YPF y Malvinas: Hoy es el futuro

 Diego Ghersi
 APAS

    Malvinas e YPF, puntales de las políticas de Estado soberanas
    Imagen: Nuevo Encuentro
  •  La conducción firme de Cristina Fernández hace valer contra todo su 54 por ciento de aprobación electoral y avanza sobre cuestiones estratégicas.
La noticia podría resumirse simplemente en reconocer que en Argentina están pasando cosas. Para valorar tal afirmación bastaría imaginar la inmensa tragedia de aquellos lugares “dónde nunca pasa nada”, dónde el tiempo languidece y muere arrastrando todo en su caída.

La metáfora sobra cuando la realidad abunda. En contraste con Argentina podría decirse, por ejemplo, que Europa entera se dirige a toda máquina hacia una catástrofe anunciada porque la elite dominante del viejo continente ha dado la espalda a la política como medio de solucionar la vida de la gente, su razón fundamental de existir.

En Argentina ocurre lo inverso, y la primera semana de mayo ha dejado claras señales de ello.

Estatizar, nacionalizar, recuperar o confiscar –cada vocablo merece explicaciones separadas que no vienen al caso en esta nota- la petrolera YPF en aras del interés general marca de por sí una diferencia con el mundo europeo. El interés general opuesto al interés particular de las multinacionales, de los accionistas, de los financieros, de los bancos, instituciones todas que desde la máxima autoridad europea son las que se pretenden salvar “aún a costa de todos los jubilados griegos que deseen suicidarse en el intento”.

Se escribirán ríos de tinta sobre la epopeya de YPF, pero lo fundamental es que había que tener cojones para hacerlo, para hacer pública la idea, para llevarla adelante enfrentándose a todos los intereses financieros y corporativos que acusaron el golpe y esperarán su venganza. 

De cara a lo que registrará la historia, debe resaltarse a la figura de Cristina Fernández y a la importancia de su 54 por ciento de aprobación electoral. Ella y la ciudadanía que la apoyó a rajatabla en esta parada, mancomunados como nunca en el ejercicio de la democracia, son los artífices de la epopeya.

En Argentina pasan cosas


Paralelamente a YPF, la embajadora argentina en Londres, Alicia Castro, redefinió el concepto de diplomacia para el mundo entero, aunque más aún para los grupos siempre genuflexos -al interés foráneo- de su propio país. 

En efecto, Alicia Castro se dio el lujo de “incomodar” al Canciller británico William Hague “apurándolo” para que se defina sobre la cuestión del diálogo que su país se niega a establecer con Argentina por el tema Malvinas. 

La irracional oleada de críticas que la actitud de Castro despertó sólo merecen como comentario la cita directa de la defensa que de ella hizo la mismísima presidenta Cristina Fernández: “Me parece lógico que se moleste el canciller británico por las preguntas, pero no que lo hagan algunos argentinos, como hoy leí en los medios. Parece que el odio nubla y hace perder el decoro. Habría que repensar a qué consideramos diplomacia. En el resto del mundo existe la defensa irrestricta de sus derechos por sobre toda otra cuestión”.

Es cierto lo del odio. Se adivinó en las caras de los diputados opositores molestos por no haber podido impedir en el Congreso la recuperación de YPF. Odio visceral que emana de dos vertientes: el ataque a la inmaculada lógica del mercado que representa recuperar una petrolera de fuste y aún peor, que haya sido Cristina Fernández quién ha llevado adelante la hazaña asegurándose al mismo tiempo un lugar perenne en los libros de historia que se editarán en los próximos siglos. Esto último es aún más indigerible.

Y si de odio se habla debe citarse también la repercusión mediática de la publicidad del deportista argentino que entrena en Malvinas con vistas a las olimpíadas de Londres. 

Desde ya que las imágenes en las que se ve al capitán de la selección argentina de hockey masculino sobre césped, Fernando Zylberberg, entrenando en Puerto Stanley, fueron duramente criticadas por el canciller británico William Hague quién sostuvo que Argentina trata de politizar la Olimpíada en una suerte de “maniobra diplomática” para tapar fracasos políticos recientes.

Se entiende la reacción obvia de Hague porque después de todo defiende los intereses de su país. Él cree patrióticamente que tiene razón al defender intereses deshonestos, después de todo es un ciudadano británico.

Sin embargo no se explica la catarata de críticas adversas vertidas por los medios de comunicación argentinos que, intentando buscar la corruptela en la cocina de la publicidad y tratando de ensuciar a un gobierno al que odian, quedan atrapados en un discurso que roza peligrosamente la traición con todo el humillante sentido que dicha palabra conlleva.

La realidad debería marcar otra cosa. A Hague debería darle vergüenza incumplir las resoluciones de la ONU y representar a un país que militariza con armas atómicas el Atlántico Sur en un territorio adquirido por fruto del robo a mano armada.


Por su parte, los medios argentinos deberían comportarse con lealtad hacia su país y evitar hacer el trabajo de sus pares británicos en defensa de los intereses de Londres.


En Argentina pasan cosas desde la política y la democracia, y es el contraste con Europa lo que deja esa realidad en evidencia. Más aún cuando un grupo de casi 90 intelectuales, que incluye lujosamente a Zygmunt Bauman, Anthony Giddens, Hertha Müller y Jürgen Habermas, se ocupan de elaborar un documento que cuestiona la práctica democrática en Europa; reivindica como problema político la crisis europea de la deuda y clama por la “perspectiva” de la juventud como necesaria para la búsqueda de soluciones.
Pero perdón… ¿No es eso lo que siempre dice Cristina Fernández?



dghersi@prensamercosur.com.ar