Sobre relatos y proyectos

Eric Calcagno
Infonews[x]
Los medios dominantes se presentan como dueños de la verdad y asentan sus intereses sectoriales por sobre el interés general. Desde la asunción misma de Néstor Kirchner en el año 2003 –cuando el establishment le auguraba un año en funciones– hasta nuestros días, los medios dominantes, sus voceros políticos y sus referentes intelectuales no han cesado en denunciar "el relato" del gobierno nacional.
Desde la asunción misma de Néstor Kirchner en el año 2003 –cuando el establishment le auguraba un año en funciones– hasta nuestros días, los medios dominantes, sus voceros políticos y sus referentes intelectuales no han cesado en denunciar "el relato" del gobierno nacional. Este supuesto relato no sería más que una mezcla de épicas añejas y actuales, habitado por los rencores de los más viejos y la inexperiencia de los más jóvenes, ambos con ambición y soberbia, que deforma los hechos a tal punto que ninguno de los logros alcanzados es real.
El alcance de esta visión, que circunscribe la producción del "relato" al gobierno y a sus militantes, cae en un reduccionismo poco frecuentable. En efecto, supone que frente a ese relato se yergue una realidad objetiva, de la que son los medios opositores los genuinos representantes. La reciben como una revelación que transmiten en estado puro. Ellos hablan desde la realidad; nosotros, desde el relato; como siempre vence la realidad, estos años han sido sólo engaño: hay que informar al soberano, pareciera. El arte de presentarse como dueño de la verdad –como justa y correcta interpretación de la realidad– encarna pues los valores de la civilización frente a la barbarie del relato nacional y popular.
No es que ese modo de ver las cosas sea nuevo: lo conocemos desde las invasiones inglesas a la fecha. No es que sea exclusivo de la Argentina: siempre los sectores dominantes buscan asentar sus intereses sectoriales por sobre el interés general en base a la propiedad de la verdad contra los desposeídos del relato. Eso es lo que permite establecer el campo de lo pensable acorde con los propios deseos, aquello que es legítimo y aquello que es ilegal. Y castigar. En economía, no hay salvación fuera del saber convencional y de las recetas liberales; en lo social, el otro –los otros, nosotros– es el peligro, por pobre, extranjero o discutidor. El caso emblemático fue señalado por Helder Cámara que, en el ejercicio de su sacerdocio, señalaba que si ayudaba a los pobres era un santo, pero que si preguntaba por qué eran pobres era un comunista. ¿Otra víctima del "relato"?
Pero es en el ámbito político donde este procedimiento simbólico es más arriesgado. Suponer que un grupo, por pudiente, educado y presentable que sea pueda arrogarse el ejercicio de la verdad, desplaza la discusión de los temas importantes y el debate que surge desde el conjunto de la sociedad. Que abreve en un viejo resabio de un positivismo mal comprendido, de reflejos cientificistas que adoptan el darwinismo social como norma (hábito del gorilismo culto). Adoptar el propio punto de vista subjetivo como verdad indiscutida implica evacuar la discusión en términos de finalidad de la actividad política, por ejemplo sobre los beneficiados y perjudicados según los diferentes modelos de país posibles.
¿Si la verdad es mía, para qué discutirla? Lo del gobierno –dicen– es sólo relato. De este modo se lanzan de lleno a la tarea de conseguir aquel que represente en las instituciones la proyección de esa verdad objetiva (entendida como el conjunto de sus intereses), y dejar de lado los relatos disgregadores, autoritarios, inconsistentes, para descansar por fin en el aburrimiento de un comité político de las verdades que asegure sus privilegios en el tiempo. Hay que terminar con el populismo, de allí que sea necesario destruir su relato. Como sea.
La falsedad conceptual surge en varios otros niveles. La construcción de un relato es, precisamente, lo que las diferentes sociedades, naciones y Estados en su diversa composición e historia hacen para existir en determinados momentos de su desarrollo. El desenvolvimiento de las nacionalidades europeas durante el siglo XIX comportaba símbolos portadores de sentido. En el caso de Italia, por ejemplo, de los carbonarios hasta los garibaldinos, existe un relato centrado sobre la unidad italiana, con avances y retrocesos, derrotas y victorias, negociaciones e imposiciones. Hasta la efectiva unificación.
Para los pueblos del Tercer Mundo, el relato se basó sobre deshacerse del yugo colonial y terminar con esa colección de crímenes cometidos en nombre de "el duro deber del hombre blanco", que va desde los genocidios cometidos en tres continentes hasta la esclavitud y la dependencia económica. Es interesante notar en ese caso que mucho del relato antiimperialista abrevaba en las fuentes doctrinarias del liberalismo político clásico, como aquello del derecho de los pueblos a la autodeterminación. La declaración de independencia de Vietnam de 1945 comprende así varios conceptos inspirados en la declaración de los derechos del hombre de la Revolución Francesa así como temas de la declaración de independencia de Estados Unidos. Mucho relato, por ahí.
Hace algunos años, Nicolas Shumway, un estudioso norteamericano, escribió un libro sobre las "ficciones orientadoras" que estructuraron el pensar político argentino durante el siglo XIX. Como analizaba esas "ficciones orientadoras" a veces contradictorias, refiere la polémica, entre otras, protagonizada por Sarmiento y Alberdi. Algunas tribunas de doctrina se molestaron por visibilizar así a un Alberdi que no correspondía con… ¿con qué? ¿Con la verdad? Si allí están las largas (y enriquecedoras) diatribas entre ellos. ¿Ah, entonces la oligarquía también? ¿Fue en nombre de la verdad que se masacraron gauchos, indios y paraguayos en la segunda mitad del siglo XIX? O sería cuestión de relatos, del relato dominante, de eso terrible que fue el relato dominante más el remington. También así la dictadura, a su modo, con su relato que aún perdura bajo otras formas.
En síntesis, la clase dominante precisa de un pensamiento único, al que otorga la naturaleza de verdad, por carecer ya de categorías que rindan cuenta de las realidades más allá de su rentabilidad. También carecen de pensadores que legitimen sus valores, de referentes que conduzcan opciones mayoritarias. De allí que busque imponerse a través de sus medios con incesante repetición, y descalificar a las demás ideologías y convicciones, a las otras opiniones, estigmatizando con su "relato" a nuestro Proyecto Nacional.