huyeron al Uruguay, aterrizando en Colonia y Montevideo. Allí se los trató oficialmente como refugiados políticos, a pesar de que habían actuado criminalmente contra la población civil. El presidente Luis Battle Berres, furioso antiperonista, saludó emocionado y con lágrimas en los ojos a algunos de los pilotos, como si hubieran venido de enfrentar a portaaviones y no a civiles desarmados y un limitado fuego antiaéreo. En lo personal (no sentí necesario explicitarlo en la novela) me pregunto por qué no ha habido jamás un pedido de disculpas de algún gobierno del país hermano, en torno del episodio. Como contracara, fui testigo de las disculpas que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner le diera la presidente peruano Alan García por la venta de armas a Ecuador, durante el gobierno de Menem. Hay una responsabilidad de los Estados que va más allá de los gobiernos, lo que por supuesto, no es transferible a los pueblos.
Los pilotos refugiados entonces, recibieron albergue, abrigo y alimento por parte del gobierno uruguayo. Volverían a suelo argentino tres meses después, en calidad de héroes, con el derrocamiento definitivo de Perón, No solo habría olvido y perdón, sino también un reconocimiento, que en algunos casos los llevaría a ocupar cargos de relevancia en los gobiernos siguientes.

V.R.: –¿Cómo estaba el gobierno de Perón en esos momentos? ¿Crisis con la Iglesia? ¿Y el sistema político oficial?

J.C.: –Ese es un tema que la novela aborda en profundidad. No se puede relatar el bombardeo de 1955 como una mera circunstancia militar o un ejercicio de abstracta maldad por parte de sus ejecutores. La tragedia es una resultante violenta de complejas circunstancias políticas. La primera de ellas es la imposibilidad de los sectores opositores de derrotar a Perón y su gobierno en el campo de las urnas. Perón aparecía imbatible en términos del libre ejercicio de la soberanía popular. Sin embargo, el frente nacional que había llevado a Perón al poder, estaba descompuesto por diferentes razones. Una de ellas, sin duda, fue el conflicto con la Iglesia, o lo que es más acertado, con una parte mayoritaria de la curia. En los comienzos de su gobierno, todo fue romance, incluyendo la educación religiosa obligatoria y numerosas prebendas que se fueron debilitando cuando surgieron recíprocos recelos. La cúpula de la Iglesia tenía un fuerte componente de clase. Muchos hijos de la elite ocupaban cargos de importancia en su estructura. Temían el modo en que el peronismo reemplazaba un modelo de asistencia misericordioso, por otro de justicia redistributiva. Por su lado, a Perón lo molestó particularmente la creación del Partido Demócrata Cristiano. Una fórmula europea de la Guerra Fría, que intentaba en su versión argentina, cooptar la “clientela” social y política del peronismo. El culto cuasi religioso a Eva y algunos intentos jacobinos del gabinete de Perón, como el divorcio y el reconocimiento de los hijos extramatrimomniales, fueron echando leña al fuego. La confrontación comprometió a una parte importante de la clase media, que recibía desde los púlpitos llamados a la resistencia e incluso a la rebelión. Ni qué hablar de los cuarteles, donde los cuadros militares respondían a una mayoritaria tradición católica.

V.R.: –Corpus Cristi…

J.C.: –La famosa jornada del Corpus Cristi, el 11 de junio de 1955, fue una manifestación multitudinaria, la más grande durante el gobierno de Perón, convocante de todo el arco opositor. Muchos comunistas, socialistas y liberales ateos participaron del acto, felices de ver cómo se aglutinaba un poderoso frente capaz de desestabilizar al gobierno. El bombardeo sería cinco días después, la continuación de esa política “por otros medios”. El “Cristo Vence” pintado en el fuselaje de los aviones, (aunque se discute si fue utilizado en junio o septiembre de ese año), sintetizaba la mística religiosa de los rebeldes. En el medio, entre ambos hechos, hubo episodios, como el intento de grupos peronistas de tomar por asalto la Catedral.
Hay circunstancias verdaderamente increíbles, como el testimonio del padre Benítez, confesor de Eva, que fue consultado en torno de la posibilidad de transformar la Catedral porteña en un Mausoleo Nacional. Son, por supuesto, hechos que relato en la novela, tanto como un ostensible debilitamiento del propio Perón y su gobierno, por parte de sus tendencias a desarrollar un entorno más propenso a la obsecuencia que a la reflexión y la autocrítica. Ello por cierto tampoco era sencillo, con posiciones tan radicalizadas. A partir de julio de 1952, Perón venía de sufrir pérdidas personales muy fuertes, como la muerte de Evita, la de su madre Juana, la de su único hermano Mario Avelino y no menor, en lo político continental, la del presidente brasileño Getúlio Vargas, que se había suicidado con un tiro en el corazón. La carta que escribió Vargas argumentando las razones de su decisión bien la podría haber escrito Perón, y figura en la novela, como testimonio de que la dinámica argentina ya estaba encadenada a su destino sudamericano como ciento cincuenta años antes.

V.R. ¿Te involucrás en la novela con algún personaje en especial?

J.C.: –Creo que me involucro con todos, incluso tratando de entender, sin aceptar, la lógica de los rebeldes y criminales que bombardearon. Eludo en lo posible la adjetivación mas propia de un ensayo, porque creo que los hechos se argumentan moralmente por si mismos e incluso en el detalle verídico, aumenta el poder crítico de la narración. La línea argumental sigue varios personajes reales y de ficción. Estos últimos inspirados en hombres y mujeres comunes, que existieron, como en el caso del que inspirara mi tío locutor de Radio El Mundo. En algunos casos he cambiado lo nombres por necesidad ficcional, aunque basándome en seres tan reales como las circunstancias que vivieron. Las responsabilidades durante esa jornada también refutan, más allá de los errores del peronismo, cualquier teoría anticipada de los “dos demonios”. Hubo uno solo y fue el que atacó por sorpresa y posterior impunidad a un gobierno legal y al pueblo con las armas que la Nación y el Estado otorgan a los uniformados para su defensa.

V.R.: –¿Sacamos alguna lección de este crimen?

J.C.: –El bombardeo del 16 de junio de 1955 fue un acontecimiento trágico y doloroso, que al develarse en su magnitud histórica y política, permite entender sus consecuencias posteriores. Algunos de los personajes secundarios de ese día, como los tenientes Mayorga o Massera, serían protagonistas de la más cruel dictadura militar de nuestra historia en los años siguientes. Cabe, por último, la reflexión que hiciera en el 2005, a cincuenta años del episodio, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo Estela de Carlotto: “Si hubiéramos repudiado el bombardeo quizás no hubiéramos llegado al golpe de 1976”.

*Presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.