Nueve notas sobre el capitalismo

Higinio Polo 
El Viejo Topo


Ahora ya es evidente que el capitalismo es un virus letal, ejecutable, que mata. Un virus que infecta a todos los organismos, desde los seres vivos a la economía, desde los medios de comunicación a las instituciones llamadas democráticas.
La economía capitalista ha devorado el dinero del crimen. Los beneficios derivados del tráfico de drogas, de la trata y venta de seres humanos, de la prostitución, del juego y los casinos, de la extorsión mafiosa, de la venta clandestina de armamento por los traficantes, del robo amañado de las propiedades públicas, engrasan desde hace años las tuberías del sistema: desde los bancos suizos, hasta las entidades financieras norteamericanas y europeas, pasando por los hampones de los paraísos fiscales, el sistema financiero internacional se nutre del “lavado” de dinero del crimen. La Mafia ha llegado a tener ministros en gobiernos, como en Italia, y controla una parte significativa de la economía del país. La mafia siciliana, napolitana, así como la norteamericana, rusa, francesa, japonesa o yugoslava, se relacionan con los grandes bancos y con las entidades financieras, y los organismos que deberían supervisar y garantizar los métodos honorables, cierran los ojos ante esa realidad. Hay territorios donde se ha llegado a una situación de emergencia: en Bulgaria, el antiguo jefe de los servicios secretos declaró: “Existen países que tienen Mafia. En Bulgaria, la Mafia tiene un país”. En Kosovo, esa caricatura de país, el principal dirigente mafioso es el presidente, Hashim Thaçi, que se inició siendo un traficante de drogas, prostitutas y órganos humanos y es un protegido de Washington.
El sindicato del crimen ha penetrado en todos los sectores económicos, y compra voluntades en los tribunales, en la policía, en la prensa. En España, magistrados de la Audiencia Nacional pusieron irregularmente en libertad a uno de los jefes de la Camorra italiana, Antonio Bardellino, y lo mismo ha ocurrido en otros países europeos. En los antiguos países socialistas, lanzados al desastre capitalista, la situación es, simplemente, de emergencia. No todos los magistrados y policías son corruptos, ni mucho menos, pero la mugre invade muchas salas de vistas, despachos de abogados y cuarteles de policía, en el Este y en el Oeste de Europa, en Estados Unidos y en América Latina, y en muchos países de otros continentes. Por eso, la posible llegada a España del turbio magnate ultraderechista Sheldon Adelson, y de su engendro norteamericano de juego y prostitución, Eurovegas, no augura nada bueno.
La gran banca internacional y los grandes empresarios actúan como lo hace el sindicato del crimen, recurriendo a la extorsión, el soborno, el fraude, el robo. Unos ejemplos bastarán, porque la lista sería interminable. Barclays, cuya manipulación del Libor le ha reportado gigantescos beneficios (el índice se utiliza para formalizar contratos que alcanzan un total de 300 billones de euros), como muchos otros bancos que han cometido delitos (JPMorgan Chase, Citibank, UBS, Deutsche Bank, HSBC, UBS, etc), son verdaderos estafadores, gángsters, sin eufemismos, mucho más peligrosos que quienes recorrían las calles de Chicago durante los años de la ley seca. El propio Senado norteamericano acusó, en julio de 2012, al banco británico HSBC (uno de los más importantes del mundo) de blanquear dinero del narcotráfico mundial. También los grandes empresarios recurren al delito: de las cien mayores empresas presentes en la Bolsa de Londres, noventa y ocho mantienen empresas subsidiarias en los paraísos fiscales. Se calcula que, entre las noventa y ocho, tienen más de ocho mil quinientas empresas subsidiarias.
Solamente Barclays tiene 174 empresas subsidiarias en las Islas Caimán, que mantienen un tipo impositivo del 0 %. El fraude fiscal, a través de esos “paraísos”, a través de la contabilidad creativa, del simple engaño, alcanza proporciones gigantescas, que también asolan a los países pobres, cuyos empresarios y dirigentes depositan grandes sumas en los paraísos fiscales. La City de Londres y Wall Street son el centro de una gran red financiera que absorbe de nuevo ese flujo, de ricos y pobres, del hampa y de las mafias, y lo pone al servicio de quienes controlan el sistema financiero internacional. De hecho, son centros financieros podridos, sede de gángsters de las finanzas.
Tax Justice Network ha calculado que, entre 2005 y 2010, la élite económica mundial evadió a paraísos fiscales casi 17 billones de euros, y estima que más de 6 billones evadidos pertenecen a unas 92.000 personas, cifra equivalente al 0,001 de la población del planeta. De manera que el sistema financiero lava el dinero del crimen, estimula la evasión fiscal y los delitos de las grandes empresas y capitalistas, y trabaja con los paraísos fiscales para aumentar las proporciones del robo. Los gobiernos e instituciones financieras internacionales no han dado el más mínimo paso para la prohibición de esos paraísos fiscales, y la idea de que es posible la autorregulación de los mercados financieros haría reír a carcajadas si su actuación no tuviera consecuencias tan dramáticas para el mundo. Tampoco se ha avanzado en la imposición de una tasa para las transacciones financieras, que, después de años de discusiones, Francia y Alemania presentaron ante el G-20. La radical oposición de Estados Unidos y Gran Bretaña, dejó la medida en un “reconocimiento” de que podría ser un instrumento útil para combatir la especulación financiera, y su aplicación a decisiones individuales de cada país, lo que equivale a hacerla inviable.

La deuda acumulada por los Estados es impagable: sólo hay que recordar que, según sus propias cifras oficiales, Estados Unidos tiene una deuda pública de 16 billones de dólares, que suben a 57 billones si se suma la que acumulan gobiernos locales, instituciones financieras y empresas (billones europeos, es decir: un millón de millones). El Producto Interior Bruto (PIB) norteamericano alcanzó en 2011, según el Fondo Monetario Internacional, los 15,5 billones de dólares, y el conjunto del PIB mundial alcanza los 78 billones. Otras muchas economías capitalistas tienen deudas impagables. Gran Bretaña, Alemania y Francia tienen una deuda pública superior al 80 % del PIB, e Italia supera el 120 %. Japón, soporta una deuda del 230 % del PIB. La solución provisional reside en renovar constantemente esa deuda, pero, en el juego de casino de la economía capitalista, unos perderán y otros no pagarán, de forma que la banca y las entidades financieras conseguirán que su deuda sea pagada por los pobres. Joseph Stiglitz ha definido de forma contundente la situación del casino capitalista:
“Si el Estado rescata a los bancos, y los bancos al Estado, el sistema se ha convertido en una economía vudú”.
Las pérdidas y deudas privadas de grandes banqueros y empresarios están siendo reconvertidas en deuda pública, gracias a la connivencia de los gobiernos y a la utilización de la mentira y de un oscuro lenguaje que quiere ocultar el expolio. Los ciudadanos perderán sus ahorros: ya está ocurriendo en muchos países. Las garantías aseguradas a los depósitos de la población, un dogma según el credo liberal, se olvidan oportunamente cuando hay que salvar a quienes controlan los resortes de la economía capitalista. Hasta ahora, los rescates públicos han supuesto la entrega de 1,2 billones de euros a los bancos en sólo ocho países (Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, España, Holanda, Bélgica, Irlanda y Grecia). Otras fuentes elevan considerablemente esa cifra: en la democracia capitalista, los ciudadanos no tienen ni siquiera derecho a conocer las deudas que deberán pagar.
El incremento de la deuda del Estado responde, en general, a la búsqueda de nuevos ingresos por la vía del crédito, a la utilización de recursos públicos para subvencionar a la economía privada, a la corrupción, y al despilfarro que ha favorecido a dirigentes políticos y a sus socios empresariales. En los inicios de la crisis, en 2008, Alemania facilitó a la banca una ayuda de casi 500.000 millones de euros, gracias a un acuerdo de democristianos y socialdemócratas, sin que se hicieran públicas las condiciones. En muchos otros países ha sucedido lo mismo. La deuda pública de cada país, además, es un cúmulo de estafas y malentendidos. Por eso, es razonable que hayan aparecido voces exigiendo auditorías públicas sobre el origen de la deuda. Lo piden en Grecia, España, Italia, etc. La solución neoliberal a ese embrollo consiste en privatizarlo todo, pese a los fracasos evidentes de anteriores privatizaciones: desde la impulsada en Gran Bretaña por Thatcher, hasta la desastrosa y criminal privatización de Yeltsin, pasando por las realizadas en sectores económicos de distintos países europeos, en Grecia, España, Holanda, Francia, Portugal, etc.
Mario Draghi, el gobernador del Banco Central Europeo, lo ha dicho explícitamente: el Estado del bienestar ha muerto. El Wall Street Journal se hizo eco, y todo apunta a que la destrucción progresiva de las conquistas sociales que los gobiernos aplican no va a detenerse, si no se interponen gigantescas protestas de los trabajadores. Progresivamente, se reducen las pensiones de los jubilados. El capital financiero prepara la transformación de las pensiones públicas en privadas… cuyos fondos pueden desaparecer después, como ha ocurrido en muchos casos en Estados Unidos. En Alemania, la fortaleza económica de Europa, la pensión media continúa reduciéndose: ahora es de 950 euros mensuales, y, en otros países europeos, las pensiones son claramente inferiores. También los salarios se reducen, por la vía de la imposición o del pacto con sindicatos prisioneros del miedo. En España, casi la mitad de los trabajadores cobran salarios mensuales inferiores a mil euros, muchos, sin tener, además, seguridad en el empleo, y en Alemania aumentan los puestos de trabajo precarios y mal pagados. La precariedad ha aumentado en los últimos años, y el despido libre se ha convertido en el horizonte que tienen ante sí millones de trabajadores.
Mientras tanto, la economía sumergida abarca proporciones notables: en algunos países representa más de una cuarta parte del PIB: es así en Italia, España, Grecia, Portugal. También es muy importante en Francia, Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos, aunque en menor proporción. En todos los países capitalistas, el fraude fiscal cometido por empresas y rentistas acomodados alcanza proporciones inauditas: en España, los propios inspectores del Ministerio de Hacienda calculan un fraude anual de 80.000 millones de euros, de forma que los pobres pagan y los ricos defraudan. Además, las malas prácticas empresariales son moneda común: las mayores empresas españolas (Telefónica, Gas Natural, Endesa, y otras) han sido mul tadas por ello, y lo mismo puede decirse de la mayoría de las economías capitalistas. Es urgente acabar con esa situación, pero trabajadores y sindicatos están atemorizados.

Por doquier se observa una vuelta a la explotación más descarnada. Aumentan las jornadas y se reducen los salarios. Desde la reforma Monti en Italia, pasando por la reforma laboral española de Rajoy, por los cambios en Alemania, Grecia, Portugal y otros países, en toda Europa y en Estados Unidos se endurecen las condiciones de trabajo. En julio de 2011, el banco norteamericano JPMorgan Chase, uno de los mayores del mundo, enviaba una carta restringida a sus mejores clientes reconociendo que estaban consiguiendo los mayores beneficios de las últimas décadas… debido a la reducción de salarios y prestaciones sociales. En Estados Unidos, entre tres y cuatro millones de estudiantes hacen prácticas sin cobrar nada, rompiendo la costumbre anterior, e incluso algunas empresas llegan a cobrar por las prácticas. Ocurre también en Gran Bretaña y Alemania, cada vez más, y la precarización de las condiciones de trabajo y el miedo llega al punto de que mu chos ciudadanos consideran ya razonable, normal, que los becarios no cobren, que los aprendices cobren cantidades ridículas por trabajar jornadas completas, que muchos trabajadores vean reducidos sus salarios y que, incluso, pasen meses sin cobrar.

Junto a ello, una nueva cruzada ha sido lanzada por los empresarios, con el objetivo de destruir los sindicatos. No importa que muchas organizaciones sean moderadas: la patronal pretende que los sindicatos dejen de existir, para disponer, como en el siglo XIX, de una masa de trabajadores ignorantes, desarmados e inertes. Para colmo de desgracias, una parte de la extrema izquierda, bienintencionada pero miope, colabora con la derecha en el desprestigio y la demolición de los sindicatos. ¿Por qué lo hacen? Porque creen que deben desenmascarar a las organizaciones obreras que consideran que son instrumentos del sistema, como paso previo para construir otros nuevos sindicatos, más honestos, eficaces y combativos. Es un objetivo que podría ser razonable, pero que se revela falaz: si en vez de trabajar por hacer más combativos los sindicatos, trabajas para destruirlos, lo que llega no son organizaciones más sólidas, resistentes y reivindicativas, sino el páramo de la dispersión, la desorganización y el desánimo.

La democracia liberal ha muerto, y nuevas formas de golpes de Estado se abren paso en los países capitalistas. Ya existen gobiernos impuestos por los mercados, es decir por el sistema financiero y sus asociados: ha sido así en Grecia e Italia, y no puede descartarse que aparezcan en otros países. También, gobiernos elegidos por la población se ven obligados a aplicar las decisiones de esos “mercados”, sin que importe la opinión de los ciudadanos. Los “mercados financieros” hacen y deshacen. No existen mecanismos de control de esos mercados, ni voluntad para crearlos: ni en los parlamentos nacionales, ni en la Unión Europea, ni en otros organismos supranacionales. Los parlamentos han sido incapaces de fijar responsabilidades por las múltiples estafas perpetradas por los poderosos. Así, con esos gobiernos, los recursos del Estado, y los impuestos que se cobran a los ciudadanos, son utilizados para las necesidades de la plutocracia, convirtiendo la democracia liberal en el reino de la especulación y del crimen. Tampoco existe voluntad de corregir los abusos (la retórica consigna de Sarkozy: “Hay que refundar el capitalismo”, quedó pronto olvidada). La falta de escrúpulos éticos del capitalismo puede ejemplificarse con la figura del expresidente francés Sarkozy, quien recibió 100 millones de dólares del dirigente libio Gadafi para pagar su campaña electoral en 2007, además de financiación de la empresaria Liliane Bettencourt, la mujer que cuenta con la mayor fortuna de Francia.
Lo mismo podría decirse de muchos otros dirigentes políticos conservadores. Además, las políticas de austeridad que impulsan los gobiernos liberales no pretenden solucionar la crisis económica sino reducir los salarios, desmantelar la sanidad pública y reducir y privatizar las pensiones. Y, ante ello, da la impresión de que las elecciones no sirven, y los partidos políticos parecen revelarse como instrumentos inútiles. Gane quien gane los comicios, tiene el guión escrito desde Bruselas, Frankfurt y Nueva York. Por añadidura, la irresponsabilidad de muchos gobiernos impulsa sentimientos nacionalistas y xenófobos: muchos alemanes creen en una Europa del sur incompetente y perezosa, y, en muchos países, las dificultades económicas hacen surgir refriegas nacionalistas que enfrentan a unas regiones con otras. Sin embargo, por mucho que se entiendan los motivos, y las causas que lo han traído, el rechazo y el desdén por la política es profundamente reaccionario. Desde la Argentina del ¡que se vayan todos!, hasta los movimientos aparecidos en Europa y Estados Unidos al calor de la facilidad comunicativa de la telefonía móvil, que mantienen posturas semejantes, la solución no está en renegar de la política, sino en articular potentes fuerzas de cambio que se apoderen del escenario político.

No hay trabajo: sólo en la Unión Europea se cuentan veinticinco millones de parados, y, en Estados Unidos, sumando a la cifra oficial de parados la de quienes ya no buscan empleo, desesperados, y la de aquellos ciudadanos que disponen de pequeños trabajos ocasionales, la cifra de desempleados se eleva también a veinticinco millones de parados: la situación es tal que el único objetivo vital de muchas personas es encontrar un puesto de trabajo. Nada más. Mientras los medios de comunicación siguen difamando las incautaciones proletarias, las viejas revoluciones que pusieron la riqueza en manos obreras, continúan las incautaciones burguesas, y, para conseguirlo, los mecanismos son múltiples, desde la destrucción de los ahorros de la población, como ocurrió en la Rusia capitalista de Yeltsin, hasta las distintas variedades de “corralitos”, las hipotecas abusivas, las tasas de interés usurarias, los nuevos impuestos arbitrarios, el aumento de los precios. Siglo y medio de conquistas sociales es tán en peligro, y el injerto de las ideas liberales entre la izquierda, entre socialistas y socialdemócratas, dificulta aún más las cosas. Un único horizonte neoliberal se ha adueñado de las fuerzas políticas a derecha e izquierda. Incluso una parte de la izquierda que impugna el Estado capitalista, vacila, sin atreverse a postular programas políticos de ruptura, socialistas, comunistas.

El desastre ecológico amenaza al mundo. Continúa la deforestación de buena parte de los bosques del planeta: aunque se ha reducido la destrucción, la Amazonia pierde cada año una superficie de casi siete mil kilómetros cuadrados de bosque. Lo mismo ocurre, en proporciones diversas, en África y el sudeste asiático. De los grandes países del mundo, sólo China está desarrollando una eficaz política de repoblación forestal. No queda mucho tiempo: la revista Nature se hacía eco, en junio de 2012, de un informe de un grupo de científicos que alertaba sobre el “inminente colapso planetario”. Su propuesta es muy razonable: hay que limitar el crecimiento de la población mundial, reducir el consumo de recursos, optar por fuentes renovables de energía, mejorar la producción de alimentos y salvaguardar las tierras que todavía son vírgenes en el planeta.
Nada de eso está entre los objetivos de la economía capitalista, ni existe un plan global para salvar el planeta, y el tiempo apremia: el informe mantiene que si la población continúa aumentando como hasta ahora, en 2025 los problemas serán ya muy graves, y, veinte años después, el mundo llegará a una situación límite. Y el hambre sigue siendo una plaga bíblica: Jean Ziegler recuerda que la tierra es capaz de alimentar a 12.000 millones de personas, y, sin embargo, aunque la población es poco más supervivencia. de la mitad, el hambre sigue siendo un jinete que cabalga sobre el apocalipsis: mil millones de hambrientos se arrastran por el planeta. Según Oxfam, terminar con el hambre en el mundo costaría apenas 66.000 millones de dólares anuales, el 3 % de los gastos militares mundiales.

Come veneno, y muere. La agricultura industrial impulsada por el capitalismo ha envenenado con pesticidas los campos de medio mundo, y los productos tóxicos se han incorporado a la cadena alimenticia: nuestros alimentos están envenenados, aunque los gobiernos disponen del recurso propagandístico de la IDA, o Ingesta Diaria Admisible, que mide la cantidad de venenos químicos que nuestros organismos pueden asimilar. Parecería una norma para proteger a la población; en realidad, a quien ampara es a los grandes empresarios que pueden manipular productos e inundar la cadena alimenticia con basura, siempre que no supere ciertos límites. El aumento de casos de cáncer, de todo tipo, es una consecuencia directa de ello. Así, no es extraño que en Alemania, por ejemplo, proliferen los supermercados bio. Al mismo tiempo, las empresas siguen envenenando la naturaleza, aunque en algunos países se haya conseguido una legislación más estricta y respetuosa con el medio ambiente, y siguen jugando con la salud de la población. Apenas dos ejemplos: Ilva, una empresa siderúrgica italiana, privatizada, la mayor de Europa, contamina cada año el mar Me diterráneo y la tierra de Apulia, Basilicata y Calabria con toneladas de productos tóxicos. Según la fiscalía de Taranto, se calcula que, entre 2005 y 2012, 11.000 personas murieron por en fermedades relacionadas con sus emisiones tóxicas. Pese a ello, la empresa no tiene escrúpulos en alardear en su página web de su “responsabilidad social” y de su preocupación por el medio ambiente.
En julio de 2012, la británica Glaxo, una de las mayores farmacéuticas del mundo, fue multada con 2.400 millones de euros por, en palabras del gobierno norteamericano, cometer “el mayor fraude sanitario” en el país. Los especialistas en ecología llevan años documentando el desastre, y mientras buena parte de la población del planeta resiste, o muere, en la difícil lucha por la existencia, millones de personas del mundo capitalista desarrollado cierran los ojos a la vida real, embriagándose (enajenándose, decían los viejos maestros) con las luces brillantes de las mentiras televisivas. Consume porquería, absorbe el detritus del sistema, escucha a los mercenarios de la televisión y la prensa, e ignora, si puedes, que, encadenado al televisor, no hay futuro.

Porque no hay alternativa, cree buena parte de la población. El miedo paraliza a los ciudadanos. Los salarios bajarán, ya lo están haciendo, de forma drástica. El seguro de desempleo se recortará. Disminuirán las pensiones, que, en muchos casos, pasarán a ser míseras: lo hicieron en la Unión Soviética, Polonia, Hungría, etc, destruyendo los sistemas socialistas, y ya es así en Grecia. La sanidad pública será desmantelada; la enseñanza, progresivamente privatizada. La universidad pasará a ser coto privado de los hijos de los ricos. La riqueza social acumulada durante varias generaciones será vendida en ventajosas condiciones para los que acumulan recursos. Se aproximan nuevas crisis, se vislumbra el fin del papel del dólar como divisa de reserva internacional, el colapso de nuevas entidades financieras y fondos especulativos, y ni Europa ni el mundo están preparados para ello. Proliferan los espejismos na cionalistas: ¡hay quien cree que una vía de salida es crear nuevos países!, y esa ilusión vana recorre algunos países europeos, como España, Bélgica o Gran Bretaña. De hecho, más que crear nuevas fronteras, hay que deshacerse de todas ellas. Ni austeridad, ni crecimiento: el debate instalado entre Obama, Merkel, Hollande, es un dilema falso, porque, como mantiene Josep Fontana, “el déficit es sólo una excusa para desmontar el Estado del bienestar”.
De manera que confórmate, y acaricia la esperanza de que a ti no te lleguen las desgracias, o de que, si te llegan, podrás resistir, porque no hay alternativa, no puedes hacer otra cosa.
¿O sí que hay alternativas? ¿Quieres hacer la revolución?
No, no quieres, pero no vas a tener más remedio que hacerla si no deseas que sigamos consumiéndonos, encadenados al miedo. No es nada nuevo, precisamente, pero conviene recordarlo: el capitalismo es un virus mortal para la especie humana y para el planeta. El capitalismo es un virus letal, ejecutable, que mata. Y tienes que estar preparado para defenderte.