A 29 años del retorno a la vida democrática: La prensa y sus demonios
Ernesto Espeche
APAS
El 30 de octubre de 1983 los argentinos volvieron
a las urnas, pero las heridas del terrorismo de Estado marcaron la vida
política de las décadas siguientes. APAS propone un breve análisis de las
lecturas editoriales realizadas por los diarios Clarín y La Nación en las puertas del
retorno a la vida institucional. Cómo y por qué nacía el mito de los dos
demonios.
La editorial de Clarín del día de las esperadas elecciones
condensó los vectores esenciales de su línea editorial en torno al pasado
reciente. Con el título “La soberanía del pueblo y la causa de la Nación ”, presentó una nota
sumamente destacada (cubrió dos páginas enteras). En la pieza se expuso un
balance visiblemente crítico de los últimos años. Comenzó postulando que el
acto electoral “No será un acto rutinario (…) sino el rescate de la soberanía
popular”, “el voto será emitido (…) en un país que nunca en el pasado había
vivido momentos tan críticos”, “sin embargo, este voto será un voto de
esperanza”.
A partir de ello,
la editorial señaló que “cabe extraer las lecciones del pasado para no incurrir
otra vez en errores trágicos (…) nuestra sociedad necesita de la verdad (…).
Pide reconciliación en la justicia”. La editorial continuó asegurando que “la Argentina es el único
caso conocido de un regreso impetuoso al pasado”, “hoy, por donde quiera que se
mire, se advierten graves falencias, cuando no ruinas”, “apareció la dolorosa
marginalidad”, “se añadió el éxodo de los intelectuales”, “también se agrandó
el bache entre el interior y el litoral”, “se agregó (…) un programa económico
que agravó todas las situaciones”, se “practicó el más crudo reduccionismo del
aparato productivo nacional”. Como vemos, las múltiples críticas al régimen y
al país que éste dejaba seguían vertebradas por el diario en torno a cuestión
económica.
Clarín desplegó en
aquella histórica editorial la esencia del naciente mito de los dos demonios:
sostuvo que la guerrilla “asestó otro golpe al país poniéndolo al borde mismo
de la guerra civil, y la contrainsurgencia copió sus métodos, vulnerando la
juricidad del Estado. Tras este análisis, la editorial exhortó al nuevo
gobierno a llevar a cabo los cambios necesarios: “será responsabilidad del
gobierno constitucional revertir la tendencia”. El gobierno que surja de las
urnas “debe favorecer (…) la reconversión militar. (…) debe evitarse toda
antinomia entre civiles y militares”, “El cuidado de la democracia deberá ser
la preocupación relevante de las nuevas autoridades”. La editorial reforzó, en
general, el cuerpo de valores que había levantado el candidato presidencial que
ese día ganaría las elecciones.
“Hacia una
República Verdadera” fue el título de la nota con la que, ese día, La Nación marcó de modo
explícito su lugar en la puja simbólica por representar el pasado reciente. Esa
editorial se presentó en la página 8, destacada, y ocupó toda la columna
dedicada a esa sección. Planteó sin titubeos el fracaso del régimen militar:
“Hubo por un momento la esperanza de que el proceso abierto en 1976 pudiera
llegar al ideal de la
República anhelada. El fracaso está a la vista y ha costado
al país más de cuanto podría haberse imaginado”, pero también señaló que el
régimen anterior (la presidencia de Isabel Perón) ya no se regía por la
constitución y justificó con ello que las Fuerzas Armadas aplicaran un golpe de
Estado como “solución”.
Luego advirtió,
pensando en la suerte que correrían los represores, que es tiempo de no mirar
más para atrás: “la hora presente no es de balances de pérdidas o ganancias, ni
de distribuir culpas, ni enumerar errores, ya sea con relación al proceso
militar que concluye sin pena y sin gloria o con relación a los años
inmediatamente anteriores que significaron también el fracaso irremisible de
autoridades constitucionales que no supieron ni quisieron cumplir con la letra
y el espíritu constitucional”.
Eran horas, según
la nota “de mirar hacia el mañana”. Las críticas al régimen no significaban,
para el diario, resignar la búsqueda de impunidad de los represores, ni mucho
menos. Por otro lado, el ideal democrático-institucionalista del alfonsinismo
poco se correspondía con la mirada del diario: “nos esperan a la Argentina momentos
difíciles, (…) que no cambiará(n) por el simple hecho de contar con un gobierno
constitucional”.
Posteriormente, La Nación citó palabras de
Mitre (1878), para señalar que “nos faltan todavía verdaderos pueblos que hagan
gobiernos a imagen y semejanza suya…”. Finalmente concluyó: “Que nadie se
equivoque: esta jornada es solamente el paso inicial hacia un destino común. En
esto residen su enorme trascendencia y también su riesgo”.
Las elecciones del
30 de octubre de 1983 indicaron que de cada 100 personas 52 habían optado por
Raúl Alfonsín, mientras que 40 habían preferido a Ítalo Luder. Confirmado el
triunfo electoral del radicalismo –incluso más abultado de lo esperado- Borrás
(su futuro ministro de Defensa), Alconada Aramburu (su consuegro), Nino y
Malamud (ambos parte del grupo de “los filósofos” de Alfonsín) tomaron los
preproyectos elaborados en campaña sobre derechos humanos para generar de ellos
la política definitiva.
Años más tarde,
Carlos Nino revelaría los lineamientos definidos por entonces: “tanto el
terrorismo de Estado como el subversivo serían juzgados; habría límites para
quienes deben ser responsables, porque sería imposible perseguir eficazmente a
todos los que cometieron delitos; y los juicios deben ser limitados a un periodo
finito de tiempo durante el cual el entusiasmo por este programa se mantuviera
en niveles altos”.
Mientras Alfonsín
decía que había que reconstruir la democracia “sin claudicaciones éticas”, en
el diseño de la estrategia jurídica se establecieron tres categorías: los que
plantearon la represión y emitieron las órdenes correspondientes; quienes
actuaron más allá de las órdenes, movidos por crueldad, prevención o codicia; y
quienes cumplieron estrictamente con las órdenes. “Distinguimos el segundos y
el tercer grupo examinando detalladamente la justificación de la obediencia
debida. Permitimos que esa justificación funcionara en el caso de la tortura. A
pesar de que es cierto que la obediencia debida no es una excusa viable cuando
se conecta con acciones aberrantes como la tortura, reconocíamos que en este
particular contexto histórico se debía hacer una excepción”.
¿En qué marco se
iba a intentar desplegar la estrategia alfonsinista? ¿Cuál era ese particular
contexto histórico del que hablaba Nino? Dice Ulises Gorini que “el bloque
cívico-militar que dejaba el gobierno no había sido derrotado en toda su línea.
Al contrario, la dictadura había logrado muchos de los objetivos que se había
propuesto, algunos explícitos, otros no tanto. En particular había logrado
imponer un nuevo modelo de acumulación y había modificado notoriamente la
configuración orgánica y subjetiva de las fuerzas políticas y sociales
anteriores al golpe de Estado de 1976” .
Es más, el aniquilamiento masivo y la represión fueron el recurso por el cual
ciertos grupos de poder resolvieron a su favor la profunda crisis que
atravesaba el sistema de poder a mediados de los años setenta. Parte de esos
grupos de poder estarían conformando el nuevo bloque.
El autor es director de APAS y de Radio Nacional Mendoza. Doctor en
Comunicación Social de la UNLP ,
docente e investigador de la UNCuyo