¿Otra vez el péndulo de Marcelo Diamand?

Por Mario Rapoport*
para Diario BAE 
Publicado el 15 de octubre de 2012

Es cierto que estamos en una situación internacional diferente de la de septiembre de 1983, cuando Marcelo Diamand, empresario y dirigente industrial, pero sobre todo economista, sintetizaba una vez más (lo había hecho en 1972) su interpretación del desarrollo económico argentino y, en especial, del proceso de industrialización, mostrando las opciones que se le presentaban al país y que alternativamente y, la más de las veces, en forma compulsiva, conformaban lo que él denominó el péndulo argentino (El péndulo argentino, ¿hasta cuándo?, CERES, 1983). No se vivía una crisis mundial, pero nuestra economía estaba estrangulada de la deuda externa y predominaban en el mundo, y en los círculos de poder económico, las ideas neoliberales. Ahora existen otras restricciones a la economía argentina que afectan el proceso de industrialización en marcha y mucho de lo que explicaba Diamand puede resultar pertinente. ¿Pero qué nos decía en ese entonces?

Primero: los bruscos cambios en la economía argentina y en sus políticas económicas se habían debido a “una oscilación pendular entre dos corrientes antagónicas: la corriente expansionista o popular y la ortodoxia o el liberalismo económico”. La primera representaba a la mayoría de la población y sus objetivos eran el pleno empleo y una mejor distribución de los ingresos. La segunda estaba basada en la teoría neoclásica (no la llamaba directamente neoliberal, porque este término no se había aún impuesto) y reflejaba el sentir de los sectores agropecuario, financiero, exportador tradicional y parte del industrial (tampoco hablaba de las corporaciones).

Segundo: estos últimos llegaban al poder en medio de una crisis de balanza de pagos provocada por los paquetes de medidas expansionistas practicadas por los otros, que aumentaban los salarios reales, abarataban el crédito y estimulaban la actividad económica y el consumo, y cuyo desemboque terminaba en medio de un déficit fiscal y comercial, desbordes sindicales e inflación (políticas que erróneamente asimilaba al keynesianismo que era un modelo de corto plazo para superar las crisis). Todo esto agotaba las reservas del Banco Central y producía el estrangulamiento del sector externo.

Tercero: entonces venía la reacción con las políticas de estabilización y ajuste que seguían a una brusca devaluación. La aplicación de estas medidas traía una distribución regresiva de los ingresos con caída de los salarios reales, restricciones presupuestarias y grandes ganancias empresariales, a lo que se le agregaba la llegada de capitales extranjeros. Pero tampoco tenían éxito a pesar de los sacrificios que se le había exigido a la población, aunque lo atribuían siempre a la insuficiencia del poder político para efectuar el saneamiento necesario. 

Cuarto: si bien Diamand reconocía la importancia de la inestabilidad política relacionada con este péndulo económico, siguiendo el pensamiento de Guillermo O’Donnell, el modelo se parece mucho al de stop and go de Braun y Joy y de otros autores y está marcado por un cierto economicismo que no empalma siempre con la realidad histórica. ¿Uno se pregunta por qué vienen primero las políticas expansionistas y luego el ajuste? Sin embargo, Diamand aporta ideas más interesantes que la del simple péndulo económico. 

Quinto: Diamand diferencia bien el sector agropecuario y el industrial y nos dice que lo que es algo natural para el primero, por las ventajas comparativas que conlleva en la economía internacional, no lo es para el segundo, que necesita un impulso especial, voluntario, por parte de los gobiernos. En todo caso, la industria no era un regalo del cielo azul, las lluvias abundantes y el fértil suelo que bendecían al agro, como se decía a principios de siglo en un célebre libro de Martínez y Lewandosky destinado a atraer inversores extranjeros a la Argentina. Diamand era consciente de que ningún país agroexportador podía llegar a compararse con uno plenamente desarrollado ni sería capaz de dar empleo ni hacer vivir dignamente al conjunto de su población. Tenían razón los diputados proteccionistas en la discusión de la Ley de Aduanas de 1876 sobre el hecho de que la industria es artificial, sobre todo la “industria incipiente”, pero que resultaba un artificio absolutamente necesario para que el país alcanzase un escalón más alto de desarrollo. 

Sexto: para tratar de encontrar una solución a esta salida o al problema del péndulo, que era su correlato, Diamand pone de manifiesto en el caso argentino lo que denomina una estructura productiva desequilibrada, o EPD. Esa estructura está compuesta por dos sectores con niveles de productividad diferentes: el agropecuario, de una alta productividad, que trabaja a precios internacionales y exporta (trigo, maíz, carne o soja, según las épocas) y el industrial, con una productividad mucho menor, precios mayores que los internacionales y dedicado sobre todo al mercado interno. 

Séptimo: incorpora, entonces, un elemento que siempre juega en la economía argentina: el tipo de cambio. Los altos precios industriales no se debían a la ineficiencia del sector, que depende sólo en parte de su productividad, sino también del tipo de cambio, o sea del precio del dólar en moneda nacional que traduce los precios internos a los internacionales. En muchos países hoy llamados emergentes, donde no hay en un principio un sector más eficiente que otro, ese tipo de cambio permite competir a las industrias cualquiera sea su nivel de productividad. El precio que pagan es colocar los tipos de cambio a niveles muy altos, con lo que reducen los salarios reales y las condiciones de vida de la mayoría de la población, al menos en un comienzo. 

Octavo: en la Argentina esta situación ocurre porque existen dos sectores de productividad muy diferente y el tipo de cambio corresponde siempre al más productivo que compite internacionalmente: el agropecuario. Tenemos un dólar “pampeano”, no uno para el conjunto de la economía. Esto crea una ilusión de ineficiencia industrial que afecta las políticas económicas y genera “la hostilidad de la sociedad hacia su propio proceso de industrialización”. Los regímenes de protección del sector pasan a verse como una forma de encubrimiento de la incapacidad o desidia de los empresarios. Pero para Diamand esto no es cierto; la industria es tan eficiente como lo permite su grado de desarrollo. Sin embargo, esta estructura desequilibrada produce las crisis del sector externo por la necesidad de mayores divisas para importar los productos necesarios que permitan acelerar el proceso de industrialización: bienes de capital, materias primas, productos intermedios. La sustitución de importaciones tiene, entonces, un techo estructural que está por detrás del péndulo de políticas económicas. ¿Esto significa que nos hallamos de nuevo ante un escenario como el que Diamand nos presenta? 

Para Diamand, en los ’80, con la financiarización y desindustrialización de la economía el péndulo se había terminado, aunque ahora, desde hace diez años, revivimos un vigoroso proceso de industrialización. En otras épocas de crisis mundial, sin embargo, los problemas externos no tenían su origen sólo en ese tipo de procesos. Con la crisis de los años ’30, vigente todavía un esquema agroexportador y sin un sector industrial importante, hubo control de cambios, evitándose fugas de capitales para preservar las reservas y evitar bruscas devaluaciones. Pero el análisis de Diamand representa un aporte al estudio de la historia económica argentina que permite reflexionar sobre muchos de los interrogantes que nos plantea la situación actual. 

*Mario Rapoport es un reconocido intelectual argentino.​ Wikipedia

Fuente: diariobae.com