Contra el idioma único

Serge Halimi
Le Monde diplomatique

Mercado único, moneda única, ¿lengua única? Las puertas y los puentes que ilustran los billetes europeos encarnan ya la fluidez de los intercambios entre comerciantes sin arraigo y sin historia. ¿Hace falta también que el estudiante, al igual que el turista que ya no necesita cheques del viajero, pueda dejar su país, sin diccionario? Con un inglés de aeropuerto como pasaporte lingüístico, utilizable en todas partes, en particular en las universidades francesas.
Porque estas, parece, están todavía muy “rezagadas”; como el resto del país. ¡Imagínense, en ellas aún se habla francés! Geneviève Fioraso, ministra de Enseñanza Superior e Investigación, quiere suprimir este “obstáculo del lenguaje” que desanima “a los estudiantes de los países emergentes, Corea, India, Brasil” a formarse en Francia.

Sin embargo, hay veintinueve Estados que tienen como lengua oficial la lengua de Molière (cincuenta y seis, la de Shakespeare). Y el número de hablantes de francés no cesa de aumentar, en particular en África (1). Pero, a juzgar por la carrera de obstáculos que se les inflige, los estudiantes de este continente no son los que Francia quiere atraer. No son suficientemente ricos, no lo suficiente como para pagar los (abultados) derechos de inscripción de una escuela de comercio o de ingenieros.

En las universidades estadounidenses, donde la proporción de estudiantes extranjeros (el 3,7%) sigue siendo muy inferior a la de los establecimientos franceses (el 13%), nadie piensa en recuperar ese “atraso” enseñando en chino o en portugués. No obstante, Fioraso declaró irónica: “Si no autorizamos los cursos en inglés, pronto seremos cinco hablando de Proust alrededor de una mesa”. Nicolas Sarkozy había demostrado su desprecio por las humanidades al compadecer a los estudiantes condenados a leer La Princesse de Clèves en lugar de estudiar derecho o business.

Votada en 1994, la ley Toubon dispone que “la lengua de enseñanza, de los exámenes y de los concursos, así como las tesis y ensayos en los establecimientos públicos y privados de enseñanza es el francés”. Un puñado de universitarios prestigiosos que se oponen a esta regla que “data del siglo pasado”, pretenden que la defensa del multilingüismo (todavía vivo en este siglo, en la mayoría de los organizaciones internacionales...) disuadiría a los anglófonos a venir a estudiar a París (2).

Pero el “atractivo” de una lengua no consiste en la venta de formaciones a los “países emergentes”. Resulta de una manera de intercambiar con los demás, de pensar el mundo, incluso el que viene. ¿Francia, que ha luchado por defender su cine y sus canciones, puede aceptar que algún día la investigación y la ciencia se expresen únicamente en el idioma a menudo maltratado de la superpotencia? “Hoy la paradoja es que la americanización, la promoción del inglés está a cargo de otros que no son estadounidenses”, señala el lingüista Claude Hagège. Felizmente, otros que no son franceses –en particular en África y en Quebec– permitieron que se mantenga la diversidad cultural. Su perseverancia, más que el cómodo fatalismo de un puñado de universitarios, merecería inspirar a los dirigentes políticos.

Notas:

1. Retomando proyecciones actuales, Laurent Fabius, ministro de Relaciones Exteriores francés, estima que “el 80% de los francófonos de 2050, es decir 700 millones de personas, serán africanas”.
2. “Facultés: les cours en anglais sont une chance et une realité”, Le Monde, París, 8-5-13.