Por Rafael Rico Ríos para Rebelión (España) Publicado el 5 de marzo de 2018 Nunca había visto un muerto. Era uno de esos extraños secretos. Su turno, hacía un calor sofocante, salió de su fila y el corazón le latía con fuerza. 6 pasos, o 7, y allí estaba. Parecía un muñeco. Lo había visto tantas veces en la televisión, su magnetismo, su desbordante vitalidad, allí estaba, callado, sin expresión, tenía que hacer un esfuerzo para relacionar lo que estaba viendo con quien había sido. Relaciones imposibles. Disponía de unos pocos segundos y no se le ocurrió nada, ¿qué hacer ahora? … se santiguó … amén ... y era ateo. Le resultó espantosamente ridículo pero tampoco se identificaba con el show de algunos que alzaban el puño y soltaban un párrafo épico y patético.