El 8N y el síndrome de Estocolmo

Enrique Masllorens
Tiempo Argentino


El núcleo duro es el de siempre. El que Evita calificaba como 
"oligarcas, vendepatrias y farsantes".


Como se sabe, el llamado síndrome de Estocolmo define a la reacción psíquica en la cual la víctima, el rehén de un secuestro, desarrolla una relación de complicidad con quien lo ha secuestrado. Es un curioso efecto de identificación que se extiende a los campos de las relaciones familiares, laborales, sociales y hasta políticas. El nombre se originó en un resonante caso de asalto a un banco con toma de rehenes que duró seis días, en 1973, y las relaciones personales que se desarrollaron entre asaltantes y algunos de los secuestrados. Artísticamente este vínculo enfermizo fue fielmente retratado en El portero de noche (1974) de Liliana Cavani, con Charlotte Rampling y Dirk Bogarde.

Además de los casos más traumáticos o notorios, ciertas inextricables conductas se visualizan en otros ámbitos. Por caso en nuestra historia reciente, la actitud asumida por la Federación Agraria Argentina en el conflicto del "campo" contra el pueblo en 2008, con el liderazgo de Eduardo Buzzi, es una muestra más. Quienes venían representando a los pequeños agricultores, que se habían rebelado en el Grito de Alcorta contra los explotadores, el capital rentístico parasitario y los grandes latifundios, sucumbieron fervorosamente a las presiones de sus enemigos históricos de la Sociedad Rural Argentina y al afán de protagonismo mediático que les aseguraba el gran titiritero Héctor Magnetto. 

El naciente romance político entre Mauricio Macri y Hugo Moyano, bendecido por el dirigente síndico-patronal "Momo" Venegas, desnuda definitivamente al camionero que se somete sin anestesia ante la gran esperanza de la restauración neoliberal, arrastrando en su cuesta abajo a sus trabajadores y a lo que creíamos que eran sus principios. Además, parece que lo hace con gusto. Lamentable y doloroso.

En estos días vamos a asistir a una gigantesca operación destituyente, fogoneada profesionalmente y con mucho dinero sosteniéndola. El 8 de noviembre confluirán sectores y organizaciones –algunas solapadamente– en una manifestación que como el huevo de la serpiente, incuba el veneno del odio y de la revancha.

El núcleo duro es el de siempre. El que Evita calificaba como "oligarcas, vendepatrias y farsantes". Los cenáculos que se convirtieron en enemigos de todo lo nacional y popular ya en 1944 cuando Perón decretaba el Estatuto del Peón, que juraron rencor eterno cuando se sancionó la extraordinaria Constitución de 1949. Los cómplices y herederos de la masacre de Plaza de Mayo en junio de 1955. Los socios de todas las dictaduras. Los dueños de todo. 

Donde se verifica el padecimiento del síndrome de Estocolmo es en una gran parte de los que acompañarán casi inconscientemente a ese foco golpista que es el único que podría sacar ventajas si sus objetivos reales se cumplieran. Cegados y aturdidos por el monocorde discurso mediático concentrado, como gorilas en la niebla desfilarán repitiendo consignas decididas por otros, reclamando por variopintas razones, sin percibir el conjunto, sin reparar en todo lo que hemos avanzado como sociedad en estos casi diez años de transformación a favor de los más vulnerables. 

Clamarán por mano dura junto a los seguidores de Aldo Rico y de Cecilia Pando –la justificadora del robo de bebés y de los genocidas– azuzados por el propagandista de la derecha Antonio Laje que noche a noche, al presentar casos policiales recomienda con cara de preocupado: "no se olviden de esto al momento de votar". 

Lo que sería aconsejable es no olvidar que además de la prevención del delito, sin justicia social e inclusión, no hay salida al problema de la inseguridad. Se codearán con los que desprecian y discriminan a los pobres por la Asignación Universal por Hijo, con los que piensan que la ampliación de los derechos jubilatorios a más de dos millones de compatriotas víctimas del neoliberalismo que ahora son incluidos, es demagogia o injusticia. 

Marcharán al paso que ordenan los mismos que los desprecian por considerarlos unos pelagatos de esa clase media que ellos siempre despreciaron, aunque ahora los necesiten para hacer número. Le darán visibilidad y repercusión a esa minoría cuyo proyecto político es de sometimiento de las mayorías para poder explotar mejor a la sociedad de la que ellos mismos forman parte.

Seguirán acompañando los insultos machistas contra Cristina, los deseos de muerte para quien y quienes representan la voluntad popular ampliamente consolidada por la mayoría. Defenderán a viva voz –y en nombre de la libertad de expresión– a quienes se apropiaron de Papel Prensa en sangriento acuerdo con los torturadores y corruptos militares del '76. Con los que habían secuestrado el fútbol para engrosar sus arcas. Con los que les cobran lo que quieren en sus abonos de cable y desaparecen señales que no le son afines. Con los que son delincuentes que no cumplen con la ley. Con los evasores seriales de sus obligaciones impositivas. Con los que mandan su dinero a paraísos fiscales. Con los que siempre se han defecado en ustedes.

Suele suceder con las víctimas que han sufrido el referido síndrome, que con el tiempo, algunos tratamientos y sus propias fortalezas, revierten esa permanente situación de sometimiento a sus victimarios y superan su patología comprendiendo la gravedad de lo sucedido y vuelven a su propia esencia y normalidad. La superación de los hechos de violencia de género, son un ejemplo.

Pero hacerles el juego a los golpistas de la reacción derechista es mucho más peligroso. Porque podría pasar que luego fuera muy tarde para arrepentirse. Y los que se los echarán en cara serán sus propios hijos.