El sello que la policía ponía en los pasaportes en el aeropuerto de Barajas.

Juan Martini
Telam


* El sello que la policía ponía en los pasaportes en el aeropuerto de Barajas, Madrid, era una visa con tres meses de validez durante los cuales se podía permanecer legalmente en España. Cumplido ese tiempo las cosas se complicaban. Los acuerdos con la Argentina y con los países hispanoamericanos en materia de residencia y de doble nacionalidad no se cumplían y la situación de hecho era que las autoridades negaban en principio cualquier otra cosa que no fuera un nuevo permiso de permanencia.

* El sistema era perverso: un argentino podía pedir el permiso de residencia en España, le correspondía por ley. Pero cuando lo pedía le reclamaban el permiso de trabajo. Cuando uno, trabajara o no, intentaba conseguirlo la exigencia era presentar el permiso de residencia: una especie de juego del huevo y la gallina o de implacable cinta de Moebius que hacían que quedaras igual que antes pero peor: ilegal y humillado.

* Así que a falta de otras posibilidades cada tres meses salía de España para obtener un nuevo sello con validez por otros tres meses. Hacer esto en avión simplificaba el trámite porque Inmigraciones en los aeropuertos era un poco más flexible. Pero yo y muchísimos más argentinos que aterrizamos casi aluvionalmente en España entre fines de 1975 y 1978 no teníamos al principio posibilidad económica de algo tan simple. Entonces, desde Barcelona, los destinos más frecuentes eran Perpignan, una pequeña ciudad muy cerca de Catalunya apenas atravesados los Pirineos, a la que los catalanes acudían durante el franquismo para conseguir libros y discos y para ver películas prohibidas; y si no, Andorra, un módico principado para esquiar a precios accesibles y, en mi caso, para comprar bebidas, cigarrillos, quesos franceses y chocolates suizos con la facilidad que daba el que era un puerto libre.

* Después, si volvíamos de Andorra, bajábamos de los 2.000 metros sobre el nivel del mar a través también de los Pirineos y se llegaba al puesto español de la policía de fronteras. Recuerdo la noche de un domingo: había ido en un Fiat 600 con una pareja amiga. Nos revisaron enteros el equipaje y el auto, nos hicieron mil preguntas y por fin nos dijeron que siguiéramos. Yo le dije al oficial que nos maltrataba que por favor me sellara el pasaporte. Me dijo que no y que me fuera de una vez. Le dije que él tenía la obligación de poner el sello si alguien se lo pedía. Me miró. “Ven”, me dijo. Fuimos al interior del puesto. Miró mi pasaporte página por página. Y antes de descargar el sello donde se le dio la gana volvió a mirarme.  “Si vuelves por aquí...”, me dijo mientras me agarraba de la campera y me llevaba casi en el aire hasta el Fiat, “Si vuelves por aquí y estoy yo... y quiero aclarate que siempre estoy... ¡tú no entras nunca más a España!”


* Las movilizaciones y actos de las agrupaciones y los partidos políticos de izquierda de España eran frecuentes en los primeros tiempos de la transición a la democracia. No fui a todos, pero me asomé a algunos. En las primeras semanas, nomás, una manifestación en las Ramblas fue atacada a cadenazos por los guerrilleros de Cristo Rey, una de las facciones armadas en los finales de la dictadura de Franco. Me refugié en una tienda, frente al mercado de la Boquería a dos pasos del barrio Gótico. Estos ataques continuaron hasta 1980 por lo menos pero las facciones terroristas de derecha se fueron debilitando en la medida en que el proceso político iba hacia las primeras elecciones generales, que ganaría Felipe González, en 1982.

·        En los últimos meses de1978, apunto de cumplir tres años en Barcelona, el ministro de gobierno Rodolfo Martín Villa, un franquista adicto a la represión violenta de obreros y estudiantes, amenazó con echar del país a todos los ilegales, por un lado, y por otro autorizó a la policía a sellar los pasaportes como se hacía en los puestos de fronteras. Entonces uno iba a pedir el permiso de residencia, pero no tenías el permiso de trabajo: entonces te sellaban el pasaporte y este acto se entendía como un permiso de permanencia por otros tres meses. A cambio de eso un sello en rojo te decoraba el pasaporte: “No autorizado a trabajar en España”.