Los desafíos económicos y sociales de François Hollande

Mario Rapoport
Diario BAE


Como barcos en medio de la tormenta de la crisis, uno a uno los partidos políticos que dirigen los países europeos esta dando una vuelta de campana en los procesos electorales, mientras sus opositores emergen triunfantes. Lo que no quiere decir que los vencedores salgan indemnes y tengan que pagar de inmediato las políticas de austeridad (o mejor dicho de ajuste salvaje) que exigen los organismos financieros europeos e internacionales, como ocurre con Rajoy en España. Aquellos que eran socialistas hoy son conservadores, como en España, mientras que en Francia los socialistas vuelven de nuevo al poder.
nFrançois Hollande, es el segundo presidente socialista en Francia después de Mitterrand, aunque éste representó en sus dos mandatos distintas facetas de ese socialismo a la francesa, del que Strauss-Khan es un último ejemplo por sus flagrantes contradicciones.
nLa degradación de la nota que Standard & Poor’s hizo de la economía gala, con suficientes razones a pesar de la falta de confianza en las agencias de calificación, se tradujo en una creciente preocupación para los intereses económicos dominantes, sin que por eso, salvo un pequeño sector centrista, hayan dejado de apoyar a Sarkozy convencidos de que se debería seguir por el mismo camino. Del otro lado, los crecientes índices de desocupación, la grave desindustrialización de la economía, la degradación de los niveles de vida, la ampliación de la brecha de distribución del ingreso, pesaron en la elección de Hollande, superando incluso las tendencias discriminatorias frente a los inmigrantes, una vieja reivindicación del partido nacionalista de Le Pen, ahora dirigido por su hija, y rechanEn sus últimos tiempos, Sarkozy agravó las cosas, apurado quizá porque no estaba seguro de ganar las elecciones. En primer término acentuó las políticas deflacionistas con su proyecto de aumento de la TVA (el IVA) francés, que afectaría gravemente el consumo, y con su acuerdos de “competitividad-empleo”, con el objeto de bajar los costos salariales, lo que implica disminuir el nivel de vida de los trabajadores. Aún con estas medidas, y otras que achican drásticamente el gasto público, los cálculos del presupuesto francés se basan en un pobre crecimiento futuro del 1% y en un todavía alto endeudamiento externo.
Los problemas de la pobreza, la desocupación y la distribución cada vez más desigual de los ingresos son temas que la crisis europea ha terminado de instalar en un país como Francia, considerado un ejemplo del Estado de bienestar y con programas de protección social en muchos casos mayores que los del resto de Europa. La tasa de desempleo no es todavía la española pero se acercaba al 10% en el último trimestre del 2011, y si se considera sólo a los menores de 25 años en condiciones de entrar en el mercado de trabajo se elevaba a un 25 por ciento. En cantidades, los desocupados abarcan 4,5 millones de personas, y 1,7 millones son aquellos con más de un año sin trabajo, lo que indica niveles de pobreza hasta ahora desconocidos después del boom de la posguerra.
La reforma impositiva se hace necesaria no sólo para mejorar el presupuesto sino para reducir mediante programas sociales la brecha distributiva. En plena crisis la diferencia en los ingresos medios del 20% de los más ricos con respecto al 20% de los más pobres creció entre el 2007 y el 2010 de un 3,9 a un 4,5 por ciento.
nHollande promete ahora otra política abandonando los programas de austeridad seguidos por la mayoría de los países europeos, una tarea casi ciclópea frente al balance negativo de la gestión Sarkozy. En una reciente entrevista con el filósofo Edgard Morin, Hollande llegó a decir que “la globalización ¡no es una ley de la física! Es una construcción política que los hombres han decidido y construido y que otros hombres pueden cambiar. La política debe intervenir para luchar contra la economía casino y la especulación financiera y para preservar la dignidad del trabajador”.
El responsable del programa del nuevo presidente, Michel Sapin, ministro de economía y finanzas en 1992-1993, señaló en el mismo sentido que, aunque los mercados juegan un rol importante en el financiamiento de la economía, es importante el papel del Estado. Para él “cuanto un período es más contradictorio y complicado, mayores márgenes existen para los gobiernos”.
Sapin considera que si es necesario aplicar restricciones presupuestarias a fin de limitar el peso de los intereses de la deuda, hay que hacerlo sin dejar de sostener el crecimiento porque la recesión aumenta el déficit y crea un círculo vicioso del que no se puede salir. Para lograr esto se necesita una coordinación presupuestaria que respete las distintas situación de los países y, sobre todo, una política cuyo propósito principal sea el de reindustrializar las economías europeas, retomar proyectos de investigación y desarrollo y estimular la inversión pública.
Habla, asimismo, de una reorientación fiscal, o más directamente de una reforma impositiva, acentuando la carga de las grandes empresas, que según su punto de vista abonan menos impuestos de los que deberían pagar. Las políticas de reducción de impuestos a los más ricos sólo han estimulado operaciones de carácter financiero y no productivo.
Según el mismo Hollande se debería crear una categoría impositiva superior a la actual, con un tasa marginal del 75% para aquellos ingresos superiores al millón de euros anuales y reformular igualmente la política tributaria hacia las empresas. La fiscalidad progresiva permitiría al mismo tiempo solucionar en parte el alto costo de la vivienda y el déficit habitacional existente, calculado en 900.000 unidades, porque obligaría a los propietarios a liberar terrenos para construir y a disminuir sus precios.
Por otra parte, prometió restablecer el derecho de jubilarse a los 60 años a los trabajadores que pagaron la totalidad de sus cotizaciones, edad que había sido aumentada por Sarkozy. Y una cuestión sobre la que insistió en la campaña electoral es la de reforzar la formación profesional de los jóvenes y, en especial, la de aumentar la inversión en educación mejorando los planes de estudio y creando 50.000 puestos suplementarios para los docentes.
La regulación de las finanzas, separando los bancos comerciales de los de inversiones; el mantenimiento de la dotación de empleados públicos contra la política de Sarkozy de tomar uno sólo cuando se jubilaban dos; la intención de volver a restablecer políticas industriales, o la de crear una banca pública descentralizada que permita a las regiones tener participación en las empresas, son otras de sus propuestas.
La experiencia de los partidos socialdemócratas europeos no ha sido muy estimulante hasta el presente y no podemos asegurar que las promesas del entonces candidato y hoy presidente se sostendrán. Pero Francia se caracterizó siempre por tener una brújula diferente a las del resto de Europa, con desafíos nacionalistas como el de De Gaulle o revueltas que hicieron historia, como las de Mayo del ’68. No cabe duda de que la salida de la crisis europea puede depender en mucho de lo que haga el gobierno socialista galo. O el Viejo Continente tendrá en su haber otra decepción.