Un giro en la política exterior argentina
Leandro Morgenfeld*
Le Monde Diplomatique
Le Monde Diplomatique
La tensión internacional se desató cuando aviones espía de Estados Unidos lograron fotografiar la instalación de misiles soviéticos en la isla caribeña (15 de octubre) y se prolongó hasta el acuerdo entre Kennedy y Jruschov, alcanzado horas antes de iniciarse el ataque (28 de octubre). Moscú pretendía evitar lo que se consideraba como un probable ataque estadounidense a Cuba, aunque esa riesgosa jugada tenía que ver también con el “ajedrez” del enfrentamiento global, y pretendía incidir en el conflicto por Berlín.
La tensión internacional se desató cuando aviones espía de Estados Unidos lograron fotografiar la instalación de misiles soviéticos en la isla caribeña (15 de octubre) y se prolongó hasta el acuerdo entre Kennedy y Jruschov, alcanzado horas antes de iniciarse el ataque (28 de octubre). Moscú pretendía evitar lo que se consideraba como un probable ataque estadounidense a Cuba, aunque esa riesgosa jugada tenía que ver también con el “ajedrez” del enfrentamiento global, y pretendía incidir en el conflicto por Berlín.
Más allá de las acciones militares y de las encendidas declaraciones de la Casa Blanca y el Kremlin, existieron canales diplomáticos no formales desplegados por Jruschov y Kennedy para negociar y evitar la guerra total. Finalmente, la Unión Soviética retiró los misiles de Cuba y Estados Unidos se comprometió a no invadir la isla y, en secreto y en el plazo de seis meses, a retirar los misiles de la OTAN asentados en Turquía para amenazar a la Unión Soviética (1). La tensión siguió por meses, hasta que se concretó el retiro definitivo y total de los misiles e incluso se avanzó hacia la política de détente.
En los meses previos a la crisis, Washington había incrementado las sanciones estadounidenses contra el régimen castrista. Y también las presiones en todo el continente, que incluyeron golpes militares, como el que sufrió en Argentina Arturo Frondizi. El tema de Cuba en la Conferencia de Punta del Este de enero de 1962 –México, Brasil, Argentina y Chile, entre otros, se habían negado a votar la exclusión de Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA)– había fragmentado el sistema interamericano. Estados Unidos necesitaba reposicionarse en la región y disciplinar a los países latinoamericanos. En ese sentido, la crisis de los misiles, con la votación clave de la OEA del 23 de octubre de 1962 que avaló la “cuarentena” contra la Isla, fue un paso más en la política de aislamiento de La Habana y de reforzamiento de un sistema interamericano férreamente dirigido desde la Casa Blanca, en el contexto de la Guerra Fría (2).
Congraciarse con Washington
Durante la gestión de José María Guido, Argentina enfrentaba una profunda crisis económica. El temor de Estados Unidos al “contagio cubano” llevó a la Casa Blanca a prestar ayuda militar y económica a la Casa Rosada, que desplegó una política exterior mucho más alineada con el Departamento de Estado. Ni bien se hizo pública la crisis, el canciller Carlos Muñiz reaccionó inmediatamente al pedido de ayuda estadounidense, avizorando una oportunidad única para congraciarse con Washington, diferenciándose de Brasil y México. Muñiz instruyó al representante argentino ante la OEA para que apoyara la convocatoria a la reunión de consulta de acuerdo al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), decisión que fue avalada por los jefes de las tres armas.
Pero el compromiso no terminó ahí. Mediante el Decreto Ley N. 11.342/62, el gobierno de Guido resolvió enviar dos naves al Caribe: los destructores de la Armada Espora y Rosales. La Aeronáutica constituyó un grupo integrado por tres aviones, con la misión de participar en acciones de salvamento y exploración. Además, Muñiz anunció que el Ejército argentino colaboraría militarmente con Estados Unidos, instruyendo una brigada para el mantenimiento de la paz continental, en caso de que fuera necesario. El 5 de noviembre, Argentina presentó un proyecto de resolución en la OEA que preveía crear una fuerza de intervención interamericana. En una reunión entre Adlai Stevenson, representante de Kennedy ante la ONU, y Rodolfo Weidmann, el embajador argentino ante la OEA, éste le planteó que Argentina, y otros países del continente, estaban inquietos ante el rumor de que Castro consiguiera un “compromiso de no invasión” por parte de Estados Unidos, que lo librara de manos para proseguir con lo que consideraban una campaña de instigación a la subversión en el continente americano.
Pocos días más tarde, el 20 de noviembre, Kennedy anunció el levantamiento de la “cuarentena”. El día 22, el jefe de la Casa Blanca envió una carta a Guido en la que lo informaba de los pasos que se estaban llevando a cabo para terminar con las instalaciones militares soviéticas en Cuba. Además, señalaba su pesar por el hecho de que el sistema interamericano hubiera tenido que ocuparse en esos días de la crisis de los misiles y no del avance de la Alianza para el Progreso. En esa misiva, Kennedy resaltaba el apoyo latinoamericano.
Creciente influencia del Pentágono
La crisis de los misiles permite analizar un giro novedoso en la relación entre Washington y Buenos Aires. Argentina fue el primer país latinoamericano en colaborar, y Kennedy reconoció esta circunstancia recibiendo al canciller Muñiz, en enero de 1963, con honores propios de jefe de Estado (3). Como nunca antes en el siglo XX, y luego de múltiples tensiones bilaterales, el gobierno de Guido, y los jefes de las tres armas, sobreactuaron el apoyo a Washington. Argentina dejaba de ser el “mal vecino” del Sur. ¿A qué se debe esta innovación en la política exterior argentina?
En primer lugar, a la profunda crisis económica, y a la consecuente dependencia de la asistencia por parte de Estados Unidos y los organismos financieros internacionales. Cuando visitó Washington, en enero, el canciller Muñiz señaló que la ayuda que Argentina necesitaba era urgente. Debía renovarse el crédito de 75 millones de dólares de varios bancos y el acuerdo de garantía de inversión. Además, Estados Unidos debía ayudar a Argentina para lograr la renovación del crédito stand by con el FMI, que permitiera hacer frente a los vencimientos que el país tenía con Europa, contrarrestar los efectos de la sequía y ayudar al Tesoro con más de 50 millones de dólares (4). Guido le transmitió por carta a Kennedy que la situación argentina atravesaba una crisis tan drástica como la que Estados Unidos había afrontado el pasado mes de octubre con la Unión Soviética. El secretario de Estado, Dean Rusk, se mostró predispuesto a ayudar a Argentina, aunque también planteó que Argentina debía profundizar su ajuste interno, de acuerdo a los requerimientos del FMI (5).
En segundo lugar, la sobreactuación también se debía a la debilidad de Guido, fuertemente condicionado por diversas tendencias militares que sostenían y a la vez amenazaban a su gobierno. En los reclamos de ayuda económica a Estados Unidos, Muñiz no dejaba de plantear los ultimátums que recibía el gobierno por parte de los militares.
Por último, la participación militar argentina en la “cuarentena” dispuesta por Washington contra Cuba, y sus propuestas en la OEA, respondían a la creciente influencia que el Pentágono fue teniendo en las Fuerzas Armadas, en particular en la figura de Juan Carlos Onganía, nuevo jefe del Ejército, quien tres años más tarde encabezaría el golpe militar contra Arturo Illia e iniciaría una etapa de profundización del vínculo bilateral con Estados Unidos. En la crisis de los misiles, entonces, se encuentra quizás la más temprana manifestación de cómo la Doctrina de Seguridad Nacional empezaba a penetrar en los altos mandos militares argentinos, algunos de ellos formados en la Escuela de las Américas.
Argentina, hace 50 años, abandonó su tradicional respeto por el principio de no intervención, y se diferenció de México y Brasil sobreactuando el apoyo a Washington, en función de lograr auxilio financiero. La historia muestra que ese tipo de conductas, proclives a la balcanización latinoamericana, siempre terminaron siendo funcionales a los intereses de Estados Unidos en la región.
1. Don Munton y David A. Welch, The Cuban Missile Crisis. A Concise History, Oxford University Press, Nueva York, 2012.
2. Stephen G. Rabe, The Killing Zone. The United States Wages Cold War in Latin America, Oxford University Press, 2012.
3. Juan A. Lanús, De Chapultepec al Beagle: política exterior argentina, 1945-1980, Emecé, Buenos Aires, 2000 (1984), p. 100.
4. En este punto, se registra una continuidad con respecto a las políticas de “regateo” de Frondizi. Véase Leandro Morgenfeld, “Desarrollismo, Alianza para el Progreso y Revolución Cubana. Frondizi, Kennedy y el Che en Punta del Este (1961-1962)”, CICLOS, Año XXI, Nº 39-40, 2012.
5. “El enfrentamiento de facciones militares, la ‘crisis de los misiles’ y el refinanciamiento de la deuda”, en Carlos Escudé y Andrés Cisneros, Historia general de las relaciones exteriores de la República Argentina, GEL, Buenos Aires, 2000 (1998).
En los meses previos a la crisis, Washington había incrementado las sanciones estadounidenses contra el régimen castrista. Y también las presiones en todo el continente, que incluyeron golpes militares, como el que sufrió en Argentina Arturo Frondizi. El tema de Cuba en la Conferencia de Punta del Este de enero de 1962 –México, Brasil, Argentina y Chile, entre otros, se habían negado a votar la exclusión de Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA)– había fragmentado el sistema interamericano. Estados Unidos necesitaba reposicionarse en la región y disciplinar a los países latinoamericanos. En ese sentido, la crisis de los misiles, con la votación clave de la OEA del 23 de octubre de 1962 que avaló la “cuarentena” contra la Isla, fue un paso más en la política de aislamiento de La Habana y de reforzamiento de un sistema interamericano férreamente dirigido desde la Casa Blanca, en el contexto de la Guerra Fría (2).
Congraciarse con Washington
Durante la gestión de José María Guido, Argentina enfrentaba una profunda crisis económica. El temor de Estados Unidos al “contagio cubano” llevó a la Casa Blanca a prestar ayuda militar y económica a la Casa Rosada, que desplegó una política exterior mucho más alineada con el Departamento de Estado. Ni bien se hizo pública la crisis, el canciller Carlos Muñiz reaccionó inmediatamente al pedido de ayuda estadounidense, avizorando una oportunidad única para congraciarse con Washington, diferenciándose de Brasil y México. Muñiz instruyó al representante argentino ante la OEA para que apoyara la convocatoria a la reunión de consulta de acuerdo al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), decisión que fue avalada por los jefes de las tres armas.
Pero el compromiso no terminó ahí. Mediante el Decreto Ley N. 11.342/62, el gobierno de Guido resolvió enviar dos naves al Caribe: los destructores de la Armada Espora y Rosales. La Aeronáutica constituyó un grupo integrado por tres aviones, con la misión de participar en acciones de salvamento y exploración. Además, Muñiz anunció que el Ejército argentino colaboraría militarmente con Estados Unidos, instruyendo una brigada para el mantenimiento de la paz continental, en caso de que fuera necesario. El 5 de noviembre, Argentina presentó un proyecto de resolución en la OEA que preveía crear una fuerza de intervención interamericana. En una reunión entre Adlai Stevenson, representante de Kennedy ante la ONU, y Rodolfo Weidmann, el embajador argentino ante la OEA, éste le planteó que Argentina, y otros países del continente, estaban inquietos ante el rumor de que Castro consiguiera un “compromiso de no invasión” por parte de Estados Unidos, que lo librara de manos para proseguir con lo que consideraban una campaña de instigación a la subversión en el continente americano.
Pocos días más tarde, el 20 de noviembre, Kennedy anunció el levantamiento de la “cuarentena”. El día 22, el jefe de la Casa Blanca envió una carta a Guido en la que lo informaba de los pasos que se estaban llevando a cabo para terminar con las instalaciones militares soviéticas en Cuba. Además, señalaba su pesar por el hecho de que el sistema interamericano hubiera tenido que ocuparse en esos días de la crisis de los misiles y no del avance de la Alianza para el Progreso. En esa misiva, Kennedy resaltaba el apoyo latinoamericano.
Creciente influencia del Pentágono
La crisis de los misiles permite analizar un giro novedoso en la relación entre Washington y Buenos Aires. Argentina fue el primer país latinoamericano en colaborar, y Kennedy reconoció esta circunstancia recibiendo al canciller Muñiz, en enero de 1963, con honores propios de jefe de Estado (3). Como nunca antes en el siglo XX, y luego de múltiples tensiones bilaterales, el gobierno de Guido, y los jefes de las tres armas, sobreactuaron el apoyo a Washington. Argentina dejaba de ser el “mal vecino” del Sur. ¿A qué se debe esta innovación en la política exterior argentina?
En primer lugar, a la profunda crisis económica, y a la consecuente dependencia de la asistencia por parte de Estados Unidos y los organismos financieros internacionales. Cuando visitó Washington, en enero, el canciller Muñiz señaló que la ayuda que Argentina necesitaba era urgente. Debía renovarse el crédito de 75 millones de dólares de varios bancos y el acuerdo de garantía de inversión. Además, Estados Unidos debía ayudar a Argentina para lograr la renovación del crédito stand by con el FMI, que permitiera hacer frente a los vencimientos que el país tenía con Europa, contrarrestar los efectos de la sequía y ayudar al Tesoro con más de 50 millones de dólares (4). Guido le transmitió por carta a Kennedy que la situación argentina atravesaba una crisis tan drástica como la que Estados Unidos había afrontado el pasado mes de octubre con la Unión Soviética. El secretario de Estado, Dean Rusk, se mostró predispuesto a ayudar a Argentina, aunque también planteó que Argentina debía profundizar su ajuste interno, de acuerdo a los requerimientos del FMI (5).
En segundo lugar, la sobreactuación también se debía a la debilidad de Guido, fuertemente condicionado por diversas tendencias militares que sostenían y a la vez amenazaban a su gobierno. En los reclamos de ayuda económica a Estados Unidos, Muñiz no dejaba de plantear los ultimátums que recibía el gobierno por parte de los militares.
Por último, la participación militar argentina en la “cuarentena” dispuesta por Washington contra Cuba, y sus propuestas en la OEA, respondían a la creciente influencia que el Pentágono fue teniendo en las Fuerzas Armadas, en particular en la figura de Juan Carlos Onganía, nuevo jefe del Ejército, quien tres años más tarde encabezaría el golpe militar contra Arturo Illia e iniciaría una etapa de profundización del vínculo bilateral con Estados Unidos. En la crisis de los misiles, entonces, se encuentra quizás la más temprana manifestación de cómo la Doctrina de Seguridad Nacional empezaba a penetrar en los altos mandos militares argentinos, algunos de ellos formados en la Escuela de las Américas.
Argentina, hace 50 años, abandonó su tradicional respeto por el principio de no intervención, y se diferenció de México y Brasil sobreactuando el apoyo a Washington, en función de lograr auxilio financiero. La historia muestra que ese tipo de conductas, proclives a la balcanización latinoamericana, siempre terminaron siendo funcionales a los intereses de Estados Unidos en la región.
1. Don Munton y David A. Welch, The Cuban Missile Crisis. A Concise History, Oxford University Press, Nueva York, 2012.
2. Stephen G. Rabe, The Killing Zone. The United States Wages Cold War in Latin America, Oxford University Press, 2012.
3. Juan A. Lanús, De Chapultepec al Beagle: política exterior argentina, 1945-1980, Emecé, Buenos Aires, 2000 (1984), p. 100.
4. En este punto, se registra una continuidad con respecto a las políticas de “regateo” de Frondizi. Véase Leandro Morgenfeld, “Desarrollismo, Alianza para el Progreso y Revolución Cubana. Frondizi, Kennedy y el Che en Punta del Este (1961-1962)”, CICLOS, Año XXI, Nº 39-40, 2012.
5. “El enfrentamiento de facciones militares, la ‘crisis de los misiles’ y el refinanciamiento de la deuda”, en Carlos Escudé y Andrés Cisneros, Historia general de las relaciones exteriores de la República Argentina, GEL, Buenos Aires, 2000 (1998).
* Docente UBA/ISEN. Investigador IDEHESI-CONICET.