Por Tomás Eloy Martínez para Revista Panorama, Nº 136, 2 al 8 de diciembre de 1969. A nadie parecía importarle aquella muerte. Cuando el cortejo fúnebre salió de la iglesia católica de Saint-Joseph, en Bugle Street —después de un responso que duró doce minutos—, el alcalde de Southampton estaba en los muelles del río Test, apadrinando la botadura de una fragata, y una cuadrilla de peones demolía el primer piso del hotel Windsor, donde el difunto había vivido su primer año de exilio. Era el 15 de marzo de 1877, y en el Southampton Times & Hampshire Express (que dedicaba treinta y dos líneas en su edición del día a trazar una indiferente semblanza de Juan Manuel de Rosas) se anunciaba para el anochecer una tormenta que avanzaba desde Escocia y amenazaba con interrumpir la adelantada primavera de la costa. El cortejo se desvió lentamente hacia la catedral normanda de Saint-Michael, alcanzó la Calle Mayor y siguió rumbo al norte… En un carruaje descubierto —»un landó reformado