El programa más progresista de la historia

>Por Martín Fiszbein.

"A veces los ’70 no son sólo muerte y duelo. La memoria también es esto”. Nicolás Casullo.

Carlos Leyba es licenciado en Economía Política en la Universidad de Buenos Aires. Es profesor regular titular de Sistemas Económicos Comparados de la Facultad de Ciencias Económicas de esa Universidad. Fue director de la carrera de Economía de la UBA, presidente del Fondo Nacional de las Artes y coordinador del Programa Argentino del Desarrollo Humano elaborado por el Senado de la Nación y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

- ¿Cuáles eran los puntos de vinculación entre el programa económico propuesto con el retorno del peronismo y los planteos programáticos en los que habían acordado anteriormente la CGT y la CGE?

- Existía una profunda coincidencia en defender la industria nacional y una gran preocupación por el tema de la inflación, en la medida en que iba erosionando el poder adquisitivo. En la mayoría de los programas económicos anteriores y posteriores, el Ministerio de Economía era considerado una torre de marfil controlada por grupos que creían tener mayor información que el resto y cuyo valor máximo era la sorpresa, creyendo que se impondrían a las expectativas de la sociedad.
Nuestro planteo era filosóficamente el contrario: la sociedad toma decisiones en común acerca de cómo encaminar su situación. La última etapa del plan fue la realización de un documento donde firmaron todos: políticos, empresarios, sindicalistas acerca de qué cuestiones se iban a privilegiar. Terminó siendo el programa más progresista de la historia de la República Argentina.

- ¿Cuáles fueron las principales resistencias al plan?

- Nosotros éramos conscientes de que íbamos a tener que mantener el tipo de cambio en términos reales, devaluando si era necesario, y lo queríamos incorporar a las coincidencias. Sin embargo, Alfredo Gómez Morales lo rechazó. Se opuso terminantemente a que se incluyera una línea sobre el tema. Nosotros no deseábamos que se apreciara el tipo de cambio.

- ¿Cuál era el objetivo del tipo de cambio real estable?

- Las exportaciones. Nuestro programa era absolutamente industrialista, queríamos una política ofensiva. Puede que no existiera tanta conciencia entre el gran público o entre los políticos, pero ya en la literatura de la época, entre los economistas, todo el mundo entendía que la salida era el desarrollo industrial. La bonanza de los precios favorables servía para dar un salto y de hecho lo dimos.

- ¿Por qué se impuso la visión de Gómez Morales?

- Gelbard, que era un empresario con ideas económicas muy firmes, tenía, como mucha gente de mi generación, un profundo respeto por Gómez Morales, que era un importante representante del pensamiento peronista. Éste creía que el tipo de cambio tenía que ser relativamente fijo. Adhería a la idea de que toda devaluación era una baja de salarios. Pese a que lo estimaba personalmente, él y su tozudez nos costaron bastante, y al país también.

- ¿Cómo se desenvolvieron las negociaciones?

- Fuimos con el documento, lo leímos en voz alta y hubo dos acontecimientos destacables. El primero, la absoluta conciencia de Rucci (rodeado de guardaespaldas con ametralladoras) al decir “yo sé que al firmar esto estoy firmando mi sentencia de muerte”.
Los empresarios firmaron. Si me preguntás si firmaron por lo que dijo Rucci y si a partir de entonces tomaron la dimensión del sacrificio sindical, diría que tuvo que haber influido. Porque todo lo que contenía esa resolución era un cambio de visión ideológica.
Estábamos inaugurando en América latina el camino de la Concertación Social. Quizá con extrema ingenuidad y voluntarismo. Nos apoyábamos en las experiencias europeas de posguerra. No era un invento. Era algo lógico en un país muy trabado por cuestiones políticas y donde se venía de un período de tremendo crecimiento de la productividad y en el mismo lapso de una regresión en la distribución del ingreso.

- ¿Cómo evalúan ustedes la muerte de Rucci en términos del Plan?

- Veníamos de tener un cimbronazo grande con la renuncia de Cámpora, la presidencia de Lastiri y finalmente el ascenso de Perón, que lo confirma a Gelbard. Hasta los sectores más recalcitrantes veían a Perón como un salvador, como un líder que venía a poner orden. Y para quienes nos sentimos parte de la corriente nacional venía a definir la Argentina del futuro.
En el contexto posterior al triunfo de Perón, la muerte de Rucci fue una respuesta de parte de Montoneros. Nos decían “no se van a llevar a Perón para allá”. Así, Montoneros expresó lo esencial de su ideología: la no aceptación de lo que el peronismo era. O sea, un movimiento nacional que tiene sectores progresistas, conservadores, trabajadores, empresarios.
Ellos vieron en la figura de Rucci una manera de limitarnos. Podrían haberlo matado a Gelbard, pero en ese caso simplemente hubieran logrado destruir un proceso y la batahola hubiese sido más gravosa para ellos. En cambio, de esa manera nos cercaban y lo obligaban a renunciar. Medida que no hizo.

- ¿Cuál era el diálogo con Perón en referencia al programa?

- El presidente tenía una relación de absoluta intimidad y confianza con Gelbard, nada más que con él. Representaba un empresario nacional, astuto, lleno de vinculaciones políticas, que le garantizaba la cintura política necesaria para no llevarle conflictos complejos. Un hombre capaz de hablar con las piedras, un operador de primer nivel.
Perón se involucró a través de esa relación y convalidó el programa porque era de modernización del país. Una expresión de su frase “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”. Eso es el Pacto Social. No se trata de creer que no hay conflicto, sino que éste está entre ser o no ser Nación.
El primer aspecto en el que Perón intervino directamente fue con la crisis del petróleo. Ninguno previó su crisis. Regulamos la circulación de autos, un día patente par y otro impar, para bajar el consumo de naftas. Los precios de los insumos importados subieron en 900 por ciento y el país no tenía la capacidad petrolera y gasífera que tiene hoy. Perón, que no era un tipo cualquiera, hizo lo siguiente: a) Yacyretá, b) el Gasoducto de Bolivia y c) el Acuerdo del Río de la Plata. Todo eso sólo en un año, lo que habla de un estratega. Tenía una visión por encima del común.
El problema fue que con ese incremento del precio de las importaciones, los insumos básicos pegaron un tremendo salto. Estábamos en una situación en que nos urgía trasladar esos precios a la producción. Habíamos autorizado los ajustes por telegrama a la Secretaría de Comercio, pero íbamos con D’Adamo en el auto del Ministerio y escuchamos por la radio a Perón diciendo que no se iba a ver ningún aumento a pesar del incremento del precio del petróleo.
Te imaginás, lo dijo Perón, no había quién pudiera dar vuelta eso. Luego se negoció y con el tiempo fuimos trasladando esa suba a los precios.

- ¿Hasta qué punto la rigidez se volvió contra el plan y cuáles fueron las alternativas que se tuvieron en cuenta y no se terminaron aplicando?

- Todo régimen de administración fracasa cuando lo dan de baja. Creíamos que permanecería. Había que mejorarlo, para lo cual lo primero era que existiesen mecanismos sanos de negociación sobre los precios. El segundo tema lo constituía la institucionalización. Las personas son efímeras, por lo que uno debe tender a construir instituciones. A institucionalizar el diálogo. Creamos una comisión para asegurar que todos fueran escuchados. Esto era una iniciativa nueva para la Argentina, que venía de regímenes militares donde la decisión estaba tomada por una persona en forma unilateral.

- ¿Cuáles fueron los errores?

- Como economistas profesionales sabemos que si no existe señal de precios al mercado, la inversión no reacciona. O sea, se tienen que crear señales ad hoc para que se invierta. Donde fallamos fue en el marketing y en movilizar las expectativas empresariales para llevar a cabo ese proceso.
Convengamos que cuatro presidentes, los Montos, la bandera, la salida de la cárcel, no era un clima friendly para los negocios. Recién cuando nos estábamos yendo despegó el proceso de inversión, proyectos presentados a la Secretaría de Industria, apuntalados por la demanda sostenida.
Faltó el diálogo para la inversión, pero estábamos muy preocupados por el corto plazo. El Plan Trienal tenía muy claro el horizonte de expansión de la frontera agropecuaria. Éramos industrialistas, pero no anti agrarios. No éramos unos grandes ilustrados, sino que el país había desarrollado numerosas ideas, la Facultad de Agronomía, el INTA, profesionales de Energía. Lo que hicimos fue escuchar a todo el mundo y poner detrás el peso del Estado.
La institucionalización no la logramos, pero a Gómez Morales le dejamos un escenario totalmente administrable, a tal punto que la demanda salarial máxima de la CGT fue del 11 por ciento. Esa cifra da una pauta de cómo estaba la situación. Las tarifas de servicios públicos estaban bastante bien, el tipo de cambio un poco estancado, pero por la resistencia del propio Gómez Morales. En un escenario político confuso dejamos un buen escenario.
Después, lo de Isabel fue terrible. Yo escribí doce renuncias a pedido de Gelbard y cada vez que él iba a renunciar Isabel lloraba y le pedía que no se fuera. La idea nuestra era irnos, pero como no nos íbamos estuvimos sometidos a la humillación permanente de la Casa Rosada. No nos dejaron pasar ninguna medida.

- ¿Cómo jugó la muerte de Perón en todo ese proceso?

- Fue un elemento central. Estuvimos casi dos meses paralizados. No habíamos logrado una institucionalización que superara la figura del presidente en la Casa Rosada, cualquiera fuera el que estuviera allí. Nosotros habíamos firmado una ley que les brindaba dinero a las centrales empresarias y obreras y a los partidos políticos.
Queríamos instituciones sólidas para que pudiesen sostener ideas. Cuando los liberales hablan de las instituciones, aunque por razones distintas, tienen razón. Si no tenés una CGT y un grupo industrial nacional en serio, ¿cómo podés pelear por lo que uno quiere hacer?
Éramos conscientes de que no estaban puestos los cimientos. Se erosionó todo y terminó con el Rodrigazo, que fue letal. Fue la ruptura definitiva del Pacto Social que era, en mi opinión, la última etapa de esa década de crecimiento.

FUENTE

Historia de la Economía Argentina del Siglo XX – Fascículo 34, Ed. La Página, p. 540.