Sigilio y nocturnidad en las prácticas periodísticas y hegemónicas

Sigilo y nocturnidad en las prácticas periodísticas hegemónicas es la primera aproximación editorial a un modelo para la producción y el análisis de contenidos y procesos periodísticos, desde una perspectiva contrahegemónica y fundada sobre categorías como Propaganda, Poder y Hegemonía, entre otras. Ese modelo teórico es un punto de quiebre en el ámbito de las reflexiones contemporáneas sobre comunicación social y periodismo, decididamente enfocado hacia la disputa teórico-ideológica respecto de los poderes establecidos en los ámbitos académicos, políticos y profesionales, argentinos e internacionales. Los autores consideran que los estudios semiológicos, los estudios culturales y las descripciones de rutinas han sido aportes útiles pero insuficientes a la hora de construir una “teoría” propia de la comunicación social y del periodismo en particular.
 
Este libro contiene las primeras conclusiones teóricas del Grupo de Investigación fundado en 2007 en el seno de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (FPyCS) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). El modelo Intencionalidad Editorial, pensado tanto para la producción como para el análisis de contenidos periodísticos, comenzó a ser tópico especializado en la actividad docente en varias Universidades Públicas del país y soporte teórico de innumerables tesis de grado y posgrados, incluso de Doctorado en Comunicación, destacándose en ese sentido las labores del Dr. Ernesto Espeche, actual director de la Carrera de Comunicación de la Universidad Nacional de Cuyo y de Radio Nacional Mendoza. En 2008, en la FPyCS de la UNLP, comenzó sus tareas el Observatorio de Medios de Argentina. En 2009 y 2010 hicieron lo propio los Observatorios de Medios de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo. En la actualidad, esos centros de investigación forman parte de la Red Universitaria de Observatorios de Medios, integrada además por los Observatorio de Medios de las Universidades Nacionales de Córdoba y Salta, con la dirección del autor del texto que hoy publicamos. Conforme a los lineamiento teórico y metodológicos del modelo Intencionalidad Editorial, los Observatorios de Medios son instrumentos académicos desarrolladas como herramientas de intervención político comunicacional al servicio del cumplimiento efectivo del Derecho a la Información, comprometidas con una efectiva democratización de la palabra conforme se desprende del texto y del espíritu de esa portentosa ley de la democracia que es la de Servicios de Comunicación Audiovisual, y de otras iniciativas llevadas adelante por el gobierno nacional que encabeza la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. En ese sentido, los Observatorios de Medios se reconocen a sí mismos como partes activas en la confrontación política y cultural contra la concepción que llevan a la práctica los monopolios mediáticos de Argentina y América Latina, violadores sistemáticos de las prácticas democráticas.
El poder como razón de ser del periodismo

por Víctor Ego Ducrot

“El problema no es cambiar la conciencia de las gentes o lo que tienen en la cabeza, sino el régimen político, económico, institucional de producción de la verdad”


Tanto en el artículo “Coca-Cola NO refresca mejor” como en otros puntos de partida de nuestro modelo teórico y metodológico hemos afirmado que “todo proceso periodístico pertenece al escenario del debate y de la puja en torno al poder, porque lo defiende, lo avala, lo sustenta o lo justifica, o porque lo cuestiona y hasta trabaja para su destrucción, para su reemplazo o para su modificación sustancial”.
Pero, en qué marco podemos reconocer que la práctica periodística pertenece al terreno de la disputa por el poder y del poder.
(...)Afirmamos que el discurso académico y periodístico del bloque de poder -expresado por los grandes medios corporativos y los grandes centros de estudios, especialmente estadounidenses, con sus “thinks tanks” y sus usinas de “papers”- lo negarán y se horrorizarán pero el periodismo forma parte del concepto genérico de propaganda. Es una especie particular dentro del género propaganda, que se especifica y se define por una metodología y un conjunto de técnicas propias. Esa especificidad del hecho periodístico, que lo distingue del resto de los mensajes que pertenecen al ámbito de la propaganda es su Objetividad, entendida ésta como inexcusable remisión a fuentes.
Podríamos decir entonces que el periodismo es propaganda objetiva, basada en hechos susceptibles de ser constatados y confirmados en su objetualidad y veracidad por las llamadas fuentes, sean éstas directas, indirectas, testimoniales o documentales.
En tanto que propaganda -siempre de valores e intereses-  el periodismo ni siquiera puede ser imaginado fuera de la puja por el poder, tema éste que nos traslada a otro de los conceptos centrales de nuestro modelo teórico y metodológico, tratado en otros artículos de esta misma edición, pero que aquí se hace necesario recordar.
Todos los procesos periodísticos, como herramientas para la conquista, la conservación o la destrucción del poder -destrucción o deconstrucción que apunta a la construcción de otro, de distinto tipo o naturaleza-, acude a la transformación de su Parcialidad de grupo o clase en “objetividad” -nos referimos aquí a la objetividad de la engañosa ecuación Objetividad-Subjetividad, para que la misma, desde su supuesto valor de verdad universal, sea y opere como sentido común.
Los procesos periodísticos del bloque hegemónico -fueren cuales fueren éstos- operan ese mecanismo de conversión de Parcialidad de grupo o clase en “objetividad”. Esto en términos de sigilo o nocturnidad, casi de la misma forma en que el bloque que sigue siendo hegemónico en la América Latina de principios del siglo XX, en la anterior década del ´70 recurrió a  la desaparición forzada de personas como práctica terrorista de Estado, tendiente a la instalación del modelo de organización social denominado neoliberal, denominación ésta que significa con una palabra de rápida asimilación colectiva a la etapa actual del sistema capitalista-imperialista. Etapa ésta que por su características propias algunos autores denominamos Imperio Global Privatizado (IGP).
(...)Sin embargo, y antes de intentar una explicación de qué queremos decir cuando recurrimos al concepto de poder, permítasenos anticipar aquí un punto de agenda futura, abierto al debate, como si de una propuesta programática de investigación se tratara, y para cuyo planteo nos vemos obligados a incurrir en la siguiente digresión.
En una obra en la que entrecruza la crítica literaria y los estudio bíblicos, el estadounidense Harold Bloom concluye, expresado aquí en forma muy sintética, con trazos gruesos y con categorías no utilizadas por ese autor, que el Nuevo Testamento, con algo más de 2.000 años de existencia, es el ejemplo más portentoso de sentido común y que como tal, al igual que los procesos periodísticos añadimos nosotros, muchos puntos tiene en común con aquellos textos que se constituyeron en integrantes de determinado canon literario. Bloom, gran crítico literario, no se aparta de su propia historicidad y por consiguiente se remite en forma casi constante a textos escritos en lengua inglesa. Así es como se anima a afirmar que sólo Shakespeare podría aspirar a la categoría de demiurgo, en el sentido de gran hacedor de sentidos comunes.
Quien tenga interés en por lo menos una mínima referencia sobre los aportes de los estudios bíblicos en tanto herramientas para descorrer los velos que el poder trazó en torno a las enormes construcciones simbólicas, puede consultar el Diccionario de Teoría Crítica y Estudios Culturales, compilado por Michael Payne, en su entrada correspondiente.
Desde la reflexión filosófica y el conocimiento producido en América Latina, resulta oportuno citar aquí al pensamiento del argentino Carlos Astrada, respecto de sus indagaciones en las escatologías de las culturas míticas americanas. En su trabajo Mito, tiempo e historicidad, de 1953, corrige la idea de sacralidad de origen, que en el pensamiento arcaico de América alumbra un sistema de Edades de reiteración cíclica.
Teniendo en cuenta las referencias sobre Bloom y Astrada pasemos entonces a explicitar que la propuesta programática de investigación formulada en el inicio de esta digresión consiste en debatir respecto de lo expresado en el subtítulo de nuestro artículo, texto que no pertenece al autor del mismo sino a Foucault: “el problema no es cambiar la conciencia de las gentes o lo que tienen en la cabeza, sino el régimen político, económico, institucional de producción de la verdad”.
Esta afirmación foucaultiana pone en tela de juicio la impronta cuasi mítica que la posmodernidad le ha otorgado a los medios de comunicación, a las industrias culturales y al plano simbólico en general y por ende a la expresión visible de los procesos periodísticos. No nos olvidemos que además de símbolos éstos incluyen sus respectivas bases de materialidad y en cierta medida coincide con una observación varias veces formulada desde nuestra mirada teórica, en el sentido de que la influencia de los medios de comunicación será inversamente proporcional al grado de articulación del tejido social.
En primer lugar cabe destacar que el encargado de desarticular la mitificación posmoderna fue, en este caso, nada menos que Foucault, quien como veremos más adelante, cuando nos adentremos en el concepto de poder, para nada podría ser acusado de mecanicista y resignado al determinismo estructura-superestructura al que condujeron las lecturas no dialécticas del marxismo.
Resaltado ese punto, consideramos oportuno incluir en estos párrafos -por algo hemos aceptado que provisoriamente nos encontramos en una digresión programática para la investigación y el debate- que la dialéctica como método debe ponerle punto final al pensamiento binario  que en última instancia encierra la formula “tesis-antítesis-síntesis”  , ya que así expuesta la síntesis presupone un conjunto cerrado a priori de dos elementos, para pasar luego  a transformarse, a su vez, en uno de los elementos del conjunto siguiente:
tesis 1 - antítesis 1
círculo binario=síntesis 1
La naturaleza o la materialidad con la cual el Hombre se relaciona, según el estado actual del conocimiento (en última instancia historicidad de la naturaleza y del Hombre), y la creación y/o representación simbólica (que en términos de Chomsky también en última instancia pertenece a la naturaleza -el lenguaje como función del cerebro humano-) ofrecen un entramado múltiple e indeterminado en términos cuantitativos de posibilidades permanentes (o lo que es lo mismo, una posibilidad infinita y simultáneas de tesis, síntesis y antítesis). Y la resolución concreta de cada una de esas posibilidades, en el conocimiento científico, en el arte y en la práctica política expresará un punto (un tiempo y un espacio) de historicidad particular, lo que no habilita a sostener que la realización de una historicidad específica implique el desconocimiento o la negación teórica de las posibilidades de la dialéctica conforme la entendemos y aquí la enunciamos.
Ese desconocimiento o negación conduce sólo a un destino: al del fin de la historia, mito por el cual trabajaron hasta ahora las distintas experiencias de bloques hegemónicos que registra la historia de la humanidad; mito por el cual trabajaron con ahínco y con desigual éxito todos los sentidos comunes, todos los sistemas de valores de grupo o de clase convertidos en “objetividad” o sistema de Valores Universales.
Entre ellos, y para recordar nuevamente a Bloom, el más exitoso quizá haya sido el creado por el Nuevo Testamento, a tal punto que se ha impuesto la noción de cultura o “civilización” judeocristiana, sobre la cual en realidad el único ejemplo contemporáneo es la asociación estratégica que existe a principios del siglo XXI entre los fundamentalistas cristianos de Estados Unidos, agrupados en el partido Republicano, y la ultraderecha con asiento en el Estado de Israel, cuerpos políticos ambos que invierten tantos millones de dólares en la guerra como en la difusión e imposición del actual sentido común hegemónico, siendo ambos tipos de inversión particularmente estratégicas para la reproducción hacia el infinito del sistema capitalista-imperialista.
Nuestra propuesta para el pensamiento dialéctico nos permite enunciar, en el campo que particularmente nos ocupa - la comunicación-, que tanto la expresión foucaultiana (“el problema no es cambiar la conciencia de las gentes o lo que tienen en la cabeza, sino el régimen político, económico, institucional de producción de la verdad”), como las afirmaciones de Alcira Argumedo (la influencia de los medios de comunicación será inversamente proporcional al grado de articulación del tejido social) merecen y deben ser expuestas al concepto dialéctico, comprensivo del principio de infinitud no binaria, aunque necesariamente abordable a partir de una existencia delimitada por la historia.
Esa exposición nos permitirá desentrañar cómo las conciencias de las gentes -las verdades- , o la influencia de los medios de comunicación interactúan (en forma infinitamente dialéctica) con los regímenes políticos, económicos, institucionales de producción de verdades o con las organizaciones sociales, según el caso. Del modo en que se concrete y se dirima esa interactuación dependerá en última instancia que el poder y sus sentidos comunes siga siendo hegemónico o que el mismo sea modificado por otro de naturaleza distinta y con igual o superior capacidad de generar sus propios sentidos comunes, aclarando que en esa interactuación no existen los antes y los después, sino sólo los mientras, en un sentido de simultaneidad y yuxtaposición.
¿Pero a qué nos referimos cuando utilizamos la palabra poder?
A título de primer antecedente, recordamos la necesidad de una relectura detenida del filósofo argentino Carlos Astrada (1894-1970) y de algunos de los mejores comentarios que se publicaron sobre su obra. Con Guillermo David señalamos que “la introducción - de El marxismo y las escatologías - plantea el marco del pensamiento mítico como condición para comprender la génesis de las diversas filosofías de la historia (...). La idea de que los acontecimientos humanos poseen una interna correspondencia y continuidad, emanada del mito, alcanzó universalidad con el cristianismo (...). En la modernidad, Voltaire acuñará en concepto ´filosofía de la historia´ y le dará el carácter, con que ha llegado hasta el presente, de búsqueda de una télesis  en el accionar humano (...). Por ello Astrada dirá que la filosofía de la historia “no es más que un avatar de la teleología, una concepción escatológica de carácter dogmático y religioso” o, en su formulación en el idealismo alemán, según las propias palabras de Hegel, ´una teodicea secularizada´. El problema de la historia no tiene solución fuera de la historia, en algún orden trascendente”. Es esta unicidad de la historia -en la cual se registran y juegan su papel específico los discursos, entre ellos los correspondiente a los procesos periodísticos- la que nos permite relacionar las consideraciones de Astrada sobre la organización o no de la misma con las lecturas que respecto del poder ya hiciera Spinoza, quien de alguna forma se anticipó en siglos a lo que a nuestro entender es la clave para comprender en forma de permanente síntesis el tema que nos ocupa, el poder: los aportes en cierta medida coincidentes o al menos yuxtapuestos de Gramsci y Foucault en torno a “consenso y coerción”, al decir del primero o a la “represión y placer”, según el segundo.
Como señala Andrea B. Pac respecto del pensamiento spinoziano, en éste “no se lee un reaseguro negativo del pacto (que formula Hobbes en Leviatán), sino un ´sostenimiento positivo´ del mismo y que la obediencia (...) no tiene que ser necesariamente una obediencia ´pasiva´ tanto como una afirmación de la ley. (...). Para Spinoza (...), la cesión de derechos (que se opera a través del pacto) se entiende de una manera tal que da lugar a pensar que la sociedad civil no se despolitiza necesariamente al construir el poder soberano. Es sabido que la filosofía spinoziana identifica derecho y potencia (según la cual ´cada individuo tiene el máximo derecho a todo lo que puede o (...) el derecho de cada uno se extiende hasta donde alcanza su poder determinado´”).
De especial utilidad es la cita que la autora recién mencionada hace de Maquiavelo, pues se trata de un ocurrencia metodológica que no sólo nos aclara el concepto de despolitización en el sentido de pérdida de poder, sino que nos permite una nueva introducción a aquél planteo de yuxtaposiciones que recogiéramos respecto de Gramsci y Foucault: “...una pequeña parte (de los ciudadanos) quiere ser libre para mandar, pero todos los demás, que son infinitos, desean la libertad para vivir seguros”.
Como veremos más adelante, “la pequeña parte” de Maquiavelo coincidirá con el ámbito de la “coerción”, mientras que los “infinitos” corresponderán al del “consenso”, según la lectura gramsciana, o a la “represión” y al “placer” respectivamente, si nos atenemos a la lectura que plantea Foucault.
Señalamos como aconsejable hacer aquí un breve alto en la organización de nuestras ideas troncales para explicar o desarrollar la apelación a Spinoza, ya que se trata de un pensador poco frecuentado en los estudios teóricos en el campo de la comunicación, explicación o sintético desarrollo que nos permitirá a su vez desentrañar el por qué de esa apelación o convocatoria.
Baruch Spinoza vivió entre 1632 y 1677 y su principal tratado, escrito en latín, es “Ética e Infinito”, donde manifiesta su adhesión a la razón, que progresa en forma deductiva, es decir de lo más simple a lo más general.
Gilbert Hottois explica que Spinoza parte de la afirmación según la cual sólo existe una única sustancia: “la que existe en sí y por sí, de manera autónoma, y que se puede concebir simple e inmediatamente sin recurrir a otros conceptos (...). Todo ser particular (individuo) es una expresión (modo) de la sustancia. Por tanto, todo ser prolonga por sí mismo la fuerza desbordante de la naturaleza creadora, es decir, trata de perseverar en su ser, de afirmarse y realizarse cada vez más. El ser humano no escapa a esta ley. Por eso Spinoza ha podido decir que ´la esencia del hombre es el deseo` (...). Y el deseo se aliena cuando se orienta por normas y valores exteriores al individuo o cuando se deja guiar por una mala comprensión que un individuo tiene de sí mismo (...). Rechaza todas las autoridades religiosas o políticas, todas las morales que pretenden enseñar e imponer a los individuos el bien, los valores, como si fueran su bien y sus valores. No hay valores ni bien trascendentes”.
Volvamos entonces -ahora sí- a Gramsci y Foucault, para avanzar en nuestra aproximación conceptual del poder, espacio éste sobre y en el cual existen -se producen y pueden analizarse- todos los procesos periodísticos, se refieran al asunto que se refieran, desde los más fácilmente identificables dentro de esta concepción -las noticias e informaciones políticas y económicas-, hasta aquellos sobre los cuales una primera y errónea lectura podría indicar una supuesta escasa relación con la cuestión del poder. En ese último sentido invitamos a nuestros lectores a preguntarse por qué el servicio meteorológico de cadena internacional de televisión BBC, de Londres, excluye por completo a Turquía de su mapa europeo, según las emisiones registradas, al menos durante todos los días del último trimestre de 2005.
Sin adentrarnos en las consideraciones motivadas por el debate que dentro del marxismo de da respecto de las relaciones existentes entre estructura y superestructura -porque el mismo se aleja de lo focal o específico de éste artículo-, podemos señalar con Hugues Portelli que la división funcional entre las dos esferas del momento superestructural  -consenso y coerción-  deben ubicarse en términos de unidad dialéctica entre ambas esferas, unidad en la que, para el ejercicio del poder, el bloque histórico hegemónico las utiliza en forma alternativa.
Por consiguiente, no existe sistema social (poder) donde el consenso sirva de única base  de la hegemonía, ni Estado (poder) donde un mismo grupo social pueda mantener duraderamente su dominación sobre la base de la pura coerción. Por lo tanto, la sociedad civil (ámbito del consenso en el ejercicio del poder) y sociedad política (ámbito de la coerción) están en constante relación.
El Estado, cuando quiere iniciar una acción poco popular, crea preventivamente la opinión pública adecuada, es decir organiza y centraliza ciertos elementos de la sociedad civil. Historia de la opinión pública: naturalmente, siempre han existido elementos de opinión pública (...), pero tal como se la entiende hoy, nació en vísperas de la caída del Estado absoluto, es decir, en el período de la lucha de la nueva clase burguesa por la hegemonía política y la conquista del poder . La opinión pública es el contenido político de una voluntad política que puede ser discordante. Es por eso que se desarrolla en la lucha por el monopolio de los órganos de la opinión pública: periódicos, partido, parlamento, de manera que una sola fuerza modela la opinión y de este modo la voluntad política tradicional, dispersa los desacuerdos en fragmentos individuales y desorganizados (...). En el seno de la sociedad civil, son esencialmente la prensa ´amarilla´ y la radio  quienes aseguran este servicio, especialmente por la creación de explosiones de pánico o de entusiasmo ficticio, que permiten el logro de determinados objetivos, en las elecciones, por ejemplo”.
Ya Gramsci tomaba debida nota de que la alternatividad en consenso y coerción dependía de un complejo sistema de variables, entre las que indudablemente se destaca el mayor o menor grado de eficacia con que funcione el sistema de consenso (medios, escuelas, colegios y universidades, iglesias, hospitales, etc.). A menor eficacia de los consensos mayor nivel de coerción.
Los consensos analizados por Gramsci habrán alcanzado su mayor grado de eficacia cuando la sociedad civil y la sociedad política logren organizar los “deseos”, en el sentido spinoziano del término, convirtiéndolos en voluntades políticas coincidentes y contendidas en un sentido común hegemónico. Una mayor comprensión de este campo de problemas es posible gracias a los aportes de Foucault, para quien lo esencial es una reelaboración de la teoría del poder, para salir de las limitaciones impuestas por los modelos de reflexión vigentes entre los siglos XIII y XVIII, que focalizaron la cuestión en el concepto de soberanía.
No se trata aquí de suprimir la noción de soberanía, indispensable cuando al poder se lo piensa, como es nuestra propuesta, desde una sociedad víctima del sistema capitalista-imperialista - ¡justamente esa es la supresión que proponen los discursos funcionales a ese sistema!- sino comprenderla dentro del marco de infinitud que proponemos para una actualización del pensamiento dialéctico.
“Entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una familia, entre un maestro y su alumno, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder que no son la proyección pura y simple del gran poder soberano sobre los individuos; son más el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las condiciones de posibilidad de su funcionamiento  (...). Para que el Estado funcione como funciona  es necesario que haya del hombre a la mujer o del adulto al niño relaciones de dominación bien específicas que tienen su configuración propia y su relativa autonomía (...). El poder se construye y funciona a partir de poderes, de multitud de cuestiones y de efectos de poder”.
Inmediatamente, en ese mismo texto, Foucault da cuenta de una cuestión que fuera superficialmente tratada por la vocación fundamentalista de ciertos pensadores de la posmodernidad, atrapados, por cierto, por sus respectivas redes de idealismo, y legitima la necesidad del enfoque histórico materialista para todo estudio sobre el poder. Afirma el filósofo francés: “esto no quiere decir que el poder es independiente y que se podría descifrar sin tener en cuenta el proceso económico y las relaciones de producción”.
El poder está siempre ahí, no está nunca fuera, no hay márgenes para la pirueta de los que se sitúan en ruptura con él, aunque ese no poder estar fuera del poder no debe comprenderse en el sentido de estar “de todas formas atrapado”.
“Sugeriría más bien (...) que el poder es coextensivo al cuerpo social, no existen, entre las mallas de su red, playas de libertades elementales (...) Las relaciones de poder están imbricadas en otros tipos de relación (de producción, de alianza, de familia, de sexualidad) donde juegan un papel a la vez condicionante y condicionado (...). Dichas relaciones no obedecen a la sola forma de la prohibición y del castigo, sino que son multiformes (...). Su entrecruzamiento esboza hechos generales de dominación (...), no conviene partir de una estructura binaria compuesta por dominantes y dominados, sino más bien de una producción multiforme de relaciones de dominación que son parcialmente integrables en estrategias de conjunto (...). Las relaciones de poder sirven en efecto, pero no porque estén al servicio de un interés económico primigenio, sino porque pueden ser utilizadas en las estrategias  (...). La lucha de clases puede no ser la ratio del ejercicio del poder y ser, no obstante, garantía de inteligibilidad de algunas grandes estrategias (...)”.
De todas las “sugerencias” planteadas por Foucault dejamos la siguiente para el final, porque nos parece fundamental. Es la que garantiza la inexistencia del supuesto fin de la historia: “Que no existen relaciones de poder sin resistencias”, y éstas existen porque están “allí donde el poder está; es pues como él, múltiple a integrable en estrategias globales”.
Esas redes, complejas y siempre inquietantes, son las que explican la razón de ser del periodismo, que no lo hubo ni lo habrá independiente, sino que lo hay sólo y en tanto como atrapado entre sus tejidos, para conservarlos o para deshacerlos, pero nunca fuera de ellos.