Por Eric Calcagno para Tiempoar publicado el 4 de febrero de 2024 Pudo combinar pasión y razón desde la infancia. El llanto al lado de la radio casera cuando Argentina perdió la final del primer mundial de fútbol frente a Uruguay fue contemporáneo del niño de seis años que salió a la calle con un cartel que decía «Viva Yrigoyen», tras el golpe de 1930. Discreto en las victorias y arriesgado en las derrotas, no eligió la senda de los cargos y la tranquilidad económica. Supo desde el principio que la recompensa de la virtud es la virtud misma, esa que para Maquiavelo no es sino el amor cívico, la tensión permanente de todos los sentidos fijados en la liberación de la Patria. Alfredo Eric Calcagno, mi padre. Otro amor correspondido en plenitud será con Cora, mi madre. Durante 75 años fueron fieles compañeros, sin abandonarse un instante. De las primeras fotos de noviazgo a las recientes últimas, siempre caminaron y se guiaron juntos, abrazados, besándose, enamorados. De allí salimos Lau