¿Por qué debería la izquierda apoyar a Obama?
Doug Henwood
Mientras hojeaba el número de la revista The Nation en el que hacía público su apoyo a la campaña presidencial de Obama, busqué en vano por una referencia al viejo punto de vista de que ambos partidos son “las dos caras de la misma moneda”. Aunque a muchos fans de Obama les encanta citar el espíritu del movimiento Occupy, no quieren saber nada del porqué del escepticismo sobre la política electoral que muchos de los indignados americanos comparten. Ni tampoco había el menor rastro de posiciones tan venerables como las que piden votar Verde, votar Trabajadores Socialistas o no votar en absoluto.
No estoy seguro de apoyar ninguna de esas posiciones. Pero me gustaría que, por una vez, un aval desde la izquierda a un candidato demócrata a la presidencia viniese acompañado por una reflexión sobre algunas cuestiones estructurales graves que están en juego.
Hay ciertas características eternamente recurrentes en estos editoriales de apoyo que son deprimentes. Las deficiencias de los demócratas de este año son reconocidas, pero sólo para ser inmediatamente ignoradas, porque siempre se trata de la elección más importante desde 1932, o quizá desde 1860. Si los demócratas pierden, las camisas pardas se sentarán en el Despacho Oval. Todo será represión y miseria en el país y guerras de agresión en el extranjero.
Naturalmente que habrá algo de represión, miseria y guerra incluso si gana el candidato demócrata, pero, como ya se ha dicho más arriba, más vale dejar de lado las deficiencias.
La persistencia de este patrón no es una exageración. Basta citar un ensayo de 1967 de Hal Draper sobre las inminentes elecciones de 1968: "Cada vez que la izquierda obrera e intelectual se ha quejado por su insatisfacción con lo que Washington estaba tramando, todo lo que los demócratas tenían que hacer era agitar el espantajo de la derecha republicana. Los liberales y la izquierda cedían a la primera y comenzaba a llorar : ¡vienen los fascistas! Votaban por el ‘mal menor’.”
¿Y cuál es la consecuencia? La respuesta de Draper: "los demócratas han aprendido que tienen el voto de los liberales y de la izquierda en el bolsillo y que, por lo tanto, a quién hay que apaciguar de verdad es a las fuerzas de la derecha”. Casi todos los editoriales que llaman a votar por los demócratas este año se lamentan del giro a la derecha de nuestra vida política, sin entrar a considerar cuanto contribuyen sus propios apoyos editoriales al proceso.
Ya en 2008 recuerdo a un grupo de autodenominados “Progresistas por Obama” prometer que no cederían un ápice en sus posiciones en caso de que Obama girase hacia la derecha una vez en el poder. La verdad, me sorprendió, teniendo en cuenta que ninguno de ellos jamás había considerado la posibilidad de no otorgarle su voto y / o instar a otros a hacer lo mismo. En una elección que se pudiese jugar por un par de puntos porcentuales, de entrada esta amenaza podría tener cierta fuerza. Pero es difícil imaginar que alguna vez haya servido para convencer a nadie alegando el peligro de que los camisas pardas estaban a la vuelta de la esquina.
Otra característica recurrente del género: los lamentos por la falta de coraje y columna vertebral de los demócratas, que a menudo es tratada como una enfermedad curable. Pero, de hecho, su estado de invertebración es un síntoma de la contradicción fundamental del Partido Demócrata: es un partido pro-empresarios que tiene que fingir, por razones electorales, que no lo es.
Por la misma razón, cada vez es más difícil saber cuáles son las creencias básicas del partido. Los republicanos tienen una filosofía descabellada y aterradora a menudo, sí, pero coherente, que utilizan para enardecer a su apasionada base social. Los demócratas no pueden arriesgarse a que su base se emocione demasiado, para que no se asusten sus financiadores.
El problema fundamental se ve agravado por la personalidad de Obama. A diferencia de Franklin Roosevelt, quien en un maravilloso discurso en 1936 anunció que comprendía a quienes odiaban a los ricos, Obama ansía su complacencia. Roosevelt venía de la aristocracia y tenía la auto-confianza suficiente como para pisarles los callos de vez en cuando. Obama, nacido en circunstancias modestas, fue preparado para el poder desde muy temprana edad por instituciones de élite, y no le gusta nada pisar callos. Así que en lugar de una renovación a fondo de la arquitectura financiera al estilo del New Deal, nos han dado un té suave de Dodd-Frank.
Yo preferiría que Obama ganase las elecciones, no tanto porque sus políticas serían mucho mejor que las de Romney, sino porque va a decepcionar a muchos de sus partidarios, lo que será bueno para la izquierda radical. En vez de que la gente se queje sobre lo malo que era McCain, que habría tenido que ganar en 2008, tuvimos el movimiento Occupy. Occupy se desvaneció en parte porque la atención de la izquierda se volcó en la campaña presidencial.
Estoy deseando que llegue el 7 de noviembre y de que podamos de nuevo dar la espalda otra vez a la “gran” política electoral, que es lo que deben hacer las personas que quieren algo más que transformaciones menores. Las elecciones presidenciales, dado el poder del dinero y todas nuestras estructuras constitucionales que nutren la ortodoxia, son el terreno natural de los chicos grandes. Sería mucho más provechoso organizarse en torno a temas específicos, como un sistema público de salud y salarios dignos; mejorar nuestras instituciones, como lograr unos sindicatos más activos y un tercer y cuarto partidos, y si hay que trabajar en el ámbito electoral, que sea para construir desde abajo hacia arriba, de manera que la gente como nosotros pueda de verdad aportar algo.
Traducción: G. Buster (Sin Permiso)
Doug Henwood es un conocido periodista norteamericano, editor del boletín electrónico Left Business Observer y frecuente colaborador de The Nation.